lunes, 31 de marzo de 2008

EL CORAZÓN DE UN NIÑO.

EL CORAZÓN DE UN NIÑO.
Mañana por la mañana abriré tu corazón, le explicaba el cirujano a un niño.
Y el niño interrumpió:-¿Usted encontrará a Jesús allí?El cirujano se quedó mirándolo, y continuó:-Cortaré una pared de tu corazón para ver el daño completo.
-Pero cuando abra mi corazón, ¿encontrará a Jesús ahí?, volvió a interrumpir el niño.
El cirujano se volvió hacia los padres, quienes estaban sentados tranquilamente.
-Cuando haya visto todo el daño allí, planearemos lo que sigue, ya con tu corazón abierto.
-Pero, ¿usted encontrará a Jesús en mi corazón?La Biblia bien claro dice que Él vive allí.
Las alabanzas todas dicen que Él vive allí.... ¡Entonces usted lo encontrará en mi corazón!
El cirujano pensó que era suficiente y le explicó:-Te diré que encontraré en tu corazón. Encontraré músculo dañado, baja respuesta de glóbulos rojos, y debilidad en las paredes
y vasos. Y aparte me daré cuenta si te podamos ayudar o no.- ¿Pero encontrará a Jesús allí también? Es su hogar, Él vive allí, siempre está conmigo.El cirujano no toleró más los insistentes comentarios y se fue. Enseguida se sentó en su oficina y procedió a grabar sus estudios previos a la cirugía: - aorta dañada, vena pulmonar deteriorada, degeneración muscular cardiaca masiva. Sin posibilidades de trasplante, difícilmente curable.- Terapia: analgésicos y reposo
absoluto. - Pronóstico: tomó una pausa y en tono triste dijo: - muerte dentro del primer año. Entonces detuvo la grabadora-Pero, tengo algo más que decir: - ¿Por qué? pregunto en voz alta -¿Por qué hiciste esto a él? Tú lo pusiste aquí, tú lo pusiste en este dolor y lo has sentenciado a una muerte temprana. ¿Por qué?De pronto, Dios, nuestro Señor le contestó:-El niño, mi oveja, ya no pertenecerá a tu rebaño porque él es parte del mío y conmigo estará toda la eternidad. Aquí en el cielo, en mi rebaño sagrado, ya no tendrá ningún dolor, será confortado de una manera inimaginable para ti o para cualquiera. Sus padres un día se unirán con él, conocerán la paz y la armonía juntos, en mi reino y mi rebaño sagrado continuará creciendo.El cirujano empezó a llorar terriblemente, pero sintió aun más rencor, no entendía las razones.Y replicó: - Tú creaste a este muchacho, y también su corazón ¿Para qué? ¿Para que muera dentro de unos meses?El Señor le respondió:-Porque es tiempo de que regrese a su rebaño, su tarea en la tierra ya la cumplió. Hace unos años envié una oveja mía con dones de doctor para que ayudara a sus hermanos, pero con tanta ciencia se olvidó de su Creador. Así que envié a mi otra oveja, el niño enfermo, no para perderlo sino para que regresara a mí aquella oveja perdida hace tanto tiempo.El cirujano lloró y lloró inconsolablemente. Días después, luego de practicar la cirugía, el doctor se sentó a un lado de la cama del niño; mientras que sus padres lo hicieron frente al médico.El niño despertó y murmurando rápidamente preguntó:-¿Abrió mi corazón?-Sí - dijo el cirujano--¿Qué encontró? - preguntó el niño --Tenías razón, encontré allí a Jesús.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

MIRAR Y ESCUCHAR A JÉSÚS EN LA ERA DE LA HIPERCOMUNICACIÓN.

Mirar y escuchar a Jesús en la era de la hipercomunicación.

1. Aclarando términos.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de «comunicación»?
La palabra «comunicación» remite al latín communicare, que sugiere, entre otras cosas, hacer comunidad; de acuerdo con la etimología, por tanto, «comunicación» remite a un encuentro de varios. La Real Academia de la lengua, por su parte, define «comunicación» como correspondencia entre dos o más personas, transmisión de señales mediante un código común al emisor y al receptor, el lenguaje.
De la definición y la etimología se desprenden, pues, los elementos que siempre han de estar presentes en un acto de comunicación: varias personas, transmisión de señales en un código común a ambas y creación de un espacio compartido, que sugiere también un ámbito de intimidad y que constituye la meta de la comunicación.
Ahora bien, esos elementos, para darse, necesitan ciertas condiciones. Y, así, es preciso que aquellos que van a comunicarse se encuentren y se escuchen –de donde surge la comunicación «en directo» y la telecomunicación–; se deben procurar condiciones para una comunicación oral o escrita; y, finalmente, se hace necesario que los que se quieren comunicar comprendan el código común o que busquen un intérprete y que, necesariamente, lleguen a compartir ideas, sentimientos, gustos, aficiones; si no, no habrán creado nada común; se habrán informado, pero difícilmente se habrán comunicado.

2. La comunicación de Jesús. Rasgos generales
Una lectura cursiva de los evangelios analizando la comunicación de Jesús nos muestra, en primer lugar, que Jesús sólo ha dejado huella de comunicación oral; los evangelios no presentan a Jesús escribiendo, ni conservamos ningún texto –ni siquiera apócrifo– que se considere hológrafo de Jesús. Además, toda la comunicación de Jesús es presencial, directa, «cuerpo a cuerpo»; no se comunica a distancia –no se telecomunica–, como hace Pablo cuando escribe sus cartas, por ejemplo, o cuando Juan Bautista envía un discípulo a preguntarle. Él va a la sinagoga, se acerca directamente a la gente, la convoca en un lugar donde puedan escucharle, se acerca a las casas... Y también toca, se separa, cierra los ojos...
Cuando Jesús habla con la gente, no utiliza un lenguaje de conceptos duro e intelectual, que remite sólo a ideas. Jesús cuenta, narra; y cuando lo hace, despliega toda la capacidad de evocar, sugerir e implicar en la comunicación, propia del lenguaje narrativo. Y esas historias que Jesús cuenta constituyen experiencias cotidianas ante las que hay que situarse; personas con las que hay que convivir o encontrarse; realidades dadas que hay que afrontar. Por eso son historias vivas, porque obligan a hacerlas propias y a contarlas como propias. Es curioso, pero en algunos comentarios a propósito del éxito mediático del último Presidente de la V República francesa, Nicolás Sarkozy, se ha señalado: «siempre desciende al detalle y habla de cosas muy concretas que los ciudadanos entienden»3. Por otro lado, el vocabulario que Jesús utiliza es sencillo –semillas, levadura, monedas, hijos ingratos, banquetes, trabajadores contratados...– y conciso, hecho de dichos breves que, de hecho, se fueron transmitiendo y recopilando en la tradición oral; por ejemplo: «Donde está el cadáver, allí se juntan los buitres» (Mt 24,28).
A veces, Jesús incluye refranes y aforismos cuando habla –«Al que tenga se le dará, pero al que no tenga se le quitará hasta lo que tenga» (Lc 8,18); «¡Médico, cúrate a ti mismo!» (Lc ,23)–; otras veces, se dirige a los oyentes directamente y reclama su atención –«¡Atención! Que nadie os engañe» (Mc 13,5) «¡Estad despiertos!» (Mc 13,33); «¡Vigilad!» (Mc 14,37)– o hace preguntas –«¿Pueden ayunar los invitados de la boda mientras está con ellos el novio?» (Lc 5,34); «¿Qué salisteis a ver en el desierto?» (Lc 724)–. En muchas ocasiones explica, invita, nombra; a veces los llama por su nombre: Zaqueo (Lc 19,5), Marta (Lc 10,41)... Nunca se deja llevar por el cansancio; tiene en consideración lo que sienten y dicen los demás –«¡No llores!» (Lc 7,13)– y habla de cosas que a la gente le atañen. Por último, se comunica en la sinagoga, en la boca de un pozo, en el camino, en la casa..., es decir, donde la gente está. No llama a la gente a que venga a hablar con Él; no les da cita ni concierta entrevistas.
Pero Jesús se comunica también con la gente, muchas veces, de forma no verbal: mediante gestos del rostro u otras acciones corporales. Así, podemos ver cómo toca a la suegra de Pedro (Mt 8,15; Mc 1,31), toma la mano de la niña (Mt 9,25); se retira a solas (Mt 14,13; 15,21; Mc 1,35; 6,47) y se oculta (Jn 8,59; 11,54); calla y no responde (Mt 15,23; 26,63; 27,14; Mc 14,61); echa una mirada general (Mc 11,11); llora (Lc 19,41) y hace signos en el suelo (Jn 8,6).
En algunos casos, su lenguaje verbal es un esfuerzo por explicar lenguajes gestuales previos. Así, pone a los niños en medio para luego explicar que ésa es la actitud que se espera de los discípulos (Lc 18,15-17); parte el pan y reparte la copa, pronunciando las palabras que explican el gesto: «es mi cuerpo-es mi sangre» (Mc 14,22-25 y paralelos).
Gracias a toda esta comunicación interpersonal –la que establece con las otras personas–, conocemos el sentido de su misión, sus valores, los nombres de sus amigos, la interpretación de sus gestos... En Jesús, todo su recorrer los caminos de Palestina es un constante encuentro de comunicación: con los que suben al monte, con los que encuentra en la sinagoga, con aquellos a los que cura, con las mujeres que tienen gestos de acogida con él, con las autoridades, con los discípulos...
Pero los evangelios nos han facilitado también retazos de lo que se llama comunicación intrapersonal: la que Jesús tenía consigo mismo, su pensamiento... Jesús conoce los pensamientos de quienes vienen a probarlo (Mt 9,4; 12,25; Mc 2,8), su malicia (Mt 22,18); se conmueve (Mt 9,36; 15,32); se siente horrorizado (Mc 14,33); siente la fuerza que ha salido de él (Mc 5,30); se sorprende (Mc 6,6); se queda cautivado (Mc 10,21); se estremece (Lc 10,21); se debate interiormente (Jn 13,21); es consciente del momento que le toca vivir (Jn 13,1)...

3. Los lenguajes de Jesús
3.1. Las estrategias de comunicación
En el prólogo a su novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes finge un diálogo lleno de ironía con un amigo que le aconseja:
«...procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos»4.
El consejo del amigo está pensando en que la comunicación, en este caso la novela, consiga su objetivo (la crítica de las novelas de caballería), y para ello recomienda palabras significantes, honestas y bien colocadas. Porque la comunicación sólo se produce con éxito si cala, si es recibida y comprendida por aquel a quien va dirigida.
¿Podemos reconocer en Jesús un esfuerzo por hacerse entender? ¿Distinguía los momentos, los destinatarios? ¿Pueden considerarse las palabras de Jesús, en definitiva, significantes, honestas y bien colocadas?
3.2. Palabras significativas
Decimos normalmente que algo es significativo cuando resalta, destaca, provoca, llama la atención... Así, decimos que un cambio o un aumento son o no significativos; los mapas meteorológicos son ahora significativos; incluso en el mundo de la educación se postula en nuestros días un aprendizaje significativo, con sentido, en el que los alumnos pongan en relación los nuevos contenidos o valores con otros que poseían con anterioridad.
¿Es significativa la comunicación de Jesús? ¿Llama la atención? ¿Engancha con algo que ya poseen sus oyentes previamente?
Podemos pensar que sus palabras llamaban la atención porque quienes las escuchaban, reaccionaban: los Zebedeos o Mateo, a los que dice: «venid, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19-20) y «sígueme» (Mt 9,9; Lc 5,27-28), dejaban al momento lo que estaban haciendo y se unían a Jesús. Significativas debían encontrar sus palabras también aquellos que quedaban sorprendidos de la autoridad con que enseñaba (Mt 7,28-29; 8,27; 12,23); los que acudían a escucharle (Lc 21,37-38), los que se indignaban ante lo que decía y hacía (Mt 12,14; 13,57; Lc 6,11) e incluso aquellos que, como Herodes, oían rumores y se disponían a contrastarlos (Lc 9,9).
Significativas resultarían también sus propuestas, por reinterpretar de una manera nueva la enseñanza tradicional que los oyentes conocían: «no he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento» (Mt 5,17); «habéis oído que se dijo a los antiguos [...] pero yo os digo» (Mt 5,21.27.31.33.38.43); «¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?» (Mt 9,11); «¿.Por qué los fariseos y nosotros ayunamos mucho, y tus discípulos no?» (Mt 9,14; Lc 5,33); «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas» (Mc 14,27).
Significativas, por último, tenían que resultar por cuanto entroncaban con las grandes esperanzas del pueblo de Israel, y así Juan Bautista envía a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3; Lc 7,19); y las gentes se preguntan: «¿No será éste el Hijo de David?» (Mt 12,23).

3.3. Palabras honestas
Los oyentes de Jesús perciben en sus palabras un «plus» de credibilidad que les hace cuestionar la autoridad de la enseñanza de los escribas, expertos en la interpretación de la ley. «Les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mt 7,28-29); «Jamás se vio cosa igual en Israel» (Mt 9,33). Además, sus gestos provocan una reflexión sobre él –«¿Quién es éste? ¡Porque manda incluso a los vientos y el agua, y le obedecen!» (Lc 8,25)– e incluso algunos confiesan su fe en él –«El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, y se llenaron de miedo diciendo “hoy hemos visto cosas extraordinarias”» (Lc 5,26); «“¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos ha resucitado”. Les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le respondió así: “El Mesías de Dios”» (Lc 9,18-20).
Pero, además, la honestidad de su propuesta deja en evidencia a todos aquellos que se oponen a él: «Cuando decía esto, se avergonzaban todos sus adversarios, y toda la gente se alegraba de todos los portentos hechos por él» (Lc 13,17); «Y los sumos sacerdotes y los escribas y la nobleza del pueblo intentaban acabar con él; y no atinaban con lo que habían de hacer, pues todo el pueblo lo oía pendiente de sus labios» (Lc 19,47-48).
Honestidad es también lo que reconoce el malhechor crucificado junto a él, cuando le dice: «Y ni siquiera temes tú a Dios, y eso que sufres la misma condena... Aún nosotros, justamente, pues recibimos el pago de lo que hicimos; pero, en cambio, éste no ha hecho nada malo» (Lc 23,40-41).

3.4. Palabras bien colocadas
Dice F. Lázaro Carreter en un estudio del Quijote: «Cuando se asegura que este [Cervantes] funda la novela moderna, esto es esencialmente lo que quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo cotidiano»5.
Podríamos entender la expresión «palabras bien colocadas» o «bien escogidas» como referida a la sintaxis o la construcción del discurso de Jesús; pero, dado que los evangelios no son reportajes fidedignos de las palabras de Jesús, parece que ese enfoque carece de interés. Resulta, sin embargo, muy interesante examinar esa adecuación del lenguaje de Jesús a la realidad cotidiana de sus oyentes.
Esa conexión con la vida corriente de los oyentes por parte de Jesús tiene que ver con el modo o medio con que Jesús se comunica, el «canal», como suele llamarse en teoría de la comunicación6. Nosotros sabemos ya que la comunicación de Jesús es siempre comunicación de lenguaje oral o gestual, pero nos preguntamos: ¿cuáles son sus estrategias en el lenguaje?; ¿cómo consigue que le entiendan?; ¿por qué se pueden considerar sus palabras bien colocadas?...
Si hacemos una lectura atenta de los evangelios, podemos advertir que Jesús utiliza varios recursos comunicativos dependiendo del público y el contenido de lo que quiere comunicar.
En primer lugar, Jesús eligió como estrategia privilegiada la parábola: un modo habitual de enseñar entre los maestros de la época, muy propio de la cultura oral. La parábola plantea situaciones cotidianas (la siembra, el pastoreo, las relaciones familiares, la pesca), normalmente profanas (sin ángeles, epifanías o mensajes celestiales), que se distinguen, primero, por su carácter metafórico (la oveja perdida es metáfora del pecador: Lc 15,1-10), y después por su carácter paradójico (el deudor a quien condonan diez mil talentos no es capaz de perdonar a otro cien denarios: Mt 18,21-25). Y, así, interpelan al oyente provocando un «efecto-choque» que obliga a reflexionar y del que no se puede escapar fácilmente. Encontramos en los evangelios muchas y muy distintas parábolas7: algunas con comparaciones explícitas, otras breves, sin mucho desarrollo narrativo. Y su gran virtualidad como estrategia de comunicación reside en el hecho de que sin necesidad de interpretación, sin nombrar explícitamente a Dios, provocan la pregunta por su causa. Todas hablan del Reino, pero cada una aborda una enseñanza particular.
También utilizó la alegoría, aunque hay menos rastros de ella en los evangelios. La alegoría nace de la metáfora, pero encadena una serie de ellas creando imágenes artificiales que obligan a descodificar el contenido a partir de una clave concreta. Así, por ejemplo, en la alegoría del buen pastor (Jn 10,1-21), las metáforas (la puerta, el redil, el pastor...) son imágenes de un mismo protagonista, Jesús, que es a la vez todas esas cosas y que da la vida por las ovejas. En la alegoría de la vid y los sarmientos, por su parte (Jn 15, 1-12), aparecen la vid, el viñador, los sarmientos...: imágenes que se van entretejiendo para presentar a Jesús como aquel que ha sido enviado por Dios a cuidar personalmente su viña. Pero ese mensaje no se extrae de la experiencia cotidiana de lo que es una viña y cómo es cuidada por el viñador, sino del trasfondo veterotestamentario de tales imágenes (Is 5,1-7; Jr 2,21; Sal 79). La alegoría constituye, por tanto, un recurso comunicativo más complejo; invita a entrar en uno mismo y buscar en la propia vida y en las propias raíces, para emprender la tarea personal de descodificar el mensaje que contienen. Por otra parte, la alegoría es un recurso comunicativo de gran valor estético por la plasticidad de sus imágenes.
Además, Jesús utiliza en algunos casos también la fórmula del discurso. Y así, sobre todo en los evangelios de Mateo y Juan, encontramos largos monólogos de Jesús que encierran una enseñanza concreta que se desarrolla ampliamente. Los discursos se enmarcan para delimitar bien su principio y su final (Lc 6,20; 7,1; Jn 5,19; 6,1; 8,21.31) y, normalmente, los discursos se inician por distintas circunstancias: cuando reúne a las multitudes que le siguen y desea instruirlas, cuando enseña a los apóstoles en privado, cuando las autoridades que se oponen a Él le plantean cuestiones para ponerlo a prueba... No hay símbolos o metáforas; hay un desarrollo claro de lo que se quiere proponer. A veces se utilizan recursos propios de los discursos de la época, como los macarismos (Mt 5,3-12; Lc 6,20-26) o el lenguaje apocalíptico (Mt 24,3-14.29-31).
No olvidemos tampoco notar que se puede percibir también en Jesús un lenguaje propio para la oración. Ese lenguaje es verbal y no verbal, y entreteje formas aprendidas y elaboraciones muy personales. Ya hemos hecho notar cómo, en muchas ocasiones, Jesús se separa físicamente de la gente para orar; a veces sube al monte, y muy frecuentemente gusta de orar por la noche. Esos gestos hablan de cómo Jesús entiende la oración como diálogo personal con Dios (Lc 9,16; 22,42) que precisa intimidad y recogimiento (Lc 9,18); como paso previo de toda gran decisión (Lc 6,12-13) o acontecimiento (Lc 9,29); como grito y desahogo en momentos de angustia (Lc 22,42; 23,46) Además, el lenguaje verbal de la oración de Jesús rezuma tradición bíblica: reza salmos (Mc 15,34), proclama textos en la liturgia o, simplemente, se desahoga haciendo memoria de grandes fórmulas veterotestamentaria. Y, desde luego, es, además de una comunicación personal con Dios, una invitación a la oración común (Mc 14,26.38; Mt 6,9-15; Lc 11,1-4).
Por último, Jesús realiza una serie de signos y acciones simbólicas que, sin necesidad de comunicación verbal, dicen mucho de su ser y su misión: «el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros» (Mt 12,28). Y así, el elegir a doce discípulos habla de la identificación del grupo con el nuevo pueblo de Dios; comer con publicanos y pecadores habla de misericordia y de gratuidad de la salvación; hablar con mujeres y extranjeros comunica la universalidad de la oferta de la salvación y la radical igualdad de los miembros del nuevo Israel... Pero, además, lo propio de los signos o milagros es hacer del presente tiempo de salvación; en él aparece dominándolo todo el señorío de Dios sobre los poderes de este mundo: enfermedad, demonios, injusticia.

4. Conclusiones
Cuando comenzábamos este artículo, nos preguntábamos de qué manera Jesús de Nazaret, un judío del siglo primero, tenía algo que enseñarnos a los hombres y mujeres de la sociedad de la hiper-información del siglo XXI. Hemos invitado a nuestra reflexión a otro gran comunicador, como lo fue Miguel de Cervantes. ¿Qué hemos podido aprender, después de todo?
Me parece que podemos comenzar notando cómo Jesús se muestra como un especialista en la comunicación directa, «cuerpo a cuerpo»: se acerca a aquellos a los que habla, se identifica, les mira, les llama por su nombre. No sólo eso; deja huella de su propia auto-comunicación, de la fuente de la que nace su mensaje: el silencio, la reflexión, el diálogo con uno mismo. En los tiempos de la comunicación digital, esta comunicación de Jesús, que no elude los compromisos del «cara a cara», denuncia una comunicación en la que los protagonistas se esconden detrás de alias y nicknames y suplantan identidades o engañan acerca de sí mismos.
Además, en el lenguaje gestual de Jesús, rico y provocativo, encontramos una alternativa de comunicación creíble en medio de esta dictadura de la imagen, de la que no resulta fácil liberarse. Notemos que la comunicación escrita, tan difícil de aceptar en estos tiempos, puede encontrar en el reconocimiento de la comunicación no verbal una oportunidad a partir de la cual reivindicarse como lenguaje legítimo.
Por otro lado, estos tiempos de la «aldea global»8, donde todos estamos informados de todo en tiempo real, Jesús se revela como un comunicador que sabe qué decir y cuándo hacerlo; qué estrategias emplear para hacerse entender y cómo resultar significativo. Quizá examinando sus estrategias podamos neutralizar las reacciones de desinterés y confusión ante lo que sucede, que se producen como consecuencia de la «hiperinformación».
También puede resultar interesante notar que el carácter significativo de las palabras que Jesús comunica educa a los oyentes en actitudes críticas. Las parábolas, con sus paradojas y exageraciones, el estilo directo, las llamadas de atención... muestran el éxito de una comunicación de «efecto-choque» que parece volverlo todo del revés y que no deja indiferentes. Además, la capacidad de sugerir de las imágenes contenidas en las alegorías postulan el valor del lenguaje estético-poético.
Esta misma significatividad puede ayudarnos a repensar la necesidad de contextualizar nuestros mensajes religiosos, a recuperar el espacio cotidiano como ámbito en el que provocar la pregunta por Dios, a considerar la competencia comunicativa9 de los testigos de la fe.
Por otra parte, el lenguaje narrativo que Jesús utiliza, con toda la capacidad que tiene de sugerir, envolver e incorporar a la comunicación, tiene que enriquecer el trabajo de la teología, que todavía en nuestro siglo continúa siendo excesivamente intelectual y conceptual.
Y me parece, también, que los lenguajes utilizados en la oración de Jesús pueden encerrar claves que vivifiquen, desde luego, nuestra oración personal, pero especialmente la oración común. Se hace preciso recuperar los gestos en la oración: la mirada hacia arriba para subrayar la trascendencia, las manos abiertas para comunicar la disponibilidad, el cuerpo en pie para visibilizar la alabanza... Pero también el lenguaje bíblico, que nos une no sólo en una tradición de tantos siglos sino que además nos integra en una comunidad universal que comparte un lenguaje y una manera concreta de orar.
Por último, la honestidad del lenguaje de Jesús, su fuerza expresiva, es garantía del impacto provocado por su mensaje, que, ahora sí telecomunicado, sigue resonando con fuerza en los corazones de los hombres y mujeres de nuestro siglo.
En la era digital, en la sociedad de la información, en la aldea global, el judío del siglo primero Jesús de Nazaret se muestra, pues, como un modelo al que mirar y escuchar para encontrar en sus lenguajes pistas para renovar nuestros esfuerzos por comunicar su mensaje y hacerlo, como decía Cervantes, «significativo, honesto, bien colocado».

* Profesora de Teología en la Facultad de Teología de Granada.
junkalguevara@yahoo.es.

3. B. Torquemada, «Sarkozy inspira al PP», (en línea), Diario ABC, 13 de mayo de 2007: <http://www.abc.es/hemeroteca/historico-13-05-2007/abc/Nacional/sarkozy-inspira-al-pp_1633080900653.html>, consulta del 21 de febrero de 2008.
4. M. de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I, Alianza Editorial, Madrid 1996, 24.
5. F. Lázaro Carreter, Estudio preliminar: las voces del Quijote (en línea), <
http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/introduccion/estudio/default.htm>, consulta del 21 de febrero de 2008.
6. A. Cuenca Molina, «Ética de la comunicación»: Anales de Documentación 2 (1999) 11.
7. A quien desee leer algo más sobre la parábola, en concreto, le remito al número de Marzo 2005 de esta misma revista Sal Terrae: «No basta oír para comprender. La sabiduría de las palabras».
8. M. Mc Luhan, acuñó el término a comienzo de los años 70 precisamente para describir la interconexión entre los seres humanos como consecuencia del desarrollo de la tecnología de los medios.
9. El concepto «competencia comunicativa» parte de la idea de que aprender una lengua no sólo consiste en adquirir un código o conjunto de formas lingüísticas, sino también en adquirir una serie de habilidades que orienten sobre cómo usar ese código en las diferentes situaciones comunicativas; véase J. Gómez Capuz, «Así hablan nuestros famosos: una cala en el concepto de competencia comunicativa»: Tonos 11 (2006) [en línea], <
http://www.tonosdigital.com/ojs/index.php/tonos/article/view/32/0>, consulta del 28 de febrero de 2008.
Sal Terrae 96 (2008) 309-320
FUENTE :
www.pastoralsj.org/secciones/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

domingo, 30 de marzo de 2008

LA PLANTA DE TOMATES.

La Planta De Tomates
"Quisiera ser una planta", dijo Basilio entre dientes, mientras ayudaba a su abuelo a regar el jardín.
"Estas plantas tienen suerte. Se quedan en el mismo lugar aquí toda su vida".
"No tienes ningún entusiasmo por mudarte, ¿eh, Basy", dijo el abuelo con compasión.
El papá de Basilio había obtenido un empleo nuevo en otro estado.
Basilio metió su pie en una yerba mala. "Tendré que hacer amigos, y tendré que acostumbrarme a un colegio nuevo".
Dio un suspiro mientras vaciaba la regadera.
"Déjame mostrarte algo", dijo el abuelo.
Lo llevó a unos estantes al lado del garaje. "¿Ves estas plantas?", dijo, señalando a unas vasijas sobre los estantes.
Basilio asintió. "Todas son plantas de tomates", observó.
"¿Pero, por qué están todas en vasijas de diferentes tamaños?".
"Mientras van creciendo, las muevo a recipientes más grandes", explicó el abuelo. "Mucha gente no sabe que la planta de tomate es una de las pocas, sino la única planta, que mejora con el trasplante.
Yo las trasplanto dos o tres veces, y esto las hace más fuertes. Las raíces son mejores, y la planta entera produce más fruto".
El abuelo hizo una pausa, luego añadió: "Quizá el Señor también te está transplantando para hacerte más fuerte".
"¡Yo no soy una planta!".
El abuelo se rió. "No", asintió. "Pero el Señor sabe que a veces nos ponemos más fuertes en diferentes situaciones.
Las dificultades hacen que enterremos nuestras "raíces" más profundamente en Él, y entonces podemos ser más fructíferos para Él".
El abuelo apretó el hombro de Basilio. "No te alejes del trasplante", le animó.
"Permite que Dios te fortalezca a través de Jesús".
( Autor desconocido ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

sábado, 29 de marzo de 2008

SEGUNDO UMBRAL DEL TIEMPO PASCUAL - LA CASA.

SEGUNDO UMBRAL DEL TIEMPO PASCUAL - LA CASA
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Evangelio según san Juan 20, 19-31
Es difícil atravesar el umbral de una casa con las puertas cerradas. Sobre todo si éstas se cerraron sobre el miedo y la confusión de una culpa que anida en el corazón de los amigos del Maestro. Las puertas están cerradas, los umbrales del Reino bloqueados por la Muerte. Esta vez sí!
Ellos y ellas están agrupados por el temor, recogidos junto al regazo de la Madre, apoyados en su propia fragilidad y en la amenaza de que les identifiquen como discípulos de un ajusticiado, de un blasfemo. Algunos, según dicen, han huido de vuelta a Galilea.
Pero la muerte no puede retener por más tiempo al que es la Vida. Y la victoria anticipada del amor, hecho eucaristía, tiene que hacer temblar las puertas del infierno y hace saltar los goznes del bloqueo de la antigua culpa. El Amor vence al miedo y la voz del pecado ya no atruena en los oídos de los que recuperan su cercanía familiar, su voz amiga: “No tengáis miedo!”
Jesús se hace presente en medio de su ansiedad y sus temblores. Desconcertados ante la inesperada visita, no aciertan a creer lo que sus ojos están viendo, lo que tocan sus manos, al que abrazan y besan con tanto susto. Pera acaban por rendirse a la evidencia: “Es el Señor!”
No habían podido creer a las mujeres, que les sobresaltaron muy de mañana con una habladuría propia de alucinadas: que le habían visto, que estaba vivo, que la muerte no había podido deshacer su cuerpo, que la corrupción no había ganado la batalla a su propia carne.
Como ellos, también nosotros no salimos de nuestro asombro. Tomás se nos adelanta a declarar lo obvio: si no metemos el dedo en sus heridas, la mano en su costado, o al menos reclinamos, como Juan, la cabeza en su pecho, no nos atrevemos a creer.
Confesar y adorar es fruto de un contacto tan íntimo, tan delicado… de un reconocimiento de lo honda que ha sido la frustración, de lo doliente que se nos ha quedado el hondón del alma con tu repentina ausencia. Si te vas y nos dejas, ¿qué será de nosotros, qué será de nuestro anhelo? ¿Adónde reclinaremos nuestros pesares, dónde descansará, al fin nuestro deseo?
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

GUÍAME, SEÑOR.

Guíame, Señor
Guíame, Señor, mi luz,en las tinieblas que me rodean,
¡guíame hacia delante!La noche es oscura y estoy lejos de casa:
¡Guíame tú!¡Dirige Tú mis pasos!No te pido ver claramente el horizonte lejano:
me basta con avanzar un poco...No siempre he sido así, no siempre
Te pedí que me guiases Tú.Me gustaba elegir yo mismo y organizar mi vida...
pero ahora, ¡guíame Tú!Me gustaban las luces deslumbrantes y, despreciando todo temor,
el orgullo guiaba mi voluntad:Señor, no recuerdes los años pasados...
Durante mucho tiempo tu paciencia me ha esperado:
sin duda, Tú me guiarás por desiertos y pantanos,por montes y torrentes hasta que la noche dé paso al amanecery me sonría al alba el rostro de Dios:
¡tu Rostro, Señor!
( Cardenal Henry Newmann ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

viernes, 28 de marzo de 2008

AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo
S. Marcos 12,31
Un hombre se acerca a Nuestro Señor, y le pregunta: "Maestro, ¿cual es el mandamiento más importante? Y Cristo le contestó: "El primer mandamiento es: Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo". S.Mc 12, 30
Amarnos a nosotros mismos es algo que brota, de la manera más natural, de lo más íntimo de nuestro ser. Pero para amar a nuestro prójimo, como nos amamos a nosotros mismos, es menester un gran esfuerzo de nuestra parte. Por eso Cristo nos lo manda con un mandamiento especial: "Les doy este mandamiento nuevo - nos dice - que se amen unos a otros" S.Jn 13, 34.
Es fácil amar a otro, cuando ese otro me atrae por sus naturales atractivos, o por las ventajas que pienso voy a encontrar en él. Pero no es ésta la clase de amor que Cristo nos manda. He de amar al otro, sencillamente, porque es mi prójimo, o mejor, porque es mi hermano, hijo del mismo Padre que yo.
Le manifestaremos nuestro amor al prójimo, si lo tratamos con el respeto, la consideración, y afecto, con que nosotros mismos queremos ser tratados.
Amar al projimo es tomarlo en cuenta antes que a nostros mismos.
( Luz María Gaytán ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

lunes, 24 de marzo de 2008

MI PADRE - CUENTO SOBRE JESÚS Y SAN JOSÉ.

MI PADRE. Cuento sobre Jesús y José
Sergio Silva G. ss.cc.
El muchachito se ha instalado junto al lecho donde yace el anciano enfermo. Le ha tomado su mano grande y fuerte de carpintero. El anciano ya no quiere abrir los ojos. Palpa la mano más fina del muchacho: “tan parecida a la de su madre”, piensa. “¡Pero igual ha tenido que aprender la carpintería!”.
Si uno aguza el oído puede sentir el trajín de la madre en la cocina cercana, cuando vuelve del pozo con su cántaro lleno de agua.
Anciano y muchacho están largo rato en silencio. Las prisas del día ya han terminado. De pronto, el joven dice: “Gracias, abbá José”. El anciano, por toda respuesta, aprieta un poco la mano del hijo. Y el hijo sabe que José lo ha comprendido.
Ha estado recordando ese hermoso día de primavera del año en que por primera vez subió a Jerusalén con sus padres para la fiesta de Pascua. Faltaba poco para la fiesta y él esperaba con ansia esa primera visita al Templo de su Dios. Esa mañana había sucedido algo nuevo. En lugar de empezar el trabajo habitual de la carpintería de todos los días, José había dicho mientras tomaban el desayuno los tres con María: “Vamos de paseo al cerro”. Los ojos de María habían brillado con una suave alegría y de inmediato había preparado un cocaví de pan y pescado ahumado para los tres.
La mañana la recordaba esplendorosa. El aire estaba transparente como pocas veces, totalmente penetrado de luz. El verde del pasto nuevo en los cerros producía paz en el espíritu. Los árboles brillaban en la gloria de su follaje nuevo. Se sentían en el aire los balidos de las ovejas y el tintinear de las campanas de las madrinas, a medida que los niños iban sacando del redil los diversos pequeños rebaños de los vecinos para llevarlos a pastar en el valle cercano.
Los tres habían caminado largo rato en silencio. De vez en cuando alguno mostraba un árbol o alguna vista particularmente hermosa, o llamaba la atención de los otros para que alcanzaran a ver la pirueta gozosa de algún pajarito que se iniciaba –acompañado de sus padres- en el vuelo.
A mediodía habían llegado a la cumbre. Luego de descansar contemplando la hermosura de la vista que se abría desde la altura, se habían sentado para comer su cocaví. José había hecho la bendición ritual, en la lengua sagrada de la Escritura. Pero había añadido en el arameo de la vida cotidiana una frase que a él lo había intrigado: “Muéstrate, Señor, como Padre de tu Hijo”.
Terminada la comida, José le había dicho: “Vamos al cerro del frente”. Y, dejando a María en el lugar donde habían comido y descansado, habían bajado la cumbre hasta encontrar el pequeño sendero que llevaba al otro cerro. Una vez que el sendero se niveló y se ensanchó –ahora podían ir padre e hijo caminando juntos- José le había hablado:
“Ya has cumplido doce años, hijo, ya eres un varón israelita, miembro de pleno derecho del pueblo de Dios. Tendrás que subir con nosotros a Jerusalén para la próxima fiesta de Pascua.
Pero tienes derecho también a saber algo que hasta ahora no te había comunicado. Pero antes dime –la voz de José se hizo más débil y algo como un temblor la estremeció- ¿Qué tal he sido
como padre para ti?”
“Abbá José, solo tengo gratitud para contigo”, había balbuceado sorprendido él. “Me has tratado siempre con cariño, me he sentido siempre acogido por ti. Has sido exigente conmigo, pero has sido respetuoso de mis ritmos. Lo veo tan claro en lo de la carpintería: mis manos torpes y un poco frágiles no le ganaron a tu paciencia cariñosa y dedicada, y he terminado por aprender el trabajo, aunque no con la calidad tuya”. Después de un silencio en que buscaba en su memoria las capas más hondas, había proseguido: “También te tengo que agradecer que siempre escuchaste mis muchas preguntas, sin despreciarlas nunca; y, cuando no pudiste responder alguna, fuiste tan honesto, que buscaste a otro que me pudiera satisfacer la curiosidad o el deseo”. Al cabo de un instante de silencio había añadido: “Hay otra cosa más, quizá la más linda: tu cariño por la mamá.
Te lo he visto siempre en la forma de mirarla. La has tratado siempre tan bien, casi como que la has regaloneado. Por suerte, como ella es tan hacendosa, no se ha echado a perder. Tú has sido muy bueno con ella. A cambio de sus padres, que siempre la quisieron tanto, Dios le dio un marido igual de cariñoso. Sí, gracias, abbá José, tú me has mostrado en la práctica que el amor de los esposos es posible y ¡tan hermoso!”
El sendero empezaba a subir hacia la cumbre y se hacía estrecho. Habían tenido que seguir uno tras el otro en silencio. En la cumbre se habían sentado sobre una piedra lisa y ancha. Habían mirado largo rato el atardecer de la primavera en el valle. Luego José había proseguido:
“Ya que eres adulto, hijo, has de saber que yo no soy tu padre”. Él había dado un respingo y lo había mirado asombrado. “Estábamos tu madre y yo comprometidos para casarnos, pero faltaban aún unos meses para la boda. No nos veíamos muy seguido. A veces la veía pasar frente al taller,nos saludábamos un instante, y ella seguía su camino. Un día, viéndola venir de lejos, me llamó la atención su vientre un poco más hinchado que de costumbre. Empecé a observarla: se iba hinchando semana a semana. No cabía duda, estaba embarazada. Un día vino a verme mi hijo Judas: ‘En el pueblo todos hablan del embarazo de tu prometida’. Quedé anonadado. Tenía la certeza de que ese embarazo no era mío. ¿Qué hacer? Entré en un período muy duro, el más difícil que me ha tocado en la vida. Cuando estaba con ella nunca me atreví a tocar el tema. Ella tampoco me dijo nada. Lo que más me intrigaba era su mirada: se había hecho más transparente aún, se le palpaba la inocencia en sus ojos. Y cuando me miraba directo a los ojos creía percibir algo como de pena por mí. ¿Qué hacer? El camino obvio era repudiarla y denunciarla. Eso significaba su muerte. ¡Y yo habría tenido que lanzar la primera piedra! Por otro lado yo no podía aceptar una esposa que ya antes de casarnos me había sido infiel. Aunque no pudiera creer su infidelidad. Finalmente pensé que lo que tenía que hacer era desaparecer yo del pueblo. Así,todos pensarían que yo la había embarazado, pero que me había desilusionado de ella y la repudiaba. Estaba preparando mi partida –tendría que irme a la Decápolis, al otro lado del lago, donde no me conocieran, e intentar ahí abrir un nuevo taller de carpintería- cuando una noche, en sueños, recibí un mensaje del Señor: ‘No temas aceptarla como esposa, porque lo que hay en ella es de Dios’ Además se me dijo el nombre que debía ponerte al nacer: Jesús (Yahvé salva)”. Hubo una pausa. El sol se estaba hundiendo a sus espaldas, en el lejano mar. “Comprenderás, hijo, que no me ha sido fácil”.
De golpe, él comprendía. Sobre todo, que no hubiese tenido hermanos de su misma madre.
Habían vuelto en silencio, directamente a casa. Ya entrada la noche, los había recibido María con la comida preparada.
Desde ese día la pregunta que le había rondado era: “Si abbá José no es mi padre, entonces ¿quién es?”. Estaba extrañado, sin embargo, de que esa interrogante no lo había desazonado; se mantenía en mucha paz. En el trabajo junto a José estaba un poco más distraído, pero lo podía hacer sin mayores problemas.
Pocos días después del paseo al cerro –quizá había pasado una semana- habían iniciado, con las otras familias del pueblo, el viaje a Jerusalén para celebrar la Pascua. Ahí había vivido una explosión interior. Primero había sido al escuchar en la lectura sagrada esa frase: “Porque Tú,
Señor, eres nuestro Padre desde siempre” (Is 63,16). Había sido como si esa frase no se refiriera al pueblo sino a él personalmente. Y había quedado inundado de una luz alta y gozosa. Se había descubierto diciendo en su interior, a cada instante, “abbá Yahvé”, pronunciando sin temor el nombre sagrado que le habían enseñado a no decir, por reverencia ante el Dios inalcanzable.
Luego había sido durante la lectura de la profecía de Natán a David referida al descendiente que iba a sucederle en el trono: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo” (2Sam 7,14). Esta vez había sido una certeza simple y clara de que esa palabra se la estaba diciendo aquí y ahora su abbá Yahvé a él. Casi había perdido la noción de la realidad. Se le había despertado un ansia incontenible de preguntar y de saber. Terminadas las celebraciones se había dirigido a los doctores de la Ley y se había puesto a preguntarles incansablemente. Quería saber todo lo de Dios, quería entenderse, saber si la experiencia interior que acababa de hacer cabía en los moldes de la historia de su pueblo con Yahvé. Creía que estaba recién empezando a preguntar cuando se le habían acercado María y el abbá José con su reproche. ¡Ya tres días! Sorprendido, les había espetado ese “¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).
Había sido hermoso volver con ellos en silencio a Nazaret, respetando cada uno el lento procesar las experiencias vividas, meditándolas en el corazón. Y los años recientes habían seguido
transcurriendo en paz, cada uno ahondando su encuentro con el Señor, acompañándose en silencio.
Como saliendo de una ausencia muy profunda, el muchacho volvió a mirar en la penumbra de la habitación a oscuras el rostro del anciano y volvió a decirle: “Gracias, abbá José”. Pero esta vez ya no obtuvo respuesta, la mano del carpintero se quedo fría entre las suyas.
FUENTE :
www.sscc.cl/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

VÍA LUCIS - JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO.

Vía Lucis, por Jose Luis Martín Descalzo.


Durante siglos las generaciones cristianas han acompañado a Cristo camino del Calvario, en una de las más hermosas devociones Cristianas: el Vía Crucis.
¿Por qué no intentar -no (en lugar de), sino (además de)- acompañar a Jesús también en las catorce estaciones de su triunfo?
Esta meditación pascual es la que encierran las páginas que siguen.

Primera estación
JESÚS, RESUCITADO CONQUISTA LA VIDA VERDADERA
Pasado el sábado, ya para amanecer el día primero de la semana, vino María Magdalena con la otra María a ver el sepulcro.
Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.
Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve.
De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos.
El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús, el crucificado.
No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho. Venid y ved el sitio donde fue puesto.
(Mt 28, 1-6)
Gracias, Señor, porque al romper la piedra de tu sepulcro
nos trajiste en las manos la vida verdadera,
no sólo un trozo más de esto que los hombres llamamos vida,
sino la inextinguible,
la zarza ardiendo que no se consume,
la misma vida que vive Dios.
Gracias por este gozo,
gracias por esta Gracia,
gracias por esta vida eterna que nos hace inmortales,
gracias porque al resucitar inauguraste
la nueva humanidad
y nos pusiste en las manos estas vida multiplicada,
este milagro de ser hombres y más,
esta alegría de sabernos partícipes de tu triunfo,
este sentirnos y ser hijos y miembros
de tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.

Segunda estación
SU SEPULCRO VACÍO MUESTRA QUE JESÚS HA VENIDO A LA MUERTE
Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento.
Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del monumento?
Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande.
Entrando en el monumento, vieron un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto.
Él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en que le pusieron.
(Mc 16, 2-6)
Hoy, al resucitar, dejaste tu sepulcro
abierto como una enorme boca, que grita
que has vencido a la muerte.
Ella, que hasta ayer era la reina de este mundo,
a quien se sometían los pobres y los ricos,
se bate hoy en triste retirada
vencida por tu mano de muerto-vencedor.
¿Cómo podrían aprisionar tu fuerza
unos metros de tierra?
Alzaste tu cuerpo de la fosa como se alza una llama,
como el sol se levanta tras los montes del mundo,
y se quedó la muerte muerta,
amordazada la invencible,
destruido por siempre su terrible dominio.
El sepulcro es la prueba:
nadie ni nada encadena tu alma desbordante de vida
y esta tumba vacía muestra ahora
que tú eres
un Dios de vivos y no un Dios de muertos.

Tercera estación
JESÚS, BAJANDO A LOS INFIERNOS, MUESTRA EL TRIUNFO DE SU RESURRECCIÓN
Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu
y en él fue a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión.
(1 Pe 3, 18)
Más no resucitaste para ti solo.
Tu vida era contagiosa y querías
repartir entre todos
el pan bendito de tu resurrección.
Por eso descendiste hasta el seño de Abrahán,
para dar a los muertos de mil generaciones
la caliente limosna de tu vida recién conquistada.
Y los antiguos patriarcas y profetas
que te esperaban desde siglos y siglos
se pusieron de pie y te aclamaron, diciendo:
«Santo, Santo, Santo
Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida,
que con su vida nueva nos salva de la muerte.
Y cien mil veces santo
es este Salvador que se salva y nos salva.»
Y tendieron sus manos
brotó este nuevo milagro
de la multiplicación de la sangre y del agua.

Cuarta estación
JESÚS RESUCITA POR LA FE EN EL ALMA DE MARÍA
E Isabel se llenó del Espíritu Santo,
y clamó con fuerte voz: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre!
¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo
el niño de mi seno.
Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte
del Señor.
Dijo María: Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador,
porque ha mirado la humildad de su sierva; por eso todas las generaciones
me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo.
(Luc 1, 41-49)
No sabemos si aquella mañana del domingo
visitaste a tu Madre,
pero estamos seguros de que resucitaste
en ella y para ella,
que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección,
que nadie como ella se alegró con tu gozo
y que tu dulce presencia fue quitando
uno a uno los cuchillos
que traspasaban su alma de mujer.
No sabemos si te vio con sus ojos,
mas sí que te abrazó con los brazos del alma,
que te vio con los cinco sentidos de su fe.
Ah, si nosotros supiéramos gustar una centésima de su gozo.
Ah, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella.
Ah, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo
el de María aquella mañana del domingo.

Quinta estación
JESÚS ELIGE A UNA MUJER COMO APÓSTOL DE SUS APÓSTOLES
María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento,
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús.
Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: porque han tomado a
mi Señor y no sé dónde le han puesto.
Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no
conoció que fuera Jesús.
Dijo le Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si les has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré.
Dijo le Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: «¡Rabboni!»,
que quiere decir Maestro.
Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido al Padre; pero ve
a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a Vuestro Dios.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «He visto al Señor», y las cosas que le había dicho.
(Jn 20, 11-18)
Lo mismo que María Magdalena decimos hoy nosotros:
«Me han quitado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner
los ojos,
nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón.
Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma
y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza,
ni encontrarnos una sola alegría que no tenga venenos.
¿Dónde estas? ¡Dónde fuiste, jardinero del alma,
en qué sepulcro, en qué jardín te escondes?
¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos
y no sabemos verte?
¿estás en los hermanos y no te conocemos?
¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos
y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte?
Llámame por mi nombre para que yo te vea,
para que reconozca la voz con que hace años
me llamaste a la vida en el bautismo,
para que redescubra que tú eres mi maestro.
Y envíame de nuevo a transmitir de nuevo tu gozo a mis hermanos,
hazme apóstol de apóstoles
como aquella mujer privilegiada
que, porque te amó tanto,
conoció el privilegio de beber la primera
el primer sorbo de tu resurrección.

Sexta estación
JESÚS DEVUELVE LA ESPERANZA A DOS DISCÍPULOS DESNIMADOS
El mismo día, dos de ellos iban a una aldea, que dista de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús,
y hablaban entre sí de todos esos acontecimientos.
Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos,
pero sus ojos no podían reconocerle.
Y les dijo: ¿Qué discursos son estos que vais haciendo entre vosotros mientras camináis? Ellos se detuvieron entristecidos,
y tomando la palabra uno de ellos, por nombre Cleofás, le dijo: ¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días?
El les dijo: ¿Cuáles? Contestáronle: lo de Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo;
cómo le entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado.
Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; mas, con
todo, van ya tres días desde que esto ha sucedido. Nos dejaron estupefactos
ciertas mujeres de las nuestras que, yendo de madrugada al monumento,
no encontraron su cuerpo, y vinieron diciendo que había tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. Algunos de los nuestros fueron al monumento y hallaron las cosas como las mujeres decían, pero a él no le vieron.
Y él les dijo: ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas!
¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?
Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras.
Se acercaron a la aldea adonde iban, y él fingió seguir adelante.
Obligáronle diciéndole: Quédate con nosotros, pues el día ya declina.
Y entró para quedarse con ellos.
Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y despareció de su presencia.
(Lc 24, 13-31)
Lo mismo que los dos de Emaús aquel día
también yo marcho ahora decepcionado y triste
pensando que en el mundo todo es muy fuerte y fracaso.
El dolor es más fuerte que yo,
me acogota la soledad y digo
que tú, Señor, nos has abandonado.
Si leo tus palabras me resultaron insípidas,
si miro a mis hermanos me parecen hostiles,
si examino el futuro sólo veo desgracias.
Estoy desanimado. Pienso que la fe es un fracaso,
que he perdido mi tiempo siguiéndote y buscándote
y hasta me parece que triunfan y viven más alegres
los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.
Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos,
Dispuesto a alimentarse desde hoy en las viñas de la mediocridad.
No he perdido la fe, pero sí la esperanza,
sí el coraje de seguir apostando por ti.
¿Y no podrías salir hoy al camino
y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús?
¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra
y conseguir que vuelva a calentar mi entraña?
¿No podrías quedarte a dormir con nosotros
y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?

Séptima estación
JESÚS MUESTRA A LOS SUYOS SU CARNE HERIDA Y VENCEDORA
Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomás con
ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas y, puesto en medio de ellos, dijo:
La paz sea con vosotros.
Luego dijo a Tomás : Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron.
Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no
están escritas en este libro;
y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios,
y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
(Jn 20, 26-31)
Gracias, Señor, porque resucitaste no sólo con tu alma,
más también con tu carne.
Gracias porque quisiste regresar de la muerte
trayendo tus heridas.
Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera
su mano en tu costado
y comprobara que el Resucitado
es exactamente el mismo que murió en una cruz.
Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede
amordazar el alma
y que cuando sufrimos estamos también resucitando.
Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre,
gracias por no avergonzarte de tus manos heridas,
gracias por ser un hombre entero y verdadero.
Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios,
ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras,
ahora que tú lo has hecho tuyo
comprendemos que el llanto y las heridas
son compatibles con la resurrección.
Déjame que te diga que me siento orgulloso
de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.
Deja que entre tus manos crucificadas ponga
estas manos maltrechas de mi oficio de hombre

Octava estación
CON SU CUERPO GLORIOSO, JESÚS EXPLICA QUE TAMBIÉN LOS NUESTROS RESUCITARÁN
Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros.
Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
El les dijo: ¿Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón esos pensamientos?
Ved mis manos y mis pies, que soy yo. Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Diciendo esto, les mostró las manos y los pies.
No creyendo aún ellos, en fuerza del gozo y de la admiración, les dijo:
¿Tenéis aquí algo de comer?
Le dieron un trozo de pez asado,
Y tomándolo, comió delante de ellos.
(Lc 24, 36-43)
«Miradme bien. Tocadme. Comprobad. Comprobad que no soy un fantasma», decías a los tuyos temiendo que creyeran
que tu resurrección era tan sólo un símbolo,
una dulce metáfora, una ilusión hermosa para seguir viviendo.
Era tan grande el gozo de reencontrarte vivo
que no podían creerlo; no cabía en sus pobres cabezas
que entendían de llantos, pero no de alegrías.
El hombre, ya lo sabes, es incapaz de muchas esperanzas.
Como él tiene el corazón pequeño
cree que el tuyo es tacaño.
Como te ama tan poco
no puede sospechar que tú puedas amarle.
Como vive amasando pedacitos de tiempo
siente vértigo ante la eternidad.
Y así va por el mundo arrastrando su carne
sin sospechar que pueda ser una carne eterna.
Conoce el pudridero donde mueren los muertos;
no logra imaginarse el día en que esos muertos volverán a ser niños,
con una infancia eterna.
¡Muéstranos bien tu cuerpo, Cristo vivo,
enséñanos ahora la verdadera infancia,
la que tú preparas más allá de la muerte

Novena estación
JESÚS BAUTIZA A LOS APÓSTOLES CONTRA EL MIEDO
La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor a los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros.
Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor.
Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre, así os envío yo.
Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.
(Jn 20, 19-31)
Han pasado, Señor, ya veinte siglos de tu resurrección y todavía
no hemos perdido el miedo,
aún no estamos seguros, aún tememos
que las puertas del infierno podrían algún día
prevalecer si no contra tu Iglesia, sí contra nuestro pobre
corazón de cristianos.
Aún vivimos mirando a todos lados
menos hacia tu cielo.
Aún creemos que el mal será más fuerte que tu propia Palabra.
Todavía no estamos convencidos
de que tú hayas vencido al dolor y a la muerte.
Seguimos vacilando, dudando, caminando entre preguntas,
amasando angustias y tristezas.
Repítenos de nuevo que tú dejaste paz suficiente para todos.
Pon tu mano en mi hombro y grítame: No temas, no temáis.
Infúndeme tu luz y tu certeza,
danos el gozo de ser tuyos,
inúndanos de la alegría de tu corazón.
Haznos, Señor, testigos de tu gozo.
¡Y que el mundo descubra lo que es creer en ti

Décima estación
JESÚS ANUNCIA QUE SEGUIRÁ SIEMPRE CON NOSOTROS
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron, y acercándose Jesús, les dijo... Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo.
(Mt 28, 16-20)
«Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos.»
Esta fue la más grande de todas tus promesas,
el más jubilosos de todos tus anuncios.
¿O acaso tú podrías visitar esta tierra
como un sonriente turista de los cielos,
pasar a nuestro lado, ponernos la mano sobre el hombro,
darnos buenos consejos
y regresar después a tu seguro cielo
dejando a tus hermanos sufrir en la estacada?
¿Podrías venir a nuestros llantos de visita
sin enterrarte en ellos? ¿Dejarnos luego solos, limitándote
a ser un inspector de nuestras culpas?
Tú juegas limpio, Dios. Tú bajas a ser hombre
para serlo del todo, para serlo con todos,
dispuesto a dar al hombre no sólo una limosna de amor,
sino el amor entero.
Desde entonces el hombre no está solo,
tú estás en cada esquina de las horas esperándonos,
más nuestro que nosotros,
más dentro de mí mismo que mi alma.
«No os dejaré huérfanos», dijiste. Y desde entonces
han estado lleno nuestro corazón.

Undécima estación
JESÚS DEVUELVE A SUS APÓSTOLES LA ALEGRÍA PERDIDA
Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así:
Estaban junto Simón pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros discípulos.
Díjoles Simón Pedro: Voy a Pescar. Los otros le dijeron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada.
Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús.
Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer? Le respondieron: No.
El les dijo: Echad la res a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces.
Dijo entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la sobre túnica -pues estaba desnudo- y se arrojó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino como unos doscientos codos, tirando de la red con los peces.
Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan.
Díjoles Jesús: Traed de los peces que habéis pescado ahora.
Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red.
Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle:
¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor.
Se acercó Jesús, tomo el pan y se lo dio, e igualmente el pez.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitado de entre los muertos.
(Jn 21, 1-14)
Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida
y entre sus mallas sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años
no nos hemos reído? ¿Quién recuerda
la última vez que amamos?
Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina.»
Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe, cargada
de ciento cincuenta nuevas esperanzas.
¡Ah, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!

Duodécima estación
JESÚS ENTREGA A PEDRO EL PASTOREO DE SUS OVEJAS
Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así:
Estaban junto Simón pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros discípulos.
Díjoles Simón Pedro: Voy a Pescar. Los otros le dijeron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada.
Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús.
Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer? Le respondieron: No.
El les dijo: Echad la res a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces.
Dijo entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la sobre túnica -pues estaba desnudo- y se arrojó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino como unos doscientos codos, tirando de la red con los peces.
Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan.
Díjoles Jesús: Traed de los peces que habéis pescado ahora.
Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red.
Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle:
¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor.
Se acercó Jesús, tomo el pan y se lo dio, e igualmente el pez.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitado de entre los muertos.
(Jn 21, 1-14)
Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida
y entre sus mallas sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años
no nos hemos reído? ¿Quién recuerda
la última vez que amamos?
Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina.»
Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe, cargada
de ciento cincuenta nuevas esperanzas.
¡Ah, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría! ?

Décimotercera estación
JESÚS ENCARGA A LOS DOCE LA TAREA DE EVANGELIZAR
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado,
Y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron,
Y, acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra;
Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre Y del Hijo y del Espíritu Santo,
Enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado.
(Mt, 28, 16-20)
Y te faltaba aún el penúltimo gozo:
dejar en nuestras manos la antorcha de tu fe.
Tú habrías podido reservarte ese oficio,
sembrar tú en exclusiva la gloria de tu nombre,
hablar a tú al corazón,
poner en cada alma la sagrada semilla de tu amor.
¿Acaso no eres tú la única palabra?
¿No eres tú el único jardinero del alma?
¿No es tuya toda gracia?
¿Hay algo de ti o de Dios que no salga de tus manos?
¿Para qué necesitas ayudantes, intermediarios, colaboradores
que nada aportarán si no es tu barro?
¿Qué ponen nuestras manos que no sea torpeza?
Pero tú, como un padre que sentara a su niño al volante y dijera:
«Ahora conduce tú», has querido dejar en nuestras manos
la tarea de hacer lo que sólo tú haces:
llevar gozosa y orgullosamente
de mano en mano la antorcha que tú enciendes

Décimocuarta estación
JESÚS SUBE A LOS CIELOS PARA ABRIRNOS CAMINO
Diciendo esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos.
Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en él, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante
Y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo vendrá como le habéis visto ir al cielo.
Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jeresalén, que dista de allí el camino de un sábado.
Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago.
Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste.
(Hch 20, 9-14)
La última alegría fue quedarte marchándote.
Tu subida a los cielos fue ganancia, no pérdida;
fue bajar a la entraña, no evadirte.
Al perderte en las nubes
te vas sin alejarte,
asciendes y te quedas,
subes para llevarnos,
señalas un camino,
abres un surco.
Tu ascensión a los cielos es la última prueba
de que estamos salvados,
de que estás en nosotros por siempre y para siempre.
Desde aquel día la tierra
no es un sepulcro hueco, sino un horno encendido;
no una casa vacía, sino un corro de manos;
no una larga nostalgia, sino un amor creciente.
Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo, en la risa,
en todo corazón que ama y espera,
en estas vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.
Es autor de este "Via Lucis" José Luis Martín Descalzo, quien lo publicó en "Razones para la alegría", Editorial Atenas
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

domingo, 23 de marzo de 2008

PRIMER UMBRAL TIEMPO PASCUAL - EL SEPULCRO Y LA RESURRECCIÓN.

PRIMER UMBRAL TIEMPO PASCUAL - EL SEPULCRO Y LA RESURRECCIÓN.
"El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro" Evangelio de san Juan 20, 1-9
Hoy, en este día tan grande, se nos invita a entrar en el sepulcro. En un sepulcro en donde estuvo el cuerpo del Señor y ahora está vacío. En un lugar de muerte y de silencio en donde se huele a un ungüento muy caro de nardo, roto el frasco por amor, por deseo de intimidad nupcial, de entrega franca, de amor abierto.
Pero el silencio de la mañana apenas está roto por la primera luz cuando María alcanza a llegar a ese umbral urgida por el duelo, por el deseo de seguir junto al cuerpo yaciente y frío de su amado. Aún es de noche en su corazón y en su mente turbada por el dolor, por la separación brusca e indeseada.
Pero lo que vemos, sorprendidos al acercar el rostro a la oscuridad de esa abertura inesperada es el vacío de unas vendas por el suelo y un sudario cuidadosamente plegado junto al lugar en donde le pusieron.
El sobresalto, la carrera, la noticia corre como la pólvora: “Han robado el cuerpo del Señor!”
Los amigos se apresuran, como nosotros, ante la extrañeza de la noticia. No puede ser. Nada ni nadie lo esperaba. O quizá sí, el amor atento del amado, que sabe ver donde nadie ve y reconocer con una fe despierta. Los otros se vuelven desconcertados.
María, sin embargo, se queda allí. Llorando, buscando una explicación a lo inexplicable. Quizás urgida desde dentro por aquel que está buscando entre los muertos, pero que ya le empuja desde el corazón porque está vivo. Ella lo ignora todo, pero escucha al corazón, no le importan los ángeles ni las vestiduras refulgentes. El que ama no está aquí, y eso es todo. Eso es lo que cuenta.
El diálogo es intenso pero muy breve: “Mujer, ¿porqué lloras? ¿a quién buscas?”Y ella disparatada como el amor. Pero el nombre rompe la incredulidad y suscita el abrazo: María!”, “Rabonni!”
En el jardín, de nuevo, Adán y Eva se encuentran.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

LA BIBLIA Y EL TELÉFONO MÓVIL.

LA BIBLIA Y EL TELÉFONO MÓVIL
Me pregunto qué pasaría si tratásemos a nuestra Biblia como tratamos a
nuestro teléfono móvil.
¿Y si la lleváramos a todos lados en nuestro bolsillo?
¿Y si regresáramos a casa si se nos hubiera olvidado?
¿Y si la revisáramos varias veces al día?
¿Y si la usáramos para recibir mensajes del texto?
¿Y si la tratáramos como si no pudiésemos vivir sin ella?
¿Y si la ofreciéramos como regalo?
¿Y si la usáramos mientras viajamos?
¿Y si la usáramos en caso de emergencia?
Esto es algo para animarnos a preguntar... hmmm... ¿dónde está mi Biblia?
Ah, y una cosa más. A diferencia de nuestro teléfono móvil, no tenemos que preocuparnos de que nuestra Biblia se quede sin saldo… ¡porque Jesús ya pagó la cuenta!
La Biblia está cargada eternamente. Nunca tiene que ser recargada.
Cuando dices: "Es imposible" Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18,27)
Cuando dices: "Estoy muy cansado." Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11,28-30)
Cuando dices: "Nadie me ama en verdad." Dios dice: Yo te amo.
(Juan 3,16 ; 13,34)
Cuando dices: "No puedo seguir." Dios dice: Mi gracia es suficiente.
( 2 Corintios 12,9 ;Salmos 91,15)
Cuando dices: "No puedo resolver las cosas." Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3,6)
Cuando dices: "Yo no lo puedo hacer." Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4,13)
Cuando dices: "Yo no soy capaz." Dios dice: Yo soy capaz.
( 2 Corintios 9,8)
Cuando dices: "No vale la pena." Dios dice: Sí valdrá la pena.
(Romanos 8,28)
Cuando dices: "No me puedo perdonar." Dios dice: YO TE PERDONO.
( 1 Juan 1,9 ;Romanos 8:1)
Cuando dices: "No lo puedo administrar." Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4,19)
Cuando dices: "Tengo miedo." Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. ( 2Timoteo 1,7)
Cuando dices: "Siempre estoy preocupado y frustrado." Dios dice: Hecha tus cargas sobre mi. (1 Pedro 5,7)
Cuando dices: "No tengo suficiente fe." Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12,3)
Cuando dices: "No soy suficientemente inteligente." Dios dice: Yo te doy sabiduría.
( 1 Corintios 1,30)
Cuando dices: "Me siento muy solo." Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé.
(Hebreos 13,5).
( Autor desconocido ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

¡ JESUCRISTO RESUCITÓ, ALELUYA !

¡JESUCRISTO RESUCITÓ , ALELUYA!
¡ALELUYA!,

Cristo resucitó, que se alegren los corazones de los que lo
aman y han decidido
escuchar su voz y partir hacia el mundo entero sembrando amor
y anunciando Esperanza.
¡ALELUYA! Que se alegren los tristes, los pobres, los que se encuentran
impedidos por la enfermedad, acosados por la miseria, o se sienten víctimas de situaciones intolerables; la fuerza de la Resurrección, la que movió la piedra de la entrada del sepulcro, puede también hoy remover los obstáculos que están más en los corazones humanos que en la vida misma.
¡ALELUYA! El gozo de los cristianos quiere llegar también
hasta todos los creyentes en el Unico Dios de cielo y tierra y a todos los que de diversos modos abren sus corazones a lo insondable y alaban la Divinidad por diversos caminos!
¡ALELUYA!, que se alegren también los que buscan,
los que tienen en su existencia al menos la vaga sospecha
de una vida más plena: Jesucristo resucitado tiene la respuesta.
Mi deseo es compartir mi alegría por la Resurrección de Jesucristo con todos ustedes y pedirles que acepten esta esperanza de la resurrección como generadora de Paz y que se esfuercen por comprender
los frutos buenos que de ella se derivan.
( Luz María Gaytán ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

viernes, 21 de marzo de 2008

MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO.

Meditación para el Viernes Santo - CUR CHRISTUS TAN DOLUIT?.
¿Por qué Cristo sufrió tanto?
"¿Qué necesidad hubo -escribía Santo Tomás de Aquino- para que el Hijo de Dios padeciera la cruz por nosotros? Una gran necesidad, una doble necesidad: la primera para redimir nuestros pecados; la segunda, para ofrecernos ejemplo de cara a nuestro comportamiento".
La Exaltación de la Santa Cruz
¿Por qué la cruz? ¿Qué es la cruz para el cristiano? Escribía en el siglo V el Papa San León Magno que la cruz es manantial y causa de todas las bendiciones". Y, en el siglo XVI, San Juan de Ávila se extasiaba de compunción y de amor ante el Cristo crucificado de su despacho
"¡Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".
Leemos en el libreto de "La Pasión según San Mateo" de Juan Sebastián Bach:
"¡Ven, dulce cruz, así quiero decirlo! Jesús mío, dámela siempre. Si mis sufrimientos llegaran a ser demasiado pesados, ayúdame a llevarlos... Mira como extiende las manos Jesucristo en la cruz para abrazarnos. ¡Ven! ¿Dónde? A los brazos de Jesús, dulce refugio y consuelo. ¡Buscad! ¿Dónde? En los brazos de Jesús. Avecillas del nido abandonado, vivid, morid, descansad aquí, ¡quedaos! ¿Dónde? En los brazos de Jesús crucificado"
Y en su "Pasión según San Juan", encontramos estos otros textos similares, también llenos de belleza, de fuerza, de emoción y de interpelación:
"Apresuraos, almas atribuladas. Abandonad vuestras cavernas del martirio. Apresuraos. ¿Adónde? ¡Al Gólgota! Tomad las alas de la fe. Volad. ¿Adónde? A la colina de la cruz: ¡Allí florece nuestro bienestar!"
"En el fondo de mi corazón, sólo tu nombre y tu cruz relumbran en todo momento, y, por eso, puedo sentirme dichosos. Haz aparecer en mi la imagen del consuelo cuando siento necesidad, de ti, Cristo, que tan dulcemente has sangrado hasta morir".
El amor se revela en el dolor
Pero ¿por qué sufrió tanto Cristo? ¿Por qué Dios, que es amor, permitió la cruz? Porque el amor se revela en el dolor. Porque nadie ama más que quien sufre por el amado, y por amar y por sanar sufre, llora y muere. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", había adelantado ya el Señor.
El signo inequívoco del amor es justamente el dolor. Lo demuestra la experiencia. Lo sabe bien la madre, lo sabe bien el esposo, lo saben bien los novios, lo sabe bien el amigo verdadero. La cruz es la prueba definitiva y sublime del amor. El amor se aquilata, se forja, se muestra y se demuestra en el dolor.
Pablo de Tarso, cautivo de la cruz de Cristo, dirá "me amó y se entregó por mí", y a Ignacio de Loyola, en las jornadas previas a su gran conversión, esta frase se le quedó clavada en el alma y en la conciencia como una letanía y como un desafío, que marcaría toda su vida: "me amó y se entregó por mí", decía, y añadía "¿qué voy yo a hacer por Cristo?". El misterio de la cruz, el misterio del sufrimiento de Jesucristo, es un misterio de amor. Y el amor sólo con amor se paga. ¡Buenos días!
La cruz nos muestra el amor de Jesús
Seguimos mirando a la cruz, en donde. En ella está clavada la salvación del mundo."En la cruz -escribió Santa Teresa de Jesús-, está la vida y el consuelo y ella sola es el camino para el cielo".
¿Por qué permitió Dios la cruz de su Hijo Jesús?, Seguimos preguntándonos. Porque la cruz nos muestra cómo Dios nos ama, como Jesucristo nos amó, como "Dios acreditó su amor hacia nosotros, en que siendo todavía nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros".
Una conocida y popular canción religiosa glosa con sencillez este sublime misterio del amor crucificado de Dios al hombre: "Yo no soy nada y del polvo nací. Pero tú me amas y sufriste por mí. Ante la cruz, sólo puedo exclamar tuyo soy, tuyo soy".
En la literatura española del siglo de oro encontramos un espléndido y bien conocido soneto, que expresa de manera fehaciente esta realidad y estos sentimientos. Es la oración intensa y agradecida del cristiano que ante la cruz de Cristo ha descubierto el amor de Dios. Dice así:
"No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú mueves, Señor, muéveme
el verte clavado en una cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido.
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amará
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te espere,
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero, te quisiera".
La cruz es el libro de la sabiduría verdadera
"Creo, oh Cristo, en tu cruz, que nutre nuestra arteria", escribió Gloria Fuertes. La sabiduría de la cruz es el secreto de la vida porque la cruz nos muestra no sólo el amor de Dios sino también cómo nosotros debemos amar a Dios y cómo debemos amar a los hermanos.
"El -nos dice San Pablo- dio su vida por nosotros y nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos". El mismo Señor de la Cruz y de la Gloria ya nos lo adelantó: "en esto conocerán que sois discípulos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado". Y Él nos ha amado crucificado.
Y la cruz, compuesta de un palo vertical que mira al cielo y de un palo horizontal que mira a la tierra, nos enseña a amar a Dios y a servir a nuestros hermanos, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente a los más pobres y necesitados. Nuestro cristianismo será tanto más verdadero cuanto más solidario sea, cuanto más fraterno se manifieste, cuanto más atento esté al llanto y al ruego del hermano que sufre, que no es otra persona sino Jesucristo y éste crucificado. Y es que, como escribió el poeta León Felipe, nada se ha inventado sobre la tierra más grande que la cruz, escribió el poeta. Y es que en la cruz está el Señor de cielos y tierra, el Enviado Divino, el Puente Luminoso, el amigo, el hermano, el maestro y "está por mí en la cruz y no se queja" (Miguel de Unamuno). La cruz está hecha la cruz a medida de Dios y a medida del hombre. La cruz el resumen de los mandamientos. La cruz el árbol bendito de la vida. Es el libro de la verdadera sabiduría, que escribiera Lope de Vega.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.