viernes, 30 de noviembre de 2007

EL ADVIENTO.

El Adviento

Es el tiempo litúrgico que corresponde a las cuatro semanas antes de Navidad, en las que centramos nuestra mirada en la espera y preparación de la venida de Jesucristo. Jesús ya vino hace dos mil años, y con su venida ha transformado nuestra historia y nuestra vida. Somos sus seguidores y hemos recibido su Espíritu para ser continuadores de su obra.
El Adviento significa, en primer lugar, revivir la venida histórica de Jesús, quiere decir mirar hacia atrás, hacia ese acontecimiento trascendental sucedido hace dos mil años y revivirlo con toda la intensidad.
Adviento significa en segundo lugar celebrar y abrirse a la venida constante de Dios, de Jesús, a nuestras vidas y a la vida de la humanidad, venida que se realiza ahora, en cada momento. El tiempo del Adviento nos ayuda a tener presente que Dios viene constantemente a nuestras vidas, a través de los acontecimientos y de las personas con que nos encontramos a diario.
Finalmente, en el Adviento celebramos una tercera venida del Señor: es su última venida, la venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegará a término nuestra historia humana y entraremos para siempre en la vida de Dios.
Los días del Adviento tienen un color entrañablemente mariano, que luego continuará a lo largo de la Navidad y de la Epifanía, porque María de Nazaret, la Madre del Mesías, estuvo a su lado en todos estos acontecimientos por voluntad divina. Ella es el mejor símbolo de la Iglesia que celebra la venida de Cristo, la mejor Maestra de la espera de Adviento, de la alegría acogedora de la Navidad y de la manifestación misionera de la Epifanía. Bien podemos hablar de María como Nuestra Señora del Adviento, Nuestra Señora de la Navidad y Nuestra Señora de la Epifanía.
Lectura orante de la Biblia durante el Adviento
El Adviento es tiempo propicio para escuchar la Palabra de Dios. Imitando a san José, a la Virgen y a san Juan Bautista, los otros “pobres” del evangelio, estamos invitados a conservar el corazón pobre y vacío de sí mismo para reconocer en Jesús al Hijo de Dios, venido a salvar a todos los hombres y mujeres.
Los cuatro domingos del Adviento son la columna vertebral que ayuda a la vivencia de este tiempo. Hay toda una pedagogía para vivir el tiempo del Adviento desarrollada progresivamente a lo largo de los cuatro domingos: el primer domingo se centra la atención sobre todo en la venida gloriosa del Señor al final de la historia para llevar a cabo la consumación de su Reino. El segundo y tercer domingos, el interés se centra el Juan el Bautista y nos apremian a preparar el camino del Señor, a estar atentos a su venida constante. El cuarto domingo se centra en la preparación de la fiesta ya muy cercana de la Navidad: María es la figura central, y su espera es el modelo y estímulo de nuestra espera. Ese itinerario está complementado por las primeras lecturas: en los tres primeros domingos, las primeras lecturas recogen las grandes esperanzas de Israel, y en el cuarto domingo también conducen junto con el evangelio a las promesas más directas del nacimiento del Hijo de Dios. Los salmos por su parte cantan la salvación del Dios que viene o son plegarias que piden su venida o su gracia renovadora. Las segundas lecturas, tomadas de las cartas de San pablo o demás cartas apostólicas, exhortan a vivir la venida del Señor.
El otro aspecto importante del Adviento es que está dividido en dos partes. Esto se nota principalmente en la distribución de las lecturas.
La primera parte del Adviento es la que va desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre. Durante todo este tiempo, lejos aún de la preparación de la Navidad, las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: la venida salvadora al final de los tiempos, la venida salvadora ahora, cada día, y la venida salvadora que tuvo lugar hace dos mil años. Estos tres aspectos se mezclan y son enfocados por las lecturas de los profetas y de los evangelios. Los primeros días del Adviento (hasta el miércoles de la segunda semana), el centro de interés de las lecturas está en unos textos tomados del profeta Isaías, leídos como primera lectura. Los oráculos de Isaías nos van guiando en la espera de la vida nueva de Dios que el Mesías viene a traer. Como complemento, el evangelio nos presenta un conjunto de escenas de la vida de Jesús que muestran que las profecías de Isaías se van cumpliendo en las palabras y los hechos de Jesús.
A partir del jueves de la segunda semana, el personaje principal de las lecturas es Juan Bautista. Desde este día hasta el 16, se leen trozos del evangelio en los que aparece Juan Bautista o se habla del significado de su misión como precursor del Señor.
La segunda parte del Adviento se inicia el día 17 y cambia la escenografía del Adviento. Esta última semana se concentra en la preparación de la Navidad. El día 17 se dejan las lecturas que se venían haciendo según el orden semanal y se empieza el nuevo orden de lecturas que va según el número del día (17 de diciembre, 18..., etc.) Esta semana guarda una cierta semejanza con la Semana Santa que concluye la Cuaresma y conduce a la Pascua. Por eso algunos la han llamado “la semana santa que prepara la Navidad”. La liturgia invita a vivir estos días con mayor alegría, guiados por los personajes que vivieron con tan de cerca el acontecimiento del nacimiento del Mesías: María, José, Zacarías, Isabel, etc. Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús: se lee primero el capítulo 1 del evangelio de Mateo, luego las escenas del capítulo 1 de Lucas. Así se puede contemplar toda la preparación inmediata del cumplimiento de las promesas de Dios. Esas promesas de Dios, que se habrían de cumplir en Jesús, se leen en los pasajes del Antiguo Testamento, como la primera lectura.
FUENTE : www.lectionauta.blogspot.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO A - LECTIO DIVINA.

LECTIO DIVINA - 1º Domingo de Adviento (A)
Estar siempre preparados, Dios puede llegar en cualquier momento
Mateo 24, 37-44

1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
2. Lectura
a) Clave de lectura:
En la liturgia del primer domingo de Adviento, la Iglesia nos pone delante una parte del discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Adviento significa Venida. Es el tiempo de la preparación para la venida del Hijo del Hombre en nuestra vida. Jesús nos exhorta a estar vigilantes. Nos pide estar atentos a los sucesos para descubrir en ellos la hora de la venida del Hijo del Hombre.
En este principio del Adviento, es importante purificar la mirada y aprender de nuevo a leer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios. Y esto, para no ser sorprendidos, porque Dios puede venir sin avisar, cuando menos lo esperamos. Para ilustrar cómo deberíamos estar atentos a los acontecimientos, Jesús se apoya en el episodio del diluvio en tiempos de Noé.
En el curso de la lectura del texto, prestaremos atención a las comparaciones de las que se sirve Jesús para trasmitir su mensaje.
b) Una división del texto para ayudarnos en la lectura:
Mateo 24, 37-39: La venida del Hijo del Hombre será como en los día de Noé
Mateo 24, 40-41: Jesús aplica la comparación a aquellos que lo escuchan
Mateo 24, 42: La conclusión: ¡Vigilad!
Mateo 24, 43-44: La comparación para recomendar la vigilancia
c) El texto:
37 «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. 38 Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, 39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. 40 Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; 41 dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.
42 «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. 43 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. 44 Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.
3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
i) ¿Cuál es la parte del texto que te ha llamado más la atención? ¿Por qué?
ii) ¿Dónde, cuándo y porqué Jesús ha pronunciado este discurso?
iii) ¿En qué consiste exactamente la vigilancia a la que nos exhorta Jesús?
iv) “Una persona será tomada y otra será dejada”. ¿Qué quiere enseñar Jesús con esta afirmación?
v) Al tiempo de Mateo, las comunidades cristianas esperaban la venida del Hijo del Hombre en cierto modo. Y hoy, ¿cuál es nuestro modo de esperar la venida de Jesús?
vi) ¿Cuál es, según tu parecer, el centro o la raíz de esta enseñanza de Jesús?
5. Para los que desean profundizar más en el tema
a) Contexto del discurso de Jesús:
El Evangelio de Mateo: En el Evangelio de Mateo hay cinco grandes discursos, como si fuesen una nueva edición de los cinco libros de la Ley de Moisés. El texto que meditamos en este domingo forma parte del quinto Discurso de esta Nueva Ley. Cada uno de los cuatro discursos precedentes ilumina un determinado aspecto del Reino de Dios anunciado por Jesús. El primero: La justicia del Reino es la condición para entrar en el Reino (Mt del 5 al 7). El segundo: la misión de los ciudadanos del Reino (Mt 10). El tercero: la presencia misteriosa del Reino en la vida de la gente (Mt 13). El cuarto: vivir el Reino en comunidad (Mt 18). El quinto Sermón habla de la vigilancia en vista de la venida definitiva del Reino. En este último discurso, Mateo sigue el esquema de Marcos (cf Mc 13,5-37), pero añade algunas parábolas que hablan de la necesidad de la vigilancia y del servicio, de la solidaridad y de la fraternidad.
La espera de la venida del Hijo del Hombre: Al final del primer siglo, las comunidades vivían en la espera de la venida inmediata de Jesús (1 Tes 5,1-11). Basándose en algunas frases de Pablo (1 Tes 4,15-18) había personas que dejaron de trabajar pensando que Jesús estaba ya para llegar (2 Tes 2,1-2; 3,11-12). Ellos se preguntaban: Cuando venga Jesús ¿seremos levantado como Él al cielo? ¿Seremos tomados o dejados? (cfr Mt 24, 40-41). Había un clima semejante al de hoy, en el que muchos se preguntan: “Este terrorismo ¿es signo de que se acerca el fin del mundo? ¿Qué hacer para no ser sorprendidos?” Una respuesta a estas preguntas y preocupaciones nos vienen de las Palabras de Jesús, que Mateo nos transmite en el evangelio de este domingo.
b) Comentario del texto:
Mateo 24, 37-39: Jesús compara la venida del Hijo del Hombre a los días del Diluvio
“Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre”. Aquí, para aclarar su llamada a la vigilancia, Jesús recurre a dos episodios del Antiguo Testamento: Noé y el Hijo del Hombre. Los “días de Noé” se refieren a la descripción del Diluvio (Gén 6,5 a 8,14). La imagen del “Hijo del Hombre” viene de una visión del profeta Daniel (Dan 7,13). En los días de Noé, la mayoría de las personas vivían sin preocupaciones, sin darse cuenta que en los acontecimientos se acercaba la hora de Dios. La vida continuaba “ y no se dieron cuenta, hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos”.
Y Jesús concluye: “Así será también la venida el Hijo del hombre”. En la visión de Daniel, el Hijo del Hombre vendrá de improviso sobre las nubes del cielo y su venida decretará el fin de los imperios opresores, que no tendrán futuro.
Mateo 24,40-41: Jesús aplica la comparación a los que escuchaban
“Entonces estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado”. Estas frases no deben ser tomadas literalmente. Es una forma para indicar el destino que las personas recibirán según la justicia de las obras por ellos practicadas. Algunos serán tomados, o sea, recibirán la salvación y otros no la recibirán. Así sucedió en el diluvio: “solo tú has sido justo en esta generación (Gen 7,1). Y se salvaron Noé y su familia.
Mateo 24,42: Jesús aporta la conclusión: ¡Vigilad!
Es Dios el que determina a hora de la venida del Hijo. Pero el tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. Para Dios, un día puede ser igual a mil años y mil años iguales a un día (Si 90,4; 2 Pe 3,8). El tiempo de Dios (kairós) es independiente de nuestro tiempo (cronos). Nosotros no podemos interferir el tiempo de Dios, pero debemos estar preparados para el momento en el que la hora de Dios se hace presente en nuestro tiempo. Puede ser hoy, puede ser de aquí a mil años.
Mateo 24, 43-44: Comparación: El Hijo del Hombre vendrá cuando menos se espera
Dios viene cuando menos se espera. Puede suceder que Él venga y la gente no se dé cuenta de la hora de su llegada. Jesús pide dos cosas: la vigilancia siempre atenta y al mismo tiempo, la dedicación tranquila de quien está en paz. Esta actitud es señal de mucha madurez, en la que se mezclan la preocupación vigilante y la tranquila serenidad. Madurez que consigue combinar la seriedad del momento con el conocimiento de la relatividad de todo.
c) Ampliando información para poder entender mejor el texto:
¿Cómo vigilar para prepararse? - Nuestro texto va precedido de la parábola de la higuera (Mt 24,32-33). La higuera era un símbolo del pueblo de Israel (Os 9,10; Mt 21,18). Cuando pide que se observe a la higuera, Jesús pide observar y analizar los hechos que están sucediendo. Es como si Jesús nos dijese: “Vosotros debéis aprended de la higuera a leer los signos de los tiempos y así descubriréis dónde y cuándo Dios entra en vuestra historia”.
La certeza que nos viene comunicada por Jesús – Jesús nos deja una doble certeza para orientar nuestro camino en la vida: (1) llegará el fin con seguridad; (2) ninguno sabe ciertamente ni el día ni la hora del fin del mundo. “ Porque en cuanto a la hora y al día ninguno lo sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni tampoco el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). A pesar de todos los cálculos que puedan hacer los hombres sobre el fin del mundo, ningún cálculo da la certeza. Lo que da seguridad no es el conocimiento de la hora del fin, sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará jamás (cfr Is 40, 7-8).
¿Cuándo vendrá el fin del mundo? - Cuando la Biblia habla del “fin del Mundo”se refiere, no al fin del mundo, sino al fin de un mundo: Se refiere al fin de este mundo, donde reina la injusticia y el poder del mal que amargan la vida. Este mundo de injusticia tendrá fin y a su puesto vendrá “un cielo nuevo y una tierra nueva”, anunciados por Isaías (Is 65,15-17) y previsto por el Apocalipsis (Ap 21,1). Ninguno sabe cuándo ni cómo será el fin de este mundo (Mt 24,36), porque ninguno sabe lo que Dios tiene preparado para los que le aman (1 Cor 2,9). El mundo nuevo de la vida sin muerte supera todo, como el árbol supera a su simiente ( 1 Cor 15,35-38). Los primeros cristianos estaban ansiosos por asistir a este fin (2 Tes 2,2). Seguían mirando al cielo, esperando la venida de Cristo (Act 1,11). Algunos ya no trabajaban (2 Tes 3,11). Pero, “no nos corresponde a nosotros conocer los tiempos y momentos que el Padre tiene reservado en virtud de su poder” (Act 1,7). El único modo de contribuir a la venida del fin “de modo que puedan llegar los tiempos de la consolación” (Act 3,20), es dar testimonio del Evangelio en todo lugar, hasta los extremos confines de la tierra (Act 1,8).
6. Oración: Salmo 46 (45)
“¡Dios está con nosotros! ¡No temamos!”
Dios es nuestro refugio y fortaleza,
socorro en la angustia, siempre a punto.
Por eso no tememos si se altera la tierra,
si los montes vacilan en el fondo del mar,
aunque sus aguas bramen y se agiten,
y su ímpetu sacuda las montañas.

¡Un río!
Sus brazos recrean la ciudad de Dios,
santifican la morada del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no vacila,
Dios la socorre al despuntar el alba.
Braman las naciones, tiemblan los reinos,
lanza él su voz, la tierra se deshace.

¡Con nosotros Yahvé Sebaot,
nuestro baluarte el Dios de Jacob!
Venid a ver los prodigios de Yahvé,
que llena la tierra de estupor.

Detiene las guerras por todo el orbe;
quiebra el arco, rompe la lanza,
prende fuego a los escudos.
«Basta ya, sabed que soy Dios,
excelso sobre los pueblos, sobre la tierra excelso».

¡Con nosotros Yahvé Sebaot,
nuestro baluarte el Dios de Jacob!
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
FUENTE : www.ocarm.org/esp
ENVIÓ :PATRICIO GALLARDO V.

jueves, 29 de noviembre de 2007

LO QUE QUIERO SER.

Lo que quiero ser.

Quiero ser pastor
que vele por los suyos;
árbol frondoso
que dé sombra
al cansado;
fuente donde
beba el sediento.
Quiero ser canción
que inunde los silencios;
libro que descubra
horizontes remotos;
poema que deshiele
un corazón frío;
papel donde se pueda
escribir una historia.
Quiero ser risa en los
espacios tristes,
y semilla que prende
en el terreno yermo.
Ser carta de amor para el solitario,
y grito fuerte para el sordo…
Pastor, árbol o fuente,
canción, libro o poema…
Papel, risa, grito, carta, semilla…
Lo que tú quieras, lo que tú pidas,
lo que tú sueñes, Señor…
eso quiero ser.
( José M. R. Olaizola ).
FUENTE : www.pastoralsj.org/oracion/
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EL ALFAFERO( IV ).

EL ALFAFERO( IV ).

Hoy más que nunca me siento barro en Tus manos. Las que tapan las grietas de mi vasija imperfecta. Las que me toman de la mía para caminar por el sendero de la verdadera alegría. Las que enderezan mis renglones torcidos. Las que construyen sueños más grandes que los que yo alcanzo a esperar para mí. Las que me agitan y remueven mis esquemas. Las que hacen sonar melodías de esperanza sobre el ruido de la desolación. Las que me piden ayuda para trabajar sobre el fango de un mundo lleno de injusticia. Las que me acarician y me hacen sentirme amado en mi debilidad.
Las que quiero que modelen mi barro humilde.
(Alex segrelles ).
FUENTE : www.alexsegrelles.marianistas.org/category/modelar
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.


miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL ALFARERO ( III ).


EL ALFARERO ( III ).
Al final traigo este barro
tras torpes modelados de alfarero aficionado,
tras la lluvia de esta vida, que la llena de charcos;
a la hora del ocaso vuelvo a tu lado.
Al atardecer, cuando el día se retira ya cansado
y este barro pide a gritos modelarlo,
al calor del hogar que produce tu abrazo,
al sonido de la hoguera vuelvo a tu lado.
Hoy vuelvo a ti, vuelvo a tu lado,
cansado, perdido y agotado.
Y, en esta búsqueda, dame consuelo,
que ando perdido, que ando esperando,
quedarme a tu lado.
Y, al calor que tu das, seca este barro,
que quiero dorarme al calor de tu abrazo,
y quedarme a tu lado.
( Fray Nacho, sacerdote mercedario ).
FUENTE : www.alexsegrelles.marianistas.org/category/modelar/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

martes, 27 de noviembre de 2007

EL ALFARERO ( II ).

EL ALFARERO ( II ).

“Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno, y de igual manera obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable, y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huella de sus dedos. Conservando tu forma subirás a lo perfecto, pues el arte de Dios esconde el barro que hay en ti. Su mano plasmó tu ser, te reviste por dentro y por fuera con plata y oro puro, y tanto te adornará que el Rey deseará tu belleza. Mas si, endureciéndote, rechazas su arte y te muestras ingrato a aquel que te hizo un ser humano, al hacerte ingrato a Dios pierdes al mismo tiempo el arte con que te hizo y la vida que te dio: hacer es propio de la bondad de Dios, ser hecho es propio de la naturaleza humana. Y por este motivo, si le entregas lo que es tuyo, es decir tu fe y obediencia a él, entonces recibirás de él su arte, que te convertirá en obra perfecta de Dios. “
SAN IRENEO (s. II)
FUENTE : www.alexsegrelles.marianistas.org/category/modelar/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

lunes, 26 de noviembre de 2007

EL ALFARERO ( I ).

El Alfarero ( I ).

Un día orando, le dije a mi Señor
Tu ,el alfarero Y yo, el barro soy
modela mi vida a tu parecer
haz como tu quieras, hazme un nuevo ser.
Me dijo no me gustas, te voy a quebrantar
Y en un vaso nuevo te voy a transformar
pero en el proceso te voy hacer llorar
por que por el fuego te voy hacer pasar
Quiero una sonrisa cuando todo vaya mal
Quiero una alabanza en lugar de tu quejar
Quiero tu confianza en la tempestad
Y quiero que aprendas también a perdonar.
( Autor desconocido ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

FRASES IGNACIANAS ( III ).

FRASES IGNACIANAS ( III ).

FUENTE : www.vocacionesjesuitas.blogspot.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

UNA VOZ QUE VE - EL TESTIMONIO DE SAN JUAN BAUTISTA - PREPARANDO EL ADVIENTO ( I ).

Una voz que ve - El testimonio de Juan el Bautista
Sal Terrae 92 (2004) 733-742
Enrique Sanz Giménez-Rico, SJ.

Director de Sal Terrae. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
Voz que clama en el desierto, preparad el camino al Señor, haced rectas todas sus sendas, preparad el camino al Señor.
He aquí una estrofa de una canción, que sin duda conocen bien muchos/as lectores/as de Sal Terrae. Es probable que la mayoría de ellos la vuelva a entonar dentro de pocas semanas, cuando celebremos de nuevo el tiempo de la espera, el tiempo del Adviento. Es igualmente probable que, cuando lo hagan, se acuerden de un conocido pasaje bíblico, Jn 1,19-23, en donde Juan el Bautista, a la pregunta que le hacen los sacerdotes y levitas de Jerusalén sobre su identidad, responde que él es una voz, la del que grita en el desierto, allanad el camino del Señor.
Sí, el Bautista es sólo una voz; no es la Palabra. Pero no es una voz cualquiera, no es una voz más entre tantas; es la voz que –así se afirma en Jn 1,34- ha visto y da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios.
Proponemos realizar un seguimiento cercano de dicho personaje en Jn 1,1-34; y hacerlo, teniendo en cuenta las referencias vetero y neotestamentarias de dicho pasaje. Ello puede ofrecernos alguna pista de interés para comprender mejor en qué consiste ser testigo, ser mártir de Jesús; ello nos puede ayudar a entender la aparente antinomia que titula este artículo: que el testigo es una voz que ve.

1. Juan el Bautista, último eslabón de la economía antigua
Podemos encontrar en el Antiguo Testamento diversas referencias, que hablan de la existencia del Consejo divino. Dios posee un Consejo, en el que participan serafines (Is 6), ángeles, profetas, hijos de Dios. ¿Qué es lo que hacen los miembros de dicho Consejo? Escuchar ante todo de boca de Dios cuál es su designio, cuál es su voluntad, cuáles son sus planes.
El Nuevo Testamento menciona también la existencia del citado Consejo, del que forman parte, entre otros, los discípulos, que han estado presentes con Jesús y que han participado en los acontecimientos de su vida y muerte, y María, la sierva, quien entra a formar parte de él en el episodio de la anunciación .
Juan el Bautista, último eslabón de la economía antigua y representante de Moisés y de todos los profetas , es igualmente miembro del Consejo divino.
Lo es en primer lugar por la indicación de Jn 1,6: es un hombre enviado por Dios. Se trata de una indicación que recuerda a la de los profetas del AT, miembros también del Consejo divino, y que expresa la especial dignidad con que el Bautista es tratado en el cuarto evangelio: sólo de él, de Jesús y del Paráclito se dice que fueron enviados por Dios .
Lo es igualmente por la referencia que hace Juan el Bautista a Is 40,3: una voz grita: en el desierto preparad un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Is 40,3 forma parte de una unidad textual muy importante del libro de Isaías (Is 40,1-11), integrada a su vez en otra unidad mayor: Is 40-55. Estos últimos capítulos poseen una función predominante en el libro de Isaías, ya que presentan numerosas conexiones con el resto del citado libro .
Is 40,1-11, prólogo a Is 40-55, posee un enorme valor: anuncia que la era antigua ha terminado definitivamente, pues ha amanecido ya un nuevo día. En dichos versículos Dios anuncia una buena noticia a su pueblo, que se encuentra en ese momento en el exilio y vive una situación de tristeza: ha acabado la época de servidumbre y de esclavitud del exilio y ha llegado el momento de la vuelta a Jerusalén. Lo novedoso de dicho anuncio es la afirmación de Dios: soy yo quien va a ir delante de vosotros, caminando por el desierto en dirección a Jerusalén; soy yo quien os va a cuidar allí, siendo vuestro pastor, siendo vuestro rey .
Los miembros del Consejo divino, entre los que se encuentra el profeta Isaías, oyen de boca de Dios esta buena noticia, y deliberan entre ellos para tratar de encontrar el modo más adecuado de transmitir al entristecido pueblo un mensaje tan evangélico, tan consolador. Ello aparece expresado en Is 40,3-5 y en Is 40,6-8, versículos que recogen las cavilaciones de los citados miembros.
Juan el Bautista es también miembro del Consejo divino; ha oído de boca de Dios una buena noticia, y la transmite con todo detalle en Jn 1. Su acción, transmitir lo escuchado a Dios, aparece expresada en este capítulo mediante el verbo testimoniar. Así pues, el precursor de Jesús da testimonio del Logos y en cuanto tal manifiesta su pertenencia al Consejo divino.
Dos son los aspectos que incluye el testimonio de Juan el Bautista: que el Logos (la Palabra) es la luz; que el Logos es más que él, pues existía antes que él.
Para Juan (Jn 1,1-18) el Logos no es sólo un ser divino; es también Dios. Está siempre con Dios. Es a la vez diálogo con los hombres: es la expresión de Dios que se vuelve a los hombres. El Logos da la vida y es luz para los hombres, luz que les conduce hasta la vida plena.
Pues bien, el testimonio de Juan el Bautista subraya sobre todo que la luz ha triunfado sobre la tiniebla. Juan es el miembro del Consejo divino enviado por Dios para afirmar jurídicamente la victoria de la luz. Su testimonio tiene un alcance universal; gracias a él, todos los hombres pueden reconocer que les ilumina la luz del Logos, la luz de la Palabra, que sale al encuentro de cada uno de los hombres de todas las generaciones. Una luz que alumbra en medio de la tiniebla, de la muerte, a la que se opone y se enfrenta. Siendo seguro, el triunfo de la luz no es, sin embargo, un triunfo fácil, ya que su victoria convive y entra en conflicto con una tiniebla que sigue en pie, con una tiniebla que no ha sido eliminada .
Existe, pues, un parecido entre la buena noticia que anuncian los miembros del Consejo divino en Is 40,1-11 y la que anuncia el precursor de Jesús: porque la vida, la luz, ha triunfado definitivamente, es momento de alegría, de gozo, de esperanza; porque Dios camina y peregrina en dirección a Jerusalén, donde va a reinar a su pueblo, y porque el Logos ha iluminado definitivamente a los hombres, no hay sitio para la desilusión, para el desánimo, para la desesperanza.
Por otra parte, Juan da testimonio de Jesús en estos términos: el que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo (Jn 1,15).
El Logos, la Palabra, Dios comunicándose desde el principio, ha venido al mundo, se ha hecho carne, se ha hecho debilidad. Dios se manifiesta en un hombre, Jesús, que ha venido a nosotros para vivir y caminar en la historia como y con nosotros. Tomando figura humana, la Palabra hace partícipes a los hombres de su propio ser y les revela lo que están llamados a ser en el proyecto de Dios. Es precisamente sobre este Logos encarnado sobre el que testimonia Juan el Bautista, afirmando que es más que él, que está por encima de él, que tiene un rasgo distinto y superior al del testigo Juan. Por eso, éste va a decir que no es digno de desatar la correa de las sandalias de Jesús (Jn 1,27) .
En resumen, dos son los primeros aspectos que caracterizan a Juan el Bautista, el mártir, el testigo de Jesús. A pesar de que no dice de sí en Jn 1,1-18 que es voz, y teniendo en cuenta el desarrollo que se hace en el apartado siguiente, lo consideramos como una voz que viene de y escucha a Dios, voz que transmite una buena noticia (la luz brilla para siempre). Es también voz de la Palabra, y, por tanto, es menos que ésta; a ella sirve y para ella vive.

2. Juan el Bautista, primer eslabón de la economía nueva
A partir de Jn 1,19, el prólogo del evangelio de Juan destaca igualmente otros aspectos del testimonio de Juan el Bautista, que no tienen tantas resonancias veterotestamentarias como los anteriormente descritos. Ellos hacen posible que se pueda hablar de Juan con las características que titulan este apartado: Juan, el mártir de la nueva economía.
El punto de partida es la referencia que encuadra Jn 1,19-34: el verbo testimoniar enmarca los versículos anteriores, en los que el evangelista va a presentar a Juan como el mártir que testimonia a Jesús, después de haber recorrido un camino. Según él, el martirio de Juan es un itinerario personal de acogida y de reconocimiento del Mesías, del Cordero de Dios, cuya meta es la afirmación de Jn 1,34: he visto y doy testimonio que Jesús es el Hijo de Dios.
En Jn 1,19 los judíos de Jerusalén se acercan y abordan a Juan el Bautista para preguntarle por su identidad. A ellos y a otros destinatarios (Israel, sus propios discípulos: Jn 1,29ss) va a dar testimonio por medio de una serie de respuestas y afirmaciones.
La primera respuesta que ofrece el precursor de Jesús es: no soy el Mesías. Se trata de una afirmación que tiene su importancia, pues, al desviar la cuestión sobre la identidad del Mesías, está orientando hacia el que viene, al que él espera, el que está en medio de todos ellos (Jn 1,26) . Él es el Mesías, es decir, el salvador, el que trae la liberación a través de su muerte y su resurrección. La primera característica del testimonio de Juan en Jn 1,19-34 es, pues, la capacidad de señalar en dirección al salvador, que se revela como tal en su muerte y resurrección.
El precursor de Jesús se presenta posteriormente como la voz del que grita en el desierto una palabra de salvación. En el primer apartado señalábamos que a Juan se le puede considerar como una voz que testimonia el triunfo de la luz en medio de la tiniebla. En Jn 1,23 Juan dice de sí que es una voz, la del que viene detrás de él anunciando la inminencia de la salvación definitiva. La relación que éste tiene con Jesús, el que es más que él, porque existía antes que él, aparece de nuevo destacada en este versículo de dos maneras. En primer lugar, en el contraste entre la voz y la Palabra: Juan es la voz, Jesús es la Palabra que anuncia la venida de un tiempo definitivo de consuelo, perdón, vida y liberación. En segundo lugar, mediante un dato textual de interés: Juan no dice de sí mismo yo soy la voz, sino que dice yo, voz. Salvo dos excepciones (Jn 9,9; 18,35), la fórmula yo soy está reservada en el evangelio de Juan a Jesús. Recordando lo señalado en relación con la primera respuesta que ofrece sobre su identidad, Juan el Bautista apunta de nuevo y señala en dirección a Jesús, a la Palabra, auténtico y verdadero salvador.
Los versículos siguientes, Jn 1,24-33, ofrecen una tercera característica del testimonio de Juan el Bautista en Jn 1,19-34. Éste afirma que Jesús, la Palabra, ya está presente en el mundo, en la vida que él y los que le interrogan están viviendo. Aunque ni éstos ni el propio Juan lo conocen (Jn 1,31), la Palabra encarnada está entre ellos de manera oculta.
Ahora bien, los citados versículos ofrecen algunas referencias de interés para comprender mejor la citada caracterización.
Jn 1,29 declara que Juan el Bautista vio a Jesús venir hacia él. A diferencia de lo que sucede en los evangelios sinópticos (por ejemplo, Mt 3,13-15: entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se dirigió a Juan para que lo bautizara), no se trata de una venida con una finalidad concreta: bautizarse. El evangelio de Juan presenta a Jesús en su primera aparición pública como el que viene a Juan. La afirmación de Jn 1,29 subraya el movimiento de salida de Jesús: éste sale de sí mismo y viene a Juan, quien lo puede acoger y recibir. Se trata de un aspecto de Jesús que caracteriza también al Logos, que es ante todo, según Jn 1,1-2, don de sí, diálogo, salida de sí.
Quien sale de sí, quien va a Juan es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es decir, aquel por el que Dios interviene ofreciendo a los hombres la reconciliación con él, aquel por medio del cual Dios salva al mundo. Juan el Bautista va a insistir en afirmar que él no conocía al cordero de Dios (Jn 1,31.33); y este último versículo va a señalar que para llegar a verlo y a conocerlo como tal es necesaria la revelación de Dios .
De manera que esta tercera característica presenta unos elementos distintos de los anteriores. Se trata de una visión de Juan el Bautista, que sucede después de que Jesús ha salido y venido hacia él. Una visión de Jesús como el cordero salvador de Dios, que se puede dar sólo si Dios hace posible que dicha revelación suceda.
Revelación (salida de sí) – aceptación de la revelación – visión. Parece que para llegar a ver hay que recorrer un camino, un itinerario personal; Juan el Bautista lo recorre, tal y como lo señala el desarrollo de Jn 1,19-34.
Un camino que llega a su meta en Jn 1,34, donde se afirma que el precursor de Jesús ha visto a Jesús y da testimonio de que él es el Hijo de Dios. Es interesante observar la insistencia del evangelista en la acción realizada por Juan el Bautista: dos veces se señala que ha visto (Jn 1,32.34). Un ver que, en este último versículo, aparece estrechamente unido con el testimoniar. Se puede señalar, pues, la equivalencia entre ver y testimoniar: hablar de Jesús como el Hijo de Dios es haber visto a Jesús como el Hijo de Dios. De modo que testimoniar no es ante todo hablar, sino más bien hablar después de haber visto, después de haber recorrido un itinerario personal que conduce al ver. Juan el Bautista habla de Jesús, porque lo ha visto; es testigo de Jesús, es su mártir, porque ha andado un camino, abriéndose a la venida y revelación de Jesús, a quien ha acogido y a quien puede decir que ha visto.
El camino recorrido por Juan, el testigo, discurre por el mismo sendero por el que lo hace la intuición que tuvo Ignacio de Loyola: la importancia que tiene en el ser humano el filtro de los sentidos. Según el fundador de la Compañía de Jesús, llegamos a la realidad y ésta llega a nosotros a través de la vista, el oído, el tacto, el olor y el gusto. Ignacio percibe que “sólo cuando los sentidos del ser humano miren, oigan, toquen, huelan y se dejen afectar como los de Jesús, saldrá de su corazón una reacción semejante a la suya... Ignacio piensa que la mayor parte de las decisiones del hombre se juegan en el ámbito de la sensibilidad, no en el del corazón; de ahí que la conversión del hombre al Señor incluye una creciente con-naturalidad de su sensibilidad con la del Señor” .
Uno de los ejercicios espirituales que más ayuda a lograr la conversión de la sensibilidad del ser humano a la del Señor es el de la contemplación de los misterios de la vida de Cristo: vida, muerte y resurrección.
Contemplar es confesar que Dios no es un objeto, sino un sujeto radicalmente libre, que se deja mirar y conocer. La contemplación pone juntas al hombre y al misterio, para que haya interacción y asimilación de la una por la otra. Es un encuentro entre Dios y el hombre, en cuyo espacio se penetra no por las potencias de la psiqué humana (memoria, entendimiento, voluntad), sino a través de la actividad de los sentidos. La contemplación busca que la imagen contemplada de la vida, muerte o resurrección de Jesús se deslice de nuestros sentidos a nuestro corazón; ella contagia y hace que el que contempla quede configurado por lo que ha visto, oído, mirado, gustado de la vida de Jesús. En definitiva, es un verdadero diálogo y encuentro interpersonal por el que el ser humano recibe el conocimiento interno de Jesús.
Por ser un encuentro auténticamente humano, la contemplación tiene su proceso, tiene sus momentos. Son básicamente cuatro: revelación (a través de la escena que se va a contemplar, Dios, el Misterio, se revela), trasvase (quien se abre al Misterio revelado siente que algo de él se le transfiere), conversión (atracción hacia el Dios que se revela), cambio (de modo de situarse en el mundo, de relacionarse con los demás, consigo mismo, con Dios) .
Jn 1,19-34 presenta el itinerario recorrido por Juan el Bautista, que culmina con el descubrimiento de Jn 1,34: he visto y doy testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios. A Juan el Bautista el Misterio se le ha ido revelando progresivamente: Jesús, el cordero de Dios, viene a Juan. A la revelación le siguen el trasvase y la conversión: el precursor es atraído por el cordero de Dios. Finalmente, se produce el cambio en Juan el Bautista: porque ha visto, porque ha contemplado, testimonia que Jesús es el Hijo de Dios.
Importante es entonces resaltar un aspecto que caracteriza el camino andado por el precursor de Jesús: el cambio que se ha producido en él. En concreto, el cambio operado en el modo de relacionarse con el Misterio. Su expresión principal es el testimonio de Jesús como Hijo de Dios.
El título anterior condensa alguno de los elementos más característicos del evangelio de Juan, en donde Jesús es fundamentalmente el Hijo, al que el Padre ha entregado todo . Hijo de Dios trata de describir quién es Jesús, su ser; éste es puro ser de Dios y puro ser para los hombres, es procedencia de Dios y donación para los hombres. El título revela cómo es la existencia de Jesús: no tiene nada que venga de sí (todo procede del Padre) y lo tiene todo para el hombre . En el título se manifiesta entonces que Jesús encarna aquello que, en terminología ignaciana, se puede formular así: me recibo de Dios y soy para Dios y los que son de Dios.
Pues bien, lo que nos interesa destacar es que lo que testimonia Juan el Bautista es lo más nuclear de Jesús, su ser. Juan ha llegado a conocer el ser íntimo de Jesús después de haber recorrido un camino de contemplación. De manera que su martirio, su testimonio, está fundado en un ejercicio personal: el de los momentos o tiempos de la contemplación. A Juan se le ha revelado el Misterio, le ha atraído, lo ha conocido, se ha convertido a él y ha cambiado su relación con él: lo ve y lo testimonia. Lo destacable de su testimonio es tanto lo que dice como que lo que dice es fruto de lo que ha visto y contemplado. Dicho de otro modo: Juan el Bautista ha visto y conocido el ser del Hijo de Dios en toda su plenitud; ese conocimiento y esa visión plena es la que transmite y testimonia. En terminología ignaciana, se puede decir, pues, que ser mártir es ser sobre todo contemplativo.

3. Bendecir y reunir: el mártir Juan el Bautista
Señalar en dirección al Salvador, anunciar la liberación, ver al Hijo de Dios. Éstas son tres de las características del mártir Juan el Bautista, presentes en Jn 1,1-34. Faltan por señalar otras dos que aparecen igualmente en dicho texto; ellas son la conclusión a este trabajo sobre la voz que ve al Hijo de Dios.
Los tres evangelios sinópticos presentan el relato del bautismo de Jesús, y señalan al final que, nada más ser bautizado Jesús, se oyó una voz del cielo que decía: éste es mi hijo amado, en quien me complazco. El evangelio de Juan ha modificado dicho final y ha puesto en boca de Juan el Bautista las palabras que Mateo, Marcos y Lucas ponen en boca de Dios Padre. En el momento de ser bautizado, Dios Padre bendice a Jesús, es decir, dice de su hijo lo más bonito que de él puede decir: que es su hijo amado, es decir, que Jesús tiene una especial relación con él, que le obedece y que confía en él. Este testimonio de Dios Padre, esta voz del cielo, aparece en el evangelio de Juan como la voz del testigo Juan el Bautista. Es él el que ahora dice de Jesús lo más bonito que de él se puede decir; es él quien habla de Jesús como habla precisamente Dios Padre; es él quien bendice a Jesús.
La modificación señalada precedentemente no es la única que introduce el evangelio de Juan en relación con los sinópticos. Éstos presentan a Juan el Bautista como un predicador brillante, como un hombre que bautiza y atrae a mucha gente, como un héroe que denuncia y muere mártir. El cuarto evangelio lo presenta únicamente como una voz que anuncia la llegada de la Palabra. Es simplemente una voz que se encuentra al servicio de la Palabra que salva. Vox es el vocablo latino del que deriva voz. Vox procede del verbo voco, que significa, entre otras cosas, convocar, reunir. Juan es una voz que convoca y reúne en torno a sí a un grupo de discípulos. Y lo hace para indicarles dónde está el cordero de Dios que salva. Así aparece señalado por Jn 1,35-48, pasaje que sigue al testimonio del Bautista de que Jesús es el Hijo de Dios.
Una voz que ve; una voz que, por estar remitida a Jesús, convoca y reúne a otros en torno a sí, para remitirlos precisamente a la verdadera Palabra salvífica: Jesús, el cordero de Dios, el que ha puesto su tienda entre nosotros.
En tiempos como los nuestros, en que tan necesitados estamos de unión y reconciliación, en tiempos como los nuestros, en que tantos queremos ser auténticos testigos del crucificado, Juan el Bautista puede ser un buen modelo de lo que es ser mártir: voz vinculada a la Palabra encarnada, que anuncia una buena noticia de salvación; voz que ha recorrido un camino personal de contemplación y que bendice a Jesús, pues dice de él lo que dice Dios Padre; voz que reúne en torno a sí a futuros contemplativos, no para que le alaben o le sigan, sino para indicarles a quién tienen que mirar y seguir, para que de ese modo ellos puedan también testimoniar que Jesús es el Hijo de Dios.
FUENTE : www.pastoralsj.org/
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domingo, 25 de noviembre de 2007

¿ ES CRISTO, REY Y SEÑOR DE MI VIDA ? - P. RANIERO CANTALAMESSA, PREDICADOR DEL PAPA.

Predicador del Papa: ¿Es Cristo Rey y Señor de mi vida?

Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo
ROMA, viernes, 23 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la liturgia del próximo domingo, XXXIV del tiempo ordinario.
XXXIV Domingo del tiempo ordinario [C]
2 Samuel 5, 1-3; Colosenses 1,12-20; Lucas 23, 35-43
Jesucristo Rey del universo y de los corazones
La solemnidad de Cristo Rey, en cuanto a su institución, es bastante reciente. La estableció el Papa Pío XI en 1925 en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia. El clima del que nació la solemnidad es, por ejemplo, el de la revolución mexicana, cuando muchos cristianos afrontaron la muerte gritando hasta el último aliento: «Viva Cristo Rey». Pero si la institución de la fiesta es reciente, no así su contenido y su idea central, que es en cambio antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un puesto central en la predicación de los apóstoles.
El pasaje evangélico es el de la muerte de Cristo, porque es en ese momento cuando Cristo empieza a reinar en el mundo. La cruz es el trono de este rey. «Había encima de él una inscripción: "Este es el Rey de los judíos"». Aquello que en las intenciones de los enemigos debía ser la justificación de su condena, era, a los ojos del Padre celestial, la proclamación de su soberanía universal.
Para descubrir cómo nos toca de cerca esta fiesta, basta con recordar una distinción sencillísima. Existen dos universos, dos mundos o cosmos: el macrocosmos, que es el universo grande y exterior a nosotros, y el microcosmos, o pequeño universo, que es cada hombre. La liturgia misma, en la reforma que siguió al Concilio Vaticano II, sintió la necesidad de trasladar el acento de la fiesta, haciendo énfasis en su aspecto humano y espiritual, más que en el –por así decirlo— político. La oración de la solemnidad ya no pide, como hacía en el pasado, que «se conceda a todas las familias de los pueblos someterse a la dulce autoridad de Cristo», sino que «toda criatura, libre de la esclavitud del pecado, le sirva y alabe sin fin».
En el momento de la muerte de Cristo, se lee en el pasaje evangélico --recordémoslo--, pendía sobre su cabeza la inscripción «Jesús es el Rey de los judíos»; los presentes le desafiaban a mostrar abiertamente su realeza y muchos, también entre los amigos; se esperaban una demostración espectacular de su realeza. Pero Él eligió mostrar su realeza preocupándose de un solo hombre, y encima malhechor: «Jesús, acuérdate de mi cuando estés en tu reino. Le respondió: "En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso"».
En esta perspectiva, el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Según san Pablo, existen dos modos posibles de vivir: o para uno mismo o para el Señor (Rm 14, 7-9). Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino.
Se trata verdaderamente de una nueva existencia, frente a al cual la muerte ha perdido su carácter irreparable. La contradicción máxima que el hombre experimenta desde siempre –aquella entre la vida y la muerte-- ha sido superada. La contradicción más radical ya no es aquella entre «vivir» y «morir», sino entre vivir «para uno mismo» y vivir «para el Señor».
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
FUENTE : www.zenit.org
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sábado, 24 de noviembre de 2007

DESPUÉS...

DESPUÉS...

Después, cuando menos lo esperas
aparece más fresca la vida.
Y cuanto más alto miras,
cuanto más te sorprendes
más pequeños, más de rodillas
eres ante Dios.
Después, cuando menos lo esperas
el tiempo ha marcado su ritmo,
y un sendero por dentro
ha tejido otra entraña más viva.
Entonces apareces más hermano,
más hijo, más... de rodillas.
Es casi sin querer, al compás del deseo,
de la ilusión, como el hombre
va haciéndose criatura,
más a la imagen
del corazón del amor.
Y después, cuando menos lo esperas
no puedes menos que querer de rodillas.
( Isidro Cuervo ).
FUENTE : www.pastoralsj.org/
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PARA SONREIR...CON MAFALDA ( IX ).

PARA SONREIR...CON MAFALDA ( IX ).

FUENTE : www.sobremafalda.com/
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¿ DÓNDE ESTÁS ?.

¿Dónde estás?.

Te grité aquella mañana temblando
de dolor, desesperado,
y mi tristeza se elevó hecha grito
en la tranquila paz de tu Sagrario.
¿Dónde estás?
Volví a gritar con voz más fuerte
quebradas las barreras de mi llanto.
¡No puedo soportar este silencio!
¿Dónde estás, mi Señor?
¡Te estoy buscando!
"¡ AQUÍ ESTOY !"
gritaste en mi conciencia.
Y un mendigo cubierto con harapos
me vino a visitar en mis recuerdos
cargando su silencio resignado.
En su mano tendida había tristeza,
en su mirada mucho de cansancio,
caminando las calles de la vida
¡Cuántas veces sin verlo lo he cruzado!
"¡ AQUÍ ESTOY !"
repetiste con voz firme.
Y recordé aquel niño abandonado
que acurrucado en el banco de una plaza
encontré esta mañana tiritando.
Aunque era niño descubrí en sus ojos
la dolida mirada de un anciano
cansado ya de haber visto todo
aunque había vivido pocos años.
"¡ AQUÍ ESTOY !"
Y recordé de pronto
el andar vacilante del borracho
que con paso inseguro por las calles
andaba su bochorno y su cansancio.
"¡ AQUÍ ESTOY !"
Y vino a mi memoria
la mirada perdida del muchacho
que buscaba en el mundo de las drogas
las sensaciones que aún no había encontrado.
"¡ AQUÍ !"
dijiste, y yo cerré mis ojos
recordando los ojos de cansancio
de aquella prostituta que en las noches
traficaba su cuerpo manoseado.
"¡ AQUÍ !"
agregaste, y recordé al hambriento
revolviendo los tachos del mercado
buscando mitigar su hambre de siglos
en los restos que otros hombres despreciaron.
"¡ AQUÍ !"
gritaste, y vino a mi memoria
la cama del enfermo abandonado,
el jadeante respirar del perseguido,
el llanto sordo del desheredado.
La vergüenza de los hijos naturales
el estéril clamor del condenado
que fueron de los vientres arrancados.
"¿DÓNDE ESTOY,
has venido a preguntarme?"
"¡ AQUÍ ESTOY !"
en el dolor de tus hermanos.
¡Deja de contentarte reviviendo
en los artísticos cuadros mi calvario!
Yo cargo con dolor todos los días
la dura cruz de los desheredados,
continúo sufriendo en los que sufren
y en su sangre me sigo desangrando...
¡Quita mi imagen de la cruz que llevas,
de las imágenes sin vida estoy cansado!
¡Cansado estoy del arte de los hombres
que al mundo siempre me ha mostrado!
Yo acepté libremente mi designio
y a la cruz fui a morir enamorado.
¡Pero he resucitado al tercer día
y entre mi gente sigo caminando!
¡Yo no soy un pedazo de madera
ni una estatua de yeso coloreado!
Yo vivo en el dolor y el sufrimiento
de aquellos que los hombres marginaron!
andando los caminos de esta vida
revivo día a día mi calvario.
¡Mil veces me torturan y me matan
en el diario sufrir de tus hermanos!
También estoy aquí, dentro del templo
en donde esta mañana me has buscado,
pero es hora que aprendas a encontrarme
en los que viven su Via Crucis, a tu lado.
Cuando me hayas encontrado en cada uno,
y en ellos viéndome, me hayas amado...
puedes buscarme aquí, ten bien seguro,
que en el Sagrario te estaré siempre ESPERANDO.
( Autor desconocido ).
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EMPATIZAR Y CONSOLAR.

EMPATIZAR Y CONSOLAR.

A menudo es preferible hablar menos y comprender más. Un hombre que acababa de perder a su hijo, comentó lo siguiente:
“Alguien se puso a mi lado, y me habló todo el tiempo queriendo consolarme. Pero lo único que logró fue cansarme. Después, otro conocido se sentó junto a mí, y no me dijo nada. Sólo permaneció a mi lado, y me escuchaba con interés cuando yo hablaba. Después, me abrazó con afecto y me expresó sus buenos deseos en forma de oración. Este amigo sí me trajo consuelo”
En la hora del dolor, vale más la actitud comprensiva del amigo que la palabra del mejor consejero.
( AUTOR DESCONOCIDO ).
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OBLACIÓN - P. PEDRO ARRUPE SJ

Oblación - P. PEDRO ARRUPE SJ.
¡Señor, aquí nos tienes postrados a tus pies,
en el mismo lugar en que Javier, con el corazón despedazado
pero lleno de confianza, también se postrara!
¡Señor: queremos que desde hoy esta incipiente Misión
sea de un modo especial la Misión de tu Corazón!
Por eso hoy, desde lo más íntimo de nuestra alma,
te la entregamos por completo.
¡Oh Rey eterno y Señor universal!
Tú que “escoges a los débiles de este mundo para confundir a los fuertes”,
aquí tienes a los más débiles de los misioneros
tratando de conquistar para Ti esta región,
cuyas dificultades hicieron encanecer al mismo Javier.
Convencidos de la inutilidad de todos los medios humanos
y sintiendo la escasa eficacia de todos los medios humanos
en este país que Tú quieres encomendarnos,
no encontramos más recursos que Tus promesas.
Confiamos, Señor, ciegamente en tu palabra: “A los que propaguen
la devoción a mi Corazón, daré eficacia extraordinaria a sus trabajos”.
Puesto que necesitamos esa fuerza extraordinaria,
te prometemos hoy ser verdaderos apóstoles de tu Corazón,
llevando una vida perfecta de amor y reparación.
Concédenos, Señor, la gracia de que, despareciendo nosotros por completo,
esta Misión sea pronto el argumento fehaciente de la realidad
y eficacia de tus promesas.
Nosotros, en cambio, ante la Divina Majestad,
por medio de la Inmaculada Virgen María, del San Patriarca San José,
de N.P.S.Ignacio, del primer misionero de Yamaguchi San Francisco Javier,
de todos los Santos Apóstoles y Mártires del Japón,
te prometemos con tu favor y ayuda
consumir todas nuestras energías y nuestras vidas por este único ideal:
que todas las almas que Tú nos has encomendado y todo el mundo
conozcan las riquezas insondables de tu Corazón y se abrasen en tu amor.
(Consagración de la Parroquia de Yamaguchi al Corazón de Cristo – 1940)
FUENTE : www.cpalsj.org/publique/cgi/
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viernes, 23 de noviembre de 2007

CRISTO REY - LECTIO DIVINA FIESTA - CICLO C.

CRISTO REY - LECTIO DIVINA FIESTA - CICLO C.
Jesús es el rey de los Judíos
Rey diferente de los reyes de la tierra
Lucas 23,35-43

Oración inicial
Shadai, Dios de la montaña,
que haces de nuestra frágil vida
la roca de tu morada,
conduce nuestra mente
a golpear la roca del desierto,
para que brote el agua para nuestra sed.
La pobreza de nuestro sentir
nos cubra como un manto en la oscuridad de la noche
y abra el corazón para acoger el eco del Silencio
para que el alba
envolviéndonos en la nueva luz matutina
nos lleve
con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro,
el sabor de la santa memoria.

1. LECTIO
a) El texto:
35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.» 36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!» 38 Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos.»
39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: « ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» 40 Pero el otro le increpó: « ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.» 42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» 43 Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

b) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros.

2) MEDITATIO
a) Preguntas:
- El pueblo observaba. ¿Por qué no tomas nunca una postura ante los acontecimientos? Todo lo que has vivido, escuchado, visto… no puedes echarlo a perder porque algo se interpone por el camino y parece oscurecerlo todo. ¡Muovete!
- «Si eres el rey de los Judíos sálvate a ti mismo». ¡Cuántos chantajes con Dios en la oración! Si eres Dios, ¿por qué no intervienes? Hay tantos inocentes que sufren… si me quieres, hazme lo que te digo e yo creo… ¿Cuándo dejarás de tratar con el Señor como si tú supieras más que El lo que es bueno y lo que no lo es?
- Jesús, acuérdate de mí. ¿Cuándo verás en Cristo, el único HOY que te da vida?

b) Llave de Lectura:
Solemnidad de Cristo, Rey del universo. Uno se esperaría un pasaje del Evangelio de entre los más luminosos, y sin embargo nos encontramos ante un pasaje de entre los menos claros. … El estupor de lo no esperado, es la sensación más apta para entrar en el corazón de la fiesta de hoy, el estupor de aquel que sabe que no puede entender las infinidades del misterio del Hijo de Dios.
v. 35. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido. Alrededor de la cruz se agrupan todos aquellos que han encontrado a Jesús en los tres años de su vida pública. Y aquí, frente a una Palabra clavada sobre el madero, se desvelan los secretos de los corazones. El pueblo que había escuchado y seguido al rabino de Galilea, que había visto los milagros y los prodigios, estaba allí sentado mirando: la perplejidad en las caras, mil preguntas en el corazón, la decepción y la percepción de que todo acaba allí. Los jefes hacen muecas y mientras dicen la verdad sobre la persona de Jesús: el Cristo de Dios, su elegido. Ignoran la lógica de Dios aún siendo fieles observadores de la ley hebraica. Esta invitación que encierra tanto desprecio: Que se salve a si mismo… narra el final recóndito de todas sus acciones: la salvación se conquista de por sí, observando los mandamientos de Dios.

vv. 36-37. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!»Los soldados que no tienen nada que perder en el campo religioso infieren sobre él. ¿Qué tienen en común con aquel hombre? ¿Qué han recibido de él? Nada. La posibilidad de ejercer, aunque sea por poco tiempo, el poder sobre alguien que no es posible dejar caer. El poder de la detención se enlaza con la maldad y se arrogan el derecho de la reírse de él. El otro, indefenso, se convierte en objeto de su propio goce.

v. 38. Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos.» Realmente una burla la pequeña tabla de su culpa: Jesús es el culpable de ser el rey de los judíos. Una culpa que en realidad no lo es. A pesar de que los jefes hayan tratado de aplastar la regalidad de Cristo como han podio, la verdad se inscribe sola: Este es el rey de los Judíos. Este, y no otro. Una regalidad que atraviesa los siglos y que pide a las miradas de los transeúntes que se detengan con el pensamiento sobre la novedad del evangelio. El hombre necesita de alguien que lo gobierne, y este alguien no puede ser que un hombre colgado de una cruz por amor, capaz de permanecer sobre el madero de la condena para dejarse encontrar vivo en la aurora del octavo día. Un rey sin cetro, un rey capaz de ser considerado por todos como un malhechor con tal de no renegar su amor por el hombre.

v. 39. Uno de los malhechores colgados le insultaba: « ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» En la cruz se puede estar por motivos diferente, como también por motivos distintos uno puede estar con Cristo. La proximidad con la cruz divide o acerca. Uno de los dos vecinos de Cristo, le insulta, le provoca, se ríe de él. A la salvación se la invoca como huida de la cruz. Una salvación estéril, sin vida, ya muerta en sí. Jesús está clavado en la cruz, este malhechor está colgado. Jesús es todo uno con el madero, porque la cruz es para él el rollo del libro que se abre para narrar los prodigios de la vida divina entregada sin condiciones. El otro está colgado como un fruto marchitado a causa del mal, y pronto a ser tirado.

v. 40. Pero el otro le increpó: « ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? El otro, al estar cerca de Jesús, vuelve a adquirir el santo temor y hace discernimiento. Quien vive al lado de Cristo puede reprochar a quien está a dos pasos de la vida y no la ve, sigue gastándola hasta el final. Todo tiene un límite, y en este caso el límite no lo fija el Cristo que está allí, sino su compañero. Cristo no responde, responde el otro en su lugar, reconociendo sus responsabilidades y ayudando al otro para que lea el momento presente como una oportunidad de salvación.

v. 41. Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.» El mal lleva a la cruz, la serpiente había guiado al fruto prohibido colgado del madero. ¿Pero qué cruz? La cruz de la propia “recompensa” o la cruz del fruto bueno. Cristo es el fruto que cada hombre o mujer puede coger del árbol de la vida que está en medio del jardín del mundo, el justo que no cometió algún mal, y que sólo supo amar re usque ad finem.

v. 42. Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino Una vida que llega a su plenitud y se encierra en una invocación increíblemente densa de significado. Un hombre, pecador, conciente de su pecado y de la justa condena, acoge el misterio de la cruz. A los pies de aquel trono de gloria pide ser recordado en el reino de Cristo. Ve a un inocente crucificado y reconoce y ve más allá de lo que aparece, la vida del reino eterno. ¡Qué reconocimiento! Los ojos de quien ha sabido en un instante captar la Vida que iba pasando y que transmitía un mensaje de salvación, aunque de forma sobrecogedora. Aquel reo de muerte, objeto de insultos y de escarnios por los que habían tenido la posibilidad de conocerle más de cerca y más largamente, acoge a su primer súbdito, su primera conquista. Maldito aquel que cuelga del madero, dice la Escritura. El maldito inocente se convierte en bendición para quien merece la condenación. Un tribunal político y terrenal como el de Pilatos, un tribunal divino como el de la cruz, donde el condenado se salva gracias al Cordero inocente que se consume de amor.

v. 43. Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.» Hoy. La palabra única y desbordante de la vida nueva del evangelio. Hoy. La salvación se cumple, no hay que esperar a otro Mesías que salve al pueblo de sus pecados. Hoy. La salvación está aquí, en la cruz. Cristo no entra solo en su reino, lleva consigo al primero de los salvados. Misma humanidad, mismo juicio, misma suerte, misma victoria. No es celoso Jesús de sus prerrogativas filiales, inmediatamente ha quitado de la lejanía de Dios y de la muerte a cuantos estaban a punto de sucumbir. Reino estupendo aquel que se inaugura sobre el Gólgota…. Alguien ha dicho que el buen ladrón ha hecho el último robo de su vida, ha robado la salvación… ¡Y sea! ¡Para sonreír de quienes trafican las cosas de Dios! Cuanta verdad, por el contrario, contemplando el don que Cristo hace a su compañero de cruz. ¡Ningún robo! ¡Todo es don: la presencia de Dios no se regatea! Y menos aún el estar siempre con él. Es la fe que abre las portas del reino al buen ladrón. Bueno porque ha sabido dar el justo nombre a lo que había sido su existencia y ha visto en Cristo al Salvador. ¿El otro era malo? Ni más ni menos que el otro, quizás, pero se quedó más acá de la fe: buscaba al Dios fuerte y potente, al Señor potente en la batalla, a un Dios que pone las cosas en su sitio y no ha sabido reconocerle en los ojos de Cristo, se ha quedado en su impotencia.

c) Reflexión:
Cristo muere en la cruz. No está solo. Está rodeado de gente, de las personas más extrañas, personas hostiles que vierten sobre él sus responsabilidades de incomprensión, personas indiferentes que no se implican de no ser por interés personal, personas que no entienden todavía, pero que quizás están mejor dispuestas a dejarse interrogar ya que no tienen nada más que perder, como uno de los dos malhechores. Si la muerte es una caída en la nada, entonces el tiempo humano se colorea de esperanza, y el espacio de la finitud se abre camino al mañana, a la aurora nueva de la Resurrección: Yo soy el camino, la verdad y la vida … ¡Qué verdad está encerrada este día en estas solemnes palabras de Jesús! Son palabras que iluminan la oscuridad de la muerte. El camino no se detiene, la verdad no se apaga, la vida no muere. En ese Yo soy está encerrada la regalidad de Cristo. Se camina hacia una meta, y el alcanzarla no puede ser perderla… Yo soy el camino… Se vive de la verdad, y la verdad no es un objeto, sino algo que existe: “La verdad es el esplendor de la realidad – dice Simone Weil – y desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad para amarla”. Yo soy la verdad… Nadie quiere morir, uno se siente alejado con la fuerza de algo que nos pertenece: la vida, y entonces, si la muerte no es para nosotros, no puede agarrarnos para sí… Yo soy la vida … Jesús lo ha dicho: “Quien quiere salvar su vida, la pierde, pero aquel que pierde su vida por mi causa, la encontrará”. Hay contradicciones en los términos, o ¿más bien secretos ocultos que hay que desvelar? ¿Quitamos el velo a lo que vemos para gozar de lo que no vemos? Cristo en la cruz es objeto de la atención de todos. Muchos lo piensan, o hasta están a su lado. Pero no basta. La cercanía que salva no es la de quienes están allí para reírse o insultar, la cercanía que salva es la de aquel que pide humildemente ser recordado no en el tiempo fugaz, sino en el reino eterno.

3. ORATIO
Salmo 145
Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre;
todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites.
Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus hechos portentosos.
El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas recitaré.
Del poder de tus portentos se hablará,
y yo tus grandezas contaré;
se recordará tu inmensa bondad,
se aclamará tu justicia.
Es Yahvé clemente y compasivo,
tardo a la cólera y grande en amor;
bueno es Yahvé para con todos,
tierno con todas sus criaturas.
Alábente, Yahvé, tus criaturas,
bendígante tus fieles;
cuenten la gloria de tu reinado,
narren tus proezas,
explicando tus proezas a los hombres,
el esplendor y la gloria de tu reinado.
Tu reinado es un reinado por los siglos,
tu gobierno, de edad en edad.
Fiel es Yahvé en todo lo que dice,
amoroso en todo lo que hace.
Yahvé sostiene a los que caen,
endereza a todos los encorvados.
Los ojos de todos te miran esperando;
tú les das a su tiempo el alimento.
Tú abres la mano y sacias
de bienes a todo viviente.
Yahvé es justo cuando actúa,
amoroso en todas sus obras.
Cerca está Yahvé de los que lo invocan,
de todos los que lo invocan con sinceridad.
Cumple los deseos de sus leales,
escucha su clamor y los libera.
Yahvé guarda a cuantos le aman,
y extermina a todos los malvados.
¡Que mi boca alabe a Yahvé,
que bendigan los vivientes su nombre
sacrosanto para siempre jamás!

4. CONTEMPLATIO
Señor, me parece extraño darte el nombre de rey. No es fácil acercarse a un rey… Mientras que hoy veo que estás sentado a mi lado, en el hoyo de mi pecado, aquí donde nunca hubiera pensado encontrarte. Los reyes están en los palacios, lejos de las vicisitudes de la pobre gente. Tú, por el contrario, vives tu señorío vistiendo trapos consumidos por nuestra pobreza. !Qué fiesta para mí verte aquí donde me he ido a esconder para no sentir sobre mí las miradas indiscretas del juicio humano. Al borde de mis fracasos ¿a quién he encontrado de no ser a ti? El único que podría reprocharme mis incoherencias me viene a buscar para sostener mi angustia y mi humillación. !Cuánta ilusión cuando pensamos en tener que ir a ti sólo cuando hemos alcanzado la perfección…! Se me ocurriría pensar que a ti no te gusta lo que soy, pero quizás no es exactamente así: a mi no me gusta como soy, pero a ti te gusto de cualquier manera, porque tu amor e salgo especial que respeta todo de mí y hace de todos mis instantes, un espacio de encuentro y de don. ¡Señor, enséñame a no bajar de la cruz con la pretensión absurda de salvarme a mi mismo! Hazme la gracia de saber esperar, a tu lado, el hoy de tu Reino en mi vida.
FUENTE : www.ocarm.org/esp/
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jueves, 22 de noviembre de 2007

NADIE...

NADIE.

SAN IGNACIO DE LOYOLA EN LA CUEVA DE MANRESA.

Nadie se hace corriente,
sin haber sido agua muchas veces...
Nadie se hace flor,
sin haber sido primero cascarón y semilla...
Nadie cuaja en fruto,
sin haber vivido bajo tierra en buen tiempo...
Nadie llega a la muralla,
sin haber empezado por ladrillo...
Nadie sube una escalera,
sin haber pisado escalón por escalón...
Nadie ama la vida,
sin haberle conocido todos sus matices...
Nadie perdona,
sin haber goteado todo su veneno...
Nadie se conforma,
sin haber sentido la mano de Dios...
Nadie se conoce,
sin desnudar su conciencia...
y descartar su apasionamiento...
Nadie llega a la cima,
sin haber resbalado muchas veces subiendo la montaña...
Nadie concibe un ideal,
sin una mecha dentro...
Nadie cumple su destino,
sin trazar su meta... aferrarse al timón...
y plantarse ante la vida...
Nadie puede conocer la religión,
sin el "botón de oro" de la muerte de Cristo...
Nadie pesca almas,
sin tirar las redes...
Nadie oye a los que pasan,
sin abrir sus ventanas...
Nadie se resignaría a morir,
si la muerte no fuera puerta...
principio... cielo... ¡y Dios!
Nadie es feliz por conseguir lo que quiere,
sino por querer el bien... el amor...
y la dicha de todos.
Nadie podría entender esta vida,
si no miráramos al derecho lo que esta al revés...
y no miráramos por otro lado, los renglones torcidos.
Nadie reparte lo que tiene,
sin amor al hermano... sin sentido de justicia...
y sin generosidad del corazón...
Nadie alcanza la meta con un solo intento,
Ni perfecciona la vida con una sola rectificación.
Ni alcanza altura con un solo vuelo...
Nadie camina la vida,
sin haber pisado en falso muchas veces...
Nadie recoge cosecha,
sin probar muchas clases de semillas...
Nadie mira la vida,
sin acobardarse en muchas ocasiones...
Nadie llega a puerto, sin bracear muchas veces...
Ni siente el amor, sin probar sus lágrimas...
Ni recoge rosas, sin sentir sus espinas...
Ni forma hogar, sin prolongarse en otros...
Ni cultiva amistad, sin renunciar a si mismo...
Ni se hace hombre, sin sentir a Dios...
Nadie sería nada,
sin la "Gracia Divina" detrás de cada sueño...
de cada conquista... de cada éxito... de cada galardón
¡Nadie seria ni lo poco que somos!
( del libro Ramillete de Estrellas ).

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LA ORACIÓN- P. PEDRO ARRUPE SJ.

LA ORACIÓN- P. PEDRO ARRUPE SJ.

¡Por favor, sean valientes! Les diré una cosa. No la olviden. ¡Oren, oren mucho! Estos problemas no se resuelven con esfuerzo humano. Estoy diciéndoles cosas que quiero recalcar, un mensaje, quizás mi canto de cisne para la Compañía. Tenemos tantas reuniones y encuentros pero no oramos bastante.
Un nuevo nacimiento, una vida nueva, vida de hijos de Dios. Este es el milagro del Espíritu…esto presupone una delicada atención a las voces del Espíritu, una interior docilidad a sus sugerencias y por lo mismo, más todavía, una plena disponibilidad que sólo una sincera libertad de todos y de todo hace posible y eficaz. “El viento sopla donde quiere, y oye su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”.
Vivir hoy, en todo momento y en toda misión el ser “contemplativo en la acción”, supone un don y una pedagogía de oración que nos capacite para una renovada “lectura” de la realidad -de toda la realidad- desde el Evangelio y para una constante confrontación de esa realidad con el Evangelio.
Les pido una nueva exigencia: la de buscar, si es necesario, otros modos, ritmos y formas de oración más adecuados a sus circunstancias… y que garanticen plenamente esta experiencia personal de Dios que se reveló en Jesús.
Hoy, más quizá que en un cercano pasado, se nos ha hecho claro que la fe no es algo adquirido de una vez para siempre, sino que puede debilitarse y hasta perderse, y necesita ser renovada, alimentada y fortalecida constantemente. De ahí que vivir nuestra fe y nuestra esperanza a la intemperie “expuestos a la prueba de la increencia y de la injusticia”, requiera de nosotros más que nunca la oración que pide esa fe, que tiene que sernos dada en cada momento. La oración nos da a nosotros nuestra propia medida, destierra seguridades puramente humanas y dogmatismos polarizantes y nos prepara así, en humildad y sencillez, a que nos sea comunicada la revelación que se hace únicamente a los pequeños.
Así, cuando invito a los Jesuitas y a nuestros laicos a profundizar en su vida de fe en Dios, y a alimentar esa vida por medio de la oración y de un compromiso activo, lo hago porque sé que no hay otro modo de producir las obras capaces de transformar nuestra maltrecha humanidad. El Señor habla de “sal de la tierra” y ”luz del mundo” para describir a sus discípulos. Se saborea y se estima la sal, se disfruta de la luz y se la estima. Pero no la sal insípida ni la luz mortecina.
FUENTE : www.cpalsj.org/publique/cgi/
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miércoles, 21 de noviembre de 2007

PARA SONREIR...CON MAFALDA ( VIII ).

PARA SONREIR...CON MAFALDA ( VIII ).

FUENTE : www.sobremafalda.com/
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TU ROSTRO EN CADA ESQUINA.

Tu rostro en cada esquina

Señor, que vea… …que vea tu rostro en cada esquina.
Que vea reír al desheredado, con risa alegre y renacida
Que vea encenderse la ilusión en los ojos apagados de quien un día olvidó soñar y creer.
Que vea los brazos que, ocultos, pero infatigables,construyen milagrosde amor, de paz, de futuro.
Que vea oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma.
Que vea cómo la dignidad recuperada cierra los infiernos del mundoQue en otro vea a mi hermano,en el espejo, un apóstol y en mi interior te vislumbre.Porque no quiero andar ciego,perdido de tu presencia,distraído por la nada…equivocando mis pasoshacia lugares sin ti.
Señor, que vea…… que vea tu rostro en cada esquina.
( José M. R. Olaizola ).
FUENTE : www.pastoralsj.org/
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OCHO BIENAVENTURANZAS PAULINAS

Ocho bienaventuranzas paulinas
Francisco RAMÍREZ FUEYO, SJ

En las cartas de Pablo no encontraremos una versión de las Bienaventuranzas tal como se encuentran en los evangelios de Mateo o de Lucas. De hecho, pocas son las palabras de Jesús transmitidas por los evangelistas que son recordadas de forma explícita por Pablo. Por citar sólo dos de éstas, podríamos recordar las palabras de la Última Cena (1 Cor 11,24-25) o la palabra sobre el divorcio (1 Cor 7,10-11). Es posible que algunas de las tradiciones que se conservan en los
actuales evangelios no fueran conocidas por Pablo, o que las conociera con formas algo diversas. Pero también es cierto que el Apóstol, más que citar palabras de Jesús, en muchos momentos parece hacerse eco de ellas. El evangelio de Jesús ha pasado por su vida, ha resonado en su corazón y ha sido formulado con palabras e imágenes propias para acomodarlo a la vida de sus comunidades. Vamos a intentar espigar en sus cartas algunos de estos ecos que podríamos llamar «Bienaventuranzas paulinas».

Estad alegres...
La primera bienaventuranza paulina se queda aquí. No hay bienaventuranzas sin felicidad, sin alegría.
San Pablo tiene fama de serio. En los iconos se le muestra con semblante adusto y rostro fino, larga barba y poco pelo. Se le reconoce con facilidad por la espada que blande; las llaves de Pedro resultan, al menos como icono, algo más amables. Su biografía como celoso o fanático de la ley y perseguidor de la Iglesia (Gal 1,13-14; Flp 3,6), su teología, con puntos que los menos entendidos tardamos en entender (2 Pe 3,15-16), y algunos pasajes de tono duro en sus cartas (Gal 3,1; 1 Cor 4,21; 5,3-5; 2 Cor 10,6) contribuyen al estereotipo de hombre duro y ascético.
Pablo tuvo que ser, sin embargo, un hombre alegre. Y eso que su vida no fue en absoluto fácil: la profunda ruptura, en su interior y en su círculo familiar y social, que supuso su fe en Cristo (Rm 9,3); las incomprensiones, zancadillas y persecuciones de todo tipo (2 Cor 11,23-27); los problemas de sus comunidades (2 Cor 11,28-29); su mala salud (Gal 4,13; 1 Cor 2,3; 2 Cor 12,7)...
Todo ello no impide que la palabra «alegría» sea una de sus preferidas (sin ser exhaustivos: Rm 15,13; 2 Cor 2,3; 7,4; Gal 5,22; Flp 1,4.25; 4,1; 1 Tes 1,6; 2,19; 3,9; Flm 1,7...), hasta el punto de que para Pablo el Reino de Dios se caracteriza por la «justicia y paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rm 14,17). Las llamadas de Pablo a «estar alegres« (1 Tes 5,16; Flp 4,4) quedan en ocasiones, por desgracia, algo postergadas en el bosque espeso de las teologías paulinas. De ahí que las «bienaventuranzas» paulinas comiencen con un «estad alegres».
Normalmente, el adjetivo «bienaventurados» nos hace mirar al futuro, a la «buena ventura» aún por venir. Pero las «bienaventuranzas» no son sólo una promesa: son una proclamación, un anuncio que brota del corazón de quien las vive o las intuye. ¿Cómo es el corazón de quien proclama las bienaventuranzas?
Las «bienaventuranzas» de Pablo se dirigen a cristianos, y a cristianos que han tenido experiencia del Espíritu, o experiencias del Espíritu. Las «bienaventuranzas» de Pablo no son simple anuncio de algo futuro, sino recuerdo de lo que ya ha sido vivido por estos creyentes, la mayoría convertidos no hace mucho tiempo. El recuerdo se actualiza, se renueva en el presente y se hace confianza para el futuro.
Las bienaventuranzas nacen de la fe y se apoyan en la fe, pero no menos en la experiencia real y concreta de la salvación presente. Son una invitación a recordar y recuperar la alegría, el gozo del momento en que el tesoro fue encontrado (Mt 13,44). ¿Qué nos pasa, cómo es que el tesoro que tenemos muchas veces no va acompañado de la alegría?
Pablo respondería que «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Cor 4,7). Frecuentemente entendemos esto como referido a nuestra fragilidad humana, a la distancia entre los ideales y nuestra realidad. Es cierto que los seres humanos no estamos a la altura de nuestros ideales; pero lo que Pablo quiere decir con esta frase tan conocida es algo distinto: el barro somos nosotros mismos, no por ser frágiles, sino por ser de pobre apariencia. El tesoro que se nos ha confiado, que llevamos en nosotros, no resulta atractivo a primera vista; y, sin embargo, ¡qué maravillas de alegría y felicidad encierra para quienes lo descubren! Porque el tesoro que se nos ha confiado no es aparente; porque su forma exterior es pobre, «de barro», es necesario tomarlo de vez en cuando, como los judíos la Torah, en nuestras manos, y bailar y cantar con él. Acostumbrarnos a amar el barro, descubrir la belleza oculta tras la pobre apariencia que tiene la vida según el evangelio. Quizá no vengan del todo mal aquí los versos de Silvio Rodríguez:
«...debes amar la arcilla que va en tus manos,
debes amar su arena hasta la locura,
y si no, no la emprendas, que será en vano,
sólo el amor alumbra lo que perdura,
sólo el amor convierte en milagro el barro».

Estad alegres, los que visitáis,
porque seréis visitados
Más allá de los estereotipos que de él podamos tener, el Pablo histórico tenía, sin duda, una personalidad enormemente atractiva. De ello dan buena cuenta sus viajes y sus éxitos misioneros; el gran número de colaboradores, hombres y mujeres, de que se fue rodeando; el amor y el cariño que, como un padre o una madre, volcaba en las comunidades: «No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos» (1 Cor 4,14-15; cf. 2 Cor 6,13); «¡hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal 4,19; cf. Flm 1,10). Estas comunidades le correspondieron frecuentemente con un cariño similar (Gal 4,15).
Un signo de esta preocupación «paternal» por sus comunidades son las visitas que les hacía, bien como un alto en el camino, bien para quedarse un tiempo más largo. Sólo en el caso de Corinto, sabemos al menos de tres visitas (2 Cor 12,14; cf. 1 Cor 16,2.5; 2 Cor 1,15-16.23; etc.). Puede parecer poco, pero en un mundo donde los caminos se recorren a pie o a lomos de animal, con peligrosas travesías en barco, decidirse a visitar a esta o aquella comunidad suponía muchas jornadas de viaje y abundantes riesgos. Quien haya peregrinado a pie a Santiago de Compostela o a otros lugares sabe lo que suponen horas y horas de cansancio para recorrer en un día apenas veinte, treinta o, los más resistentes, cuarenta kilómetros. No se hacía un viaje de este tipo en balde ni por capricho, sino con el firme deseo de encontrarse con otros y de convertir esta visita, como la visita de Dios a Abrahán en Mambré (Gn 18,1-10; Rm 9,9), en una ocasión única de gracia y de amistad (Flp 1,26). Pablo prefiere no ir a Corinto llevando consigo la tristeza (2 Cor 2,1); prefiere prepararse para que el encuentro sea fuente de alegría y oportunidad para el reposo (Rm 15,32; 1 Cor 16,17). No por casualidad el Reino de Dios es alegría y reposo (Rm 14,17; cf. Heb 3,11). No pocas veces sufre Pablo por no poder llevar a cabo la visita deseada o planeada (Rm 1,10.13; 15,22; 1 Cor 4,18-19; Flp 2,24).
Pablo es «apóstol» de Cristo, no sólo porque es enviado por el Señor, sino porque su presencia es representación de Cristo: es Cristo mismo quien se acerca a las comunidades a través de Pablo (Rm 15,29). Y las cartas son «apostólicas» porque son una forma de hacer presente al apóstol ausente (1 Cor 5,3). Las cartas traían consigo la letra, o al menos la firma o el saludo, de quien la enviaba: «mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propio puño» (Gal 6,11-18; cf. Flm 1,19; 1 Cor 16,21).
Podemos decir que muchas de estas comunidades respondieron a Pablo con cariño similar al suyo. En sus cartas vemos que también Pablo se alegra con la visita de sus amigos y discípulos (1 Cor 16,21), quienes en ocasiones le socorren en momentos de mucha angustia. Epafrodito, enviado desde Filipos para asistir y acompañar a Pablo en su cárcel, probablemente en Éfeso, es «apóstol» de la comunidad (Flp 2,25: «apóstol vuestro», dice literalmente el griego): modo de hacer presente en la cárcel el cariño de toda la iglesia de Filipos.
Hoy hemos ganado en facilidad de comunicación. La frialdad del correo electrónico se compensa con la facilidad para hablar y ver a quien está distante. La comunicación es tan frecuente como, las más de las veces, superficial. «Hay más teléfonos móviles que conversaciones», escribía hace tiempo un articulista. Quizá debamos recuperar el arte y el sentido profundo del visitar. En nuestros ritmos de vida algo acelerados, visitamos poco a los demás; y cuando lo hacemos, ¿en nombre de qué o de quién lo hacemos? Como a Apolo (1 Cor 16,12), Pablo nos insiste en la importancia de visitarnos unos a otros.

Estad alegres, los que mantenéis el Espíritu,
porque viviréis de sus frutos
Las bienaventuranzas son un lenguaje del Espíritu; lo cual no significa que sean algo arcano o esotérico, sino que hablan a quien tiene experiencia de Dios e invitan a ella. Se dice con frecuencia, y es verdad, que en las cartas de Pablo es difícil a menudo distinguir cuándo se habla del Espíritu de Dios, es decir, del Espíritu Santo, y cuándo se habla del espíritu del ser humano. Sin poder aquí ir más allá, digamos esto: en muchas ocasiones la palabra «Espíritu» designa el campo de encuentro entre Dios y el ser humano, allí donde el Espíritu Santo se encuentra con el espíritu del hombre o de la mujer.
Hoy es frecuente encontrarse con personas que hablan de un «vacío» en su interior. Hace poco tiempo, dos escritores, Álvaro Mutis y Javier Ruiz Portella, propusieron un «Manifiesto contra la muerte del espíritu». Entre otras cosas, decían: «Lo que nos mueve no es la inquietud ante la muerte de Dios, sino ante la del espíritu: ante la desaparición de ese aliento por el que los hombres se afirman como hombres y no sólo como entidades orgánicas. La inquietud que aquí se expresa es la derivada de ver desvanecerse ese afán gracias al cual los hombres son y no sólo están en el mundo; esa ansia por la que expresan toda su dicha y su angustia, todo su júbilo y su desasosiego, toda su afirmación y su interrogación ante el portento del que ninguna razón podrá nunca dar cuenta: el portento de ser, el milagro de que hombres y cosas sean, existan: estén dotados de sentido y significación».
Pero ¿dónde hallar ese espíritu que es parte de nuestra existencia? ¿Cómo alcanzar esa realidad que imaginamos oculta en las profundidades de nuestro ser? ¿Cómo colmar esa necesidad de sentido y de asombro ante la existencia?
En vano buscaremos en Pablo un viaje al interior de la conciencia humana, un esfuerzo introspectivo hacia esa profundidad del ser humano. Pablo prefiere hablar de lo que brota de un corazón habitado por el Espíritu: «En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,22-23). Paradójicamente, sólo lo que mana «de dentro» y llega a los demás «llena» el corazón del ser humano. Ya lo dice el autor de Hechos: que hay más felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Ejercitarse en la práctica del amor concreto es buen camino para reavivar el Espíritu que nos habita.
Nuestro problema es que, en nuestra actividad, nuestro dar es, casi inevitablemente, búsqueda de nosotros mismos: damos, pero esperamos recibir algo a cambio. Cuando no hay contrapartida, sufrimos, experimentamos frustración y desengaño, sentimos que hemos perdido algo. Sólo el Espíritu del Dios que es puro don, puro amor, es capaz de transformar nuestros frustrados intentos de «salvar nuestra vida» en auténtico perder la vida para salvarla.

Estad alegres, los justificados,
porque sois ya parte de la Nueva Creación
La justificación en Pablo es más que un perdón. Dios nos amó «cuando éramos pecadores» (Rm 5,8) y nos justificó con su muerte, sin que de parte del hombre hubiese un gesto previo de arrepentimiento, una «obra» que nos hiciese, si no merecedores, sí al menos predispuestos a ser perdonados. Lo que es destruido en la cruz no es sólo nuestro pecado, sino el pecado (Rm 8,2-3), su fuerza. Esto hay que explicarlo.
Cuando Dios mira al ser humano, no ve ya al pecador, sino al Hijo que fue obediente hasta la muerte. Dios ve en cada hombre y en cada mujer la criatura que Él mismo creó y que sueña con convertir en un hijo a imagen de su Hijo Jesús. En cierto modo, el pecado deja de existir, no porque la criatura no peque, sino porque el amor de Dios no se fija en él («si llevas cuenta de los pecados, Señor, ¿quién resistirá?»: Sal 130,3). Si algún dicho de Pablo se acerca en su forma a las bienaventuranzas de Jesús, es precisamente este: «Bienaventurados (felices, alegres) aquellos cuyas maldades fueron perdonadas, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no imputa culpa alguna» (Rm 4,7-8).
Este perdón de Dios no es abstracto, sino histórico. Dios Padre, al entregar a su Hijo a la muerte y resucitarlo, no sólo puso en evidencia que el pecado no es nada comparado con el poder de Dios, sino que inauguró una nueva humanidad, una humanidad reconciliada con Dios, llamada a participar de su misma vida divina. Pablo lo dirá claramente en la Segunda Carta a los Corintios: «Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Cor 5,19). Poco antes, en 2 Cor 5,17, Pablo ha dicho que «quien está en Cristo es una nueva creación». Dios, al justificar, crea algo nuevo, hace del antiguo hombre pecador una criatura nueva.
Algo de esto debió de intuir el autor anónimo, de mediados del siglo XV, de un cuadro que se conserva en la Galería de Arte (Gemäldegalerie) de Berlín. El cuadro lleva por título «La decisión de la salvación» (Der Ratschluss der Erlösung) y está atribuido al taller de Konrad Witz. En él se muestra a la Trinidad: el Padre invita al Hijo a la encarnación para salvar a la humanidad, mientras le muestra un libro que sostiene entre sus manos. Lo que me impresiona es que en ese librito no hay nada escrito, sus hojas están en blanco. Es quizás el libro donde se narra la historia de la salvación, que está aún por escribir (cf. Ex 32,32-33; Sal 69,29; 139,16; Is 29,11; Ez 2,9). O quizá sea el libro donde se anota la historia humana, donde se anotan las buenas obras y los pecados de los seres humanos (Ez 9,2-4; Dn 12,1; Mal 3,16). En cualquier caso, es un libro en blanco: todo está abierto, todo es posible, todo es nuevo. Cuando Dios se decide a salvar, poco importa el pasado: todo puede ser amado, redimido, transformado en gracia.
El pasado que cada ser humano ha vivido puede funcionar como trampolín para el futuro o como obstáculo en la vida. Si es necesario ser sinceros y contemplar con verdad nuestra vida, no menos necesario es descubrir que su verdad más profunda es el amor de Dios y su proyecto de salvación para el hombre.
La experiencia de san Ignacio puede ayudarnos a comprender esto. A los pocos meses de su conversión en Loyola, Ignacio experimentó una fortísima crisis de escrúpulos, los cuales le hacían volver de forma obsesiva sobre los pecados del pasado, queriendo confesarlos una y otra vez, pensando que en ninguna confesión había sido suficientemente exhaustivo en el pecado y en la culpa. Tan grande era su desesperación que en varias ocasiones le rondó la tentación del suicidio. Su liberación vino de la mano del discernimiento típicamente ignaciano, al caer en la cuenta de que todo aquello, con apariencia de virtud, no hacía sino apartarle del amor a Dios y le llevaba a renunciar a la vida de servicio que había iniciado.
Nuestra historia, la historia de una comunidad, de una parroquia, debe ser leída siempre de modo que ilusione en el camino hacia Dios, que anime a emprender nuevas iniciativas de servicio humilde y generoso.

Estad alegres, los que habéis conocido el amor de Dios,
porque sois capaces de amar
Podemos entender esto releyendo el texto de Rm 7,18s. En primer lugar, Pablo habla de un hombre dividido entre su deseo y su actuación: «Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero».
En segundo lugar, este descubrimiento le lleva a pensar que el cuerpo obedece, no a la ley de Dios, sino a la del pecado: «Y si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros».
Y acaba con lo que bien podría llamarse una «malaventuranza paulina»: «¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?».
Éste es uno de los pasajes más famosos de las cartas de Pablo, pero ¡qué mal interpretado!
Este «hombre perdido» del que se habla no es cristiano. Demasiadas veces nos hemos identificado con esta persona. Pero esta persona no somos nosotros. Pablo describe a un hombre dividido entre su querer y su hacer, entre el hombre «interior» y el «exterior». Pero Pablo no está describiendo la realidad de todo ser humano. Pablo se mete en la piel de la persona no redimida, la que no ha conocido el amor de Dios en Cristo, la que no ha llegado a la fe, la que no ha recibido el Espíritu. El «hombre perdido» de Rm 7,18s es quien vive sometido aún a la ley, a una ley que exige, pero que no da la fuerza para cumplir aquello que manda (Gal 3,11-12); a eso le llama Pablo «la maldición de la ley» (Gal 3,13).
El evangelio es otra cosa. El evangelio no tiene otra ley que la del amor (la «ley de Cristo» de la que habla en 1 Cor 9,21 y en Gal 6,2), y sí da la fuerza para cumplirla. El cántico del hombre perdido de Rm 7 se cierra con la gran acción de gracias del que se sabe liberado de la ley, del que se sabe amado más allá de sus obras, y que es «animado» por el Espíritu a entregarse con toda la humildad y generosidad de la que es capaz. Nuestra propensión a identificarnos con el «yo» aún no redimido, nuestra dificultad para aceptar esta irrupción escatológica de la gracia, la expresó bien W.G. Kümmel: «¿Cómo es que nuestro cristianismo se aleja tanto del paulino que, en realidad, nos reconocemos en la imagen paulina del no cristiano?».

Estad alegres, los débiles,
porque conocéis la fuerza del evangelio
En 1 Cor 7,21 Pablo pone un ejemplo para explicar que no es necesario cambiar de estado para ser agradable a Dios. El ejemplo, entre otros, es el del esclavo, que en la sociedad de Pablo representaba, en término generales, el sector de menos dignidad y consideración social. La interpretación de este pasaje es muy discutida. Algunos traducen: «¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Y, aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo». Otros prefieren: «¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes, aunque, si tienes oportunidad de hacerte libre, aprovéchala». Una vía media entre estas dos traducciones sería algo así como: «aunque exista la posibilidad de que algún día seas libre, aprovecha por el momento esta situación».
En cualquier caso, Pablo no está consagrando el inmovilismo social ni bendiciendo el conformismo ante las situaciones injustas. Lo que Pablo quiere decir es que el haber creído en Cristo y haber recibido el Espíritu produce, ya desde ahora, una transformación en la situación del hombre creyente, en su relación con el mundo. La «Nueva Creación» es real, toca la realidad.
El estoicismo de Séneca, Epicteto o Plutarco consiste en soportar la realidad, en buscar la libertad interior a pesar de las circunstancias adversas. Pablo no es estoico. La acción de Dios toca la realidad, la transforma. Pero –y ésta es la paradoja– produce esta transformación desde la debilidad.
El evangelio no es un programa de conquista de derechos ni una propuesta de lucha por la igualdad social o económica. Tampoco se opone a ello: antes bien, la lucha por la justicia y por unas condiciones de vida dignas es una consecuencia del evangelio. Pero su núcleo creyente es que la liberación ya se ha producido. No es la realidad social o política, el puesto de trabajo o el sueldo, lo que determina lo que una persona es y lo que puede o no puede hacer. Esas cosas son sólo decoración, apariencia, en cierto modo engaño (cf. 1 Cor 7,31). La misma propiedad tiene algo de ficción: el cristiano «compra, pero no posee», dirá en 1 Cor 7,30.
Pablo no niega la realidad, sino que pone al ser humano y la acción de Dios por encima de esos condicionamientos. El cristiano no está esclavizado a las circunstancias en las que vive. La obediencia a Dios no depende de la situación en que uno vive, ni la libertad que brota del hecho de ser «Nueva Creación». Podemos mucho más de lo que creemos, de lo que se nos dice o se nos hace creer.
Lejos de una ideología alienante, que lleve a despreocuparse del mundo, el mensaje de Pablo es revolucionario. No se trata de acabar con la pobreza o la debilidad, sino que Dios, paradójicamente, salva desde la pobreza y la debilidad, escoge lo que el mundo desprecia para salvar: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza (es decir, con su modo pobre de vivir)» (2 Cor 8,9). El modo sencillo y pobre de vida que caracterizó a Jesús es la riqueza que estamos llamados a descubrir y a vivir (cf. 2 Cor 6,10: «como pobres que enriquecemos a muchos»). El pobre es manifestación de Dios, no sólo en forma negativa (ausencia de valores que consideramos dignos de los hijos de Dios), sino también positiva: la pobreza puede ser signo de Dios en la medida en que se transforma en expresión de libertad y de don.

Estad alegres, los sencillos,
porque a vosotros os he elegido
Cuando leemos los primeros capítulos de la Primera Carta a los Corintios, vemos que los cristianos de aquella ciudad, por decirlo de un modo popular, «se han subido a la parra». Algunos están comenzando a formular la fe con lenguajes que a Pablo le resultan excesivamente ilustrados. Algunos tienen experiencias espirituales, como pronunciar durante la oración palabras extrañas e incomprensibles («hablar lenguas»: capítulos 12, 13, 14), en son lenguas propias de ángeles (1 Cor 13,1), que les hacen creerse superiores a los demás y en cierto modo ya salvados.
En aquella época, como aún hoy, las experiencias espirituales podían usarse para lograr un cierto reconocimiento social, una fama o prestigio, un cierto «status». Aún hoy, en algunos lugares, la elección de la vida sacerdotal o religiosa puede ocultar un cierto deseo de promoción social. Más sutil, sin embargo, es el uso de nuestras actividades apostólicas como forma de promocionarnos a nosotros mismos. Tampoco es infrecuente, al escuchar relatos de vocación, notar una tal insistencia en lo mucho a lo que se renunció, que uno se pregunta si en realidad era tanto y si en realidad se renunció a ello.
Pablo dará dos buenas recetas contra el engreimiento. En primer lugar, contemplar la propia realidad con ojos sinceros: «¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es» (1 Cor 1,26-28).
La segunda receta es aún más eficaz: hacerse consciente de que vivimos gracias a otros: «¿qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor 4,7). La gratitud es el mejor antídoto contra la vanidad y el camino más seguro hacia la pobreza de espíritu. Y sin esta pobreza de espíritu, ninguna pobreza material y ningún compromiso con los pobres será pobreza evangélica.
Pero la gratitud debe dar paso a la sorpresa. Volviendo a los corintios, lo más llamativo es que Dios haya elegido, de todos los habitantes de Corinto, a aquellos que parecían menos dotados y dignos de recibir el don del evangelio. Así es como actúa Dios, hablando a través de los sencillos. Que esto no sea excusa para justificar nuestras limitaciones, pero sí motivo para alabar a Dios.
En nuestras parroquias, escuelas y centros de formación, el evangelio prende muchas veces en las personas más sencillas. Esto no es sólo debido a una predisposición mayor a aceptar la Palabra de Dios. Es, en su nivel más profundo, el modo en que Dios mismo actúa y nos habla. ¿Sabemos escuchar a este Dios que se nos acerca a través de estas personas?

Estad alegres, los que respondéis al mal con el bien,
porque eso es ser cristiano
Querer a los que te quieren, eso lo hacen los paganos (cf. Mt 5,46-47;
Lc 6,33). Querer a los que no buscan nuestro bien, eso ya es más difícil, pero incluso esto pueden hacerlo los paganos. El creyente está invitado todavía a algo más: a alegrarse de sufrir la injusticia (1 Cor 6,7).
Pongo un ejemplo: hace poco tiempo, el que esto escribe se vio, por imprevistos de la vida, en una gran ciudad europea sin lugar «donde reposar la cabeza». Las llamadas a diversas casas de su orden religiosa no dieron resultado, con la consiguiente indignación de quien se siente mal-tratado, de quien se siente privado de aquello a lo que tiene derecho. En realidad, por más que se luche contra sentimientos de enfado, es difícil vencerlos mientras sigamos convencidos de que se está cometiendo con nosotros una injusticia o un atropello.
Qué actual, al menos en su segunda parte, suena en casos así la invitación a la pobreza de espíritu de san Francisco de Asís: «hay muchos que permanecen constantes en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por sola una palabra que parece ser injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite, se escandalizan y enseguida se alteran. Estos tales no son pobres de espíritu».
Y aún más conmovedor es recordar en esas circunstancias aquella invitación del Poverello al hermano León: «Escribe –le dijo– cuál es la verdadera alegría: [...] vuelvo de Perusa y, ya de noche avanzada, llego aquí; es tiempo de invierno, todo está embarrado, y el frío es tan grande que en los bordes de la túnica se forman carámbanos de agua fría congelada, que hacen heridas en las piernas hasta brotar sangre de las mismas. Y todo embarrado, helado y aterido, me llego a la puerta; y, después de estar un buen rato tocando y llamando, acude el hermano [..] y dice: “Largo de aquí. No es hora decente para andar de camino. Aquí no entras [...]”. Te digo: si he tenido paciencia y no he perdido la calma, en esto está la verdadera alegría, y también la verdadera virtud y el bien del alma».
Quién así sufre la injusticia no sólo perdona, sino que está devolviendo bien por bien. Para quien tiene un alto concepto de sí mismo, para quien su identidad, su «yo», está ligado a sus derechos, a sus posesiones, a sus saberes, cualquier merma en ellos es vista como una agresión de la que hay que defenderse o, como mucho, hay que soportar. Para quien su «yo» está identificado con el Cristo pobre y humilde, el crucificado en el que creemos, las asperezas, persecuciones e injusticias, son ocasión para despojarse de lo que le sobra y alegrarse de poder vivir más plenamente el salmo 16: «yo digo al Señor, tú eres mi bien / me ha tocado un lote hermoso / me encanta mi heredad».
*Profesor de Sagrada Escritura. Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
FUENTE : www.pastoralsj.org/ - Sal Terrae 91 (2003) 949-961.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.