miércoles, 19 de marzo de 2008

EL MENSAJE QUE VINO DESDE DETRÁS DE LA CRUZ.

EL MENSAJE QUE VINO DESDE DETRÁS DE LA CRUZ.

Durante el siglo XX, en un pequeño pueblo brasileño ubicado entre llanos y montañas, vivía un matrimonio con sus dos hijos. Trabajaban un pequeño cultivo de arroz, que con gran sacrificio alcanzaba para sustentar a la familia. Durante los días de trabajo, siempre al ponerse el sol, se preguntaban por el tañer de campanas que resonaban desde los montes, y que se dispersaba por los verdeantes horizontes… Todo parecía estar en armonía.Un día en la tarde uno de los hijos se alejó de su padre y su hermano y regresó a casa muy deprimido… Marcas de soledad, perdiéndose en el polvo de la indiferencia, anulaban toda esperanza de mirar hacia atrás. De repente, un ángel que merodeaba por la planicie lo inspiró a doblar en una esquina. Y fue lo que hizo, porque al menos podría ser coherente con el eco de las campanas que estaban presos en cada rincón de su corazón. El camino que tomó lo llevaba en dirección a las montañas.Luego de algunas horas de viaje, el joven campesino, ya fatigado, llegaba a la cima de la montaña. Mirando alrededor, encontró una antigua iglesia hecha de piedras celestes. Y en la parte de arriba estaban las campanas en silencio, o mejor dicho, vigilantes… todavía tibias bajo la luz menguante del atardecer. Deseoso de contemplar toda la belleza del paisaje que se le presentaba, se dio cuenta que al lado de la iglesia había una pequeña cruz de madera. Se acercó y se arrodilló frente a la cruz, mirando los ojos cerrados de Jesús. Se sintió profundamente triste y llorando, cerró los ojos. ¿Quería imitar a Jesús? ¡No! No era eso. Era porque arriba, en la planicie, su hermano, que continuaba trabajando no tenía lugar en su corazón… De repente una suave brisa vino desde detrás de la cruz, trayendo el dulce aroma de la flor del arroz y tocó su rostro… Al abrir los ojos percibió que sobre la planicie había un lindo atardecer. Detrás de la cruz él observaba los horizontes; era de allí de donde llegaban los ecos de las campanas. Así sucedió.Al llegar el tiempo de la cosecha del arroz, la familia decidió hacer una fiesta. Y toda la familia se reunió en el patio trasero de la casa, alrededor de una mesa. El hijo que siempre se quedaba con el padre se paró en una esquina de la mesa, y haciendo un caluroso brindis por su hermano, dijo:“Mi hermano, el bendecido, cada vez que te vi volver de las montañas, trajiste paz y esperanza para todos nosotros”.Pero en la otra punta de la mesa estaba su hermano llorando con los ojos cerrados… Se paró, y mirando alrededor, dijo:“En muchos momentos de nuestra vida, durante nuestro trabajo cotidiano, nos angustiamos hasta casi dañar a nuestro prójimo. Y creemos que un gesto de perdón es imposible”.Mirando cariñosamente a todos, les preguntó y se preguntó a sí mismo:“¿Por qué, a veces, en la niebla de la indiferencia, durante la oscura noche del odio, sin ninguna luz de esperanza… pasamos a amar al prójimo? Yo les digo por qué. Al escuchar los ecos de las campanas que vienen del monte, me encontré una cruz y estando de rodillas frente a ella, una leve brisa me tocó… Era la mano de Dios que, como un guante sacaba de mi corazón la pluma gris de los celos que sofocaba los deseos de caridad de mi corazón…”Así terminaba la historia del joven campesino que le gustaba escuchar los ecos de las campanas y adoraba las brisas que llegaban desde detrás de la cruz.Las brisas que llegaban desde detrás de la cruz son como las manos de Dios que espanta los pájaros de soledad que ponen plumas de envidia en nuestros corazones…Vientos perfumados que no permiten que las plumas pardas de la desarmonía espanten los ríos de deseos del corazón que nutren flores de arroz para ser compartidas.Campanas que resuenan en el atardecer del valle sin absolución anuncian el viento de Dios que unen nubes para la tempestad del espíritu.La cruz es como el sol del atardecer… Calienta nuestros corazones haciéndolos resonar libremente sobre las planicies. Los vientos de Dios son como manos que moldean cruces y mesas todos los días… en cada rincón, de este lado o del otro, está el corazón del prójimo.Los vientos de Dios que pasaron por entre las cruces cosechan corazones para poder resonar en las planicies, en las mesas del Paraíso.
( Dr. Edison Hüttner, Porto Alegre, 2008 ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

No hay comentarios: