Epifanía del Señor (A)
El recorrido de fe de los Magos - La adoración del Niño Jesús, como Rey y Señor
Mateo 2, 1-12
1. Oración inicial
Padre misericordioso, Tú me has llamado para encontrarte en esta palabra del Evangelio, porque Tú quieres hacerme vivir, darte entero a mí. Te ruego, que mandes ahora sobre mí tu Espíritu Santo, para que pueda dejarme conducir por el camino santo de este pasaje evangélico.
Pueda también yo, hoy, salir de mis encierros para ponerme en viaje y venir a buscarte; que yo pueda reconocer la estrella que tú enciendes, como signo de tu amor, en mi camino, para seguirla sin cansarme, con intensidad, con el compromiso de mi vida; que yo pueda, finalmente, entrar en tu casa y ver al Señor; que yo pueda arrodillarme con humildad, delante de Ti, para adorarte y entregarte mi vida, con todo lo que soy y tengo.
Y finalmente, Señor, que yo pueda regresar, por tu gracia, por un camino nuevo, sin pasar ya por los antiguos senderos del pecado
2. Lectura
a) Para colocar el pasaje en su contexto:
Este pasaje pertenece a los dos primeros capítulos de Mateo, que constituyen una especie de prólogo a toda su obra; en él se nos presenta el origen histórico del Mesías, como hijo de David y el origen divino de Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En seguida Mateo nos guía en una meditación profunda e impeñativa, poniéndonos de frente a una elección bien precisa, a través de los personajes que él introduce en su relato: o reconocemos y acogemos al Señor, que ha nacido, o permanecemos indiferentes, hasta tratar de eliminarlo, de matarlo. Estas perícopas nos ofrecen el bello relato del recorrido de los magos, que vienen de lejos, porque quieren buscar y acoger, amar y adorar al Señor Jesús. Pero su largo viaje, su búsqueda incansable, la conversión de sus corazones son realidades que nos hablan, están ya escritos en el rótulo de nuestra historia sagrada.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
El pasaje puede ser subdividido en dos partes principales, determinadas por el lugar en el que se desenvuelven las escenas:
la primera parte (2, 1-9ª) sucede en Jerusalén, mientras la segunda tiene como punto focal Belén (2, 9b-12).
2,1-2: El pasaje se abre con las indicaciones precisas del lugar y del tiempo del nacimiento de Cristo: en Belén de Judea, al tiempo del rey Herodes. Dentro de esta realidad bien especificada, acompañan enseguida los Magos, viniendo de lejos, llegan a Jerusalén bajo la guía de una estrella: son ellos los que anuncian el nacimiento del Rey Señor. Preguntan dónde poder encontrarlo, porque quieren adorarlo.
2, 3-6: A las palabras de los Magos, el rey Herodes, y con él toda Jerusalén, se turban y tienen miedo; en vez de acoger al Señor y aceptarlo, buscan el modo de eliminarlo. Herodes convoca a las autoridades del pueblo hebreo y a los expertos de las Escrituras: son ellos, con las antiguas profecías, los que deben decir y revelar que es Belén el lugar en el que se encuentra el Mesías.
2, 7-8: Herodes llama secretamente a los Magos, porque quiere usarlos para sus fines malvados. Su interés de búsqueda está dirigido a la eliminación de Cristo.
2, 9a: Los Magos por la fuerza de la fe, y guiados por la estrella, parten y se dirigen hacia Belén.
2, 9b-11: Reaparece la estrella, que camina junto a los Magos y los conduce hasta el lugar preciso de la presencia del Señor. Llenos de gozo, entran en la casa y se postran en adoración; ofrecen al Niño dones preciosos, porque reconocen en él el Rey y Señor.
2, 12: Habiendo contemplado y adorado al Señor, los Magos reciben de Dios mismo la revelación; es Él mismo quien les habla. Son hombres nuevos; tienen consigo un nuevo cielo y una tierra nueva. Están libres de los engaños del Herodes del mundo y por eso regresan a la vida por un camino totalmente nuevo.
c) El texto:
1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, 2 diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.» 3 Al oírlo el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntaba dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.» 7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. 8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.» 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. 11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. 12 Y, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su país por otro camino.
3. Un momento de silencio orante
Me sitúo en profunda escucha de la voz silenciosa del Señor y dejo que el soplo de su Espíritu me alcance y me penetre. En este silencio me pongo a la búsqueda del Señor y repito en mi corazón: “¿Dónde estás, Dios mío?”
4. Algunas preguntas
a) Recojo las primeras palabras que salen de la boca de los Magos y las hago mías:
¿Dónde está el rey de los Judíos? ¿Me siento de verdad atraído hacia el lugar del Señor, porque ardo en deseos de encontrarlo, de estar con Él?
¿Estoy dispuesto a salir de los lugares vacíos y viejos de mis costumbres, de mis comodidades, para emprender el viaje santo de la fe, de la búsqueda de Jesús?
b) “Hemos venido para adorarlo” Aquí la Palabra del Señor me prueba, me pasa por el crisol: ¿Vivo de verdad una relación de amor con Dios? ¿Sé abrir mi vida a su presencia, lo dejo alguna vez entrar en el latido mismo de mi corazón?
c) “De ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo” ¿Logro poner y entregar mi existencia bajo la guía del Señor, fiarme de Él de su amor, de su presencia tan cierta, aunque invisible? ¿A quién me confío, en realidad? ¿A quién entrego mis tesoros, mis esfuerzos, mi trabajo en este mundo?
d) “Entrados en la casa, vieron al Niño”. Es precisamente por que aceptan entrar, de comunicar, de donarse de manera plena y verdadera, por lo que sus ojos pueden ver, contemplar, reconocer.¿Por qué no me acuerdo que cuando más fuera esté, más me alejo de la vida de mis hermanos y estoy más triste?
5. Una clave de lectura
Intento buscar algunas palabras claves, algunos temas principales, que me sean de guía y me ayuden a penetrar mejor el significado de este pasaje del Evangelio, de manera que mi vida pueda ser iluminada y cambiada por esta Palabra del Señor.
* El viaje: Este pasaje parece atravesado por el gran tema del viaje, del éxodo, de la salida; los Magos, personajes misteriosos, se ponen en marcha, se alejan de su tierra y caminan a la búsqueda del Rey, del Señor. Mateo subraya esta realidad con algunos verbos, que acompañan al desarrollo de la aventura: llegaron, hemos venido, los envió, andad, partieron, les precedía, entrados, no volver, hicieron el regreso. El recorrido físico de los Magos esconde en sí un viaje muy importante y significativo, que es el de la fe; es el movimiento del alma, que nace del deseo de encontrar y conocer al Señor. Pero al mismo tiempo es también una invitación de Dios, que nos llama y nos atrae con fuerza hacia sí; es Él quien nos pone de pie y nos pone en movimiento, el que nos ofrece las indicaciones y el que no deja de acompañarnos. La Escritura nos ofrece muchos ejemplos importantes, que nos ayudan a entrar en este sendero de gracia y bendición. Dios dice a Abrahán: “Sal de tu país y de la casa de tu padre hacia el país que yo te indicaré” (Gén 12, 1). También Jacob fue peregrino de fe y conversión; de él , en efecto, se ha escrito: “Jacob partió de Bersabé y se dirigió a Carran” (Gén 28,10), y: “Después Jacob se puso en camino y se fue al país de los orientales” (Gén 29, 1). Después de muchos años el Señor le habló y le dijo: “Vuelve al país de tus padres y yo estaré contigo” (Gén 31, 3). También Moisés fue un hombre del camino: Dios mismo le señaló la vía, el éxodo, dentro del corazón, en las entrañas y ha hecho de toda su vida una larga marcha de salvación para sí y para sus hermanos: “¡Ahora ve! Yo te mando al Faraón. ¡Haz salir de de Egipto a mi pueblo!” (Éx 3, 10). También el nuevo pueblo de Dios, nosotros, los hijos de la promesa y de la nueva alianza, estamos llamados a salir siempre, a ponernos en viaje, en el seguimiento del Señor Jesús. El éxodo no se ha interrumpido, la liberación, que viene de la fe, es siempre un acto. Miramos a Jesús, a sus discípulos, a Pablo: ninguno está quieto, ninguno se esconde. Todos estos testimonios nos hablan hoy, a través de sus actos y nos repiten: “Dichoso quien encuentra en Ti su fuerza y decide en su corazón el santo viaje” (Sal 83, 6).
* La estrella: Es un elemento muy importante en este pasaje, central, porque a ella se le confía la tarea de guiar a los Magos a su meta, de aclarar sus notas de viajes, de indicar con precisión el lugar de la presencia del Señor, de alegrar grandemente sus corazones. En la Biblia las estrellas acompañan siempre como signos de bendición y de gloria, son como una personificación de Dios, que no abandona a su pueblo, y al mismo tiempo, una personificación del pueblo, que no se olvida de su Dios y lo alaba, lo bendice (cfr. Sal 148, 3; Bar 3, 34). Por primera vez el término estrella aparece, en la Escritura en el Génesis 1,16, cuando , llegado el cuarto día, el relato de la creación cuenta la aparición en los cielos del sol, la luna y las estrellas, como signos y como luz para regular y para iluminar. El término hebraico “estrella” kokhab es muy bello y denso de significado; las letras que lo forman, de hecho, nos revelan la inmensidad de la presencia que estos elementos celestes portan consigo. Encontramos dos caf, que significan “mano” y que encierran en sí una waw, o sea el hombre, entendido en su estructura vital, en su columna vertebral, que lo mantiene en posición erecta, que lo hace subir al cielo, hacia el encuentro con su Dios y Creador. Por tanto, dentro de las estrellas, aparecen dos manos, caf y caf que se estrechan entre sí, con amor , al hombre: son las manos de Dios, que no cesan de sostenernos.
Finalmente aparece la letra bet, que es la casa. Las estrellas nos hablan, por tanto, de nuestro camino hacia la casa, de nuestro continuo emigrar y volver allá, de donde hemos venido, desde el día de nuestra creación, de siempre.Muchas veces Dios compara la descendencia de Abrahán a las estrellas del cielo, como si cada hombre fuese una estrella, que nace para iluminar las noches: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si consigue contarlas” y añade: “Tal será tu descendencia” (Gén 15,5). También Jesús es una estrella, la estrella que sale de Jacob (Núm 24,17) que surge de lo alto, la estrella radiante de la mañana, como dice el Apocalipsis (22,16). En Él, de hecho, ha tomado carne aquel amor infinito de Dios, que se inclina hacia nosotros, sus hijos y abre las palmas de las manos para recogernos y acogernos. Sólo un amor así puede dar a nuestra verdadera debilidad la capacidad y el coraje, que nos lleva hasta Belén, al lugar donde Dios aparece para nosotros.
* La adoración: El gesto de la adoración es tan antiguo como el hombre, porque, de siempre, la relación con la divinidad ha estado acompañada de esta exigencia íntima de afecto, de humildad, de propia entrega. Delante de la grandeza de Dios, nosotros, pequeños, nos sentimos y nos descubrimos cada vez más pura nada, un grano de polvo, una gota de un pozo. Ya en el Antiguo Testamento el gesto de la adoración aparece como un acto de profundo amor hacia el Señor, que pide la participación de toda la persona: la mente, la voluntad que escoge, el afecto que desea y el cuerpo que se inclina, se postra en tierra. Muchas veces se ha dicho que la adoración va acompañada de la postración rostro en tierra; el rostro del hombre, su mirada, su respiración, vuelve al polvo del que ha sido sacado y allí se reconoce como creatura de Dios, como aliento de su nariz. “Venid, adoremos postrados, de rodillas delante del Señor que nos ha creado” (Sal 94, 6): es la invitación que la Escritura todos los días nos hace, indicándonos el camino a seguir, para llegar siempre de nuevo a la verdad y así, poder vivir en plenitud.El Nuevo Testamento profundiza todavía más la reflexión espiritual sobre esta realidad y parece querernos acompañar en un recorrido pedagógico de conversión y madurez de nuestro hombre interior. En los Evangelios vemos mujeres y discípulos que adoran al Señor Jesús después de su resurrección (Mt 28,9; Lc 24,52), porque lo reconocen como Dios. Pero las palabras de Jesús, en su diálogo con la Samaritana, nos hace entrar bien en la verdad de este gesto, que es, por tanto, toda una vida, es una actitud del corazón: la adoración es sólo para Dios Padre y no está ligado a un sitio o a otro, sino en el Espíritu y en la Verdad, o sea en el Espíritu Santo y en el Hijo Jesús. No nos engañemos; no es yendo de un sitio a otro, no es buscando ésta o aquélla persona espiritual el modo como podamos adorar a Dios. El movimiento, la partida, el viaje, es interior, se da en la profundidad y es una entrega plena de nosotros mismos, de nuestra vida, de toda nuestra realidad a las alas del Espíritu Santo y a los brazos de Jesús levantado en la cruz, con las cuales Él continúa atrayendo todo hacia Él. También San Pedro lo dice claramente: “Adorad al Señor, Cristo, en vuestros corazones” (1 Pe 3, 15). El doblarse en tierra, el postrarse delante del Señor sale en verdad del corazón; si nos dejamos tocar y alcanzar allí, transformará toda nuestra persona y hará de nosotros hombre y mujeres nuevos.
6. Un momento de oración:
Salmo 84
Canto de confianza del hombre en camino hacia la casa de Dios
Rit. ¡He visto tu estrella, Señor y he venido para adorarte!
¡Qué amables son tus moradas,Yahvé Sebaot!Mi ser languidece anhelandolos atrios de Yahvé;mi mente y mi cuerpo se alegranpor el Dios vivo.Hasta el gorrión ha encontrado una casa,para sí la golondrina un nidodonde poner a sus crías:¡Tus altares, Yahvé Sebaot,rey mío y Dios mío!Dichosos los que moran en tu casay pueden alabarte siempre;dichoso el que saca de ti fuerzascuando piensa en las subidas.Al pasar por el valle del Bálsamo,lo van transformando en hontanary las lluvias lo cubren de bendiciones.Caminan de altura en altura,y Dios se les muestra en Sión.¡Yahvé, Dios Sebaot, escucha mi plegaria,hazme caso, oh Dios de Jacob! Oh Dios, nuestro escudo, mira,fíjate en el rostro de tu ungido.Vale más un día en tus atriosque mil en mis mansiones,pisar el umbral de la Casa de mi Diosque habitar en la tienda del malvado.Porque Yahvé es almena y escudo,él otorga gracia y gloria;Yahvé no niega la felicidadal que camina con rectitud.¡Oh Yahvé Sebaot,dichoso quien confía en ti!
7. Oración final
Señor, Padre mío, verdaderamente yo he visto tu estrella,
he abierto mis ojos a tu presencia de amor y de salvación y he recibido la luz de la vida.
He contemplado la noche transformada en claridad, el dolor en danza, la soledad en comunión: todo esto, sí, ha sucedido delante de Tí, en tu Palabra, Tú me has conducido por el desierto, me has hecho llegar a tu casa y has abierto la puerta para que yo entrase.
Allí te he visto a Ti, a tu Hijo Jesús, Salvador de mi vida: allí he rezado y adorado, he llorado y he recuperado la sonrisa, he callado y he aprendido a hablar.
¡En tu casa, oh Padre, he encontrado la vida!Y ahora estoy regresando, he tomado de nuevo mi camino, pero la vía no es la misma de la primera;
tu Palabra me ha dejado un corazón nuevo, capaz de abrirse, para amar, para escuchar, para acoger dentro de sí y hacerse casa para tantos hermanos que tú me pondrás cerca. No me he dado cuenta, pero Tú me has hecho ser de nuevo niño, me has hecho nacer de nuevo con Jesús.
¡ Gracias Padre, Padre mío!
FUENTE : www.ocarm.org/esp
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.
viernes, 4 de enero de 2008
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