viernes, 31 de octubre de 2008

LA PALABRA - DOMINGO MARTÍN OLMO.

La Palabra

La Palabra es llamada.Despierta y levanta. Si resuena en tus adentros serás seducido y te dejarás seducir. Serás su Profeta.La Palabra es luz.Brilla en los abismos. Alumbra, noche y día, tu camino. No necesitarás luz de lámpara, ni el fuego del sol, ni el resplandor de la luna.La Palabra es fuego.Una brasa en tu boca. Una hoguera en tus huesos y en tu corazón. Quema y purifica. Llama ardiente que no podrás ahogar.La Palabra es verdadera.Siempre juega limpio. No miente, no engaña, no confunde, no aturde. No dice las cosas a medias, ni calla por miedo. No dice blanco donde piensa negro. No es lujo, no es adorno; no es argumento ni palabrería. Siempre es de Dios y siempre del hombre. Siempre pronuncia la luz. Siempre es Buena Noticia.
La Palabra es fiel.Pon en ella tu llanto y tu fracaso. Ata a ella tu verso y tu esperanza. Como baja la lluvia, empapa y fecunda la tierra, así la Palabra cumplirá su encargo.La Palabra es eterna.Más estable que el cielo. No lo olvides jamás. Que sea tu primera palabra y también la última. Di: "Aquí estoy para hacer tu voluntad".La Palabra es vida. Como el aire a cada instante. Como el pan de cada día. ¿A dónde iremos sin ella? Sólo al silencio. Sólo a la muerte.La Palabra ama la justicia.Levanta en sus manos la carne oprimida. Derriba cualquier cerco, rompe cualquier lazo, quiebra cualquier cepo. Pronúnciala, con hambre y sed, contra todas las injusticias.La Palabra corre veloz.Ponte en camino y corre tras ella. Pero, ante todo, déjate alcanzar.La Palabra es espada de doble filo.Divide y une. Hiere y sana. Lleva dentro la Cruz. ¡Abrázala!
La Palabra es fecunda.En el desierto, un manantial. Soplo de vida en la carne seca. En la esclavitud, un canto de libertad.La Palabra es creadora.En su espacio se recrea el mundo. Mete en ella tu barro, tus ruinas, las grietas de tu existencia, la dureza del corazón. Mete también tus sueños, tu utopía.La Palabra está en tus labios y en tu corazón.Cómela, gústala, pronúnciala, cántala. No te canses de hablar. No te canses de callar.La Palabra se hizo carne.Carne que hiere la muerte, carne que sueña la vida. La Palabra dice "te amo" a a todo el hombre. Haz silencio. Abre el corazón. Alégrate.La Palabra es Dios.Y "quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta".
( Domingo Martín Olmo ).

FUENTE : www.ciudadredonda.org/ ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

P. CANTALAMESSA - SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS Y CONMEMORACIÓN DE LOS DIFUNTOS.

Predicador del Papa: solemnidad de los santos y conmemoración de los difuntos.
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, con motivo de la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos.
* * *
XXXI Domingo T. Ordinario.
Sabiduría 3, 1-9; Apocalipsis 21, 1-5.6-7; Mateo 5, 1-12
La fiesta de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos tienen algo en común y, por este motivo, han sido colocadas una tras otra. Incluso el pasaje evangélico es el mismo, la página de las bienaventuranzas. Ambas celebraciones nos hablan del más allá.
Si no creyéramos en una vida después de la muerte, no valdría la pena celebrar la fiesta de los santos y menos aún visitar el cementerio. ¿A quién visitaríamos o por qué encenderíamos una vela o llevaríamos una flor?
Por tanto, todo en este día nos invita a una sabia reflexión:
"Enséñanos a contar nuestros días --dice un salmo-- y alcanzaremos la sabiduría del corazón". "Vivimos como las hojas del árbol en otoño" (G. Ungaretti). El árbol en primavera vuelve a florecer, pero con otras hojas; el mundo continuará después de nosotros, pero con otros habitantes. Las hojas no tienen una segunda vida, se pudren donde caen. ¿Nos pasa a nosotros lo mismo? Aquí termina la analogía. Jesús prometió: "Yo soy la resurrección y la vida, quien vive y cree en mí aunque muera vivirá". Es el gran desafío de la fe, no sólo de los cristianos, sino también de los judíos y de los musulmanes, de todos los que creen en un Dios personal.

Quienes han visto la película "Doctor Zivago" recordarán la famosa canción de Lara, la banda sonora. En la versión italiana dice: "No sé cuál es, pero hay un lugar del que nunca regresaremos...". La canción muestra el sentido de la famosa novela de Pasternac en la que se basa la película: dos enamorados que se encuentran, se buscan, pero a quienes el destino (nos encontramos en al tumultuosa época de la revolución bolchevique) separa cruelmente, hasta la escena final en la que sus caminos vuelven a cruzarse, pero sin reconocerse.

Cada vez que escucho las notas de esa canción, mi fe me lleva casi a gritar en mi interior:
sí, hay un lugar del q ue nunca regresaremos y del que no querremos regresar. Jesús ha ido a prepararlo para nosotros, nos ha abierto la vida con su resurrección y nos ha indicado el camino para seguirlo con el pasaje de las bienaventuranzas. Un lugar en el que el tiempo se detendrá para dejar paso a la eternidad; donde el amor será pleno y total. No sólo el amor de Dios y por Dios, sino también todo amor honesto y santo vivido en la tierra.
La fe no exime a los creyentes de la angustia de tener que morir, pero la alivia con la esperanza. El prefacio de la misa de mañana dice: "Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la esperanza de la inmortalidad futura". En este sentido hay un testimonio conmovedor que también se enmarca en Rusia. En 1972, en una revista clandestina se publicó una oración encontrada en el bolsillo de la chaqueta del soldado Aleksander Zacepa, compuesta poco antes de la batalla en la que perdió al vida en la segunda guerra mundial.

Dice así :
¡Escucha, oh Dios! En mi vida no he hablado ni una sola vez contigo, pero hoy me vienen ganas de hacer fiesta. Desde pequeño me han dicho siempre que Tú no existes... Y yo, como un idiota, lo he creído.
Nunca he contemplado tus obras, pero esta noche he visto desde el cráter de una granada el cielo lleno de estrellas y he quedado fascinado por su resplandor. En ese instante he comprendido qué terrible es el engaño... No sé, oh dios, si me darás tu mano, pero te digo que Tú me entiendes...
¿No es algo raro que en medio de un espantoso infierno se me haya aparecido la luz y te haya descubierto?No tengo nada más que decirte. Me siento feliz, pues te he conocido. A medianoche tenemos que atacar, pero no tengo miedo, Tú nos ves. ¡Han dado la señal! Me tengo que ir. ¡Qué bien se estaba contigo! Quiero decirte, y Tú lo sabes, que la batalla será dura: quizá esta noche vaya a tocar a tu puerta. Y si bien hasta ahora no he sido tu amigo, cuando vaya, ¿me dejarás entrar?
Pero, ¿qué me pasa? ¿Lloro? Dios mío, mira lo que me ha pasado. Sólo ahora he comenzado a ver con claridad... Dios mío, me voy... Será difícil regresar. Qué raro, ahora la muerte no me da miedo".
( Traducción realizada por Jesús Colina ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

jueves, 30 de octubre de 2008

BIENAVENTURANZAS DE LA REILUSIÓN - MIGUEL ÁNGEL MESA.

Bienaventuranzas de la Reilusión - Miguel Ángel Mesa.

· Felices quienes pueden ver y valorar los pequeños-grandes milagros que se producen cada día en nuestro mundo, desde el amanecer hasta la puesta de sol.
· Felices quienes son capaces de prescindir de todo lo que les ata, porque ya son libres.
· Felices quienes se bañan cada mañana en las aguas ardientes de la ternura y la alegría.
· Felices quienes renacen cuando perciben que aún conservan destellos del niño o la niña que llevan dentro.
· Felices quienes se reenamoran cada mañana y reinventan los besos, las flores, las palabras, las miradas.
· Felices quienes oran sin prisa, sin método, como si conversaran con su mejor amigo.
· Felices quienes sienten la amistad como un perfume siempre fresco, cuya fragancia les embriaga.
· Felices quienes derraman una lágrima ante la imagen de una mujer maltratada.
· Felices quienes descubren al atardecer de cada día qué es lo necesario y qué lo superfluo en su existencia.
· Felices quienes siguen soñando, recuerdan sus sueños e intentan hacerlos realidad.
· Felices quienes, cuando les aumentan el sueldo, analizan cuánto más pueden compartir.
· Felices quienes se detienen en el sendero de la vida, miran a su alrededor con serenidad y continúan caminando.
· Felices quienes se reservan cada día unos momentos de silencio para entrar gozosos en su corazón.
· Felices quienes beben en las fuentes de la Palabra y de los acontecimientos cotidianos.
· Felices quienes no se dejan abatir por los problemas, ni se complacen excesivamente en sus éxitos.
· Felices quienes se conmueven y luchan por eliminar la miseria, el odio y la injusticia.
· Felices quienes mantienen la esperanza, a pesar de tanta muerte, hambre y violencia.
· Felices quienes celebran con gozo las pequeñas e importantes victorias de los pobres.
· Felices quienes tejen con paciencia y firmeza a su alrededor redes de solidaridad.
· Felices quienes intentan descubrir en los demás lo positivo que tienen y disculpan sus errores.
· Felices quienes llenan su corazón de amor por la Madre Tierra y la cuidan con ternura.
· Felices quienes mantienen una búsqueda permanente del Misterio en lo profundo de su corazón y en los demás.
· Felices quienes vibran de gozo con su comunidad y se encuentran vacíos cuando están lejos de ella.
· Felices quienes son vulnerables, lloran, gozan y se mantienen fieles, cercanos a los afligidos.
· Felices quienes son perseguidos por seguir tercamente la estrella de la utopía.
· Felices quienes han descubierto que su cadena original de ADN y la de la humanidad es el amor y la solidaridad.
· Felices quienes trabajan por la paz en su vida y luchan a la vez por la justicia en el mundo.
· Felices quienes han descubierto que la pobreza no libera, pero los empobrecidos sí.
· Felices quienes se siguen asombrando, siguen jugando, riendo, contemplando, agradeciendo, acariciando, sintiendo.
· Felices quienes saben contemplar y reconocer las huellas, el paso, los sentimientos que el buen Padre y Madre Dios va sembrando en su propia vida.
· Felices quienes continúan fieles al amor de Dios manifestado en Jesús, pero abiertos al viento del Espíritu que sopla donde quiere, nos invita a ser libres, sin saber nunca hacia dónde nos encaminará.

( Miguel Ángel Mesa ).

FUENTE :
www.ciudadredonda.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

miércoles, 29 de octubre de 2008

PAPA BENEDICTO XVI - " EL ESCÁNDALO DE LA CRUZ, SABIDURÍA DEL CRISTIANO. "

Papa Benedicto XVI:
"El escándalo de la Cruz, sabiduría del cristiano"
Hoy durante la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas:
en la experiencia personal de san Pablo hay un dato incontrovertible: mientras al principio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el Camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de Él la razón de su vida y el motivo de su predicaci&oac ute;n. La suya fue una existencia enteramente consumida por las almas (cfr 2 Cor 12,15), para nada tranquila y resguardada de insidias y dificultades. En el encuentro con Jesús se había aclarado el significado central de la Cruz: había comprendido que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo.

Ambas cosas eran importantes; la universalidad: Jesús había muerto realmente por todos, y la subjetividad: Él ha muerto también por mí. En la Cruz, por tanto, se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios.

Este amor Pablo lo experimentó ante todo en sí mismo (cfr Gal 2,20) y de pecador se convirtió en creyente, de perseguidor en apóstol.
Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era "gracia", que todo descendía del amor de Cristo y no de sus méritos, que por otro lado no existían.
El "evangelio de la gracia" se convirtió así en la única forma de entender la Cruz, el criterio no sólo de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores.
Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de estas la salvación; estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; finalmente, había ciertos grupos heréticos, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.
Para san Pablo la Cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad;
representa el punto principal de su teología, porque decir Cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura.

El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro tiene que ver con la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde estaban presentes de forma preocupante desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que
comprometían la unidad del Cuerpo de Cristo, Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y el temblor de quien se confía solo al "poder de Dios" (cfr1 Cor 2,1-4).
La Cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico
que contiene, es escándalo y necedad.
Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante,
que es mejor escuchar de sus mismas palabras:
"La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden;
mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios...
quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.
Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a un Cristo crucificado:
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1,18-23).
Las primeras comunidades cristianas, a las cuales Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ahora está resucitado y vivo; el Apóstol quiere recordar no solo a los Corintios y a los Gálatas, sino a todos nosotros que el Resucitado es siempre Aquel que ha sido crucificado.
El "escándalo" y la "necedad" de la Cruz están precisamente en el hecho que ahí donde parece haber solo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la Cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad.
Para los judíos la Cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo:
parece obstaculizar la fe del pío israelita, que no consigue encontrar nada parecido en las Sagradas Escrituras. Pablo, con no poco valor, parece decir aquí que la apuesta es altísima:
para los judíos, la Cruz contradice la esencia misma de Dios, que se ha manifestado con signos prodigiosos.
Por tanto, aceptar la Cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la Cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la Cruz es la razón. Para estos últimos, de hecho, la Cruz es moría, necedad, literalmente te insipidez, alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido.
Pa blo mismo en más de una ocasión tuvo la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano juzgado "insípido", irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en consideración en el plano de la lógica racional.
Para quien, como los griegos, buscaba la perfección en el espíritu,
en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre,
sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo.
¡Por tanto era decididamente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una Cruz!
Y vemos como esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo.
El concepto de apátheia, indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso luego habría recuperado su cuerpo para vivir como resucitado?
"Te escucharemos sobre esto en otra ocasión" (Hch 17,32)
le dijeron despreciativamente los Atenienses a Pablo,
cuando oyeron hablar de la resurrección de los muertos.
Creían que la perfección era liberarse del cuerpo, concebido como prisión;
¿cómo no considerar una aberración recuperar el cuerpo?
En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado.
Todo el acontecimiento "Jesús de Nazaret" parecía estar marcado por la más total insipidez y ciertamente la Cruz era el punto más emblemático.
¿Pero por qué san Pablo precisamente de esto, de la palabra de la Cruz, ha hecho el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la Cruz revela "el poder de Dios" (cfr1 Cor 1,24), que es diferente del poder humano; revela de hecho su amor: "Porque la necedad divina es más sabida que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina,
más fuerte que la fuerza de los hombres" (ivi v. 25).

A siglos de distancia de Pablo, vemos que ha vencido la Cruz y no la sabiduría que se opone a Cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quien es Dios, es decir poder de amor que llega hasta la Cruz para salvar al hombre.

Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros nos parecen a primera vista sólo debilidad. El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre, y por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor:
precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría.
De esto san Pablo ha hecho experiencia hasta en su carne,
y nos da testimonio de ello en varios pasajes de su recorrido espiritual,
que se han convertido en puntos de referencia precisos para todo discípulo de Jesús:

"Él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra per fecta en la flaqueza"

(2 Cor 12,9); y aún: "ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte"

(1 Cor 1,28). El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que él también, aunque en medio de tantas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que le amó y se entregó por los pecados suyos y de todos (cfr Gal 1,4; 2,20). Este dato autobiográfico del Apóstol es paradigmático para todos nosotros.
San Pablo ofreció una admirable síntesis se la teología de la Cruz en la segunda Carta a los Corintios (5,14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado a favor nuestro (v. 21), ha muerto por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos a nosotros nuestras culpas (vv. 18-20). Por este "ministerio de la reconciliación" toda esclavitud ha sido rescatada (cfr 1 Cor 6,20; 7,23). Aquí aparece cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este "ministerio de la reconciliación", que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor. San Pablo ha renunciado a su propia vida dándose totalmente a sí mismo para el ministerio de la reconciliación, de la Cruz que es salvación para todos nosotros. Y esto debemos saber hacer también nosotros: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Debemos formar nuestra vida sobre esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en ese Dios del que todos podemos decir: "Me ha amado y se ha dado a sí mismo por mí".

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

martes, 28 de octubre de 2008

LA SED DE DIOS - MA. JOSÉ CANCELO BAQUERO.

La sed de Dios* - María José Cancelo Baquero**
Sal Terrae 96 (2008) 445-457

1. ¿Hay o no sed de Dios en nuestra sociedad? ¿Por qué?
«Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”»
(Jn 20,14-15).

Entendemos por «sed» la gana o necesidad de beber. El cuerpo humano es, en un 80%, agua. El agua es indispensable para nuestra vida. En un sentido figurado, llamamos también «sed» a todo deseo, apetito o necesidad imperiosa de algo de lo que no se puede prescindir para vivir. La sed implica, pues, un movimiento o inclinación natural de la voluntad y de todo nuestro ser hacia algo que consideramos un bien.
Si nos fijamos en nuestro entorno, veremos cómo todos andamos en búsqueda de algo que consideramos un bien: unos, un pedazo de pan para dar de comer a sus hijos; o una oportunidad cruzando el estrecho; otros, con más suerte, buscamos el éxito, el dinero, el poder...; ser más, alcanzar una meta, y luego otra, y después otra (un coche, otro mejor...; una casa, mejor dos...; mejorar la imagen, sentirnos alguien, tener una pareja que «nos llene»...).
Si nos fijamos bien, creo que podríamos afirmar que somos aquello que buscamos. Estas búsquedas son las que van configurando nuestras vidas, a lo que dedicamos nuestro tiempo y nuestro afán.
Ahora bien, en cuanto logramos lo que deseamos, ya no nos resulta suficiente. Tales búsquedas no acaban de llevarnos a algo que nos llene plenamente. ¿Cuál es en realidad la necesidad profunda? En el fondo, ¿qué estamos buscando?, ¿a qué aspira verdaderamente nuestro corazón?
Supongo que es a esta inquietud profunda, a esta necesidad siempre insatisfecha, a lo que nos referimos cuando hablamos de la «sed de Dios». Pero me pregunto: ¿es de verdad Dios (o lo trascendente) algo necesario en nuestras vidas?
No me corresponde a mí hacer un análisis filosófico ni teológico acerca de si se trata o no de una necesidad existencial. Pero sí quisiera poder dar testimonio de mi experiencia y de lo que veo a mi alrededor.
La sed de Dios me habla de la búsqueda de lo esencial de la vida, aquello en que se fundamenta el sentido de la existencia humana, el misterio de la vida. Misterio sobre el que, por más que nos empeñemos, no hay una respuesta que lo agote completamente.
Creo que hoy, en nuestra cultura occidental, la cuestión de sentido no se plantea frecuentemente; y cuando se hace, no se suele tener a Dios como respuesta única, al menos al Dios cristiano.
Pero quizá la pregunta que tenemos que hacernos no es sobre la sed de Dios, sino que, antes de eso, deberíamos profundizar acerca de si hay o no sed de algo más, si hay o no una tendencia natural a preguntarnos por el sentido. Y, en caso afirmativo, cuáles son las respuestas que damos.
Creo que la sed de algo más es una experiencia común a todos los mortales. Esta sed puede ir desde lo más simple y concreto, como son las necesidades básicas –que nunca parecen quedar totalmente satisfechas–, hasta esa tendencia a ir más allá de lo evidente, que se muestra en las actividades más elevadas, como la investigación científica o, mejor, en otro nivel, la creación artística. En todo caso, siempre en búsqueda, siempre en dinamismo de alcanzar algo más, algo mayor, algo mejor, la realización plena de todas las capacidades, posibilidades, deseos y aspiraciones del corazón. ¿Acaso la plenitud? ¿Acaso lo trascendente? En cualquier caso, una esperanza de algo.
Así, si echamos un vistazo a nuestro alrededor, podemos observar cómo nuestras vidas y cuanto nos rodea parece estar en continua evolución, en realización, en proyecto, llamado a realizarse siempre como una plenitud. Es como un dinamismo que nos viene impuesto.
Si ahora miramos hacia el interior, también sentimos de algún modo esa tendencia hacia la armonía, la plenitud. Dentro de nosotros, algo nos inquieta y nos inclina a encontrarle un sentido a todo, una esperanza de sentirnos plenamente realizados.
Yo creo que no podemos negar que en toda persona hay una sed profunda de lo esencial; de lo radical, algo que va incluso más allá de las ansias de verdad, de belleza, de amor, de armonía, de felicidad total...: una especie de deseo de infinito en lo más profundo de nosotros mismos.
Pero la sed implica también un vacío que llenar, un echar de menos algo, un interrogante abierto...; y lleva consigo, además, la avidez por eso que falta para sentirse satisfecho. Nos pone en referencia a algo que no estamos seguros de poder alcanzar, pero que sentimos que necesitamos saciar. Esto supone un riesgo. ¿Podemos aspirar a llenar nuestros vacíos? ¿Es posible y, por tanto, razonable aspirar a esta plenitud? ¿Puede lo finito abrirse a lo infinito? ¿No habrá que conformarse con la mera realización posible, dentro de nuestras limitadas posibilidades, sin aspirar a nada más?
Esto último parece razonable y sensato. Entonces, ¿por qué seguir dándole vueltas? Sin embargo, ¿nos contentamos verdaderamente con vivir lo mejor posible, con ser capaces de conocer y describir cada vez un poco mejor la realidad que nos rodea, con tratar de explicar cómo funciona? ¿De verdad que no sentimos la necesidad de ir más allá y preguntarnos por qué existimos, por qué existe algo? Incluso el mismo hecho de hacerse estas preguntas de sentido ¿no parece indicar una tendencia a esperar una respuesta?...
Apenas nos detengamos a pensar, percibiremos nuestra absoluta dependencia, la contingencia de todo lo existente; y si no nos aferramos demasiado a los prejuicios, si abrimos nuestros esquemas cerrados, tal vez empecemos a intuir la posibilidad de otra Presencia, de algún Otro, de otro orden... que de alguna manera, extraña a nuestra limitada capacidad, responde a todo esto.
Esta desproporción radical que sentimos entre lo que es y lo que desearíamos alcanzar, y que por nosotros mismos resulta imposible de resolver, esa necesidad de algún otro que nos origine, nos habla a algunos de una Presencia que va más allá de nosotros, que lo atraviesa todo, que nos fundamenta, que nos constituye y sostiene en el ser.
Esto es, para mí, la sed de Dios.

2. ¿Cómo se manifiesta hoy la apertura a la dimensión religiosa?
«Me abandonaron a mí, fuente de agua viva,
y se cavaron aljibes agrietados que no retienen el agua»
(Jr 2,13).

Pero lo que es evidente es que a estas inquietudes, a esta «sed», no todos le damos la misma respuesta, sino que cada cual busca calmarla en las fuentes que le parecen mejores, o las que tienen al alcance o las que están más de moda. Porque en esta sociedad del mercado hay ofertas de todo tipo y para todos los gustos. Creo que se puede afirmar que la respuesta religiosa que pone en Dios su esperanza está muy cuestionada. Ha sido puesta bajo sospecha por alienante y acrítica, lo cual no es de extrañar para quienes, como yo, hemos sido educados en un ambiente racionalista, pero a quienes se nos trasmitió una fe más propia de la época premoderna; una fe que, a poco crítico que fueses, se te caía enseguida de las manos.
Ya no sirven, pues, las respuestas religiosas simples sin contraste con la razón crítica.
Además, la idea de Dios que ha quedado en el imaginario colectivo está asociada a una predicación propia de los tiempos anteriores al concilio Vaticano II: la de un Dios todopoderoso, juez justo, que premia a los buenos y castiga a los malos y que choca de frente con la sensibilidad actual.
Por otra parte, a más de uno nos parece que la Iglesia jerárquica está muy alejada de la vida real y de los problemas de la gente, por lo que ha perdido el prestigio y la credibilidad.
Y, así, hay personas que recurren a los nuevos movimientos religiosos o semi-religiosos. E incluyo aquí, con todo respeto, desde el budismo y el zen hasta las más variadas opciones al estilo «New Age» y toda suerte de magias y esoterismos, tan increíblemente en boga en una cultura racionalista. Lo que creo que ocurre es que, por lo menos, no tienen de ellos una idea preconcebida que les cause rechazo, ni está tan mal visto como el decirse cristiano. Incluso da un «toque» interesante. Además, estas opciones tienen a su favor que se mantienen dentro de la intimidad y no comprometen social ni públicamente a las personas que se acercan a ellas.
Algunos otros –pocos en este entorno– se inclinan por una salida más radical, buscando escapar de la complejidad a través de opciones que oferten respuestas firmes. Caen en grupos fundamentalistas que les ofrecen un camino que les inspira seguridad; aunque sea a base de renunciar a la capacidad de discernir, a cambio de una salvación segura a fuerza de hacer méritos para contentar a Dios.
Otros se quedan en un más o menos cómodo conformismo, pensando que, por más vueltas que se le dé a estos asuntos, no se puede saber nada con certeza. Además, como tienen tantas sospechas acerca de quienes dicen creer en algo –que para ellos suele ser gente fanática–, mejor no intentar pensar en ello y llenar los vacíos con lo que atraiga los sentidos y cause placer, teniendo así las necesidades «entretenidas» y viviendo lo mejor que se pueda. Creo que estas últimas personas son las que más abundan en mi entorno y generación.
Intentaré describir la situación sociocultural que propicia estas posturas. Me centraré en la última, que me parece la más extendida.

3. ¿Qué factores inciden en la creación del clima espiritual actual?
Vivimos en una sociedad que tal vez podríamos definir no tanto como increyente o agnóstica, sino, más bien, «indiferente». Se han sumado para ello diversos factores.
Por una parte, hay que considerar la secularización derivada de la crítica racionalista moderna al sistema religioso imperante hasta hace pocos años.
En esta misma línea estaría el cuestionamiento acerca del problema del mal y del escándalo del sufrimiento de los inocentes, o el de la injusticia estructural. Es decir, el problema de cómo explicar que no hay contradicción entre la realidad del mal y la existencia de un Dios bueno.
Mientras no encuentran una respuesta razonable a este interrogante –y es más cómodo no buscarla–, les resulta imposible creer en un Dios que les merezca la pena.
Por otro lado, creo que influye el modelo de sociedad actual. El contexto sociocultural es esa realidad que nos envuelve, el ambiente en que vivimos. Y nos configura más allá de nuestra voluntad y va conformando nuestra mentalidad y sensibilidad.
La nuestra es una sociedad individualista y fragmentada, típica del sistema cultural y económico que se ha globalizado, el neoliberalismo, el cual se caracteriza por la potenciación extrema del consumo, apoyado por los nuevos sistemas de comunicación inmediata y las nuevas tecnologías, y que cuenta, para su expansión con la complicidad de los medios de comunicación social.
Vivimos bombardeados por muchas imágenes y sensaciones, estamos como aturdidos. La realidad es compleja y cambiante. La vida sucede a mucha velocidad, siempre estamos con prisas, y parece que sólo nos mueve el ansia de resultados inmediatos, que, al ser alcanzados, generan otro nuevo deseo que alcanzar; y así vivimos, siempre a la búsqueda de algo nuevo que nos haga sentir bien (placer, diversión, éxito, «marcha», etc.).
Todo esto nos hace andar muy dispersos, identificados con demasiadas cosas, muy «entretenidos». Recibimos tanta información, tanta sensación y tantos impactos que, sin apenas darnos cuenta, se nos cuelan en el interior y se apoderan de nuestros sentimientos y de nuestra libertad. Es como una trampa mortal: no tenemos capacidad de decidir. Tan poseídos estamos que no hay tiempo ni espacio para las preguntas de sentido.
También influye la cultura ramplona instalada hoy, con una falta total de ideales y utopías, egocéntrica y narcisista, sin interés por el pasado y sin grandes planes de futuro. Vivimos en un presente inmediato, en el que el valor que más se esgrime es el de la libertad, entendida como «hacer lo que a uno le da la gana», sin límites y sin tener en cuenta para nada el bien común. Es una concepción materialista que ciega la capacidad de atisbar el valor de todo aquello que pueda trascender nuestros propios intereses y, por lo tanto, también lo trascendente.
Esta dinámica es tan brutal que casi podría decirse que, para mucha gente, la vida pasa sin darle tiempo a nuevos y mejores planteamientos; y casi me atrevo a decir que la única posibilidad de que esto cambie es que la vida, con alguna de sus tretas sorpresivas, les abra alguna brecha indeseada en sus seguridades, por donde se les cuele alguna pregunta existencial. Aun así, y salvo que el desconcierto sea muy grande, muchas veces se intentan eludir los interrogantes con la disculpa de que lo que ocurre es que estamos deprimidos y que para eso la solución está en algún tratamiento químico de última generación o en algún curso de control mental, o algo por el estilo. Cualquier cosa, con tal de no pensar y afrontar el vacío.
Pero, si somos sinceros, todo ello no ha logrado que desaparezca la pregunta acerca de la justificación de la existencia, aunque la tenemos tan oculta que surge poco.

4. ¿Cómo anunciar el Evangelio de Jesús en este contexto?
En este contexto, parece que, antes que plantearnos el anuncio explícito del evangelio, deberíamos abrir cauces para que surjan, o bien las preguntas existenciales, o bien alguna aproximación a una experiencia de lo trascendente que abra el camino a las preguntas y a sus posibles respuestas.
Creo que la mayoría de los seres humanos hemos experimentado más pronto o más tarde algún modo de experiencia religiosa, algún destello de eternidad que se asoma a nuestra vida a través de alguna realidad que nos conmueve e ilumina. Estas experiencias suelen venir ligadas a hechos o actividades que se desenvuelven en el ámbito de lo simbólico, en las artes; o ante experiencias de amor, de autenticidad, de libertad, de verdad, de bondad, de belleza... Dejarnos tocar por algo de esto puede llevarnos a intuir que hay algo muy profundo dentro de nosotros mismos y en la realidad, que vive para siempre; algo que posee esas capacidades por definición y que nos atrae, nos llama, nos eleva y trasciende. Así, el encuentro con algo bueno, bello, verdadero..., pero, sobre todo, la experiencia de amar y sentirse amado, nos hace posible atisbar algo que va más allá de lo que vemos. Nos pone en trance de experiencia de lo trascendente.
Incluso la experiencia preciosa del amor humano, siendo la más sublime, no calma totalmente nuestra sed. Esta experiencia convive siempre con una sensación de soledad no colmada, pues tenemos una capacidad de relación infinita que sólo el misterio de algo trascendente se barrunta como capaz de llenarla.
Los cristianos creemos que en lo más hondo de la realidad hay un misterio último que es Amor. Esto es lo que nos reveló Jesús de Nazaret, un Dios Padre-Madre que crea por Amor y con la única finalidad del bien de sus criaturas, teniendo como único límite el de su inevitable finitud. Toda esta realidad tan compleja no es fruto de un azar ni está destinada a la extinción, sino que está habitada por una energía que la crea y la sostiene. Además, Dios actúa en sus criaturas y cuenta con nosotros para que su proyecto se haga realidad en el mundo.
Para poder transmitir esta presencia, para que se haga palpable, tenemos que lograr, antes que nada, experimentar a Dios como Padre, sentir su bondad, su compasión, experimentar la confianza total en su misericordia, llenarnos nosotros mismos, saciarnos acogiendo su oferta de amor para reflejar en nuestra propia vida el rostro de ese Dios en el que sí se puede poner la esperanza última.
Pero este mensaje se encuentra de frente con la barrera que suponen los prejuicios que hay en la sociedad frente a la Iglesia. Se ha abierto un abismo entre el discurso religioso oficial, cargado de dogmas y prohibiciones, y las vidas reales de la gente, con sus problemas e inquietudes, deseos y proyectos, fracasos y sufrimientos...
Además, el lenguaje de la Iglesia no ayuda mucho a paliar este abismo, pues no conecta con la forma de razonar ni con las necesidades de la gente de hoy. Los ritos están vacíos de contenido. Las palabras que se utilizan y los modos de expresar la fe no tocan los resortes que pueden despertar las inquietudes de las personas. Por otro lado, los argumentos teológicos deberían poder superar dignamente la crítica de la razón. Además, hay que reconocer que la evangelización desde el dogma y el magisterio no está funcionando. Creo que hay que replantearse todo el esquema pastoral que se ha venido utilizando. Por todo ello, estoy de acuerdo con quienes piensan que la única manera de que la opción cristiana tenga cabida pasa por recuperar la experiencia original de la que surgió; y repensar la manera de expresarla con un lenguaje y unos esquemas a la altura de los tiempos.
No podemos prescindir de la cultura en la que nos movemos. Tenemos que admitir que la concepción tradicional, el esquema desde el que se explicita la fe, está en crisis; pero admitirlo desde la certeza de que la experiencia fundamental en la que se sustenta nuestra fe y esperanza sigue vigente. Estamos, pues, obligados a repensar cómo transmitirla. Hay que tener en cuenta que en España, después del nacional-catolicismo, la gente ha quedado vacunada contra la idea que se le «vendió» de cristianismo por el propio cristianismo. Hay un temor a que la fe suponga una negación de los bienes del mundo y una constricción a la realización de la persona en lo que se refiere a poder gozar de la vida en todas sus dimensiones.
Como dice Torres Queiruga, nuestra cultura ya no puede admitir un concepto de Dios que se sitúe frente a lo humano como si fuesen realidades contrapuestas. Un Dios al que sólo se llega por la ascesis, la abnegación, los sacrificios y oraciones, porque está allá arriba, y nosotros aquí abajo, y nos exige todo para ser merecedores de Él.
Una vez que hemos tomado conciencia de la autonomía del mundo y del ser humano, sólo cabe una propuesta que reconozca lo divino como trascendente y distinto, como lo que sustenta y da el ser a lo humano; de modo que, cuanto más presente se hace Dios en el hombre, tanto más afirmado siente éste su ser; y cuanto más se entrega el ser humano a Dios, con tanta más hondura se recibe a sí mismo y tanto más humano es. Todo en la vida, vivido hondamente, puede llevar a Dios. Es importante transmitir este mensaje para que se disuelvan las reticencias.
Esta experiencia honda de lo humano con relación a lo divino contribuiría a romper la imagen que tiene la gente de que la Iglesia es, ante todo, una moral; y no tanto un lugar en el que poder encontrar esa experiencia mística de la que hablamos: un lugar donde se respire esperanza y no condena; un espacio de pertenencia en igualdad, y no un lugar en el que te sientas sometido, donde unos son los que saben, pueden y ordenan, y otros sólo obedecen; un lugar donde las mujeres se sientan y se sepan con los mismos derechos y deberes reconocidos, y no relegadas al papel de segundonas.
Hay que recuperar la dignidad que trajo Jesús para todos y todas, la dignidad de ser hijas e hijos de Dios con la misión de anunciar el evangelio: una misión compartida por todos, hombres y mujeres, laicos, religiosos y sacerdotes, cada uno según su carisma y vocación, pero con igual dignidad. Ésta es una asignatura pendiente e imprescindible para que nuestra oferta sea válida hoy.
Nuestra credibilidad, y con ella la del mensaje que proclamamos y queremos transmitir, se juega en la coherencia de nuestras vidas. En los tiempos que corren, pienso que es mucho mejor no explicitar demasiado la fe, sino vivir de tal manera, con unos valores y estilos, con un sentido de la vida profundo, que lleve a preguntarse a quienes no creen qué será lo que nos mueve.
Y esto pasa por nuestra implicación, junto con todos aquellos que trabajan en la misma dirección, en la construcción de un mundo mejor –más evangélico–, de una sociedad más solidaria, en la que el objetivo del progreso pase por la liberación del ser humano de toda opresión, la convivencia desde la justicia, la búsqueda del bien común y el cuidado del entorno.
Como he señalado anteriormente, el único camino que veo posible es volver a la experiencia de los primeros cristianos, recuperar la experiencia de la que nacen los evangelios.
Es necesario volver al Jesús histórico e interpretar todo lo que sabemos sobre él desde los conocimientos actuales del contexto en que se movió, y así poder entender el carisma de su figura y preguntarnos por el misterio que encierra desde nuestros conceptos y modos de comprender. De este modo, podremos acercar la persona de Jesús –su vida y sus valores– a nuestras vidas de hoy; preparar el camino para que se haga posible el encuentro personal entre él y cada uno de nosotros; y, desde ahí, ver qué nos dice y cómo nos interpela.
En nuestro actual contexto cultural, muchas personas, sobre todo los jóvenes, no tienen asentados valores que antes se daban por supuestos. Así, en toda tarea pastoral es necesaria la formación integral del sujeto, trabajando paralelamente en todas sus dimensiones: psicológica, ética, social, existencial y espiritual.
Tampoco se puede perder de vista que vivimos en una realidad cada vez más pluricultural, en la que no podemos partir de la idea de que todos tenemos una misma forma de pensar, de sentir y de actuar. Es preciso saber que la cultura es dinámica y cambiante; y que la convivencia, el diálogo y la interacción entre las distintas comunidades de vida van configurando una nueva cultura plural, caracterizada por la interdependencia mutua.
En este marco, el anuncio del evangelio debe suponer el avance hacia una ciudadanía amplia, incluyente y solidaria desde el sentimiento de fraternidad con todos los seres humanos. Esto pide que nuestras vidas, y la vida de la Iglesia, abran espacio para el encuentro, la acogida, el diálogo con gentes de otras espiritualidades y creencias. Descubrir y reconocer mutuamente la sed que todos llevamos dentro nos evoca la posibilidad de un encuentro profundo. Los cristianos estamos llamados a ser signo de este Reino que predicaba Jesús y casa abierta a toda la humanidad. El mismo Jesús que hoy sigue vivo y al que ya sólo se puede predicar a través de nosotros.
Necesitamos presentar otras imágenes, otras figuras alternativas que motiven para buscar una vida más auténtica que pueda inspirar una felicidad profunda. Vidas de gente creíble en nuestro contexto. Se necesitan cristianos con un sujeto bien formado, capaces de resistir el embate de la seducción de los valores en boga y con una interioridad bien forjada, fruto de la contemplación. Hombres y mujeres que muestren con sus vidas, con su proximidad, con valores como la solidaridad y la gratuidad, pequeños signos concretos de esperanza en que otro mundo es posible y que hay otros cauces alternativos a la llamada «felicidad». Saber que hay esperanza de sentido. Hombres y mujeres cuya presencia y vida sean el resorte que haga saltar las preguntas que todos llevamos dentro del corazón.

5. ¿Qué hacer cuando la sed parece secarse?
No es de extrañar que, entre tanto ruido, imagen, sensación... un día nos demos cuenta de que en algún momento, sin haberlo notado, hemos perdido la orientación que nos guiaba, el sentido de nuestro proyecto de vida, y que se ha apoderado de nosotros el bullicio que nos envuelve; de modo que nos sentimos desmotivados, desorientados y desganados, y hasta nos parece imposible poder recuperar la inquietud que nos movía. Lo inmediato es echarle la culpa a las circunstancias, al ambiente, a todo lo que nos rodea, en lugar de abordar lo que realmente nos ocurre.
Tal vez sea el momento de preguntarnos: ¿he perdido la sed? O tal vez: ¿ha dejado de ser Dios el referente que alivia mis necesidades profundas y estoy buscando en otras fuentes? Puede ser la ocasión de detenerse y darse la oportunidad de escuchar lo que sentimos. Puede que, si nos atrevemos a mirarnos, estemos más secos y necesitados de lo que queremos admitir.
Detengámonos un momento, caigamos en la cuenta de lo que nos ha ocurrido. Puede que nos hayamos entretenido en nuestras rutinas, buscando sentirnos bien, tener una buena calidad de vida, y que, poco a poco, nos hayamos quedado resecos. ¿Dónde quedó la pasión que nos movía? ¿No será que tal vez hemos vendido la primogenitura por un plato de lentejas?...
Me bajo del tren de alta velocidad en el que me he montado y me doy cuenta de que correr mucho únicamente me traslada de un sitio a otro, de un entretenimiento al siguiente, pero me deja igual de vacío. Y empiezo a buscar en mí lo que verdaderamente me mueve: buscamos la atención, el prestigio, la seguridad... ¿A costa de qué? Rompo mi rutina, cuestiono mis esquemas, me pregunto adónde voy con la vida que llevo, y me hago una pregunta de sentido: ¿Quién soy?, ¿qué sentido tiene mi vida? Tal vez entonces vuelva a caer en la cuenta de mi vacío profundo, de cómo no me llena de verdad nada de lo que me entretiene. Y sigo buscando. Pero ahora ya no sigo el camino de la búsqueda exterior: ahora busco por dentro, en el centro de mi vida, y me pregunto amablemente: ¿qué tengo dentro?, ¿qué sentimientos me habitan?, ¿qué hay de verdad en mí?, ¿qué queda de mí si pierdo lo que tengo?, ¿de dónde me viene todo esto?, ¿cuál es la fuente que me da la vida?
Es el momento de hacer silencio, de escuchar el rumor de lo esencial en el fondo del corazón.
Porque tal vez, si escuchamos atentos, oigamos el fluir de la vida que nos habita, el amor que se asienta en nuestras entrañas y que busca cómo salir y expresarse; la vida que busca vivir; la plenitud que asoma tímidamente en la medida de las posibilidades de nuestra limitada condición, pero que, a pesar de todo, se intuye; y si le dejamos, nos impulsa a sacar lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de nuestra humanidad, los mejores sentimientos, y nos lleva a ver, en todo lo que nos rodea, un destello de eternidad: Dios en nosotros y en todas las cosas y todas en Él.
Pero ello requiere cuidar la interioridad, el espacio donde nos relacionamos con el Dios que nos habita, donde esperamos pacientemente que llene nuestro vacío con su plenitud y donde nos hacemos conscientes de que Alguien sostiene nuestra vida.
Y requiere también tener confianza, abrirnos a la posibilidad de ese Dios que nos quiere con locura y que sólo busca que nos realicemos en plenitud. Volver con confianza a experiencias anteriores en que nos hemos sentido aliviados y acogidos por su amor misericordioso.
Y siempre recordar que, si la sed parece secarse, es que en algún momento la sentimos apremiante, y que entonces fuimos conscientes de cómo Dios se hacía presente en nuestras vidas y nos daba de beber, como a la samaritana, «agua viva que se convierte por dentro en un manantial que salta dando una vida que no se acaba nunca» (Jn 4,13-15). Quien lo ha sentido una vez, ya nunca podrá olvidarse. Dios no nos abandona, aunque a veces nos lo parezca. Ésa fue también la experiencia de Jesús en la cruz; y, sin embargo, tenemos la certeza de la experiencia pascual.
Quizás a fuerza de echar tierra sobre nuestro propio manantial, se nos oculte de vez en cuando esta sensación que tan bien describió San Agustín: «Nos creaste, Señor, para ti, y nuestra alma anda inquieta hasta que descanse en ti». Ahora bien, lo que es seguro es que Él, que nos creó con tanto amor y desea tanto nuestra plenitud, no puede olvidarse de sus criaturas y no descansa; anda inquieto, hasta que le dejemos habitar en nuestro interior.
Él siempre estará a nuestro lado, llamando a nuestra puerta, haciéndose el encontradizo en nuestros caminos. Él sí parece andar como sediento de nuestro amor, hasta que por fin nos dejemos rehacer, recrearnos, renovarnos por su amor libre y gratuito, de modo que sólo nos merezca la pena vivir respondiéndole con el amor generoso que Él mismo ha puesto en nuestros corazones, viviendo una vida entregada por amor a todas las criaturas.

* Bióloga del cuerpo facultativo superior de la Xunta de Galicia. A Coruña. .
** Para la realización de este artículo me inspiro, sobre todo, en J. Chittister, La vida iluminada, Sal Terrae, Santander 2001; J. Martín Velasco, La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995; W. Tommasi, Etty Hillesum. La inteligencia del corazón, Narcea, Madrid 2003; A. Torres Queiruga, Esperanza a pesar del mal, Sal Terrae, Santander 2005.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

lunes, 27 de octubre de 2008

DIEZ DEFINICIONES BREVES DE LA PALABRA DE DIOS.

DIEZ DEFINICIONES BREVES DE LA PALABRA DE DIOS.
final del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra

1.- “La Biblia es el libro de un pueblo y para un pueblo”.

2.- “La plenitud de las Escrituras es el amor”.

3.- “La Palabra de Dios es una brújula que indica el camino a seguir”

4.- “La escucha amorosa de la Palabra de Dios lleva al servicio desinteresado hacia los demás”.

5.- “La escucha auténtica de la Palabra de Dios es obedecer y actuar, es hacer florecer en la vida la justicia y el amor”.

6.- “La Biblia nos presenta el soplo del dolor, sale al encuentro del grito de los oprimidos y del lamento de los infelices”.

7.- “Mediante el amor y la veneración a la Palabra de Dios, las Iglesias y comunidades cristianas viven una unidad real, aunque imperfecta”.

8.- “La Sagrada Escritura se ha convertido en una especia de inmenso vocabulario… Es el atlas iconográfico… El Evangelio fue la lengua materna de Europa…La Biblia es el gran código de la cultura universal”.

9.- “La Sagrada Escritura tiene pasajes adecuados para consolar todas las condiciones humanas”.

10.- “Es necesario traducir a gestos de amor la Palabra de Dios escuchada y orada, porque solo así se convierte en creíble el anuncio del Evangelio”

Y es que “la Palabra de Dios es más dulce que la miel de un panal, más que el jugo de los panales… Es antorcha para mis pasos, luz en mi sendero…Es como el fuego y como un martillo que golpea la peña… Es como lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar… Es viva y eficaz y más cortante que espada de doble filo. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne pensamientos y sentimientos del corazón”.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

domingo, 26 de octubre de 2008

TE NECESITO, SEÑOR.

TE NECESITO, SEÑOR.
“¡Te necesito, Señor!,
porque sin Ti mi vida se seca.
Quiero encontrarte en la oración,
en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.
¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza
que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque
que protege con sus hojas los latidos escondidos
de todos sus inquilinos.
¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
En el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.
¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño y en el ruido de la muchedumbre.
¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.
( P. Pierre Teilhard de Chardin S.J ).

FUENTE :
www.vocacionesjesuitas.blogspot.com/2008/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

sábado, 25 de octubre de 2008

SEÑOR, MAESTRO Y COMPAÑERO.

Señor, Maestro y Compañero
Señor, Maestro y Compañero, Jesús de Nazaret. Hijo de Dios
e hijo de María:
¡escúchanos! Tú que llamaste a los Doce,
en la hora primera de la Iglesia y nos enseñaste a
pedir brazos para la mies que es mucha.
Tú, que vienes llamando a tantos y tantas, siglo tras siglo, en el día a día de la fidelidad, para la aventura total del Evangelio, en la causa del Reino del Padre.Tú, que nos vienes sustentando con tu Espíritu y con tu Eucaristía, en el despojamiento y en el celibato, en las bienaventuranzas y en la cruz, para el servicio y la contemplación, para la misión y el martirio.Tú, que eres el Resucitado, vencedor de todas las muertes, nuestra Pascua verdadera:
¡escúchanos!
Que no se diga que ya no tienes palabras de vida eterna. Que no se diga que ya no vale la pena perder por Ti la vida. ¡Escúchanos y llama! ¡Convócanos, Jesús!Queremos seguirte. Podemos beber tu cáliz. Proseguiremos tu misión de anunciar la Buena Nueva a los pobres, de liberar a los cautivos, de abrir los ojos a los ciegos, de proclamar para todos el Tiempo Nuevo de Gracia.
Como el Padre te envío,
¡envíanos!
A gloria del propio Padre y en la comunión del Espíritu,
para la salvación del mundo.

FUENTE : vocacionesjesuitas.blogspot.com/
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viernes, 24 de octubre de 2008

" NO OÍSTE... ? " - RABINDRANATH TAGORE.

" ¿ NO OÍSTE... ? " - RABINDRANATH TAGORE." ¿ No oíste, sus pasos silenciosos ?
Él viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad, todos los días y todas las noches,
Él viene, viene, viene siempre.
He cantado muchas canciones y de mil maneras ;
pero siempre decían sus notas :
Él viene, viene, viene siempre.
En los días fragantes del soleado abril,
por la vereda del bosque,
Él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio,
sobre el carro atronador de las nubes,
Él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mía,
son sus pasos los que oprimen mi corazón,
y el dorado roce de sus pies es lo que
hace brillar mi alegría."
( de " Rabindranath Tagore, Cuentos Elegidos ", Ed. Errepar ).

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P. RANIERO CANTALAMESSA- EL AMOR HACE VER AL OTRO COMO ES EN REALIDAD.

Predicador del Papa: El amor hace ver al otro como es en realidad
Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo
" El Buen Samaritano "

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XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Éxodo 22, 20-26; 1 Tesalonicenses 1,5c-10; Mateo 22, 34-40

Amarás a tu prójimo como a ti mismo
“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Añadiendo las palabras “como a ti mismo”, Jesús nos ha puesto delante un espejo al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo. Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: “Lo que el otro te haga, házselo tú a él”. Esto sería aún la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera házselo tú a él (cf. Mt 7, 12), que es muy distinto.
Jesús consideraba el amor al prójimo como “su mandamiento”, en el que se resume toda la Ley. “Este es el mandamiento mio: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Muchos identifican el entero cristianismo con el precepto del amor al prójimo, y no están del todo desencaminados. Pero debemos intentar ir un poco más allá de la superficie de las cosas. Cuando se habla del amor al prójimo el pensamiento va en seguida a las “obras” de caridad, a las cosas que hay que hacer por el prójimo: darle de comer, de beber, visitarlo; es decir, ayudar al prójimo. Pero esto es un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficiencia viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer.
La caridad debe ser “sin fingimientos”, es decir, sincera (literalmente, “sin hipocresía”) (Rm 12, 9); si debe amar “verdaderamente de corazón” (1 Pe 1,22). Se puede de hecho hacer caridad o limosna por muchos motivos que no tienen nada que ver con el amor: por quedar bien, por parecer benefactores, para ganarse el paraíso, incluso por remordimientos de conciencia. Mucha caridad que hacemos a los países del tercer mundo no está dictada por el amor, sino por el remordimiento. Nos damos cuenta de la diferencia escandalosa que existe entre nosotros y ellos, y nos sentimos en parte responsables de su miseria. ¡Se puede tener poca caridad, también “haciendo caridad”!
Está claro que sería un error fatal contraponer entre sí el amor del corazón y la caridad de los hechos, o refugiarse en las buenas disposiciones interiores hacia los demás, para encontrar una excusa a la propia falta de caridad actual y concreta. Si encuentras a un pobre hambriento y entumecido de frío, decía Santiago, ¿de qué sirve decir “Pobre, vé, calientate, come algo”, pero no le das nada de lo que necesita? “Hijos míos, añade el evangelista Juan, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn, 3,18). No se trata por tanto de subestimar las obras externas de caridad, sino de hacer que éstas tengan su fundamento en un genuino sentimiento de amor y benevolencia.
Esta caridad del corazón o interior es la caridad que todos y siempre podemos ejercer, es universal. No es una caridad que algunos -los ricos y sanos- pueden solamente dar y otros -los pobres y enfermos- pueden solo recibir. Todos podemos hacerla y recibirla. Además es muy concreta. Se trata de empezar a mirar con nuevos ojos las situaciones y las personas con las que vivimos. ¿Con qué ojos? Es sencillo: los ojos con que quisiéramos que Dios nos mirara a nosotros. Ojos de excusa, de benevolencia, de comprensión, de perdón...
Cuando esto sucede, todas las relaciones cambian. Caen, como por milagro, todos los motivos de prevención y hostilidad que nos impedían amar a cierta persona, y ésta empieza a parecernos por lo que es en realidad: una pobre criatura humana que sufre por sus debilidades y límites, como tú, como todos. Es como si la máscara que todos los hombres y las cosas llevan puesta en el rostro cayeran, y la persona nos apareciera como lo que es realmente.
[Traducción por Inma Álvarez]

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jueves, 23 de octubre de 2008

PENSAMIENTO - MADRE TERESA DE CALCUTA.

PENSAMIENTO - MADRE TERESA DE CALCUTA.

" Para Dios Todopoderoso,
la más pequeña acción que le ofrecemos es un gran regalo.
En cambio nosotros medimos nuestro obrar
por la cantidad de cosas que hacemos
y el tiempo que empleamos en hacerlas.
Para Dios el tiempo no es importante y lo
que a nosotros debería importarnos
es el amor que ponemos en lo que hacemos. "

( de " Los cinco minutos de la Madre Teresa ", Ed. Claretiana ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

miércoles, 22 de octubre de 2008

LA MADRE DE JESÚS Y LA MADRE DE JUDAS.

LA MADRE DE JESÚS Y LA MADRE DE JUDAS – P. MATEO BAUTISTA.
" Un hombre justo, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, que pasó
" haciendo el bien " ( Hechos 10, 38 ), está clavado en la cruz.
Ha sido acusado de blasfemia por el Sandrín y ejecutado por el poder de Roma,
bajo la acusación de Rey de los Judíos ( Mt 27, 37 ).
Una mujer, que es madre, sube apresadumbrada hacia el Calvario.
Sus ojos están llorosos, su rostro triste, su alma compungida, su corazón en duelo.
Su hijo acaba deahorcarse. Es la madre de Judas.
El suicidio de un hijo es un volcán devastador.
El yo existencial salta en pedazos.
La luz que orienta la propia vida sucumbe en las tinieblas.
La espranza naufraga en la desesperación.
Es como si un trozo de la propia carne saltara del cuerpo.
Esta madre arrastra en la cuesta del Calvario un sufrimiento doble,
porque las madres sufren doblemente, por ellas y por los hijos.
La imagen negra del suicidio no da paso a los buenos recuerdos del hijo. Y esta mujer anónima, aunque nunca es anónimo el amor de una madre,
tiene agrietada su conciencia ya que las madres sufren también por la conciencia de sus hijos. Una angustiosa pregunta martillea su corazón :- ¿ Dios perdonará a mi hijo ?
Ya se va acercando al lugar del suplicio de Jesús. Siente que le cuesta avanzar.
Teme mirar a los ojos de aquel crucificado a quien su hijo dio un beso de traición.
Y se refugia en el pasado para cancelar el presente.
La voz del hijo resuena dentro de sus entrañas :
- Viste, madre, Jesús me miró y dijo : Sígueme.
- Madre, Jesús me nombró el tesorero del grupo. Me tiene confianza.
- ¡ Qué bondad la de Jesús con la gente de nuestro pueblo, toca hasta a los leprosos !
El corazón de madre tiembla ante nuevos ecos de la voz de su hijo.
- Este Jesús no nos entiende, sana a gente que nos oprime ( Mt 8, 5- 13 ),
no va por nuestros caminos. Va a terminar mal y no quiere reaccionar con energía.
¿ Qué será de nosotros sus seguidores ? ¿ Qué será de nuestro pueblo oprimido ?
La madre ya se acerca a la cruz, esa tremenda torpeza de la libertad humana contra Dios.
De su pecho afligido sale únicamente una sola petición de perdón,
porque las madres piden perdón por ellas y por sus hijos.
- Jesús, a quien tú diste un bocado, signo de amistad y benevolencia,
concédele tu misericordia.La mujer no levanta la cabeza.
Al fin, se anima. Los ojos de Jesús se clavan sobre ella.
Tiembla, pero comprueba que es mirada de comprensión.
La mujer mira a la otra madre, María, y musita :
- Jesús, por tu sangre y por tu madre dolorida, te suplico...
El crucificado volvió la cabeza y exclamó :
- " Padre, perdónalos, no saben lo que hacen ( Lc 23, 24 ) "

MORALEJA :
" María es sacramento de la ternura maternal de Dios " ( P. Claudel ).

Comentaba un padre del desierto : cuando se va a hablar con una altísima autoridad conviene sobremanera hacerse acompañar de alguien que goce de gran estimación y buen nombre ante la autoridad ; por ejemplo : un senador, un familiar muy estimado por el gobernante, un amigo suyo, etc. Algo parecido es lo que nos conviene hacer al dirigirnos al Altísimo Dios.
¿ Quién mejor que su Hijo y la madre de su Hijo ? "


( de " 101 Cuentos para la Catequesis ", P. Mateo Bautista, Ed. San Pablo ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

martes, 21 de octubre de 2008

¿ POR QUÉ ESTÁS SIEMPRE AHÍ ?

¿Por qué siempre estás ahí?
Siempre estás ahí. Siempre me esperas. Siempre me encuentras. Siempre me aguardas. Siempre.

Para todos aquellos que han descubierto que Dios está en sus vidas, y les ha reservado un lugar especial en el día a día. Para todos aquellos que han aprendido la lengua que Dios habla y conocen la gramática del amor de Padre. Para quienes reconocen, entre los hombres, el rostro del Hijo, muchas veces desfigurado.

Para todos ellos, esta pregunta: Por qué.

Por qué estás ahí presente. Por qué tanta insistencia. Por qué no en otros lugares, en otras circunstancias. Por qué. Y qué quieres decirme con tu constancia.

Es la experiencia de quien no encuentra a Dios en la Palabra, sino en una Palabra en concreto. Es como si se hubiera encarnado para Él, dedicada. No se puede ver reflejado en todo, sino en esto. Es la experiencia de quien se siente feliz, se siente cómodo, se encuentra lleno de alegría cuando está haciendo algo... pero luego toca volver a otras cosas.

Quien ha vivido esto, es un privilegiado. Ha superado a aquellos que hacen las cosas por cumplir y porque toca; ha alcanzado algo más, tiene algo a lo que agarrarse. Es un guiño de Dios para él.

Y continuamos con las preguntas, que nacen naturalmente. ¿Es el inicio de mi vocación? ¿Será que Dios me quiere aquí siempre?

para no quedarse en palabras :
¿Dónde has descubierto a Dios en tu vida? ¿No será que Dios quiere que tú siguas construyendo el mundo a su imagen? ¿Si le encuentras entre los niños, no será que te espera entre ellos? ¿Si lo descubres entre las personas, no será que quiere para ti que te dediques a ellas de forma especial?


ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

lunes, 20 de octubre de 2008

LA VIDA EN LA DIÁSPORA DE LA FAMILIA DE SAN PABLO.

La vida en la diáspora de la familia de Pablo
por Tarcisio Carmona - Sacerdote de la Sociedad de San Pablo, biblista

Estimado Pablo de Tarso:
Esperamos que al recibir esta carta te encuentres bien. Por nuestra parte estamos contentos por este espacio que hemos abierto para el enriquecimiento de nuestras comunidades, en este diálogo fraterno contigo. Nos ha dado mucho gusto conocer acerca de tu lugar de origen, Tarso, de tu nombre y de las lenguas que hablabas.

Hoy quisiéramos saber un poco más sobre la situación social en los años de tu infancia: ¿Cómo era tu familia? ¿A qué se dedicaban? ¿Qué hiciste durante la infancia?

Queridos hermanos en Cristo:
Mi vida fue la normal de un niño hebreo en una ciudad griega. En aquel tiempo, desde el siglo quinto antes de Cristo, era muy común la migración de judíos de Palestina hacia las ciudades costeras del mar Mediterráneo. En casi todas esas ciudades había comunidades judías bien organizadas y generalmente se concentraban en uno de los barrios. A esas migraciones se le llamaba “diáspora” es decir, dispersión. Este fenómeno migratorio se debía tanto a exilios obligados por los nuevos conquistadores, como a movimientos por necesidad, pues las familias emigraban buscando mejores condiciones de vida.

Mi familia se dedicaba al negocio de tejer tiendas de campaña, y siendo Tarso una ciudad famosa por sus tejidos, nunca nos faltaría el trabajo en el pequeño taller de la familia.

En cada parte gozábamos de una relativa libertad religiosa, con una organización propia, centrada en la sinagoga, lugar de encuentro comunitario, dedicado principalmente a la lectura y estudio de la Torá; pero también era un lugar para compartir y para educar en la tradición de nuestros padres. Como es bien sabido, el pueblo de Israel ha sido siempre reconocido como el “pueblo del libro”, la Biblia, porque este libro constituye su razón de ser, bajo la guía de los rabinos o maestros, hombres versados y conocedores de la Palabra de Dios.

Así pues, la formación básica que recibí fue ésta: aprendí a leer y a escribir estudiando la Ley, la historia de nuestro pueblo, la transmisión de la sabiduría de la vida práctica y de nuestras tradiciones religiosas… los rabinos nos hacían preguntas y nosotros teníamos que responder a memoria; leíamos y repetíamos en una estricta disciplina, pero también dándonos tiempo para jugar como todos los niños.

Las comunidades de la diáspora solían mantener una comunicación constante con Jerusalén, que seguía siendo el centro capital del judaísmo. Al hermoso templo de Jerusalén, reconstruido y remodelado por Herodes el grande, acudíamos al menos una vez al año, para la fiesta de la Pascua, ¡cómo me gustaban esos viajes!

Sin embargo, a pesar de vivir con nostalgia lejos de la tierra prometida, debo reconocer que la vida en la diáspora nos permitía tener una mentalidad más abierta y tolerante para con los otros pueblos. Por eso es que mi vida en la ciudad de Tarso me permitió aprender mucho de la cultura griega que conocía bastante bien (Hech 17,28). Y más tarde, después de mi encuentro con Cristo, dedicaría todas mis fuerzas a anunciar el evangelio precisamente a ellos, a los griegos y a otros pueblos, llamados paganos.

Los saludo y les deseo todo bien en Cristo Jesús.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

sábado, 18 de octubre de 2008

SAN AMBROSIO DE MILÁN II.

SAN AMBROSIO DE MILÁN II.
1. " Todo lo poseemos en Cristo.
Toda alma está cerca de Él.
Tanto si está enferma por los pecados del cuerpo
o atravesada por los deseos mundanos, o bien sea imperfecta
o se encuentre en la vía de la perfección gracias
a la meditación asidua, o sea ya perfecta
por sus numerosas virtudes, todo está
en poder del Señor, y Cristo lo es todo para nosotros."

2. " Si quieres curar una herida, Él es médico;
si te quema la fiebre, Él es fuente;
si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia ;
si tienes necesidad de ayuda,
Él es fuerza; si temes a la muerte, Él es Vida ;
si deseas el cielo, Él es Camino ;
si huyes de las tinieblas, Él es luz;
si buscas comida, Él es alimento.
Gustad y ved, por tanto, qué dulce es el Señor.
Feliz el hombre que pone en Él su esperanza."
( " De Virginitate ", San Ambrosio de Milán ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

viernes, 17 de octubre de 2008

" VEN, SEÑOR JESÚS... " - SAN AMBROSIO DE MILÁN.

" VEN, SEÑOR JESÚS... " - SAN AMBROSIO DE MILÁN." Ven, Señor Jesús, a buscar a tu siervo,
a buscar a tu oveja exhausta.
Ven, Pastor, y busca como buscaba José a las ovejas.
Tu oveja se ha perdido mientras tú te retrasabas,
mientras en los montes te entretenías.
Deja tus noventa y nueve ovejas
y ven a buscar a la que anda perdida.
Ven sin los perros,
ven sin los malos trabajadores,
ven sin el mercenario que no sabe atravesar la puerta.
Ven sin ayudante, sin intermediarios,
que hace ya mucho tiempo que espero tu llegada.
Sé que estás al llegar, porque no me he olvidado de tus
mandamientos.
Ven, pero sin bastón ;
ven con amor y clemencia."

( de " Comentario al salmo 118, XXII, 18 ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

jueves, 16 de octubre de 2008

LAS MUJERES EN LOS EVANGELIOS - UNA ADOLESCENTE EN PROBLEMAS

Las mujeres en los Evangelios - Una adolescente en problemas
por Gloria Ladislao

“Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hija está llegando a su fin; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. “
Mc 5, 21-24

Al final del relato sabremos que la hija de Jairo tenía doce años. ¿Qué puede pasarle a una niña de doce años como para que esté “llegando a su fin” ? Aunque la traducción suene extraña, quiero ser fiel al texto griego, que aquí no usa la palabra usual para decir “morir”, sino esta expresión “llegar a su fin”. ¿Al fin de qué?Como en otros casos de milagros que tienen por protagonistas a mujeres, esta niña está en la cama, adentro de la casa, muy grave, sin ningún diagnóstico certero. No sabemos con precisión qué tiene.
El relato de este milagro se interrumpe con la aparición de la mujer que sufría hemorragias desde hacía doce años. Algo une a esta mujer madura con esta mujer-niña. La niña de doce años se está muriendo, llega a su fin. La mujer sangrante hace doce años que está muerta en vida. La niña de doce años se está acercando, o ha entrado ya, en la pubertad, cuando su cuerpo empieza a perder sangre periódicamente. La mujer madura hace doce años que sangra.Y si la mujer sangrante salió a la calle a buscar la salvación, la mujer-niña de doce años, por el contrario, está en la cama, está adentro de la casa, sin salir, sin poder pedir ayuda. Es su papá el que sale a buscar al Maestro para decirle: “Mi hija está llegando a su fin”.

La adolescencia duraba muy poco en aquella cultura. Cuando la niña tenía su primera menstruación, se realizaba el compromiso matrimonial, acordado por ambas familias. Al año del compromiso, los jóvenes se casaban.Esta niña pertenecía a una familia especial. Su padre era uno de los jefes de la sinagoga. Con semejante cargo, sólo podemos pensar en un buen cumplidor de los preceptos religiosos. Seguidor seguramente de las prácticas fariseas, puntilloso en la observancia de la ley.

“Cuando una mujer tenga su menstruación, será impura durante siete días, y el que la toque será impuro hasta la tarde. Cualquier objeto sobre el que ella se recueste o se siente mientras dure su estado de impureza, será impuro. El que toque su lecho deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y será impuro hasta la tarde. El que toque algún mueble sobre el que ella se haya sentado, deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y será impuro hasta la tarde. Si alguien toca un objeto que está sobre el lecho o sobre el mueble donde ella se sienta, será impuro hasta la tarde. “
Lev 15, 19-23

Todos los cuerpos cambian a los doce años. Pero para una niña perteneciente a una familia cumplidora de la ley, este cambio venía acompañado de imposiciones. No más la libertad de andar por toda la casa, de tocar cualquier cosa, de ayudar a cocinar… Esas eran algunas de las cosas, además de los cambios físicos, que afectaban el cuerpo de una muchachita de doce años. “Mi hija está llegando a su fin”. Y para este cuerpo que está agonizando, Jairo pide sanación y salvación con el cuerpo: “Ven a imponerle las manos”.
“Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. “
Mc 5,35-43

Primero, sacar a todos del medio. ¿Qué hace toda esa gente contemplando el espectáculo de una niña que no puede soportar su cuerpo de doce años y está tirada en la cama? Afuera todos. Sólo el papá y la mamá, y algunos de los discípulos como testigos de la comunidad. Nadie más. Sin temor a la impureza de esta muchachita que ya todos creen muerta, como tantas otras veces, Jesús toca. La toma de la mano. Y le ordena: Talitá kum, ¡Levántate! Para que no sea la hora del fin, sino la hora de resurgir, de estar de pie, de caminar de un modo nuevo. Esta es la voz que la niña-mujer necesitaba oír. Una voz que llega hasta ella con palabras que no la hunden sino que la elevan, una voz para sacarla a ella y a sus papás del miedo de este momento. Y una mano que no va a cumplir las prescripciones del Levítico - “no tocar, no tocar, no tocar” - sino que está ahí justamente para tocar, para establecer contacto, para que este cuerpo de doce años siga conectado a otros cuerpos, a otras vidas, a toda la posibilidad de relación.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.