1ª Estación: Jesús en el huerto de los olivos
"Pase este cáliz de mí
si es posible, Padre eterno;
mas no se haga la mía,
tu voluntad obedezco.
Crecieron tanto las ansias,
que fue menester que luego,
rompiendo un ángel los aires,
bajase a darle consuelo.
¡Ay, Jesús de mis entrañas,
cómo habéis venido a tiempo,
que os consuelen siendo Dios
las criaturas que habéis hecho!
¿A dónde estáis, Virgen pura,
que a vuestra falta los cielos
un ángel a Cristo envían?
Llegad, y esforzadle presto.
Decidle: Dulce Hijo mío,
cuando ayunasteis, vinieron
mil ángeles a esforzaros
con soberano sustento.
Cuando nacisteis, bajaron
dos mil ejércitos bellos;
y cuando vais a morir,
uno solo viene a veros.
Limpiadle, Virgen piadosa,
la sangre con los cabellos;
y pues le deja su Padre,
vea a su Madre a lo menos.
Id vos con ella, alma mía,
entrad también en el huerto,
no sospechen que os quedáis
con el que viene a prenderlo.
Decidle: Dulce Jesús,
aquí estoy al lado vuestro,
para padecer con vos,
no para negaros luego.
Vámonos presos los dos,
pues vais por mis deudas preso;
cinco mil son los azotes;
muchos son, partir podemos".
(Félix Lope de Vega y Carpio)
2ª Estación: Jesús es traicionado por Judas y es arrestado
"Vive de amor aquel que, en frágil vaso,
un tesoro divino, humilde, guarda.
¡Oh Jesús! ¡Oh mi bien! ¡Cuál desfallezco!
No tengo, como el ángel, fuertes alas,
y caigo a cada paso; pero al punto
Tú vienes hacia mí, Tú te levantas
y me abrazas, tal vez, y otra vez, luego...
desfallezco de amor, como la Amada".
(Santa Teresa de Jesús)
3ª Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín.
"Lo vi muy bien,
aquel niño judío
que estaba esperando
a que abriesen
los hornos crematorios de Auschwitz...
Lo vi muy bien,
llevaba una túnica ligera
ceñida con un cordón de esparto.
Tenía doce años,
la misma edad de Cristo,
cuando se escapa de su casa
a discutir con los doctores del templo.
Puede que aquel niño
fuese el mismo Cristo...
El Hombre que todos crucificamos.
(León Felipe)
"Vive de amor aquel que, en frágil vaso,
un tesoro divino, humilde, guarda.
¡Oh Jesús! ¡Oh mi bien! ¡Cuál desfallezco!
No tengo, como el ángel, fuertes alas,
y caigo a cada paso; pero al punto
Tú vienes hacia mí, Tú te levantas
y me abrazas, tal vez, y otra vez, luego...
desfallezco de amor, como la Amada".
(Santa Teresa de Jesús)
3ª Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín.
"Lo vi muy bien,
aquel niño judío
que estaba esperando
a que abriesen
los hornos crematorios de Auschwitz...
Lo vi muy bien,
llevaba una túnica ligera
ceñida con un cordón de esparto.
Tenía doce años,
la misma edad de Cristo,
cuando se escapa de su casa
a discutir con los doctores del templo.
Puede que aquel niño
fuese el mismo Cristo...
El Hombre que todos crucificamos.
(León Felipe)
4ª Estación: Jesús es negado por Pedro.
"Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos;
vuelve los ojos a mi piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;
espera, pues, y escucha mis cuidados;
pero, ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?"
(Félix Lope de Vega y Carpio)
"Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos;
vuelve los ojos a mi piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;
espera, pues, y escucha mis cuidados;
pero, ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?"
(Félix Lope de Vega y Carpio)
5ª Estación: Jesús es juzgado por Pilatos.
"Porque para entrar en estas riquezas de la sabiduría de Dios- escribe fray Juan de la Cruz-, la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear pasar por ella es cosa de pocos".
"Porque para entrar en estas riquezas de la sabiduría de Dios- escribe fray Juan de la Cruz-, la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear pasar por ella es cosa de pocos".
En la cruz, escribió asimismo Santo Tomás de Aquino, se nos dan "ejemplos de todas las virtudes: amor, paciencia, humildad, obediencia, desapego de las cosas materiales".
La cruz es la clave del evangelio, la llave de la puerta santa del cielo. La cruz es la gran escuela del amor y la sabiduría de un Dios clavado y abierto: "¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?/ Debe ser que siempre estás abierto, ¡Oh Cristo, Oh ciencia eterna, Oh libro santo!"
(Lope de Vega).
6ª Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
"¡Oh Jesús, Viña Sagrada!,
lo sabes, mi Rey divino,
soy un racimo dorado
que han de arrancar para ti.
Exprimida en el lagar
del oscuro sufrimiento,
yo te probaré mi amor.
Mi único gozo será
inmolarme cada día".
(Santa Teresita de Lisieux)
7ª Estación: Jesús carga con la cruz.
"No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú mueves, Señor, muéveme
el verte clavado en una cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido.
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amará
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te espere,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera".
(Anónimo siglo XVI)
"No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú mueves, Señor, muéveme
el verte clavado en una cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido.
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amará
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te espere,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera".
(Anónimo siglo XVI)
8ª Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo.
"Tú me ofreces la vida con
tu muerte y esa vida sin Ti
yo no la quiero; porque
lo que espero, y
desespero, es otra vida
en la que pueda verte.
Tú crees en mi. Yo a Ti,
para creerte, tendría que
morirme lo primero; morir
en Ti, porque si en Ti no
muero no podría
encontrarte sin perderte.
Que de tanto temer que
te he perdido, al cabo, ya
no sé qué estoy temiendo;
porque de Ti y de mí me
siento huido.
Mas con tanto dolor,
que estoy sintiendo, por
ese amor con el que me
has herido, que vivo en Ti
cuando me estoy muriendo".
(José Bergamín)
"Tú me ofreces la vida con
tu muerte y esa vida sin Ti
yo no la quiero; porque
lo que espero, y
desespero, es otra vida
en la que pueda verte.
Tú crees en mi. Yo a Ti,
para creerte, tendría que
morirme lo primero; morir
en Ti, porque si en Ti no
muero no podría
encontrarte sin perderte.
Que de tanto temer que
te he perdido, al cabo, ya
no sé qué estoy temiendo;
porque de Ti y de mí me
siento huido.
Mas con tanto dolor,
que estoy sintiendo, por
ese amor con el que me
has herido, que vivo en Ti
cuando me estoy muriendo".
(José Bergamín)
9ª Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
"Dame tu mano,
María, la de las tocas moradas.
Clávame tu siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos en Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Enmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: - Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, Doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en el que el alma reposa.
A ti ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María".
(Gerardo Diego)
"Dame tu mano,
María, la de las tocas moradas.
Clávame tu siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos en Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Enmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: - Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.
A ti, Doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en el que el alma reposa.
A ti ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María".
(Gerardo Diego)
10ª Estación: Jesús es crucificado
"En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta".
(Gabriela Mistral)
"En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta".
(Gabriela Mistral)
11ª Estación: Jesús promete el Reino al buen ladrón.
"¡Oh maravillosa y nueva virtud!
¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones!
Y no solamente la cruz,
mas la misma figura que en ella tienes,
nos llama dulcemente a amor;
la cabeza tienes reclinada,
para oírnos y darnos besos de paz,
con la cual convidas a los culpados,
siendo tú el ofendido;
los brazos tendidos, para abrazarnos;
las manos agujereadas, para darnos tus bienes;
el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas;
los pies clavados, para esperarnos
y para nunca poder apartarte de nosotros.
De manera, que mirándote, Señor,
todo me convida a amor:
el madero, la figura, el misterio,
las heridas de tu cuerpo;
y, sobre todo, el amor interior me da voces
que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".
(San Juan de Avila)
"¡Oh maravillosa y nueva virtud!
¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones!
Y no solamente la cruz,
mas la misma figura que en ella tienes,
nos llama dulcemente a amor;
la cabeza tienes reclinada,
para oírnos y darnos besos de paz,
con la cual convidas a los culpados,
siendo tú el ofendido;
los brazos tendidos, para abrazarnos;
las manos agujereadas, para darnos tus bienes;
el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas;
los pies clavados, para esperarnos
y para nunca poder apartarte de nosotros.
De manera, que mirándote, Señor,
todo me convida a amor:
el madero, la figura, el misterio,
las heridas de tu cuerpo;
y, sobre todo, el amor interior me da voces
que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".
(San Juan de Avila)
12ª Estación: Jesús crucificado, la madre y el discípulo.
"La tarde se oscurecía
entre la una y las dos,
que, viendo que el Sol se muere,
se vistió de luto el sol.
Tinieblas cubren los aires,
las piedras de dos en dos
se rompen unas con otras,
y el pecho del hombre, no.
No cesan los serafines
de llorar con tal dolor
que los cielos y la tierra
conocen que muere Dios
cuando Cristo está en la cruz
diciendo al Padre:
¡Ay Dios, qué tierna razón!
¿Qué sentiría su Madre
cuando tal palabra oyó
viendo que Hijo dice
que Dios le desamparó?
No lloréis, Virgen piadosa,
que, aunque se va vuestro amor,
volverá a verse con vos.
Pero como las entrañas
que nueve meses vivió,
verán que corta la muerte
fruto de tal bendición.
<¡Ay Hijo! -la Virgen dice-: ¿Qué madre vio como yo tantas espadas sangrientas traspasar su corazón? ¿Dónde está vuestra hermosura? ¿Quién los ojos eclipsó donde se miraba el cielo como de su mismo autor? Partamos, dulce Jesús, el cáliz de esta pasión, que vos le bebéis de sangre y yo de pena y dolor. ¿De qué me sirve guardaros de aquel rey que os persiguió, si al fin os quitan la vida vuestros enemigos hoy?>
Esto diciendo la Virgen,
Cristo el espíritu dio.
Alma, si no sois de piedra,
llorad, pues la culpa sois".
(Félix Lope de Vega y Carpio)
"La tarde se oscurecía
entre la una y las dos,
que, viendo que el Sol se muere,
se vistió de luto el sol.
Tinieblas cubren los aires,
las piedras de dos en dos
se rompen unas con otras,
y el pecho del hombre, no.
No cesan los serafines
de llorar con tal dolor
que los cielos y la tierra
conocen que muere Dios
cuando Cristo está en la cruz
diciendo al Padre:
¡Ay Dios, qué tierna razón!
¿Qué sentiría su Madre
cuando tal palabra oyó
viendo que Hijo dice
que Dios le desamparó?
No lloréis, Virgen piadosa,
que, aunque se va vuestro amor,
volverá a verse con vos.
Pero como las entrañas
que nueve meses vivió,
verán que corta la muerte
fruto de tal bendición.
<¡Ay Hijo! -la Virgen dice-: ¿Qué madre vio como yo tantas espadas sangrientas traspasar su corazón? ¿Dónde está vuestra hermosura? ¿Quién los ojos eclipsó donde se miraba el cielo como de su mismo autor? Partamos, dulce Jesús, el cáliz de esta pasión, que vos le bebéis de sangre y yo de pena y dolor. ¿De qué me sirve guardaros de aquel rey que os persiguió, si al fin os quitan la vida vuestros enemigos hoy?>
Esto diciendo la Virgen,
Cristo el espíritu dio.
Alma, si no sois de piedra,
llorad, pues la culpa sois".
(Félix Lope de Vega y Carpio)
13ª Estación: Jesús muere en la cruz.
"¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada, como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa!
¿Quién pudo de esa manera
darte esta noble y severa
majestad, llena de calma?
¡No fue una mano, fue un alma,
la que talló tu madera!
Fue, Señor, el que tallaba
tu figura, con tal celo,
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor, llevaba,
dentro del alma el modelo.
Fue el que tallarte sentía
un ansia tan verdadera,
que en arrobos le sumía,
y cuajaba en la madera
lo que arrobos veía.
Fue que ese rostro, Señor,
y esa ternura al tallarte,
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,
fueron milagros de amor.
Fue, en fin, que ya no pudieron
sus manos llegar a tanto
y desmayadas cayeron...
¡Y los ángeles te hicieron
con sus manos mientras tanto!
Por eso a tus pies postrado:
por tus dolores herido
de un dolor desconsolado;
ante tu imagen vencido
y ante tu Cruz humillado,
siento unas ansias fogosas
de abrazarte y bendecirte;
y ante tus plantas piadosas
quiero decirte mil cosas
que no sé cómo decirte...
¡Frente, qué herida de amor,
te rindes de sufrimientos
sobre el pecho del Señor,
como los lirios que, en flor,
tronchan, al paso, los vientos!
¡Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados!
¡Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores,
subiendo a la Cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo, bendecirte.
Quiero, Señor, en tu encanto,
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos.
Quiero, en este santo desvarío,
besando tu rostro frío,
llamarte mil veces mío...
¡Cristo de la Buena Muerte!
Y Tú, Rey de las Bondades,
que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.
Que mi alma, en Ti prisionera,
vaya fuera de su centro
por la vida bullangera:
que no le lleguen adentro
las algarazas de fuera;
que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
Señor, aunque no merezco
que tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que pido.
Al ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena...
¡Cristo de la Buena Muerte!
(José María Pemán)
"¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada, como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa!
¿Quién pudo de esa manera
darte esta noble y severa
majestad, llena de calma?
¡No fue una mano, fue un alma,
la que talló tu madera!
Fue, Señor, el que tallaba
tu figura, con tal celo,
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor, llevaba,
dentro del alma el modelo.
Fue el que tallarte sentía
un ansia tan verdadera,
que en arrobos le sumía,
y cuajaba en la madera
lo que arrobos veía.
Fue que ese rostro, Señor,
y esa ternura al tallarte,
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,
fueron milagros de amor.
Fue, en fin, que ya no pudieron
sus manos llegar a tanto
y desmayadas cayeron...
¡Y los ángeles te hicieron
con sus manos mientras tanto!
Por eso a tus pies postrado:
por tus dolores herido
de un dolor desconsolado;
ante tu imagen vencido
y ante tu Cruz humillado,
siento unas ansias fogosas
de abrazarte y bendecirte;
y ante tus plantas piadosas
quiero decirte mil cosas
que no sé cómo decirte...
¡Frente, qué herida de amor,
te rindes de sufrimientos
sobre el pecho del Señor,
como los lirios que, en flor,
tronchan, al paso, los vientos!
¡Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados!
¡Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores,
subiendo a la Cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo, bendecirte.
Quiero, Señor, en tu encanto,
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos.
Quiero, en este santo desvarío,
besando tu rostro frío,
llamarte mil veces mío...
¡Cristo de la Buena Muerte!
Y Tú, Rey de las Bondades,
que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad
la Verdad de las verdades
que es sobre toda verdad.
Que mi alma, en Ti prisionera,
vaya fuera de su centro
por la vida bullangera:
que no le lleguen adentro
las algarazas de fuera;
que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
Señor, aunque no merezco
que tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que pido.
Al ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena...
¡Cristo de la Buena Muerte!
(José María Pemán)
14ª Estación: Jesús es depositado en el sepulcro.
"¡Qué dulce sueño en tu regazo, madre,
soto seguro y verde entre corrientes rugidoras,
alto nido colgante sobre el pinar cimero,
nieve en quien Dios se posa como el aire del estío,
en un enorme beso azul,
oh, tú primera y extrañísima creación de su amor!
... Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne solo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple tras tus ojos bellísimos
los ojos apenados de tu Hijo Jesús,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
nombre que lloro.
Virgen María, madre,
dormir quiero en tus brazos
hasta que Dios despierte".
(Dámaso Alonso)
FUENTE : www.revistaecclesia.com/
"¡Qué dulce sueño en tu regazo, madre,
soto seguro y verde entre corrientes rugidoras,
alto nido colgante sobre el pinar cimero,
nieve en quien Dios se posa como el aire del estío,
en un enorme beso azul,
oh, tú primera y extrañísima creación de su amor!
... Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne solo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple tras tus ojos bellísimos
los ojos apenados de tu Hijo Jesús,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
nombre que lloro.
Virgen María, madre,
dormir quiero en tus brazos
hasta que Dios despierte".
(Dámaso Alonso)
FUENTE : www.revistaecclesia.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario