Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña.
Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído.
Bajaste de tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña.
Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires,
a toda hora, vuela la música.
Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor.
Yo musitaba una delgada cadencia melancólica
y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo.
Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña a escuchar la cancioncilla silvestre.
PARA MEDITAR : LUCAS 10, 25 - 37 ; JUAN 10, 1 - 18.27 - 30 ;
MARCOS 10, 46 - 52 ; JUAN 1, 1- 18.
FUENTE : www.amediavoz.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.
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