“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”
Evangelio de san Mateo 28, 16-20
Para despedirse del amor presente entre nosotros hay que volver a ascender al monte de las bendiciones. Ese es el umbral preciso que ahora, al cabo de tanto caminar, hemos de volver a atravesar. El monte en donde todo se transfiguró en novedad y gloria resplandecida, en blancura inmaculada y gozo por escuchar la voz del Amado.
Subir de nuevo al monte para descubrir la fuerza de la semilla de mostaza, el valor de la perla preciosa, el tesoro tanto tiempo escondido en el campo del corazón. Subir al monte para tener cuajo y despedir al amor entre las nubes.
Pero antes debemos recibir la bendición. Como Jacob junto al vado en otro tiempo la lucha, cuerpo a cuerpo, ha sido larga. Desde aquellos lejanos días del primer encuentro, junto a la ribera en Galilea. Mucho tiempo ha pasado, muchos caminos se han recorrido juntos, muchas confidencias han sido dichas en voz baja, muchos gritos y denuncias escuchados.
Y ahora, al final del camino, seremos bendecidos por el que se va. Se va pero no nos deja, no puede abandonar a su rebaño entre lobos rapaces, no puede desgajarse la vid de los sarmientos, la cabeza del cuerpo de los suyos. Nos bendice y nos envía como sus compañeros, siervos inútiles que le serán testigos de su paso entre nosotros, de su misterio de salvación otorgada.
Entre dudas de algunos, al verle como es, le adoramos y escuchamos una vez más su voz amiga que se desgrana en cercanía. Su presencia no nos abandonará porque en sus manos está la fuerza más allá del cielo y de la tierra. No nos deja huérfanos, su Espíritu nos allanará el camino y nos llevará a la verdad toda entera.
Bautizar es empeñarse en sumergir nuestra humanidad en la suya, en hacer de dos uno, en lavar la lepra del pecado que se nos queda pegada a la piel desde Adán. El perdón y la gracia serán para siempre nuestros aliados.
Ahora se puede marchar, porque se queda para siempre entre nosotros.
Subir de nuevo al monte para descubrir la fuerza de la semilla de mostaza, el valor de la perla preciosa, el tesoro tanto tiempo escondido en el campo del corazón. Subir al monte para tener cuajo y despedir al amor entre las nubes.
Pero antes debemos recibir la bendición. Como Jacob junto al vado en otro tiempo la lucha, cuerpo a cuerpo, ha sido larga. Desde aquellos lejanos días del primer encuentro, junto a la ribera en Galilea. Mucho tiempo ha pasado, muchos caminos se han recorrido juntos, muchas confidencias han sido dichas en voz baja, muchos gritos y denuncias escuchados.
Y ahora, al final del camino, seremos bendecidos por el que se va. Se va pero no nos deja, no puede abandonar a su rebaño entre lobos rapaces, no puede desgajarse la vid de los sarmientos, la cabeza del cuerpo de los suyos. Nos bendice y nos envía como sus compañeros, siervos inútiles que le serán testigos de su paso entre nosotros, de su misterio de salvación otorgada.
Entre dudas de algunos, al verle como es, le adoramos y escuchamos una vez más su voz amiga que se desgrana en cercanía. Su presencia no nos abandonará porque en sus manos está la fuerza más allá del cielo y de la tierra. No nos deja huérfanos, su Espíritu nos allanará el camino y nos llevará a la verdad toda entera.
Bautizar es empeñarse en sumergir nuestra humanidad en la suya, en hacer de dos uno, en lavar la lepra del pecado que se nos queda pegada a la piel desde Adán. El perdón y la gracia serán para siempre nuestros aliados.
Ahora se puede marchar, porque se queda para siempre entre nosotros.
FUENTE : www.capillaarrupe.webnode.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.
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