miércoles, 31 de diciembre de 2008

AÑO NUEVO - MADRE TERESA DE CALCUTA.

" Año Nuevo " - Madre Teresa de Calcuta.

" Comiencen este nuevo año con un propósito :
Vivan exclusivamente para Jesús y con Jesús y serán felices y santos a
lo largo de todo el año.
Dedíquense a la oración, a vivir en unión íntima con Dios
y en una profunda y gozosa caridad.
Sean verdaderos discípulos de Jesús en sus pensamientos,
palabras y obras :
si viven esto en sus familias, irradiarán luz a todo el mundo.
Que cada uno de nosotros tome esta decisión :
" A lo largo de este año trataré de no faltar a la Caridad. " "

( de " Los cinco minutos de la Madre Teresa ", Ed. Claretiana ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

EN EL CAMINO A DAMASCO : ¿ QUIÉN ERES, SEÑOR ?...

En el camino de damasco: ¿Quién eres Señor?por Tarcisio Carmona
Sacerdote de la Sociedad de San Pablo, biblista

Querido Pablo:
El episodio de tu encuentro con Jesús, mientras ibas de camino hacia Damasco,
tal vez sea uno de los episodios más conocidos de tu vida.
Muchos pintores, escultores, novelistas, etc., han representado y
hablado sobre este encuentro, comenzando por san Lucas,
quien lo menciona al menos tres veces en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 9,1-19; 22, 3,21; 26,9-18).
¿Pero qué nos puedes decir tú de este encuentro con el Señor?

Estimados hermanos: Lucas fue un gran amigo y colaborador mío durante los viajes que hicimos predicando el evangelio.
Muchas veces me interrogó sobre este evento y escribió el relato mejor que si yo mismo lo hubiera hecho. Sin embargo, esta experiencia se vuelve inexplicable en muchas cosas, pues fue un encuentro personal y, tratándose de las cosas de Dios, resulta casi imposible explicar con exactitud los hechos, ya que las palabras humanas no alcanzan a expresar toda la profundidad, la grandeza y el significado de un evento de esta naturaleza.
No obstante esto, ustedes saben que en mis cartas hice referencia a este encuentro en repetidas ocasiones, cuando lo creí necesario
(1Cor 9,1; 15,8-10; Gal 1,15; Flp 3,6-8.12).
Corría el año 36 d.C. Yo tendría unos 28 años de edad y ya sobresalía
entre todos los de mi generación, por ser un celoso guardián de la ley de Moisés. Después de la muerte de Esteban, muchos cristianos huyeron de Jerusalén y se refugiaron en otras ciudades, entre ellas Damasco, en Siria, a más de 200 km.
Por eso pedí cartas de autorización al sanedrín de Jerusalén para poder ir a buscar y a encarcelar a los cristianos de Damasco.
Cuando estaba a punto de llegar a la ciudad se me apareció el Señor, me tiró a tierra, me quedé ciego y me dijo lo que tenía que hacer.
¿Qué significó para mí este encuentro?
Significó todo, un nuevo proyecto de vida.
Algunos lo han entendido en la óptica de una conversión moral,
como si yo hubiera sido un pecador y a un cierto momento dejé de serlo.
Pero si se han fijado, en esos relatos de Lucas ni siquiera aparece la palabra “conversión”, pues era algo más que eso
(auque tampoco niego que hacía mal persiguiendo a la Iglesia);
pero, a pesar de todo, siempre me consideré irreprensible en cuanto al
cumplimiento de la ley, no era un pecador según la ley (Flp 3,6).
Otros piensan que aquel momento significó un cambio de bandera;
es decir: un celoso cumplidor de la ley de Moisés que cambia y se entrega
de lleno a la nueva bandera de Cristo; como un cambio de religión.
Ciertamente tuve qué repensar muchas cosas, pero no consideré al cristianismo como una nueva religión, distinta del judaísmo, sino como una continuación;
como la fe que alcanza la madurez y la plenitud.
En efecto, aún después de Damasco, yo seguí siendo judío, observante de la ley, seguía leyendo la Torá, los escritos y los profetas (Antiguo Testamento);
es más, mi predicación la apoyaba en la misma Escritura.
Así que, más que considerar al camino de Damasco como un episodio de conversión,
yo prefiero verlo como un episodio de vocación, de llamada, a la cual respondí: “Sí”. Cuando dije: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hech 22,10).
Pero de esto ya hablaremos más adelante.
Como siempre, me despido deseándoles paz y bien en el Señor.
Continuará…

FUENTE : www.san-pablo.com.ar/aniopaulino/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

martes, 23 de diciembre de 2008

BUSCO TU ESTRELLA, SEÑOR.

Busco tu estrella, Señor

En medio del tumulto vertiginoso que se abre paso a empujones con el pretexto de Navidad, busco esa luz, Señor, que me lleve a tu primera morada de Belén.

Busco tu estrella, Señor, en medio de luces encandilantes que me hablan de Navidad.

La busco en medio del ruido ensordecedor de ofertas y promociones, de exigencias y reclamos, de bocinazos que apuran.

Entre multitudes apresuradas y acaloradas me abro paso para saber de Ti. Mis ojos buscan en vano otros. No hay miradas ni coloquios, sólo traslados y transacciones. He preguntado por tu estrella, Señor, y no hay tiempo para respuestas.

En tu nombre y con ocasión de tu cumpleaños la gente pide, se endeuda, compra, vende y gana. Regalan para presumir, celebran para cumplir y acuden a frases hechas a falta de corazón sincero.

Visitan rincones de abandono por única vez en el año y allí dejan una ayuda para gente que nunca conocerán.

Señor, busco tu estrella.

La busco en paraderos donde la gente aparece con bolsas y paquetes. La busco en tiendas y supermercados donde todo se envuelve y despacha, se agota y se repone.

Busco tu estrella en la combinación del tren subterráneo a hora punta, en una multitud de personas solitarias aprisionadas entre sí, por el ahogo, la indignidad y la impotencia.

A la siga de tu Luz me aparto a las soledades del campo y del mar, de los poblados remotos, aislados y serenos. Busco tu luz en medio del agua y la naturaleza que se resisten a la depredación, en regiones sin nombre, sin recursos y sin mapa, en caseríos hundidos en el vino y la soledad.

Busco tu estrella, Señor, allí donde duele. En la UTI pediátrica, la capilla velatoria, en la celda amarga. La busco en el hogar incompleto, en la mesa con hambre, en el rostro sin trabajo. Y entre niños y abuelos ignorados, mujeres violentadas, jóvenes incompletos por la droga y la falta de oportunidades.

Busco y busco, Señor, entre oscuridades y luces que no alumbran de verdad. Y en cada paso que doy, en cada camino nuevo, en cada dolor e inconsecuencia que hallo escondida detrás de Navidad, tu Palabra sanadora es camino, es verdad y vida en plenitud.

Para cada oscuridad tus ojos de niño nos regalan esperanza, una esperanza que no se exime de la cruz pero que vence la muerte con el amor.

Gracias, Dios, por hacerte bebé indefenso y mostrarnos tu Luz en medio de gentíos y bullicios. Gracias por tu paz y alegría.

Permíteme quedarme, Señor, aquí junto a tu estrella.

FUENTE : www. iglesia.cl/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

SEÑOR DE LOS SENCILLOS.

Señor de los sencillos.

Señor, los poderosos esperaban encontrarte
lleno de riquezas y viviendo en casas lujosas...
y Tú apareciste humilde y sencillo
como un pequeño
en la humilde pobreza de un portal.
Señor, los poderosos esperaban hallarte
lleno de luces, regalos y vestidos caros...
y Tú apareciste en medio de la noche
débil y recostado en un pesebre;
lleno del amor y la ternura de una madre.
Señor, los poderosos esperaban hallarte
al frente de poderosos ejércitos,
como un rey vencedor en mil batallas...
Y Tú apareciste como un bebé indefenso
para enseñarnos la fuerza de las cosas sencillas.
Señor, Tú apareciste en el llanto de un Niño;
esperanza de vida y de verdad.
Señor, enséñanos a descubrir
la sencillez y la humildad de la Navidad.

FUENTE : " Oraciones para Adviento y Navidad " /
www.salesianos.edu

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

sábado, 20 de diciembre de 2008

EL SIRVIENTE DEL REY BALTASAR Y EL NIÑO JESÚS ".

" El Sirviente del Rey Baltasar y el niño Jesús " - Bruno Ferrero.

" Los Reyes Magos venidos a Belén para adorar al Rey recién nacido no estaban solos. Para cargar y descargar los camellos, cada uno de ellos iba acompañado por un paje.
Como bien sabéis, uno de los Magos llevaba oro, el otro incienso y el tercero mirra. Todas las tardes los pajes descargaban sus preciosos fardos del lomo de los camellos, abrevaban a los animales y luego cumplían diligentemente los últimos deberes de la jornada.

Una noche, poco antes de acostarse, Rubén, el paje del rey Baltasar, salió a respirar una bocanada de aire y a admirar las estrellas. Esperaba ser hábil como su amo y reconocer en lo alto del firmamento al astro luminoso que los Magos seguían escrupulosamente. Pero Rubén veía en el cielo una polvareda tan densa de puntos luminosos, que pensaba que su camino era un poco azaroso, como el de un viajero que gira en redondo tratando de orientarse de alguna manera.

Entonces el paje decidió irse a dormir y, desilusionado, bajó los ojos y volvió a la tienda mirándose la punta de los zapatos. Y lo que vio brillar no estaba en el cielo, sino en la tierra, a sus pies.
Una moneda de oro, sin duda caída del tesoro de su amo.

Estaba allí, sola, y nadie se había dado cuenta. "¡Magnífico!", murmuró el paje. «También yo tendré un regalo para el Rey que vamos a visitar. Le diré: "Señor mío, he conservado esta preciosa moneda sólo para ti y te la regalo para probarte mi devoción y la fidelidad que me ligará a ti también en el futuro". "¡Mentiroso! ", gritó el paje Eleazar que estaba observándolo. "Te he visto recoger la moneda: no es tuya. Es una moneda robada".
"¡Asqueroso espía envidioso!", gritó Rubén mostrando los puños. "Si dices una palabra, me las pagarás".Los dos pajes se marcharon a dormir rabiosos.

Pero el sueño de Rubén fue agitado.
En un primer momento, se veía vestido con su vestido más bonito regalando su moneda al joven Rey coronado y se sentía feliz y honrado. Más tarde, mientras estaba en compañía de los notables del Reino, los compañeros lo denunciaban, y el Rey mandaba azotarlo y echado fuera de palacio.

Pasó un día, pasó otra noche y después otro día.
En la mañana del tercer día, el paje tenía el rostro tenso y los ojos cansados. "¿Qué tienes, mi pequeño paje?", le preguntó el rey Baltasar. "¿Has perdido algo importante? ¿Por qué tienes ese aire de preocupación?"."No me pasa nada", respondió el muchacho, que no deseaba que le preguntaran.
"Sí, sí", replicó el Rey. "Tú has perdido la cosa más importante. Has perdido la alegría de vivir y el buen humor".
Durante todo el día Rubén evitó las miradas de los otros pajes. Efectivamente, no era feliz. El silencio se había convertido en una losa pesada para todos. Nadie podía ayudarlo, al ignorar el drama que lo agitaba. Pero por la noche, mientras todos deshacían los bultos, el paje, llorando, dejó la moneda junto con las otras, en el tesoro del amo.

Cuando finalmente llegaron ante el Rey niño, los tres Magos se arrodillaron y ofrecieron sus dones. Después fueron invitados los pajes.
El primero dio al Niño un beso; el segundo, un ramito de flores del campo. Cuando llegó su turno, Rubén tenía los ojos llenos de lágrimas y, mientras alargaba los brazos para dar a entender que no tenía nada que regalar, una lágrima cayó sobre su mano vacía.
Con inmenso estupor, todos vieron al Niño despertarse, posar su manita en las del paje y estrechadas. Después el Niño sonrió y el paje abrió su mano. La lágrima se había transformado en una perla que llenó de resplandores la estancia. Y en el cielo los ángeles se pusieron a cantar. "

FUENTE : www.ciudadredonda.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

P. RANIERO CANTALAMESSA - TERCERA PREDICACIÓN DE ADVIENTO.

Tercera predicación de Adviento del Predicador del Papa
A Benedicto XVI y a la Curia Romana
P. Raniero Cantalamessa - Tercera Predicación de Adviento.

Tercera predicación de Adviento
"Cuando llegó la plenitud de los tiempos Dios
envió a su Hijo nacido de una mujer" ( Gálatas 4, 4 ).

1. Pablo y el dogma de la encarnación
Pongamos en primer lugar, también esta vez, el pasaje paulino sobre el que vamos a meditar:

"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios" (Gal 4, 4-7).

Escucharemos a menudo este pasaje en el tiempo navideño, comenzando por las Primeras Vísperas de la solemnidad de Navidad. Digamos ante todo algo sobre las implicaciones teológicas de este texto. Es el pasaje que más se acerca, en el corpus paulino, a la idea de preexistencia y de encarnación. La idea de "envío" ("Dios mandó, exapesteilen, a su Hijo") se pone en paralelo con el envío del Espíritu del que se habla dos versículos después y recuerda lo que en el Antiguo Testamento se dice del envío de la Sabiduría y del santo Espíritu sobre el mundo por parte de Dios (Sab 9, 10.17). Estos acercamientos indican que no se trata de un envío "desde la tierra", como en el caso de los profetas, sino "desde el cielo".

La idea de la preexistencia del Cristo está implícita en los textos paulinos en los que se habla de una función de Cristo en la creación del mundo (1 Cor 8,6; Col 1, 15-16) y cuando Pablo dice que la roca que seguía al pueblo en el desierto era Cristo (1 Cor 10,4). La idea de la encarnación, a su vez, es subyacente en el himno cristológico de Filipenses, 2: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo".

A pesar de esto, hay que admitir que preexistencia y encarnación en Pablo son verdades en gestación, que aún no han llegado a su formulación plena. El motivo es que el centro de interés y el punto de partida de todo es para él el misterio pascual, es decir, lo realizado, más que la persona del Salvador. Lo contrario de Juan, para quien el punto de partida y el epicentro de la atención es precisamente la preexistencia y la encarnación.

Se trata de dos "vías" o recorridos distintos, en el descubrimiento de quién es Jesucristo: uno, el de Pablo, parte de la humanidad para lle gar a la divinidad, de la carne para llegar al Espíritu, de la historia de Cristo, para llegar a la preexistencia de Cristo; el otro, el de Juan, sigue el camino inverso: parte de la divinidad del Verbo para llegar a su existencia en el tiempo; una pone como bisagra entre las dos fases la resurrección de Cristo, y la otra ve el paso de un estado al otro en la encarnación.

Apenas se pasa a la época sucesiva, ambas vías tienden a consolidarse dando lugar a dos modelos o arquetipos y finalmente a dos escuelas cristológicas: la escuela de Antioquía que se refiere preferentemente a Pablo, y la escuela de Alejandría, que se refiere con preferencia a Juan. Ninguno de los seguidores de una u otra vía tiene conciencia de elegir entre Pablo y Juan; ambos están seguros de tenerlos de su parte. Esto es cierto, pero es un hecho que las dos influencias persisten visibles y distinguibles como dos río s que, aun confluyendo juntos, siguen distinguiéndose por el color distinto de sus aguas respectivas.

Esta diferenciación se refleja por ejemplo en la forma diversa con que se interpreta, en las dos escuelas, la kenosis de Cristo de Filipenses 2. Hasta el siglo II-III se delinean, en este texto, dos lecturas diversas que se vuelven a encontrar también en la exégesis moderna. Según la escuela de Alejandría, el sujeto inicial del himno es el Hijo de Dios preexistente en la forma de Dios. La kenosis por eso, en este caso, consistiría en la encarnación, en el hacerse hombre. Según la interpretación dominante en la escuela de Antioquía, el sujeto único del himno desde el principio hasta el final es el Cristo histórico, Jesús de Nazaret. En este caso la kenosis consistiría en el abajamiento inherente a su hacerse siervo, en someterse a la pasión y a la muerte.

La diferencia entre ambas escuelas no es tanto que algunos sigan a Pablo y otros a Juan, sino que algunos interpretan a Juan a la luz de Pablo y otros interpretan a Pablo a la luz de Juan. La diferencia está en el esquema, o en la perspectiva de fondo, que se adopta para ilustrar el misterio de Cristo. En la confrontación entre ambas escuelas podemos decir que se han formado las líneas maestras del dogma y de la teología de la Iglesia, que han permanecido activas hasta ahora.

2. Nacido de mujer

El relativo silencio sobre la encarnación comporta, en Pablo, un silencio casi total sobre María, la Madre del Verbo encarnado. El inciso "nacido de una mujer" (factum sub muliere) de nuestro texto es la alusión más explícita que se tiene de María en el corpus paulino. Esta es el equivalente de la otra expresión: "nacido del linaje de David según la carne", "factum ex semine David secundum carnem" (Rom 1,3).

Aún escueta,, sin embargo, esta afirmación de Pablo es importantísima. Esta fue uno de los puntos clave en la lucha contra el docetismo gnóstico, desde el siglo II en adelante. Dice de hecho que Jesús no es una aparición celeste; gracias a su nacimiento de una mujer, él está inserto plenamente en la humanidad y en la historia, "del todo semejante a los hombres" (Fl 2, 7). "¿Por qué decimos que Cristo es hombre, escribe Tertuliano, sino porque nació de María, que es una criatura humana?". Pensándolo bien, "nacido de una mujer" es más adecuado para expresar la verdadera humanidad de Cristo que no el título "hijo del hombre". En sentido literal, Jesús no es hijo del hombre, no ha tenido por padre a un hombre, pero sí es realmente "hijo de la mujer".

El texto paulino estará también en el centro del debate sobre el título de Madre de Dios (theotokos) en las disputas cristológicas posteriores, lo que explica por qué la liturgia nos lo hace escuchar en la segunda lectura de la misa de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, el 1 de enero.

Hay que resaltar un dato. Si Pablo hubiera dicho: "nacido de María", se habría tratado sólo de un detalle biográfico; habiendo dicho "nacido de una mujer", ha dado a su afirmación un carácter universal e inmenso. Es la mujer misma, toda mujer, la que ha sido elevada en María a tan increíble altura. María es aquí la mujer por antonomasia.

3. "¿En qué me afecta a mí que Cristo haya nacido de María?"

Estamos meditando el texto paulino ante la inminente Navidad y en el espíritu de la lectio divina. Por ello, no podemos detenernos mucho en el dato exegético, sino que tras haber contemplado la verdad teológica contenida en el texto, debemos extraer de él enseñanzas para nuestra vida espiritual, iluminando el "para mí" de la palabra de Dios.

Una frase de Orígenes, retomada por san Agustín, san Bernardo, Lutero y otros, dice: "¿Qué me aprovecha a mí que Cristo haya nacido una vez de María en Belén, si no nace también por fe en mi alma?". La maternidad divina de María se realiza en dos planos: en un plano físico y en un plano espiritual. María es la Madre de Dios no sólo porque le ha llevado físicamente en el seno, sino también porque le ha concebido antes en el corazón, con la fe. No podemos, naturalmente, imitar a María en el primer sentido, engendrando de nuevo a Cristo, pero podemos imitarla en el segundo sentido, que es el de la fe. Jesús mismo comenzó esta aplicación a la Iglesia del título de "Madre de Cristo", cuando declaró: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21; cf. Mc 3, 31 s; Mt 12, 49).

En la tradición, esta verdad ha conocido dos niveles de aplicación complementarios entre ellos, uno de tipo pastoral y el otro de tipo espiritual. En un caso, se ve realizada esta maternidad de la Iglesia en su conjunto en cuanto "sacramento universal de salvación"; en el otro, se realiza en cada persona o alma que cree.

Un escritor de la Edad Media, el Beato Isaac del monasterio de Stella, hizo una especie de síntesis de todos estos motivos. En una homilía famosa que leímos en la Liturgia de las Horas del pasado sábado, escribe: "María y la Iglesia son una madre y y varias madres; una virgen y muchas vírgenes. Ambas son madres y ambas vírgenes... por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen madre María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María... también se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda" (Discurso 51).

El Con­cilio Vaticano II se pone en la primera perspectiva cuando escribe: "La Iglesia... se convierte también en madre, ya que con la predicación y el bautismo genera en una vida nueva e inmortal a sus hijos, concebidos por obra del Espíritu santo y nacidos de Dios" (Lumen gentium 64).

Nos concentramos en la aplicación personal a cada alma: "Toda alma que cree, escribe san Ambrosio, concibe y engendra al Verbo de Dios... Si según la carne una sola es la Madre de Cristo, según la fe, todas las almas engendran a Cristo cuando acogen la Palabra de Dios" (Exposición del Evangelio según san Lucas, II, 26). Le hace eco otro padre de oriente: "Cristo nace siempre místicamente en el alma, tomando carne de aquellos que se salvan y haciendo del alma que lo engendra una madre virgen" (Máximo Confesor, Comentario al Padrenuestro).

Cómo uno se convierte concretamente en madre de Jesús, nos lo indica él mismo en el Evangelio: escuchando la Palabra y poniéndola en práctica(cf. Lc 8,21; Mc 3, 31 s.; Mt 12,49). Reconsideremos, para comprenderlo, cómo se convirtió María en madre: concibiendo a Jesús y pariéndolo. En la Escritura vemos subrayados estos dos momentos: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo", se lee en Isaías, y "Concebirás y darás a luz a un Hijo", dice el ángel a María.

Hay dos maternidades incompletas o dos tipos de interrupción de la maternidad. Una es antigua y conocida, el aborto. Éste sucede cuando se concibe una vida pero no se da a luz, porque en el entretanto, por causas naturales o por el pecado del hombre, el feto está muerto. Hasta hace poco tiempo, este aborto era el único caso que se conocía de maternidad incompleta. Hoy se conoce otro que consiste, al contrario, en parir un hijo sin haberlo concebido. Sucede en el caso de los hijos concebid os en probeta e insertados, en un segundo momento, en el seno de una mujer, y en el caso del útero prestado para hospedar, incluso pagando, vidas humanas concebidas en otro lugar. En este caso, lo que la mujer da a luz no viene de ella, no es concebido "antes en el corazón que en el cuerpo".

Por desgracia, también en el plano espiritual existen estas dos tristes posibilidades de maternidad incompleta. Concibe Jesús sin darlo a luz quien acoge la Palabra sin ponerla en práctica, quien sigue haciendo un aborto espiritual tras otro, formulando propósitos de conversión que son sistemáticamente olvidados y abandonados a mitad camino; quien se comporta ante la Palabra como el observador apresurado que mira su cara en el espejo y después se olvida en seguida de cómo era (cf. St 1, 23-24). En suma, quien tiene fe pero no tiene obras.

Da a luz en cambio a Cristo sin habe rlo concebido quien hace tantas obras, incluso buenas, pero que no vienen del corazón, del amor a Dios y de la recta intención, sino de la costumbre, de la hipocresía, de la búsqueda de su propia gloria y de su propio interés, o sencillamente de la satisfacción que da el hacer. En suma, el que tiene obras pero no tiene fe.

San Francisco de Asís tiene una palabra que resume, en positivo, en qué consiste la verdadera maternidad de Cristo: "Somos madres de Cristo - dice - cuando lo llevamos en el corazón y en el cuerpo por medio del amor divino y de la pura y sincera conciencia; lo engendramos a través de las obras santas, que deben resplandecer ante los demás como ejemplo... Oh, qué santo y querido, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y deseable sobre toda otra cosa, tener un hermano y un hijo semejante, nuestro Señor Jesucristo" (Carta a los fiel es, 1). Nosotros -quiere decir el santo- concebimos a Cristo cuando lo amamos con sincero corazón y con conciencia recta, y lo damos a luz cuando realizamos obras santas que lo manifiestan al mundo.

4. Las dos fiestas del Niño Jesús

San Buenaventura, discípulo e hijo del Pobrecito, recogió y desarrolló este pensamiento en un opúsculo titulado "Las cinco fiestas del Niño Jesús". En la introducción al libro, relata como un día, mientras estaba de retiro en el monte Verna, le vino a la mente lo que dicen los Santos Padres, o sea, que el alma devota de Dios, por gracia del Espíritu Santo y el poder del Altísimo, puede concebir espiritualmente al Verbo bendito y al Hijo Unigénito del Padre, parirlo, ponerle nombre, buscarlo y adorarlo con los Magos y finalmente presentarlo felizmente a Dios Padre en su templo.

De estos cinco momentos, o fiestas del Niño Jesús, que el alma debe revivir, nos interesan sobre todo las dos primeras: la concepción y el nacimiento. Para san Buenaventura, el alma concibe a Jesús cuando, descontenta con la vida que lleva, estimulada por inspiraciones santas e inflamada de ardor santo, cansada de sus viejas costumbres y defectos, es como fecundada espiritualmente por la gracia del Espíritu Santo y concibe el propósito de una vida nueva. ¿Ha tenido lugar la concepción de Cristo!

Una vez concebido, el bendito Hijo de Dios nace en el corazón, siempre que, tras haber hecho un sano discernimiento, pedido oportuno consejo, invocado la ayuda de Dios, el alma pone inmediatamente por obra su santo propósito, comenzando a realizar lo que desde hacía tiempo estaba madurando, pero que había dejado para más adelante por miedo a lo ser capaz de ello.

Pero es necesario insistir en una cosa: este propósito de vida debe traducirse, sin duda, en algo concreto, en un cambio, posiblemente también externo y visible, de nuestra vida y costumbres. Si el propósito no se pone en práctica, Jesús ha sido concebido pero no dado a luz. Es uno de tantos abortos espirituales. No se celebrará nunca la "segunda fiesta" del Niño Jesús que es la Navidad. Es uno de tantos casos que son una de las razones principales por las que tan pocos llegan a santos.

Si decides cambiar de estilo de vida y entrar a formar parte de esa categoría de pobres y humildes, que como María buscan solo encontrar gracia ante Dios, sin importarle agradar a otros hombres, entonces, escribe san Buenaventura, debes armarte de valor, porque te hará falta. Deberás afrontar dos tipos de tentación. Se te presentarán ante todo los hombres carnales de tu ambie nte y te dirán: "Es demasiado duro lo que pretendes, no lo conseguirás, te faltarán las fuerzas, perderás la salud; estas cosas no se adecuan a tu estado, comprometes tu buen nombre y la dignidad de tu cargo"....

Superado este obstáculo, se presentarán otros con fama de ser, o incluso que son de hecho, personas pías y religiosas, pero que no creen verdaderamente en el poder de Dios y de su Espíritu. Estas te dirán que, si empiezas a vivir de esta forma -dando tanto espacio a la oración, evitando tomar parte en distracciones y habladurías inútiles, haciendo obras de caridad-, serás considerado pronto un santo, un hombre devoto y espiritual, y dado que sabes perfectamente que no lo eres, acabarás engañando a la gente y siendo un hipócrita, atrayendo sobre tí la reprobación de Dios que escruta los corazones.

A todas estas tentaciones, es necesario responder con fe: "No es demasiado corta la mano del Señor para salvar" (Is 59, 1) y, casi enfadándonos con nosotros mismos, exclamar, como Agustín en la vigilia de su conversión: "Si estos y estas pueden ¿por que yo no? Si isti et istae, cur non ego? " (Confesiones)

5. María dijo "sí"

El ejemplo de la Madre de Dios nos sugiere qué hacer en concreto para imprimir a nuestra vida espiritual este nuevo empuje, para concebir y dar a luz verdaderamente en nosotros a Jesús esta Navidad. María dijo un "sí" decidido y pleno a Dios. Se insiste mucho en el Fiat de María, en María como "la Virgen del fiat". Pero María no hablaba latín y por eso no dijo fiat, no dijo siquiera genoito, que es la palabra que encontramo s, a este punto, en el texto griego de Lucas porque no hablaba griego.

Si es lícito remontarse, con pía reflexión, a la ipsissima vox, a la palabra misma que salió de la boca de María -o al menos a la palabra que estaba en la fuente judía usada por Lucas-, esta debió ser la palabra amén. Amén, palabra hebrea cuya raíz significa solidez, certeza - se usaba en la liturgia como respuesta de fe a la palabra de Dios. Cada vez que, al término de ciertos salmos, en la Vulgata se leía antes fiat, fiat , ahora en la nueva versión de los textos originales se lee: Amén, Amén. Lo mismo para la palabra griega: cada vez que en la Biblia de los Setenta se lee en esos mismos salmos génoito, génoito, el original griego lleva: Amén, amén.

Con el "amén" se reconoce lo que se ha dicho como palabra firme, estable, válida y vinculante. Su traducción exacta, como respuesta a la palabra de Dios, es: "Así sea, así sea". Indica fe y obediencia conjuntamente; reconoce que lo que Dios dice es cierto y se somete a ello. Es decir "sí" a Dios. En este sentido lo encontramos en la misma boca de Je´sus: "Si, amén, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (cf. Mt 11, 26). Él es el Amén personificado: "Así habla el Amén" (Ap 3, 14) y por medio de él, añade Pablo, todo amén pronunciado en la tierra sube a Dios (cf 2 Cor l, 20).

En casi todas las lenguas humanas la palabra que expresa el consenso es un monosílabo: "sí", "ja", "yes", "oui", "tag"... La palabra más corta del vocabulario, pero aquella con que tanto los novios como los consagrados deciden su vida para siempre. También en el rito de la profesión religiosa y de la ordenación sacerdotal hay un momento en que se pronuncia un "sí".

Hay un detalle en el Amén de María que es importante señalar. En las lenguas modernas usamos el modo indicativo para señalar que algo ha sucedido o sucederá, el modo condicional para indicar algo que podría suceder en ciertas condiciones, etc.; el griego tiene un modo particular que se llama optativo. Es un modo que se usa cuando se quiere expresar deseo o impaciencia de que algo suceda. El verbo usado por Lucas, genoito, está precisamente en este modo.

San Pablo dice que "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9, 7) y María dijo a Dios su "sí" con alegría. Pidámosle que nos obtenga la gracia de decir a Dios un "sí" alegr e y renovado, y así concebir y dar a luz también nosotros en esta Navidad a su Hijo Jesucristo.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

FUENTE : www.zenit.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

LAS CUATRO OPERACIONES.

LAS CUATRO OPERACIONES.

SUMA tu perdón con el olvido,
a fin de que des una lección de paz a tus ofensores,
Entonces,
serás simple coo un NIÑO.

RESTA tu altanería y enciende la antorcha de la humildad
para alumbrar tu noche y extinguir las tinieblas de tu orgullo,
Entonces,
serás digno como un HOMBRE.

MULTIPLICA tu Fe para que construyas un mundo de luz
donde la maldad no tenga lugar para vivir.
Entonces,
serás bueno como un SANTO.

DIVIDE tu amor entre tus semejantes
dando la mayor parte a los que te quieren mal.
Entonces,
serás grande como un DIOS

FUENTE : María Eugenia Caggero Pendola ( Grupo " Amigos Católicos " ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

martes, 16 de diciembre de 2008

SEGUIR TUS HUELLAS...

Seguir tus huellas.

Jesús, en este tiempo de navidad
quiero vivir siguiendo tus huellas
de amigo cercano, compañero y maestro.
Quiero vivir imitando tu vida.
Quiero ser humilde y sencillo
como lo fuiste Tú en Belén.
Quiero vivir devolviendo la alegría a los tristes.
Quiero vivir compartiendo ilusiones.
Quiero vivir realizando tus gestos de ayuda.
Quiero vivir siendo sincero y honesto.
Quiero vivir ofreciendo mis mejores deseos.
Jesús, quiero vivir siguiendo tus huellas
de amigo, compañero y maestro.
Quiero vivir recordando tus palabras.
Quiero vivir anunciando tu Buena Noticia.
Quiero vivir mirando la vida alegría.
Quiero vivir perdonando.
Quiero vivir pronunciando palabras de vida.
¡Quiero ser tu testigo, Señor, amigo y maestro !.

FUENTE : www.salesianos.edu/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

NAVIDAD EN GRECCIO.

Navidad en Greccio -
Primera representación al vivo del nacimiento de Jesús.

El Padre Francisco le dijo a su amigo, Juan Velita:
"En Greccio, en la selva vecina se encuentra una gran caverna.
Hazme el placer de llevar a ella en la noche de Navidad un buey y un asnillo, semejantes a los de Belén. Porque es mi última Navidad en la tierra y deseo ver en qué sencillez nació Cristo para salvar a los hombres y para salvarme a mi, pobre pecador...
- A tus órdenes, Padre Francisco -respondió el señor Velita-.
Todo se hará según tus deseos. Besó la mano del santo y se marchó.
El hermano Pacífico los acompañaría con su laúd y el Padre Silvestre oficiaría la misa.
La víspera de Navidad, el señor Velita nos mandó decir que todo estaba dispuesto y que podíamos ir. A medianoche, nos pusimos en camino, acompañados de algunos hermanos, entre ellos, Bernardo, maese Pedro, Maseo y el Padre Silvestre.
Pacífico caminaba junto a Francisco, llevando su laúd en bandolera.
El aire estaba helado y el cielo lucía una gran pureza.
Las estrellas bajaban y casi rozaban la tierra.
Cada uno de nosotros tenía una sobre la cabeza.
Francisco caminaba como bailando.
De pronto, se detuvo:
-"¡Hermanos, qué dicha, qué dicha inmensa acaba de ser concedida a los hombres!
¿Os dais cuenta de lo que veremos? ¡A Dios niño!
¡A la Virgen María amamantando a Dios! ¡A los ángeles del Cielo,
Cantando el hosanna!
Hermano Pacífico, te ruego que tomes tu laúd y cantes:
"Y ella parió a su hijo primogénito y ella lo amamantó y lo acostó en un pesebre".

FRANCISCO se inclinó y me dijo al oído:
No puedo contener mi alegría, hermano León.
¡Mira qué bien camino! Ya no siento dolor en los pies.
Esta noche he soñado que la Virgen María dejaba al Niño Divino en mis brazos,
Los campesinos de las aldeas vecinas se habían reunido en la selva y sus antorchas iluminaban los árboles. La gruta estaba ya llena de gente.
Francisco bajó la cabeza y entró, seguido de todos los hermanos.
En el fondo, cerca de la cuna llena de paja, había un asno y un buey que rumiaba tranquilamente. El Padre Silvestre se detuvo ante la cuna divina, como ante un altar, y se puso a decir la misa. Y cuando el Padre Silvestre, que leía el Evangelio, llegó al pasaje que dice:
"Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", una claridad azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién nacido en los brazos.
Los campesinos, transportados, gimieron blandiendo sus antorchas.
Nos arrojamos al suelo, deslumbrados por el milagro.
Alcé la cabeza y vi al niño tender sus brazos y acariciar las mejillas y la barba de Francisco, sonriendo y agitando sus pies menudos.
Después Francisco lo alzó ante las antorchas encendidas y gritó:
-"¡Hermanos, éste es el Salvador del mundo... !".
Entonces, en su exaltación, los campesinos se precipitaron
sobre él para tocar al Niño. Pero en ese instante,
la claridad azul se extinguió, la cuna volvió a hundirse en la
sombra y advertimos que Francisco había desaparecido,
llevándose al recién nacido.
Los campesinos se precipitaron afuera con sus luces y lo buscaron en la selva.
Pero fue en vano. El cielo empezaba a blanquear, la estrella de la mañana brillaba
y bailaba en Oriente, solitaria. Había nacido el día.
Después encontré a Francisco en la puerta de su choza, con el rostro vuelto hacia Belén".

(De “El pobre de Asís”, Tomado de la revista mensual El Santo,
diciembre 2008, nº 748 ).

http://www.revistaecclesia.com/

TE ESPERAMOS...

" Te esperamos... ".

“Te esperamos de día, viniste por la noche,
cuando dormía el mundo y todo su fragor,
cuando en el cielo negro miraban las estrellas
a la estrella más clara que nunca nadie vio.
Pensamos que venías, tal vez, sobre esa estrella,
montado como un héroe, con fuego y con poder,
pero viniste pobre, pequeño y olvidado,
acunado en los brazos de una frágil mujer.
Pensamos que traías espada justiciera
y el brazo enarbolado de fuerza y esplendor,
pero llegaste quedo, sin más ruido que el llanto,
y en un viejo pesebre tu padre te acunó.
Creímos que vendrías vestido de relámpagos,
que tu brazo sería un sable destructor,
pero yaces callado, sólo envuelto en pañales,
mientras la estrella clara te viste de blancor.
Supimos por el ángel que eras el esperado,
que tu gloria no es esa que esperábamos ver,
que tu luz y armadura no son las de este mundo,
sino las del reinado que has venido a traer.
¡Ahora, niño hermoso, sonríele a la aurora,
que la buena noticia recorra el nuevo sol!
Los magos y pastores, el mundo entero llega
a los pies del pesebre para alabar tu amor. “
( Autor desconocido ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

viernes, 12 de diciembre de 2008

P. RANIERO CANTALAMESSA - SEGUNDA PREDICACIÓN DE ADVIENTO.

Segunda predicación de Adviento del Predicador del Papa
A Benedicto XVI y a la Curia Romana

Publicamos la segunda predicación de Adviento a la Curia Romana que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciado el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, en la capilla "Redemptoris Mater" del palacio apostólico del Vaticano.

Segunda predicación de Adviento

"Llamados por Dios a la comunión con su Hijo Jesucristo"

Para permanecer fieles al método de la ‘lectio divina', tan recomendada por el reciente Sínodo de lo s obispos, escuchemos las palabras de san Pablo sobre las que reflexionaremos en esta meditación:

"Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (Filipenses 3, 7-12).

1. "Para que pueda conocerlo a Él..."

La semana pasada meditamos sobre la conversión de Pablo como una metanoia, un cambio de mente, en el modo de concebir la salvación. Pablo sin embargo no se convirtió a una doctrina, aunque fuera una doctrina de justificación mediante la fe; ¡Se convirtió a una persona! Antes que un cambio de pensamiento, el suyo fue un cambio de corazón, el encuentro con una persona viva. Se usa a menudo la expresión "flechazo" para denominar un amor a primera vista que elimina todo obstáculo; en ningún caso esta metáfora es tan apropiada como en san Pablo.

Veamos cómo este cambio de corazón asoma en el texto apenas escuchado. Habla del "bien supremo" (hyperechon) de conocer a Cristo y se sabe que, en este caso, como en toda la Biblia, conocer no indica un descubrimiento sólo intelectual, un hacerse una idea de algo, sino un lazo vital íntimo, un entrar en relación con el objeto conocido. Lo mismo vale en el caso de la expresión "...para conocerle a él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos". "conocer la participación en sus sufrimientos" no significa, evidentemente, tener una idea de los mismos, sino experimentarlos.

Por casualidad leí este pasaje en un momento especial de mi vida en el que me encontraba también yo ante una elección. Me había ocupado de Cristología, había escrito y leído mucho sobre este argumento, pero cuando leí "para conocerle a él", comprendí de golpe que aquel simple pronombre personal "él" (autòn) contenía más verdades sobre Jesucristo que todos los libros escritos o leídos sobre Él. Comprendí que, para el apóstol, Cristo no era un conjunto de doctrinas, de herejías, de dogmas: era una persona viva, presente y realísima que se podía designar con un simple pronombre, como se hace, cuando se habla de alguien que está presente, señalándolo con el dedo.

El efecto del enamoramiento es doble. Por una parte, pone en obra una drástica reducción del interés en uno, una concentración sobre la persona amada que hace pasar a un segundo plano todo el resto del mundo; por otra, hace capaces de sufrir cualquier cosa por la persona amada, aceptar la pérdida de todo. Vemos ambos efectos realizados a la perfección en el momento en el que el Apóstol descubre a Cristo: por él, dice, "perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo".

Ha aceptado la pérdida de sus privilegios de "judío entre los judíos", la estima y la amistad de sus maestros y connacionales, el odio y la conmiseración de quienes no comprendían cómo un hombre como él hubiera podido dejarse seducir por una secta de fanáticos sin arte ni parte. La segunda Carta a los Corintios incluye la enumeración impresionante de todo lo sufrido por Cristo (cf. 2 Cor 11, 24-28).

El Apóstol encontró él mismo la única palabra que encierra todo: "conquistado por Cristo". Se podría traducir también ‘aferrado', ‘fascinado', o con una expresión de Jeremías, "seducido" por Cristo. Los enamorados no se cortan; lo han hecho tantos místicos en el colmo de su ardor. No tengo dificultad, por tanto, para imaginar a un Pablo que, en un ímpetu de alegría, tras su conversión, grita él solo a los árboles o, a la orilla del mar, lo que más tarde escribirá a los filipenses: "¡He sido conquistado por Cristo! ¡He sido conquistado por Cristo!".

Conocemos bien las frases lapidarias y llenas de significado del Apóstol que a cada uno le gustaría poder repetir en la propia vida: "Para mí vivir es Cristo" (Fil 1,21), y "No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

2. "En Cristo"

Ahora, siendo fiel a lo anunciado en el programa de estas predicaciones, querría destacar lo que, sobre este punto, el pensamiento de Pablo puede significar, primero para la teología de hoy y luego para la vida espiritual de los creyentes.

La experiencia personal llevó a Pablo a una visión global de la vida cristiana que él denomina "en Cristo" (en Christō). La fórmula se repite 83 veces en el corpus paulino, sin contar la expresión afín "con Cristo" (syn Christō) y las expresiones pronominales equivalentes "en él" o "en aquel que".

Es casi imposible traducir con palabras el rico contenido de estas frases. La preposición "en" tiene un significado unas veces local, otras temporal (en el momento en el que Cristo muere y resucita), otras instrumental (por medio de Cristo). Describe la atmósfera espiritual en la que el cristiano vive y actúa. Pablo aplica a Cristo lo que, en el discurso al Areópago de Atenas, dice de Dios, citando a un autor pagano: "En Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 28). Más tarde, el evangelista Juan expresará la misma visión con la imagen del "permanecer en Cristo" (Juan 15, 4-7).

A estas expresiones recurren aquellos que hablan de mística paulina. Frases como "Dios ha reconciliado en sí el mundo en Cristo" (2 Cor 5,19) son totalizadoras, no dejan fuera de Cristo nada ni a nadie. Decir que los creyentes están "llamados a ser santos" (Romanos 1,7) equivale para el Apóstol a decir que están "llamados por Dios a la comunión con su Hijo Jesucristo" (1 Cor 1,9).

Justamente, también en el mundo protestante, hoy se empieza a considerar la visión sintetizada, en la expresión "en Cristo" o "en el Espíritu", como más central y representativa del pensamiento de Pablo que la misma doctrina de la justificación mediante la fe.

El año paul ino podría revelarse la ocasión providencial para cerrar todo un periodo de discusiones y enfrentamientos ligados más al pasado que al presente, y abrir un nuevo capítulo en el uso del pensamiento del Apóstol. Volver a usar sus cartas, y en primer lugar la Carta a los Romanos, para el fin para el que fueron escritas que no era, ciertamente, el de proporcionar a las generaciones futuras una palestra en la que ejercitar su agudeza teológica, sino el de edificar la fe de la comunidad, formada en su mayoría por gente sencilla e iletrada. "Ansío veros --les dice a los romanos--, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, o más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común fe: la vuestra y la mía" (Rom 1, 11-12).

3. Más allá de la Reforma y la Contrarreforma

Es t iempo, creo, de ir más allá de la Reforma y más allá de la Contrarreforma. Lo que está en juego, a principios del tercer milenio, no es ya lo mismo del inicio del segundo milenio, cuando se produjo la separación entre oriente y occidente, y ni siquiera de la mitad del milenio, cuando se produjo, dentro de la cristiandad occidental, la separación entre católicos y protestantes.

Por dar un solo ejemplo, el problema no es ya el de Lutero de cómo liberar al hombre del sentimiento de culpa que lo oprime, sino cómo devolver al hombre el verdadero sentido del pecado que ha perdido totalmente. ¿Qué sentido tiene seguir discutiendo sobre "cómo se da la justificación del impío", cuando el hombre está convencido de que no necesita ninguna justificación y declara con orgullo: "Yo mismo hoy me acuso y sólo yo puedo absolverme, yo el hombre?" [1] .

Yo creo que todas las discusiones de siglos entre católicos y protestantes, en torno a la fe y a las obras, han acabado por hacernos perder de vista el punto principal del mensaje paulino, desplazando a menudo la atención de Cristo a las doctrinas sobre Cristo, en práctica, de Cristo a los hombres. Lo que al Apóstol urge sobre todo a afirmar en Romanos 3 no es que estamos justificados por la fe, sino que estamos justificados por la fe en Cristo; no es tanto que estamos justificados por la gracia, cuanto que estamos justificados por la gracia de Cristo. El acento es sobre Cristo, más todavía que sobre la fe y sobre la gracia.

Tras haber presentado en los capítulos precedentes de la Carta a la humanidad en su universal estado de pecado y perdición, el Apóstol tiene el increíble valor de proclamar que esta situación ahora ha cambiado radicalmente "en virt ud de la redención realizada por Cristo", "por la obediencia de un solo hombre" (Rom 3, 24; 5, 19). La afirmación de que esta salvación se recibe por fe, y no por las obras, es importantísima, pero viene en segundo lugar, no en primero. Se ha cometido el error de reducir a un problema de escuelas, dentro del cristianismo, lo que era para el Apóstol una afirmación de alcance más amplio, cósmico, universal.

Este mensaje del Apóstol sobre la centralidad de Cristo es de gran actualidad. Muchos factores llevan en efecto a poner entre paréntesis hoy su persona. Cristo no se cuestiona hoy en ninguno de los tres diálogos más vivaces en curso entre la Iglesia y el mundo. Ni en el diálogo entre fe y filosofía, porque la filosofía se ocupa de conceptos metafísicos, no de realidades históricas como la persona de Jesús de Nazaret ; ni en el diálogo con la ciencia, con la cual se puede únicamente discutir de la existencia o no de un Dios creador, de un proyecto por debajo de la evolución; ni, en fin, en el diálogo interreligioso, que se ocupa de aquello que las religiones pueden hacer juntas, en el nombre de Dios, por el bien de la humanidad.

Pocos, incluso entre los creyentes, cuando se les pregunta en qué creen, responderían: creo que Cristo murió por mis pecados y resucitó para mi justificación. La mayoría respondería: creo en la existencia de Dios, en una vida después de la muerte. Y sin embargo para Pablo, como para todo el Nuevo Testamento, la fe que salva es sólo aquella en la muerte y resurrección de Cristo: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rom 10, 9) .

El mes pasado, tuvo lugar aquí en el Vaticano, en la Casina Pío IV, un simposio promovido por la Academia Pontificia de las Ciencias, con el título "Puntos de vista científicos en torno a la evolución del universo y de la vida", en el que participaron los máximos científicos de todo el mundo. Quise entrevistar, para el programa que dirijo cada sábado por la tarde en TV sobre el evangelio, a uno de los participantes, el profesor Francis Collins, director del grupo de investigación que llevó en el año 2000 al completo desciframiento del genoma humano. Sabiendo que era creyente, le hice, entre otras, la pregunta: "¿Usted creyó primero en Dios o en Jesucristo?".

Respondió: "Hasta cuando tenía más o menos 25 años era ateo, no tenía una preparación religiosa, era un científico que reducía casi todo a ecuaciones y leyes de física. Pero, como médico, empecé a ver a la gente que debía afrontar el problema de la vida y de la muerte, y esto me hizo pensar que mi ateísmo no era una idea arraigada. Empecé a leer textos sobre las argumentaciones racionales de la fe, que no conocía. Primero, llegué a la convicción de que el ateísmo era una alternativa menos aceptable. Poco a poco, llegué a la conclusión de que debe existir un Dios que ha creado todo esto pero no sabía cómo era este Dios".

Es instructivo leer, en su libro "El lenguaje de Dios", cómo superó este impasse: "Me resultaba difícil echar un puente hacia este Dios. Cuanto más aprendía a conocerlo, más su pureza y santidad me parecían inaccesibles. En esta amarga conciencia, llegó la persona de Jesucristo. Había pasado más de un año desde que decidí creer en alguna especie de Dios, y ahora había llegado la rendición de cuentas. En una hermosa mañana de otoño, mientras por primera vez, paseando por las montañas, me dirigía al oeste del Mississippi, la majestad y la belleza de la creación vencieron mi resistencia. Comprendí que la búsqueda había llegado a su fin. A la mañana siguiente, a la salida del sol, me arrodillé sobre la hierba húmeda y me rendí a Jesucristo" [2].

Uno piensa en la palabra de Cristo: "Nadie va al Padre si no es por medio de mí". Sólo en Él, Dios se hace accesible y creíble. Gracias a esta fe reencontrada, el momento del descubrimiento del genoma humano fue, al mismo tiempo, dice él, una experiencia de exaltación científica y de adoración religiosa.

La conversión de este científico demuestra que el evento de Damasco se renueva en la historia; Cristo es el mismo hoy y entonces. No es fácil para un científico, especialmente para un biólogo, declararse hoy públicamente creyente, como no lo fue para Saulo: se corre el riesgo de ser inmediatamente "expulsados de la sinagoga". Y, de hecho, es lo que sucedió al profesor Collins, que por su profesión de fe tuvo que sufrir los dardos de muchos laicistas.

4. De la presencia de Dios a la presencia de Cristo

Me queda por decir algo sobre otro punto: qué tiene que decir el ejemplo de Pablo para la vida espiritual de los creyentes. Uno de los temas más tratados en la espiritualidad católica es el del pensamiento de la presencia de Dios [3]. Son incontables los tratados sobre este argumento desde el siglo XVI hasta hoy. En un o de ellos se lee: "El buen cristiano debe habituarse a este santo ejercicio en todo tiempo y en todo lugar. Al despertar, dirija enseguida la mirada del alma a Dios, hable y converse con Él como su amado Padre. Cuando camina por las calles, tenga los ojos del cuerpo bajos y modestos, elevando los del alma a Dios" [4].

Se distingue "el pensamiento de la presencia de Dios" del "sentimiento de su presencia": el primero depende de nosotros, el segundo es en cambio don de gracia que depende de nosotros. (Para san Gregorio Niceno "el sentimiento de la presencia" de Dios, la ‘aisthesis parousia', es casi sinónimo de experiencia mística)

Es una visión rígidamente teocéntrica que, en algunos autores, llega incluso al consejo de "dejar a un lado la santa humanidad de Cristo". Santa Teresa de Jesús reaccionará enérgicamente contra esta idea que reaparece periódicamente, desde Orígenes en adelante, en el cristianismo tanto oriental como occidental. Pero la espiritualidad de la presencia de Dios, también después de la Santa, seguirá siendo rígidamente teocéntrica, con todos los problemas y las aporías que derivan de ella, puestas de relieve por los mismos autores que tratan de ellas [5].

En este sentido, el pensamiento de san Pablo nos puede ayudar a superar la dificultad que ha llevado al declive de la espiritualidad de la presencia de Dios. Él habla siempre de una presencia de Dios "en Cristo". Una presencia irreversible e insuperable. No hay un estadio de la vida espiritual en el que se pueda prescindir de Cristo, o ir "más allá de Cristo". La vida cristiana es una "vida oculta con Cristo en Dios." (Colosenses 3,3). Este cristocentrismo paulino no atenúa el horizonte trinitario de la fe sino que lo exalta, porque para Pablo todo el movimiento parte del Padre y vuelve al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. La expresión "en Cristo" es intercambiable, en sus escritos, con la expresión "en el Espíritu".

La necesidad de superar la humanidad de Cristo, para acceder directamente al Logos eterno y a la divinidad, nacía de una escasa consideración de la resurrección de Cristo. Ésta era vista en su significado apologético, como prueba de la divinidad de Jesús, y no suficientemente en su significado mistérico, como inicio de su vida "según el Espíritu", gracias a la cual la humanidad de Cristo aparece ya en su condición espiritual y, por tanto, omnipresente y actual.

¿Qué se deriva de esto a nivel práctico? Que podemos hacer todo "en Cristo" y "con Cristo", ya sea que comamos, que durmamos, que hagamos cualquier otra cosa, dice el Apóstol (1 Corintios 10, 31). El Resucitado no está presente sólo porque pensemos en Él sino que está realmente junto a nosotros; no somos nosotros quienes debemos, con el pensamiento y la imaginación, trasladarnos a su vida terrena y representarnos los episodios de su vida (como se trata de hacer con la meditación de los "misterios de la vida de Cristo"); es Él, el Resucitado, el que viene hacia nosotros. No somos nosotros quienes, con la imaginación, tenemos que hacernos contemporáneos de Cristo; es Cristo el que se hace realmente nuestro contemporáneo. "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". (A propósito, ¿por qué no hacer inmediatamente un acto de fe? Él está aquí, en esta capilla, más presente que cualquiera de nosotros; busca la mirada de nuestro corazón y se alegra cuando la encuentra).

Un texto que refleja maravillosamente esta visión de la vida cristiana es la oración atribuida a san Patricio: "¡Cristo conmigo, Cristo ante mí, Cristo tras de mí, Cristo en mí! Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda!"[6].

¡Qué nuevo y más alto significado cobran las palabras de san Luis María Griñón de Montfort, si aplicamos al "Espíritu de Cristo" lo que él dice del "espíritu de María":

"Debemos abandonarnos al Espíritu de Cristo para ser movidos y guiados según su querer. Debemos ponernos y permanecer entre sus manos como un instrumento en las manos de un obrero, como un laúd entre las manos de un hábil instrumentista. Debemos perdernos y abandonarnos en él como piedra que se lanza al mar. Es posible hacer todo esto simplemente y en un instante, con una sola ojeada interior o un leve movimiento de la voluntad, o incluso con alguna breve palabra" [7].

5. Olvido del pasado

Concluyamos volviendo al texto de Filipenses 3. San Pablo acaba sus "confesiones" con una declaración:

" Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Filipenses 3, 13-14).

"Olvido lo que dejé atrás". ¿Qué pasado? ¿El de fariseo del que habló antes? ¡No, el pasado de apóstol en la Iglesia! Ahora la ganancia a considerar pérdida es otra: es justo el haber ya de una vez considerado todo pérdida por Cristo. Era natural pensar: "¡Que valor tiene Pablo: abandonar una carrera de rabino tan bien iniciada por una oscura secta de galileos! ¡Y qué cartas escribió! ¡Cuántos viajes emprendió, cuántas iglesias fundó!".

El Apóstol intuye el peligro mortal de introducir entre sí y Cristo una "justicia propia", derivada de las obras --esta vez, las obras realizadas por causa de Cristo--, y reacciona enérgicamente. "No considero --dice-- haber llegado a la perfección". San Francisco de Asís, hacia el final de su vida, cortaba por lo sano toda tentación de autocomplacencia, diciendo: "Empecemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora hemos hecho poco o nada" [8].

Esta es la conversión más necesaria para quienes ya han seguido a Cristo y han vivido a su servicio en la Iglesia. Una conversión sumamente especial, que no consiste en abandonar el mal, sino, en cierto sentido, ¡en abandonar el bien! Es decir en tomar distancia de todo lo que se ha hecho, repitiéndose a sí mismos, según la sugerencia de Cristo: "Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Lucas 17,10).

Este vaciarnos las manos y los bolsillos de toda pretensión, en espíritu de pobreza y humildad, es el modo mejor para prepararnos a la Navidad. Nos lo recuerda un simpático cuento navideño que me complace citar de nuevo. Narra que, entre los pastores que corrieron la noche de Navidad a adorar al Niño había uno tan pobrecillo que no tenía nada que ofrecer y se avergonzaba mucho. Llegados a la gruta, todos competían en ofrecer sus dones. Mar&ia cute;a no sabía cómo hacer para recibirlos todos, teniendo en los brazos al Niño. Entonces, viendo al pastorcillo con las manos libres, cogió a Jesús y se lo confió. Tener las manos vacías fue su fortuna y, a otro nivel, será también la nuestra.

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[1] J.-P. Sartre, Il diavolo e il buon dio, X,4 (Parigi, Gallimard 1951, p. 267.).

[2] F. Collins, The Language of God. A Scientist Presents Evidence for Belief, pp. 219-255.

[3] Cf. M. Dupuis, Présence de Dieu, in D Spir. 12, coll. 2107-2136.

[4] F. Arias (+1605), cit. da Dupuis, col. 2111.

[5] Dupuis, cit., col 2121: "Se l'onnipresenza di Dio non si distingue dalla sua essenza, l'esercizio della presenza di Dio non aggiunge al tradizionale tema del ricordo di Dio, se non un sforzo immaginativo".

[6] "Christ with me, Christ before me, Christ be hind me, Christ below me, Christ above me, Christ at my right, Christ at my left".

[7] Cf. S. L. Grignon de Montfort, Trattato della vera devozione a Maria, nr. 257.259 (in Oeuvres complètes, Parigi 1966, pp. 660.661).

[8] Celano, Vita prima, 103 (Fonti Francescane, n. 500).

[Traducción del original italiano por Nieves San Martín]

FUENTE : www.zenit.org/
ENVÏÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

CREER Y RECORDAR. DIOS E ISRAEL EN EL DESIERTO.

"Creer y recordar. Dios e Israel en el desierto "
Enrique SANZ GIMÉNEZ-RICO, SJ*
Sal Terrae 96 (2008) 813-823

«La mujer huyó al desierto,
donde tiene un lugar preparado por Dios
para ser allí alimentada
durante mil doscientos sesenta días»
(Apocalipsis 12,6)

" Hace poco tiempo, volví a reencontrarme en Madrid con unos buenos amigos tailandeses con los que trabajé a comienzos de los años 90 en la frontera camboyano-tailandesa. Exactamente, entre 1990 y 1992, cuando formábamos parte de un equipo internacional del SJR (Servicio Jesuita a Refugiados) que se ocupaba de atender y ayudar a refugiados camboyanos que vivían en durísimas condiciones de vida en un conocido campo de refugiados llamado «Site 2»1. Juntos recordamos multitud de curiosas anécdotas y divertidos momentos vividos en esos años. A ellos les expresé, una vez más, que mi estancia en un lugar tan infernal para cientos de miles de seres humanos ocupa un imborrable lugar en mi memoria, y que ello se puede entender mejor si se leen algunos pasajes bíblicos en los que se cuenta la estancia de Israel en el desierto.
En concreto, Dt 8, Jr 2,1-19 y Os 2,4-25, donde se evocan los cuarenta años del desierto como un tiempo de vida plena para Israel, como un tiempo memorable que marcó de manera definitiva la existencia del pueblo que acababa de dejar atrás la dura y servil existencia en Egipto: «el tiempo de aprender que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8,3).


1. «Recuerda, no olvides el desierto»

Es probable que muchas y muchos lectores de Sal Terrae estén ya familiarizados con las palabras que titulan este apartado, tomadas del libro del Deuteronomio, que es quizás –así lo afirma un destacado investigador bíblico– uno de los más importantes del Antiguo Testamento: «el Deuteronomio es el centro del Antiguo Testamento, una síntesis de las tradiciones de fe contenidas en la Torá»2.
Son muchos los pasajes del quinto libro del Pentateuco que utilizan los verbos «recordar» y «no olvidar». Uno de ellos es Dt 8,1-6:
«Poned en práctica todos los mandamientos, que yo os prescribo hoy. De esta manera viviréis, os multiplicaréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros antepasados.
Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años a través del desierto, con el fin de humillarte y probarte, para ver si observas de corazón sus mandatos o no. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No se gastaron tus vestidos ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón que el Señor tu Dios te corrige como un padre corrige a su hijo. Guarda los mandamientos del Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y respetándole».
Es éste, sin duda, un texto decisivo para comprender el sentido del término «desierto» que en esta colaboración queremos presentar y los aspectos teológicos en él englobados, a los que nos vamos a acercar detenida y atentamente.
Señalaba al comienzo de este artículo que en muchas ocasiones la lectura de Dt 8,1-6 me ayuda a recordar no sólo el desierto que muchas y muchos camboyanos vivieron en «Site 2» y otros «campos de la muerte», sino también a valorar la importancia que posee el recuerdo para los seres humanos.
Somos seres del tiempo, y nuestra vida forma una unidad temporal. Nuestro pasado, presente y futuro, siendo distintos, guardan una muy estrecha relación. Una relación quizás atravesada y conducida por un motor especialmente activo: cuanto más nos volvamos hacia nuestro pasado y tratemos de comprenderlo, tanto más capacitados estaremos para vivir las inmensas posibilidades que nos ofrecen el presente y el futuro, abiertos y aún por llegar. Dicho de otro modo: recordar el pasado no tiene por qué conducir a una nostalgia plana, triste y cerrada, sino que puede llevarnos a identificar mejor lo que marca y mueve nuestra vida en el hoy y mañana de nuestro presente y futuro.
Este mensaje recorre muchas páginas bíblicas. Como señala A.M. Pelletier, «el recuerdo es lo más importante para el Éxodo, el Deuteronomio y los profetas. No un recuerdo para salvar el pasado del olvido (como Heródoto), ni tampoco para guardar o hacer memoria de lo importante (como Tucídides), sino para aclarar el misterio de la presencia de Dios en el presente... De manera que el trabajo de relectura del pasado está menos enfocado a preservar del naufragio una memoria y una identidad que a liberar y desplegar un sentido al que el presente concede acceso e importancia. Más que tener una conciencia negativa del tiempo como el que cava una fosa entre el presente y el pasado, hay que pensar en la fecundidad de la duración»3.
Pues bien, precisamente la exhortación a acordarse y recordar el comienzo de los versículos que nos ocupan subraya la fecundidad de la duración, lo fértil que puede ser para Israel recordar el tiempo del desierto, hacer memoria de los difíciles cuarenta años transcurridos entre la salida de Egipto y la entrada en la tierra prometida.
Según el libro del Deuteronomio, en el momento en que Israel se encuentra a punto de entrar en Canaán, Moisés le dirige una serie de discursos en los que le recuerda los elementos más singulares y nucleares de su existencia en Dios, sucedidos en el tiempo pasado. Todos ellos pueden hacer fecundos el presente y el futuro de Israel en la tierra prometida, esa tierra «buena, de torrentes, de fuentes, de aguas, tierra que produce trigo y cebada, viñas, higueras y granados, tierra de olivos, aceite y miel, que dará a Israel el pan en abundancia para que no carezca de nada» (Dt 8,7-9). Todos ellos pueden hacerle vivir como vivió, por ejemplo, en el desierto, haciendo visible todo lo aprendido y recibido en ese tiempo tan decisivo para el existir de Israel.
Si el recordar tiene su importancia en Dt 8,1-6, también la tiene el contenido de lo que se exhorta a recordar: todo lo que le sucedió a Israel durante los 40 años en que permaneció en el desierto, tal como aparece formulado por Dt 8,2-4, citado precedentemente.
Lo primero que se dice en Dt 8,2 es que el desierto forma parte de la historia de salvación de Israel. En ocasiones se afirma que la acción gratuita y salvífica de Dios en favor de su pueblo consta de dos elementos principales: la liberación de Egipto y el don de la tierra prometida. Pues bien, en el Antiguo Testamento se puede leer en más de una ocasión que no son dos, sino tres, las acciones que manifiestan más claramente la salvación, el mayor de los dones que Dios ofrece a su pueblo: hacer salir a Israel de Egipto / hacerle caminar por el desierto / hacerle entrar en la tierra prometida.
Interesante es que el sujeto de las tres acciones mencionadas es siempre Dios. Igualmente, que ellas están expresadas por una forma causativa (hifil, en hebreo) que expresa con gran profundidad que sólo Dios es la causa de la salvación de Israel, cuya plena recepción se realiza cuando Israel entra en la tierra que Dios le ha dado.
Una referencia, esta última, que está, sin embargo, ausente en la mención del desierto de Dt 1-2, donde éste aparece como «lugar inmenso y terrible» (Dt 1,19). Por eso, y tal como señalan varios autores, digno de destacar es que tanto en Dt 8,2 como en Dt 8,15 el tema del desierto aparece iluminado por la luz de la salvación, aparece alumbrado por la luz histórico-salvífica, ya que Dios salva allí a Israel haciéndole caminar por un lugar de soledad, de aridez, de muerte4.
El segundo aspecto destacable tiene en cuenta un dato textual que no conviene olvidar: existe entre Dt 8,2 y Dt 8,3 una separación (gap) que permite subrayar dos aspectos complementarios, a la vez que aclarar mejor uno de ellos. Por un lado, que en el desierto Dios prueba a Israel y quiere saber lo que hay en su corazón; por otro, que en el desierto Dios concede de manera gratuita a Israel el alimento que necesita para vivir (el maná). Si no se establece la citada separación, se puede llegar a la no acertada conclusión de considerar el don del maná como expresión del cumplimiento de los preceptos por parte de Israel, manifestando así el principio de retribución deuteronomista, también presente en otros libros bíblicos (la literatura sapiencial). Por el contrario, si se considera el dato textual indicado, se puede caer en la cuenta de que el comienzo de Dt 8,3 clarifica la particularidad de esa prueba a la que Dios somete a Israel.
Sí, ciertamente el desierto es para éste último una prueba humillante. Lo es, en primer lugar, por la humillación del hambre: «te ha humillado y te ha hecho sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8,3).
Así pues, allí siente físicamente Israel su impotencia, su debilidad, su miseria, entrando de esta manera en la muerte; allí comprende que lo que le hace vivir no es el pan, el fruto de la tierra y del trabajo costoso del hombre: al fin y al cabo, en «ese inmenso y terrible desierto, que está lleno de serpientes venenosas y escorpiones y que es tierra sedienta y sin agua» (Dt 8,15), todo su esfuerzo es inútil y estéril, y todo su trabajo no le permite obtener lo necesario para comer y vivir.
Ahora bien, en palabras frecuentemente repetidas por el siempre recordado L. Alonso Schökel, el desierto es un lugar en el que no se está desocupado. Como expresa bellamente la imagen que aparece en Dt 8,3, en el desierto Israel puede abrir la boca para recibir lo que Dios le da. Sin pan, sin medios, sin posibilidades de acción, puede remitirse y religarse al origen de la vida, pues lo que realmente le concede dicha vida es la relación de dependencia con el Señor, la aceptación de su palabra: «ese lugar para nada romántico, inhóspito, en el que no se puede decir ni “yo” ni “mío”, en el que Israel experimenta su pequeñez, inconsistencia e insuficiencia, puede ser el lugar donde aprenda a relacionarse con Dios como el Otro, el Todo, aquel de quien todo recibe y de quien depende en grado sumo»5.
Un dato más. Como acabamos de señalar, también en el desierto Dios ofrece gratuitamente a Israel el don del maná. Un don, un alimento, que aparece mencionado por primera vez en Ex 16,14-15:
«Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha. Al verlo, se dijeron unos a otros:
– Man hu –es decir, ¿qué es esto?
Pues no sabían lo que era.
Moisés les dijo:
– Éste es el pan que os da el Señor como alimento».
Como los hebreos no sabían qué era dicho alimento, por eso preguntaron «man hu», que en hebreo significa «qué es». El maná, el alimento que Dios concede a Israel, es, pues, desconocido para ellos.
¿Cómo entender entonces la mención del maná de Dt 8,3 en el marco de referencia de Dt 8,2-3, donde, como se ha señalado, se habla del desierto como lugar humillante de prueba? Recordando lo que señalan algunos autores, se puede decir que, mientras el hombre se alimenta de pan, no puede percibir que no es el pan el que le da la vida; sólo cuando carece de pan, del pan conocido, entiende que puede vivir obedeciendo a lo que sale de la boca del Señor, ya que es nutrido de manera milagrosa por un alimento celeste, misterioso, divino. Esto es, pues, lo paradójico del desierto: un lugar donde nada se puede cultivar, pero donde Israel no muere de hambre, porque Dios lo alimenta con el maná; un lugar donde no es el pan el que asegura su existencia, sino la providencia divina. En definitiva, el desierto es una prueba para el hombre de Israel, pero una prueba acompañada y confortada por la presencia de Dios, que atiende de manera amorosa las necesidades del hombre: es una situación de precariedad, de dificultad, de oscuridad, de peligro, acompañada, sin embargo, de los medios simples y necesarios para superar dicha prueba. Es un vivir sin tierra, sin bienes, sin recursos, apoyado únicamente en la fe en Dios, acogiendo su palabra y aceptando el maná que él otorga6.


2. El desierto en Jeremías y Oseas

Recuerdo como si hubiera sido ayer los primeros días que pasé en Camboya, después de mi larga estancia en los campos de refugiados de la frontera camboyano-tailandesa. Entre otras cosas, por el ajuste que tuve que hacer entre el camboyano que había aprendido en «Site 2» y otros campos de refugiados cercanos y la lengua que se hablaba en el país con el que tantas veces había soñado. Muchas de las palabras y expresiones que yo había aprendido se utilizaban en el desierto (campos de refugiados), pero no en la tierra (Camboya), pues el contexto de ambos era ciertamente muy diverso.
La misma dificultad tenían muchos niños y muchas niñas que habían nacido en los citados campos, pues nunca habían estado en el país de sus antepasados. Estando en «Site 2», no se podían imaginar la belleza de la geografía camboyana; en particular, la de sus grandes arrozales, de un precioso color verde durante muchos meses del año. Al fin y al cabo, los campos de refugiados, tan cercanos al desierto, eran más bien un lugar de muerte, donde ni el arroz ni ninguna otra cosa podía cultivarse y crecer.
Confieso que recuerdo en numerosas ocasiones este último aspecto cuando leo un conocido texto del profeta Oseas: Os 2,4-25.
Dos son las menciones del desierto en él presentes. La primera subraya el aspecto de muerte, desamparo, carencia, abandono y soledad de dicho lugar:
«Que quite de su rostro los signos de su prostitución, y de entre sus senos las marcas de su adulterio; porque, si no, la dejaré desnuda, como el día de su nacimiento; la dejaré hecha un desierto, la convertiré en una tierra reseca y la haré morir de sed» (Os 2,4-5).
La segunda, seguramente muy conocida y utilizada por los lectores y las lectoras de Sal Terrae, es Os 2,16-17:
«Pero yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Le devolveré sus viñedos, haré del valle de Acor una puerta de esperanza, y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto».
En un contexto en el que Dios (esposo) acusa y ataca a Israel (esposa) por haberse alejado de él y haberlo abandonado, el primero va a revelarse nuevamente al segundo; y lo va a hacer en un lugar de muerte, maldito: el desierto.
Así, llevándole al desierto, Dios consigue seducir, animar y convencer a Israel de que hay salida en dicha difícil situación (eso es lo que significa hablar al corazón). Dios elimina, pues, la ruptura y la separación existentes y busca y alcanza la reconciliación. Oseas emplea dos referencias destacadas para manifestar dicho aspecto: por un lado, la referencia a Acor, lugar con claro sentido de fracaso y muerte (Jos 7,24-26), que se convierte, sin embargo, en Os 2 en lugar de esperanza, de nueva vida; por otro, el don de las viñas en el desierto, máxima expresión de fecundidad y alegría en un lugar en el que abundan la muerte, el caos y la tristeza.
Oseas afirma también que en el desierto Israel vivirá un nuevo nacimiento, parecido al que sucedió el día en que salió de Egipto. Y que en dicho lugar Israel responderá a Dios, es decir, se vinculará y religará con él. Lo importante e interesante del texto de Oseas no es el hecho de que Israel cambie de actitud por haber sido conducido al desierto, sino que su transformación se produce por el don de la vida y la fecundidad imposibles (que se den viñas en el desierto), es decir, por la gratuidad y justificación de Dios.
Son varios los exegetas bíblicos que han estudiado y desarrollado la influencia del libro de Oseas en el libro de Jeremías (G. Fischer, J. Ferry). Quizá sea Jr 2 donde mejor se puede apreciar dicho aspecto, y especialmente la importancia que en él tiene Os 1-3.
En Jr 2,6 se puede encontrar una e importante referencia al desierto:
«No preguntaban: “¿Dónde está el Señor que nos sacó de Egipto, que nos condujo a través del desierto, tierra árida y agrietada, tierra de sequía y de tinieblas, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie vive?”»
Una referencia que está ciertamente en estrecha conexión con las menciones del desierto anteriormente presentadas (Dt 8 y Os 2): es un lugar de muerte, de falta de agua (vida), de oscuridad, intransitable, inhóspito e inhabitable.
Jr 2,6 evoca igualmente los cuarenta años pasados por Israel en el desierto, donde Dios le hizo caminar por semejante lugar de muerte. Como sucede en Dt 8,2, Jr 2,6 utiliza la forma verbal causativa para indicar que Dios es el causante de la salvación recibida por Israel en el desierto.
Estas dos referencias mencionadas son utilizadas –recordadas, diríamos nosotros– por Jr 2 para transmitir la interpelación que Dios dirige a Israel por su falta de respeto y fidelidad a Dios en el pasado y en el presente. Como hemos escrito con más detalle en otro lugar, en Jr 2,1-19 Dios aparece como el salvador de Israel en dos momentos particularmente importantes de su existencia: en su marcha por el desierto (Jr 2,6) y en su caminar a Egipto o Asur en busca de otras aguas que no conceden la vida, es decir, en busca de otras divinidades distintas del Dios «fuente de agua viva» (Jr 2,13). En ambos, Dios hace caminar a su pueblo, es decir, le causa la vida, la salvación y la liberación. Especialmente importante en Jr 2,1-19 es quizá «que en ese hacer andar a su pueblo por uno u otro camino parece estar también el don mayor que Dios concede a su pueblo. Por eso, Israel, en vez de alejarse de Dios y abrirse camino en dirección a otros dioses, puede quizás esperar a que Dios le haga ponerse en marcha, caminar y dirigirse hacia delante. Ésa es, tal vez, la revelación más clara y transparente de Dios. De ahí que todo lo que le queda por hacer a Israel sea únicamente facilitar dicha acción de Dios, es decir, dejar a Dios que le mueva, empuje y haga andar, y recibir en esas acciones la manifestación de Dios. No le hace falta entonces ni ponerse en movimiento ni salir a buscar a Dios a otro lugar en el que Éste se haya revelado; sólo le hace falta recibir la citada manifestación de Dios y poder seguir a Dios estando parado»7.


3. Recordar y creer, creer y recordar

Tanto las últimas referencias mencionadas como otras anteriores parecen ser el fundamento de un tipo de espiritualidad que puede caracterizarse, entre otros, por este rasgo: a Dios se le puede encontrar sin salir a buscarlo. No es éste, sin embargo, nuestro principal cometido; sí, en cambio, el de la siguiente colaboración de este monográfico, que los lectores y lectoras de Sal Terrae pueden encontrar a continuación.
A lo largo de nuestro recorrido, hemos centrado nuestra atención en un destacado aspecto del desierto, evocado por la cita del Apocalipsis que encabeza nuestra colaboración y que aparece en diversos textos del Antiguo Testamento: tierra no bendecida por Dios, sin agua, inhóspita, llena de demonios y bestias (Gn 2; Lv 16; Dt 1; 8; Is 6; 13; Jr 2; Os 2), en donde Dios hace vivir. No es ciertamente el único que caracteriza esos cuarenta años tan importantes para la vida de Israel; recuérdese, por ejemplo, el motivo desarrollado por Ex 32 y Dt 9, donde se menciona, entre otros, el conocido episodio de la construcción del becerro de oro: el desierto como lugar de infidelidad de Israel, donde éste se muestra infiel y rebelde con Dios.
Es, sin embargo, en ese aspecto del desierto en el que ciertamente hoy más creo. Se ha señalado en más de una ocasión que para los hebreos creer es recordar, es decir, «vincularse a una historia con devoción. Creer no es, pues, un acto exclusivamente personal, interior y solitario, sino conectar con la historia de un pueblo para identificarse personalmente con ella. Creer es recordar a Dios, que sacó a su pueblo de Egipto y se vinculó con él en el Sinaí. Creer es bendecirlo precisamente por eso que realizó y encontrar en ese recuerdo, en esa memoria, el fundamento de una esperanza insustituible para el futuro, sea cual sea el presente»8.
No exagero si digo que, cuanto más pasan los años y más lejanos quedan los veinte largos meses pasados en la frontera camboyano-tailandesa, tanto más recuerdo aquel tiempo. No, ciertamente, por lo que yo pude hacer, organizar o decidir en alguno de los campos de refugiados citados, en aquellos lugares de muerte, de caos, de falta de vida, de desierto... Sí, en cambio, por todo lo allí recibido, vivido y compartido. En particular, por esa palabra refrescante de Dios, que calmaba constantemente mi sed en medio del desierto. Una sed que, en numerosas ocasiones, ansiaba y anhelaba no tanto al Dios vivo (Sal 42), sino a otro «dios»: el de la triple y conocida obsesión a la que se refiere San Ignacio en los Ejercicios Espirituales (obsesión por la vida, por tener y por valer).
Una sed y unas obsesiones que siguen estando muy presentes en mi vida. Creo poder decir, sin embargo, que ahora, cuando esa triple amenaza intenta atacarme y acorralarme con toda su brusquedad, encuentro en más de una ocasión un modo medicinal y terapéutico de contrarrestarla: recordando los dones recibidos de Dios en el desierto de «Site 2». Un recuerdo al que suele acompañar, orientar y redimensionar una parte de una conocida oración e invocación del llorado Pedro Arrupe, que ayudan a que mi recuerdo sea un recuerdo creyente, es decir, a que mi recordar sea un creer, y mi creer un recordar:
«Que aprenda de Ti, como lo hizo San Ignacio,
tu modo de comer y de beber;
cómo tomabas parte en los banquetes,
cómo te portabas cuando tenías hambre y sed,
cuando sentías cansancio tras las caminatas apostólicas,
cuando tenías que reposar y dar tiempo al sueño.
Enséñame a ser compasivo con los que sufren;
con los pobres, con los leprosos,
con los ciegos, con los paralíticos.
Muéstrame cómo manifestabas tus emociones profundísimas
hasta derramar lágrimas...
Y, sobre todo, quiero aprender el modo
como manifestaste aquel dolor máximo en la cruz,
sintiéndote abandonado del Padre».

* Director de Sal Terrae. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid). .
1. El SJR (www.jesref.org/home.php) fue fundado a comienzos de los años 80 por el siempre querido y recordado Pedro Arrupe, SJ.
2. G. BRAULIK, «Das Buch Deuteronomium», en (E. Zenger u.a.) Einleitung in das Alte Testament, KStTh 1,1, Stuttgart - Berlin - Köln 19983, 125-141, esp. 137.
3. «Temps et histoire au prisme de l’écriture prophétique» en ACFEB (ed.) Comment la Bible saisit-elle l’histoire?, LeDiv 215, Paris 2007, 87-114.
4. P. BOVATI, Il libro del Deuteronomio (1-11, Guide Spirituali all’Antico Testamento, Roma 1994, 108-109; R. GOMES DE ARAUJO, Theologie der Wüste im Deuteronomium, OBS 17, Frankfurt am Main 1999, 142-143; F. ROSSI DE GASPERIS – A. CARFAGNA, Prendi il Libro e mangia. Dalla creazione alla Terra Promessa, Bibbia e Spiritualità, Bologna 1997, 276-277.
5. P. BOVATI, op. cit., 112-117; F. ROSSI DE GASPERIS – A. CARFAGNA, op. cit., 278-279.
6. P. BOVATI, op. cit., 112-117; M. WEINFELD, Deuteronomy 1-11. A New Translation with Introduction and Commentary, AncB 5, New York 1991, 389.
7. E. SANZ GIMÉNEZ-RICO, «Encontrar a Yahveh sin salir a buscarlo. El comienzo del libro de Jeremías (Jr 2,1-19)»: EE 82 (2007) 461-490.
8. F. ROSSI DE GASPERIS – A. CARFAGNA, op. cit., 160."

FUENTE : www.pastoralsj.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

jueves, 11 de diciembre de 2008

LOS TRES DINEROS - ÁNGEL APARICIO RODRÍGUEZ, CMF.

Los tres dineros - Ángel Aparicio Rodríguez, cmf

" Jesús acaba de ser proclamado «Hijo de Dios» en la escena del bautismo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,12). En su condición de Hijo le competen la autonomía, la vida y todo el poder del mundo con su esplendor. El tentador toma buena nota de la filiación de Jesús, y le propone, como Hijo de Dios que es, convertir las piedras en panes (Mt 4,3), aferrarse a la vida sin tener que pasar por la muerte (Mt 4,6), adueñarse de todos los reinos y de su magnificencia (Mt 4,8). La realización de este espléndido plan pende de una condicional: «Todo esto te daré si postrándote me adoras (Mt 4,10). Los magos se postran ante Jesús en la primera escena del tríptico. En la segunda escena, Jesús es inducido a postrarse ante aquel que se presenta como señor del mundo.

Aunque las tres tentaciones partan del mismo supuesto, o lo insinúen, me fijo tan sólo en la primera: «El tentador se acercó y le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes’. Le contestó: ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’» (Mt 4,3-4).

El oro de los magos no es un bien necesario para vivir; el pan, sí. Ciertamente que el pan no es dinero, pero sí que es generador de dinero. Hasta hace poco el dinero era lo equivalente a una medida de trigo, o a un cierto número de ovejas o de cabras. Si no hay pan, la vida se extingue. Bien lo supo la generación del desierto. Había sido una generación esclava y esclavizada en Egipto. Dios escuchó el gemido de los cautivos, se hizo cargo de sus sufrimientos y bajó «para librarlos de la mano de los egipcios» (Ex 2,8). El pueblo fue liberado; pero ¿para qué quiere la libertad si se ve condenado a morir de hambre en el desierto? No le falta cierta razón cuando interpreta la intervención divina en estos términos: «Nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea» (Ex 16,3b). Dios responde a la queja del pueblo y a la tergiversación de la acción liberadora de Dios dándoles un pan procedente del cielo. Así aprenderán que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3). Dios, por tanto, da a su pueblo un pan gratuito, el pan de la gratuidad, que ha de ser recibido con gratitud.

¿Qué propone el tentador a Jesús? La respuesta puede inspirarse en las palabras del tentador o en las palabras de Jesús. Desde la perspectiva del tentador da la impresión de que éste sugiere a Jesús que realice un gran milagro: que el pan obtenido de las piedras sea tan copioso que pueda alimentar a multitudes. Pero tan sólo Jesús está en el desierto. Para satisfacer su hambre tenía suficiente con un pan, como en la narración de Lucas (Lc 4,3: «di a esta piedra que se convierta en pan»). ¿Para qué sembrar de panes el desierto? Desde la perspectiva de Jesús la respuesta es distinta. El alimento del hombre procede del cielo, de Dios, como sucede en el éxodo. El ser humano necesita el pan para vivir; y necesita algo más: tender el oído hacia Dios, captar su palabra, aceptarla e incluso comerla. Para percibir la palabra de Dios («lo que sale de la boca de Dios») es preciso un corazón que escuche; o lo que es lo mismo, amar a Dios con todo el corazón. La generación israelita del desierto no tuvo ese corazón dirigido hacia Dios. Por ello, no aprendió el profundo significado del pan llovido del cielo. Jesús, por el contrario, se mostró dispuesto, ya desde los comienzos de su aparición en público, a vivir de la palabra de Dios, a hacer de ella su alimento.
Entonces, ¿en qué consistió la primera tentación? En situar a Jesús entre la autonomía y la dependencia. Si Jesús hubiera secundado al tentador, y se hubiera decantado por la autonomía tal como le propone el tentador, no habría optado por algo extraño, puesto que es «Hijo de Dios», y lo propio de Dios es ser autónomo. Pero es el «Hijo de Dios» humanado, y, por tanto, siervo. [De hecho la palabra griega que traducimos por «hijo» (païs) significa también «siervo»]. La filiación divina de Jesús pasa por la servidumbre: es el último de todos y el servidor de todos, recordémoslo. Los ojos del siervo Jesús están pendientes de su Señor (cf. Sal 123,2). Dicho de otro modo, Jesús declara que está dispuesto a amar a Dios con todo el corazón ya desde los comienzos de su actuación en público.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la riqueza elemental del pan? Si Jesús hubiera aceptado la invitación del tentador, el pan no habría sido un gozoso regalo que se comparte con los demás –como sucede con el pan dado al pueblo de Dios en el desierto–, sino que Jesús se habría sometido al tentador en vez de someterse al Padre. Siguiendo el mismo dinamismo, se habría postrado ante el tentador y lo habría adorado (tercera tentación), cuando lo recto es servir y adorar a Dios: «Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4,10; Dt 6,13). Jesús, a la postre, habría sido el déspota y no el siervo, el dominador y no el servidor. Jesús fue rechazando tentación tras tentación por ser el siervo/hijo. El programa de su vida fue amar a Dios con todo el corazón, por encima de toda riqueza y aunque le costara la vida. La palabra programática al iniciarse el evangelio se convirtió en palabra testimonial una vez que Jesús fuera elevado en la cruz. Precisamente en la cruz, Jesús es trigo molido y pan repartido para que todos los compartan. Llegó a ser el pan de Dios que, bajado del cielo, da la vida al mundo (cf. Jn 6,33); «el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58).

Dicho para nosotros: el pan, que es dinero potencial, es un don de Dios. Se lo pedimos cada día: «El pan del mañana dánosle hoy», suplicamos en el Padrenuestro de Lucas (11,3). Con esta fórmula densa estamos pidiendo el pan necesario para la vida de cada día, el pan que se sirve en la mesa celeste, el pan de la palabra y el pan del cuerpo de Cristo. ¿Podremos compartir un pan donado si no compartimos los bienes? ¿Compartiremos los bienes si los convertimos en instrumentos de dominio y de esclavitud? En la mesa de la fraternidad, partícipe de la misma palabra y del mismo cuerpo, el pan no es tuyo ni mío, es nuestro. En esta mesa se sientan los hermanos/as de comunidad y todos los hijos de Dios, a los que ha de llegar nuestra generosidad. Es necesario administrar bien los bienes, porque son muchas las bocas que debemos saciar.

Para pensar
No busquéis vuestra subsistencia por artificios humanos. Moriréis de hambre, os aseguro y será justicia. Poned los ojos en vuestro Esposo, que Él os dará lo necesario. Si está contento de vosotras, las personas en que menos pensáis, os vendrán a ayudar, aunque no quieran, como ya os ha pasado otras veces. Mirad sólo de agradarle, que si por esto murierais de hambre, yo diría: bienaventuradas las monjas de san José. Por el amor de Dios, que no os olvidéis de esto, ya que renunciasteis a tener bienes, renunciad a toda preocupación por lo temporal, pues si no, estáis perdidas
(Sta. Teresa De Jesús, Camino de perfección, en Obras completas de santa Teresa de Jesús, BAC 212, Madrid 1962, 187). "

FUENTE : www.ciudadredonda.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.