jueves, 31 de julio de 2008

EL GUSTO DE VIVIR - TEILHARD DE CHARDIN.

El gusto de vivir - Teilhard de Chardin.

" El mayor peligro que puede temer la humanidad de hoyno es una catástrofe que le venga de fuera, una catástrofe cósmica,no es tampoco el hambre o la peste;es, por el contrario, esa enfermedad espiritual, la más terrible porque es la más directamente humana de las calamidades,que es la pérdida del gusto de vivir."

FUENTE : www.arzobispodegranada.es/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

DICHOS III.


Un buen padre vale por cien maestros.
( Jean-Jacques Rousseau ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

¡ ABRE MIS OÍDOS ! - CARLOS VALLÉS SJ

CARLOS VALLÉS SJ - Salmo 39 - ¡Abre mis oídos!
“Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto. Oh Dios mío, en tu ley me complazco En el fondo de mi ser.”
Abre mis oídos, Señor, para que pueda oír tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atención a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida.
Abre mis oídos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu revelación en voz y sonido a la humanidad y a mí. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de oír su sonido y disfrute con su repetición. Que sea música en mis oídos, descanso en mi mente y alegría en mi corazón. Que despierte en mí el eco instantáneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelación para mí, que sea fuerza y alegría en mi peregrinar por la vida. Dame oídos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras.
Abre mis oídos también a tu palabra en la naturaleza. Tu palabra en los cielos y en las nubes, en el viento y en la lluvia, en las montañas heladas y en las entrañas de fuego de esta tierra que tú has creado para que yo viva en ella. Tu voz que es poder y es ternura, tu sonrisa en la flor y tu ira en la tempestad, tu caricia en la brisa y tus amenazas en el rugido del trueno. Tú hablas en tus obras, Señor, y yo quiero tener oídos de fe para entender su sentido y vivir su mensaje. Toda tu creación habla, y quiero ser oyente devoto de las ondas íntimas de tu lenguaje cósmico. La gramática de las galaxias, la sintaxis de las estrellas. Tu palabra, que asentó el universo, tiene que asentar ahora mi corazón con su bendición y su gracia. Llena mis oídos con los sonidos de tu creación y de tu presencia en ella, Señor.
Abre también mis oídos a tu palabra en mi corazón. El mensaje secreto, el roce íntimo, la presencia silenciosa. Divino fax de noticias de familia. Email de comunicación constante. Que funcione, que transmita, que me traiga minuto a minuto el vivo recuerdo de tu amor constante. Que pueda yo escuchar tu silencio en mi alma, adivinar tu sonrisa cuando frunces ceño, anticipar tus sentimientos y responder a ellos con la delicadeza de la fe y del amor. Mantengamos el diálogo, Señor, sin interrupción, sin sospechas, sin malentendidos. Tu palabra eterna en mi corazón abierto.
Abre por fin mis oídos, Señor, y muy especialmente a tu palabra presente en mis hermanos para mí. Tú me hablas a través de ellos, de su presencia, de sus necesidades, de sus sufrimientos y sus gozos. Que escuche yo ahora por mi parte el concierto humano de mi propia raza a mi alrededor, las notas que me agradan y las que me desagradan, las melodías en contraste, los acordes valientes, el contrapunto exacto. Que me llegue cada una de las voces, que no me pierda ni uno de los acentos. Es tu voz, Señor. Quiero estar a tono con la armonía global de la historia y la sociedad, unirme a ella y dejar que mi vida también suene en el conjunto en acorde perfecto.
Abre mis oídos, Señor. Gracia de gracias en un mundo de sonidos.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

miércoles, 30 de julio de 2008

DICHOS II.


No es más quien más tiene sino quien más da.
( Miguel A. Cuesta ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

DISCÍPULOS DE JESUCRISTO.

Discípulos de Jesucristo[1] - Katiuska Cáceres Valdés

Las presentes páginas se ocupan de los rasgos principales del itinerario del discípulo de Jesús bajo cuatro categorías evangélicas que procuran aprehender el misterio de la elección divina y su encargo: vocación y opción personal, formación y misión.
Los rasgos presentados bajos dichas categorías tienen el carácter de reflexión bíblico-teológica acerca de la vocación y del encargo misionero llevado a cabo en el siglo XXI, por lo que no sólo se deducen de lo que se ha ido exponiendo, sino también de una mirada global a los evangelios sinópticos y a las culturas en las que vivimos inmersos y de las cuales también somos protagonistas.

1- «Vayan y hagan discípulos…»
La finalidad de la Iglesia es la evangelización. Es decir, la Iglesia existe para dar cumplimiento al mandato del Señor: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). La pastoral orgánica de la Iglesia, un camino y estilo de evangelización, tiene una sola meta: llevar a todos y a cada uno al encuentro con Jesucristo vivo.
La tarea que Jesús encomienda a la Iglesia es educar a los suyos en la misma escuela que el Maestro fundó y empeñó su vida: una pedagogía pastoral que realmente suscite, anime y acompañe la vocación, formación y misión de los discípulos de Jesús en una y para una comunidad viva de fe y solidaridad. Los trabajos pastorales se realizan, por tanto, para hacer posible el seguimiento del Señor y la santidad de vida en la Iglesia para servicio del mundo, signo diáfano de un seguimiento entusiasta.

2- Vocación e identidad del discípulo de Jesús
El discípulo se hace por iniciativa del Señor. Él es quien elige al discípulo, lo separa o consagra para sí (Lc 9,57-62). Lo separa, según san Juan, “del mundo”, es decir y en este caso, del entramado de pecado y rebeldía, de soberbia y ansia de poder que caracteriza al “mundo” cerrado en sí mismo a Dios. Seguir a Jesús es -como él- dejar de pertenecer al mundo, y como el mundo persiguió al Señor así perseguirá a sus siervos (Jn 17,16; ver 15,18-20)
[2].
El discipulado es un estilo de vida del todo marcado por el encuentro con Jesús vivo quien “hace discípulos”, provocando rupturas y donando vida nueva en virtud de la participación de su misterio pascual. El discípulo, arrebatado del dominio de Satanás y del pecado, es insertado en el Cuerpo de Cristo, como una rama a un árbol fecundo, por lo que crece y vive siempre gracias a la savia de ese árbol (Rm 11,17-18). No hay otro cuerpo legal o institucional que le de vida, sino sólo el Cuerpo de Cristo en quien obra el Espíritu de Dios (Ef 1,13), garantía de salvación (2 Cor 1,22).

El encuentro con Jesucristo vivo es el único modo de hacerse su discípulo
[3]. Este encuentro tiene “lugares” indispensables: la Palabra, la Eucaristía y los sacramentos, la comunidad, los pobres, la historia y los acontecimientos de la vida.
Las palabras inspirada de Jesús y acerca de Jesús nos llegan por los escritos del Nuevo Testamento, palabras que nos dan a conocer el proyecto divino de hacer «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1) y nos señalan cómo vivir en comunión con Dios y con los hermanos. Los sacramentos y la participación en la Eucaristía alimentan nuestra identidad y misión de discípulos; el encuentro sacramental con el Cordero de Dios en la Eucaristía hace de nuestras intenciones, palabras y obras una ofrenda viva al Padre para construir un mundo redimido de opresiones (Rm 12,1-2). La comunidad eclesial es uno de los lugares privilegiados de encuentro con el Señor, sobre todo cuando se reúne a celebrar la fe y discierne los caminos del Maestro para edificar su Reino (Lc 12,54-57).
La mirada de fe al otro como hermano, sobre todo a los más pobres y sufridos, hace presente a Jesús sufriente en ellos quien nos habla interpelándonos, y nos evangeliza para edificar su reinado en justicia y equidad, paz y verdad. El Espíritu Santo nos ayuda a leer la historia y los acontecimientos de la vida como lugares de manifestación de Dios por los que actúa paternalmente, redimiendo y consolando, y -porque nos ama (Ap 3,19)- también reprendiendo y castigando, como un padre lo hace con su hijo, para «que no seamos condenados junto con el mundo» (1 Cor 11,32).

3- Opción del discípulo de Jesús
No podemos vivir con radicalidad el seguimiento de Jesús si no somos capaces de optar por Jesucristo y por la participación en su Iglesia.
Muchas veces vivimos un cristianismo “tradicional”, casi “por inercia”, y en el camino de la fe somos “lo que otros han hecho de nosotros”: me bautizaron, me llevaron a la primera comunión, me confirmaron, me casaron por la Iglesia...
[4]. Esta intervención de la familia, del colegio, del sacerdote… se vuelve opción personal cuando se descubre gracias a la fe que por esas intervenciones Jesús me llamaba a seguirlo, y que la respuesta que me pide son aquellas disposiciones que hacen que sea él quien me haga discípulo. Estas disposiciones, dones del Señor, son las propias de un seguidor atento y fiel: escuchar y practicar la palabra de Jesús, celebrar la Eucaristía como «fuente y epifanía de comunión» y «principio y proyecto de misión»[5], vivir la fe en comunidad, contemplar a Jesús en los pobres y ser solidarios con ellos, descubrir la presencia de Dios en la historia y en los acontecimientos de la vida, gestionar todo para que todo sea apto para el señorío de Jesús, «principio y fin» de la historia (Ap 21,6).
Cuando se asume que es Jesús quien -a través de mediaciones- me hace discípulo se vive su seguimiento como diálogo con quien me ha amado primero. Se vive como proceso de conversión y tiempos de rupturas e inserciones. Hablamos de la conversión personal y eclesial, la que cambia la conciencia de la persona y el corazón de la Iglesia, abriéndolas a la comunión, a la solidaridad y a la nueva evangelización inculturada
[6].
No hay conversión sin rupturas, y algunas son imprescindibles y dolorosas como, por ejemplo, la ruptura con la familia que -como vimos- vivían la mayoría de los discípulos del siglo I dC., la que -en el orden espiritual- deben vivir muchos discípulos de hoy si anhelan de verdad seguir a Jesús con generosidad. La ruptura es posible por la inserción o integración del discípulo en la nueva familia de Dios, la Iglesia (Mc 3,31-35), que tiene por Cabeza a Jesucristo, por miembros a hermanos en la fe, y por ley de vida el amor.
El discipulado no termina en la elección gratuita por parte de Jesús y en la respuesta personal del elegido (la opción como toma de conciencia), puesto que ambas miran a la misión y ésta, a su vez, requiere de formación.
Elección y opción, formación y misión son los pilares en los que se sustenta el seguimiento del Señor.

4- Formación del discípulo de Jesús
Jesús llama a los suyos para estar con Él, no los envía inmediatamente
al trabajo apostólico; primero hay que estar con Él.

El discípulo es aquel que está con Jesús, es aquel que sigue a Jesús. En esto consiste la formación.
La formación consiste en estar con Jesús para que lo de Él comience a ser mío.
Pedro, cuando Jesús comienza a subir a Jerusalén, se le pone por delante al Maestro, lo enfrenta queriéndole decir: “No vayas a Jerusalén… si tu sabes que en Jerusalén te van a matar no vayas a Jerusalén”. Y Jesús le responde al discípulo: “¡Quítate de mi vista, Satanás!”.
Algunas Biblias traducen “¡Quítate de mi vista, Satanás!”, pero es una traducción que no es la más adecuada. El texto griego dice “¡Colócate detrás de mí Satanás!”. Es como si dijera: “No me enfrentes, tú no eres Maestro, tú eres discípulo y si eres discípulo lo que te corresponde es ponerte detrás de mi; y si yo voy a Jerusalén, a ti como discípulo también te corresponde ir a Jerusalén, entiendas o no entiendas, te guste o no te guste”. El término “Satanás” significa adversario. Entonces es como si le dijera: “Pedro, eres piedra con la cual estoy tropezando, con la cual estoy chocando; pero yo no quiero este tipo de piedras; te quiero piedra fundamento, te quiero piedra testimonio, te quiero piedra integral. ¡Colócate detrás de mí, no me enfrentes!”. Así es como “discípulo” es aquel que va detrás del Señor para formarse.
La formación, más que cursos y jornadas donde se “aprende” acerca de Jesús, es un proceso de educación permanente con la finalidad de configurar una conciencia realmente evangelizada.
Esta formación continua es obra de integración de todo aquello que el pecado disgregó:

a- En la vida personal: integración de instintos, voluntad, inteligencia y afectos a un “yo individual” del todo permeado por la gracia divina al punto de decir como Pablo:
«Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
b- En la vida eclesial y sacramental: integración del ser en la vida trinitaria y en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, para participar de la vitalidad de la Cabeza
(Palabra y Sacramentos).
d- En la vida comunitaria: sentido de pertenencia a la comunidad de Jesús, regida por pastores por él escogidos, y testimonio de su proyecto de nueva humanidad (el Reino), y
e- En la vida espiritual y de servicio: integración y vivencia de los carismas que el Espíritu regala a la Iglesia, gracias a los cuales el Señor responde a las necesidades de conducción de la Iglesia, a la evangelización de hombres y mujeres de hoy y al servicio de la sociedad.

La formación es imprescindible para el discípulo que toma conciencia de su vocación original: alcanzar la plenitud de la comunión a la que Jesús, Cabeza del Cuerpo, invita a su Iglesia para vida del mundo
[7].
En razón de los cambios socio-culturales que sufrimos y de los que también somos gestores, hoy más que nunca se requiere la formación de una conciencia realmente evangelizada. Muchos signos nos permiten concluir que nuestra manera de ser cristianos, es decir, de seguir a Jesús, está en crisis, no porque esté desapareciendo el cristianismo, sino porque hoy se desmorona la «forma histórica de ser cristianos»
[8]. No es que haya que cambiar el Evangelio y sus exigencias. Lo que ha cambiado radicalmente es el mundo en el que tenemos que seguir a Jesús, y estos cambios nos exigen una nueva manera histórica de vivir y anunciar el Evangelio. Esta nueva manera nos está pidiendo, por lo menos, discernimiento, conocimiento y convencimiento.
Si nunca ha sido posible, hoy es menos posible ser cristiano sin discernir desde el Evangelio las diversas y complejas realidades que vivimos para descubrir la forma histórica de hacer significativa nuestra fe. Una profunda actitud de escucha del entorno y docilidad a las mociones del Espíritu nos harán “co-laboradores” y “co-responsables” de la misión de la Iglesia en este nuevo milenio
[9].
El conocimiento cordial del misterio de Jesucristo y, a su luz, de nuestro propio misterio es el camino para dar razón de nuestra esperanza y testimoniar nuestra fe frente a los desafíos de las culturas, la economía, la ciencia y la técnica. Sin embargo, ni el discernimiento ni el conocimiento, por más agudo que sea el primero y profundo el segundo, podrán convertirnos en discípulos si la experiencia de Jesús no imprime en la conciencia (discípulo convencido) los mismos sentimientos de Jesús (Fil 2,5), su estilo de vida, su pasión por todo hombre y marginado, todo sustentado en la pasión por su Padre y su Reino. Esta inclusión de conciencias y de vidas entre Jesús y el discípulo es lo que recrea en éste su vida “de cristiano”, término que corresponde a “llevar el nombre de Cristo” (*), y lo llena de fortaleza para compartir sin miedos el destino del Mesías vilipendiado y perseguido por causa del Reino (discípulo convincente).

5- Misión del discípulo de Jesús
El último pilar del seguimiento de Jesús es la misión. Al llamarnos a constituir su nueva familia, la Iglesia, Jesús nos hace partícipe de su salvación y así también nos asocia a la tarea que recibió de su Padre.
Hemos visto como Jesús presenta la misión del “apóstol” o “enviado” a anunciar el Reino, acudiendo a comparaciones tomadas de oficios propios de su tiempo como los de “pescador de hombres”, “pastor” y “obrero” o “jornalero”.
El “apóstol” o enviado por Jesús es instituido:

a- “Pescador de hombres” para sacar a éstos del dominio del pecado y hacerlos partícipes del Reino de Dios (Mc 1,17).
b- “Jornalero” de una cosecha abundante que, por ser de Dios y fecunda, urge cuidarla y desmalezarla, preparándola para el juicio final (Mt 9,38), y
c- “Pastor” de un rebaño desorientado y cansado para ofrecerla la sabiduría y la vida que es Jesucristo (Mt 9,36).


Quien es discípulo -por la misma razón- es apóstol o misionero, puesto que lo propio del encuentro con Jesucristo vivo es que la experiencia de su amor se transforme en testimonio gozoso de él. «Ser cristiano y ser misionero son dos términos que se reclaman mutuamente»[10].
A la luz de lo dicho, el “pescador”, “pastor” o “jornalero” al servicio del discipulado de sus hermanos debe plantearse y evaluar su misión por su capacidad de llevar al encuentro con Jesús y de acompañar el proceso íntegro de discipulado en la Iglesia entendida como comunidad de los discípulos. Del encuentro con Jesús brota la misión de la Iglesia que, sin ser del mundo, debe proclamar en el mundo y para el mundo a Jesucristo, «rostro humano de Dios y rostro divino del hombre»
[11].

[1] Aportación realizada por la Srta. Katiuska Cáceres a la Comisión Arquidiocesana de Formación en Abril del 2006.
[2] Cfr. Rivas, El evangelio de Juan, 418-423 y 444-450; F. Fernández Ramos (dir.), Diccionario del mundo joánico,
Burgos 2004, 636-637 y 712-713.
[3] Para las diversas fases de crecimiento y dimensiones personales que involucra el encuentro con Jesús vivo, cfr. A. Cencini, Amarás al Señor tu Dios. Psicología del encuentro con Dios, Madrid 1994.
[4] Cfr. M. Martínez, La idea de Dios en tiempos de increencia. Fe y ateísmo en nuestros días, Madrid 1986, 9-35; J. Garrido, El conflicto con Dios hoy. Reflexiones pastorales, Santander 2000, 253-277; J.M. Velasco, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander 2002, 37-80.
[5] Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, nsº 19-28.
[6] Cfr. Secretaría General del CELAM, Globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe. Reflexiones del CELAM 1999-2003, Bogotá 2003, 153-221; Obispo de Pamplona y Tudela, y Otros, Renovar nuestras comunidades cristianas. Carta pastoral cuaresma - pascua 2005, *, nsº 50-82.
[7] Para la formación permanente en la vida del consagrado, cfr. A. Cencini, La formación permanente, Madrid 2002.
[8] J.M. Tillard citado por Obispo de Pamplona y Tudela, y Otros, Renovar nuestras comunidades cristianas, nº 37.
[9] Cfr. United States Conference of Catholic Bischops, La corresponsabilidad, respuesta de los discípulos. Carta pastoral, (Bilingual Edition) Washington, D.C. 2001, 25-40.
[10] Conferencia Episcopal de Chile, «Si conocieras el don de Dios…», nsº 183-184.
[11] Juan Pablo II, Ecclesia in America, nº 67.

FUENTE :www.courses.institutopastoral.cl/documents/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

martes, 29 de julio de 2008

UNA CONFESIÓN DE GANDHI.

UNA CONFESIÓN DE GANDHI.
" Gandhi narra una confesión que tuvo que hacer a su propio padre por haber robado. Es de una belleza impresionante este episodio de amor y perdón.Podremos comprender a Dios cuando nos perdona a todos nosotros. "
“Sin embargo, infinitamente más grave que esa rapiña, fue el robo del que fui culpable un poco después.La rapiña de monedas se situó alrededor de mis 12 años o aún antes. Cuando cometí este robo tenía 15 años. Esta vez fue un pedazo de oro que saqué de la pulsera de mi hermano. El usaba en su muñeca una pulsera de oro macizo y era un juego hacerle saltar un pedacito.Fue lo que hice.Pero ese gesto me comenzó a pesar atrozmente. Tomé la resolución de no robar nunca más.También decidí confesarle todo a mi padre. Pero no me animaba a hablarle a viva voz. No porque me tuviera el miedo de ser golpeado. ¡No! No recuerdo que nuestro padre haya golpeado alguna vez a alguno de nosotros.Temía la pena que le iba a causar. Pero sentía que tenía que correr el riesgo y que solo una confesión franca podría lavarme. Finalmente me resolví a escribir mi confesión, para someterla a mi padre y pedirle perdón. La escribí en un pedazo de papel y yo mismo la entregué.No confesaba únicamente mi falta sino que también reclamaba un castigo apropiado y le juraba que nunca más volvería a robar. Al tenderle esta confesión a mi padre yo temblaba. En aquel entonces él sufría de una dolencia que lo obligaba a guardar cama. Esta era una simple tabla. Le extendí mi carta y me senté del otro lado de la madera. Leyó la carta sin perder palabra y las lágrimas aparecieron corriendo sobre sus mejillas y mojando el papel. Se había sentado para leer. Se acostó nuevamente. Yo también lloraba. Podía ver que él sufría atrozmente. Si fuese pintor me sería fácil, aún hoy, fijar toda la escena, porque permanece muy clara en mi espíritu.Esas perlas de dolor y de amor purificaron mi corazón, lavándolo del pecado. Hay que haber conocido un tal amor para darse cuenta de su belleza.Esta especie de perdón sublime no era natural en mi padre. Yo esperaba una explosión de cólera y, en cambio, lo encontré extraordinariamente apacible, gracias a mi confesión sincera, estoy convencido de ello. La confesión sin reservas, seguida de la promesa de no cometer nunca más el pecado, cuando se la hice a quien debe recibirla, es el tipo de arrepentimiento más puro.Sé que mi confesión calmó a mi padre, en lo que me concernía un sentimiento de absoluta seguridad, y que su afecto por mí se encontró extraordinariamente aumentado”.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

lunes, 28 de julio de 2008

LA CERRAZÓN EN LA VIDA.

LA CERRAZÓN EN LA VIDA.

La cerrazón y la terquedad en la vida nos hablan más de miedos, de inseguridades y de muerte.La apertura y la flexibilidad hacen alusión a humildad, seguridad y la vida.Un cuento muy breve...
No creo en Dios -dijo el infiel al Santo Virila.En eso cayó un rayo del cielo y fulminó al incrédulo.La mujer y los pequeños hijos del difunto cayeron a los pies del santo y llorando le suplicaron que lo resucitara.San Virila, quien aunque no lo decía nunca se mortificaba a veces por las rabietas del Señor, puso la mano sobre el montón de cenizas que era el muerto, y éste volvió a la vida, volvió a ser un hombre.-No creo en Dios -volvió el infiel a repetir, tozudo-. Y se alejó.-Qué lástima -musitó San Virila con tristeza-. Sigue muerto.
FUENTE :
www.revistamirada.com/portal/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

APRENDER A ESCUCHAR.

APRENDER A ESCUCHAR.

Cuando alguien te pide que lo escuches es muy fácil caer en varias tentaciones: juzgar si está bien o mal; intentar resolverle la vida; dar consejos... Pero son tentaciones. Para aprender a escuchar te ayudará este brevisimo texto.¿PUEDES SIMPLEMENTE ESCUCHARME? Cuando yo te pido que me escuches y tú empiezas a darme consejos, no has hecho lo que te he pedido. Cuando te he pedido escucharme y tú has empezado a explicarme por qué yo no debía sentirme así, tú has maltratado mis sentimientos. Cuando te he solicitado que me escuches y tú piensas en lo que debes hacer para resolver mi problema, me has rechazado por extraño que esto pudiera parecer. Óyeme, es todo lo que te he pedido: que tú me escuches. No que hables o que hagas cualquier otra cosa; te pido únicamente que me escuches. Los consejos no son caros, y por veinte pesos yo acudiría al periódico, al correo del corazón y al horóscopo. Sé que puedo hacer algo por mí mismo pues no soy impotente. Quizá puedo desanimarme o desalentarme un poco, pero no importa. Cuando tú haces algo por mí, pero yo necesito hacer algo por mí mismo, contribuyes a aumentar mi temor, tú acentúas mi desorientación. En cambio, cuando tú aceptas sencillamente el hecho que estoy sintiendo lo que siento (poco importa el raciocinio), entonces yo puedo empezar a comprender lo que sucede en mis sentimientos irracionales. Cuando todo está diáfano, las respuestas son evidentes y yo no tengo necesidad de consejos. Los sentimientos irracionales se vuelven inteligibles cuando nosotros comprendemos lo que realmente acontece. Quizá por esto, la oración funciona para algunas personas porque Dios es silencioso. Él no nos da consejos. No intentamos arrancarle cosas. Él nos escucha simplemente y nos deja resolver el problema por nosotros mismos. Finalmente, si quieres, escúchame y entiéndeme. Y si tú quieres hablar, espero justamente un instante y entonces yo te escucho.

( Autor anónimo. Publicado en Notes et practiques ignatiennes, # 20 juillet, 1989, Lyon France. Traducción de Eugenio Páramo sj ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

DEL DOLOR - GIBRÁN JALIL GIBRÁN.

Del Dolor - Gibrán Jalil Gibrán.

Nuestro dolor es la interrupción de la envoltura que encierra vuestro entendimiento.
Así como la semilla de la fruta debe romperse para que su corazón se descubra al sol,
así debéis conocer el dolor.
Y si pudiérais mantener el corazón en asombro ante los cotidianos milagros de vuestra vida,
el dolor no os parecerá menos maravilloso que la alegría; entonces admitiríais las estaciones de vuestro corazón, tal como admitís las estaciones que pasan sobre los campos.
Y velaríais serenamente a través de los inviernos de vuestra aflicción.
FUENTE :
www.tanatologia.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

domingo, 27 de julio de 2008

¡ PEDALEA !

¡PEDALEA!
La vida es como andar en bicicleta, … te caes, sólo si dejas de pedalear.
Al principio veía a Dios como el que me observaba, como un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver si merecía el cielo o el infierno cuando muriera. Era como un presidente, reconocía su foto cuando la veía, pero realmente no lo conocía.Pero luego reconocí a mi Poder Superior; parecía como si la vida fuera un viaje en bicicleta, pero era una bici de dos plazas, y noté que Dios viajaba atrás y me ayudaba a pedalear.
No sé cuando sucedió, no me di cuenta cuándo fue, que Él sugirió que cambiáramos de lugares. Lo que sí sé es que mi vida no ha sido la misma desde entonces.
Mi vida con Dios es muy emocionante.

Cuando yo tenía el control, yo sabía a dónde iba.

Era un tanto aburrido, pero predecible.

Era la distancia más corta entre dos puntos. Pero cuando Él tomó el liderazgo,

Él conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes, velocidades increíbles. Lo único que podía hacer era sostenerme; aunque pareciera una locura, Él sólo me decía: "¡Pedalea!"Me preocupaba y ansiosamente le preguntaba, "¿A dónde me llevas?" Él sólo sonreía y no me contestaba, así que comencé a confiar en Él.Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura, y cuando yo decía "estoy asustado", Él se inclinaba un poco para atrás y tocaba mi mano.

Él me llevó a conocer gente con dones, dones de sanidad y aceptación, de gozo. Ellos me dieron esos dones para llevarlos en mi viaje; nuestro viaje, de Dios y mío.Y allá íbamos otra vez.

Él me dijo: "Comparte estos dones, dalos a la gente, son sobrepeso, mucho peso extra". Y así lo hice... a la gente que conocimos, encontré que en el dar yo recibía y mi carga era ligera.No confié mucho en Él al principio, en darle el control de mi vida. Pensé que la echaría a perder, pero Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar en bici... secretos.Él sabía como girar para dar vueltas cerradas, saltar para librarnos de obstáculos llenos de piedras, inclusive volar para evitar horribles caminos.Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más extraños lugares. Estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa compañía de mi Dios. Y cuando estoy seguro que ya no puedo más, Él sólo sonríe y me dice: "¡Pedalea!"
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

sábado, 26 de julio de 2008

TEMAS ESCOGIDOS EN SAN PABLO.

TEMAS ESCOGIDOS EN SAN PABLO - Francisco Javier Sánchez

La fe.
Para Pablo la experiencia por la que el hombre hace suyos los efectos del acontecimiento de Cristo es la fe (pistis). Es difícil poder negar el énfasis que Pablo pone en la fe, la palabra es usada 142 veces, mientras que en el resto del NT aparece 101 veces. Usa también el verbo (pisteuo) “Creer” 54 veces y el adjetivo pistos (fiel, digno de confianza) 33 veces. Lo que indica indudablemente que las palabras relativas a la fe ocupan una parte importante en el vocabulario paulino.
22
La experiencia cristiana, que como decíamos, comienza por la fe, no se hace posible sino es mediante la Escucha de la Palabra , es decir, mediante el anuncio que nos habla de Cristo y termina en un compromiso personal de todo hombre con su persona y con su revelación. De aquí que se trate de un doble movimiento: por una parte el anuncio que en San Pablo corresponde al Kerigma, por otra y sin estar desligado del primero está la apertura de la fe, ya que, cuando se anuncia el Evangelio, el que escucha debe tomar una decisión; es imposible adoptar una actitud indiferente ante él, sólo hay dos posibles respuestas: sí o no, la Palabra no admite puntos intermedios.
El hombre debe abrirse a la Palabra escuchada, concluyendo con la obediencia, sumisión (Cfr. Rom 10,7; 1,5; 16,26). La respuesta que dé atañe a toda su existencia, de aquí que toda su vida, una vez aceptada la fe, gira en torno a esa aceptación “si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10,9). La fe que Dios pide al hombre no consiste en el mero asentimiento intelectual de un conjunto de verdades ajenas a la existencia misma del hombre que las cree, sino que exige una entrega vital y personal que lo compromete con Cristo, en sus relaciones con Dios, con los demás hombres y con el mundo.
23
Para Pablo la verdad más profunda es que Dios ha obrado en Cristo para alcanzar la salvación a los pecadores. La salvación no puede ser producto de un mérito o de una ganancia, sino que debe ser recibida como un Don de Gracia. Los pecadores no pueden atribuirse los méritos de la salvación, sino solo creer en Dios o en Cristo “Por su gracia (de Cristo) estáis salvados mediante la fe, y ello no por vosotros, sino que es don de Dios” (Ef 2,8).
El hombre que no responde es desobediente y permanece bajo el poder “del Dios de este mundo” (2Cor 4,4; Cfr. Flp 1,27; 1Cor 9,26-27; Ef 2,2) al afirmar esto, Pablo da por supuesto que la incredulidad es en sí misma un pecado.
24
Ahora bien, la fe está compuesta de muchos aspectos. Implica nuestro reconocimiento de ser pecadores y, por tanto, incapaces con nuestras propias fuerzas de evitar el mal y alcanzar el bien. Sócrates apoyaba la idea de que el conocimiento y la virtud eran la misma cosa, de manera que, conocer aquello que es justo conlleva a la persona a hacer lo que es justo, pero Pablo no está de acuerdo con esta concepción, ya que para él la fe implica no sólo el reconocimiento de que somos pecadores, sino también el reconocimiento de que Dios nos ha otorgado el perdón a través de lo que la muerte de Cristo ha operado por nosotros. Fe significa unir el reconocimiento de la imposibilidad de conseguir por nosotros mismos la salvación con la aceptación de la verdad de que Dios ha hecho todo lo necesario.
25 La nueva vida llega a su plenitud en la conducta de los creyentes. Pablo llega a decir que está crucificado con Cristo, con lo que puede afirmar “ya no vivo yo, sino Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20); esta frase tiene un sabor místico. Sin embargo, la afirmación que le sigue muestra que no debe entenderse en sentido místico “Y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. La fe renuncia a hacer valer sus propias realizaciones y acepta lo que Cristo ha hecho por nosotros.26
El Apóstol de los gentiles considera central aquello que Dios ha hecho en Cristo y une la fe a la gracia (Rom 4,16). Escribe, en efecto, a los efesios: “habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios” (Ef 2,8). De aquí que la gracia sea importante para la comprensión de la fe, porque subraya que la salvación es un don libre, no una recompensa por alguna conquista humana, ni mucho menos una recompensa por una fe excepcional. De la misma manera, es la fe la que da acceso a la gracia en la cual se encuentran los creyentes y los conduce a la alegría (Rom 5,2).
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Fe y Espíritu Santo
Pablo ve la fe como el prerrequisito necesario para la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente. Él reprende a los Gálatas el haber abandonado la fe que había signado su experiencia inicial y había traído hasta ellos el don del Espíritu Santo (Gal 3,2.5). Con este pasaje pretende hacer entender a la comunidad que si obra milagros y ha llegado a tener experiencias sobrenaturales esto no se debe a la obediencia de la Ley, sino que es el resultado de la venida del Espíritu en respuesta a la fe. Aquellos que creen han sido “Sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef 1,13). Finalmente es necesario acotar que la fe es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,5) y que Dios con su Espíritu concede el don de la fe
28. Dado que este don viene concedido “por Otro” el Apóstol no piensa en la fe salvífica como un bien común de todos los cristianos, sino como un don especial (Carisma).
Fe e Iglesia.
Para san Pablo es vital subrayar la importancia de ser miembro de la familia celeste “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestidos de Cristo” (Gal 2,26-27). Por medio de la fe los creyentes son admitidos entre los miembros de la familia de Dios. Pablo presume que sus fieles están unidos en comunidad de fe. Habla de toda la Iglesia como de la “casa de la fe” (Gal 6,10). Aquella Qahal de la que se hablaba en el AT como “asamblea de convocados” de llamados, elegidos y que se constituía mediante el cumplimiento de la promesa por parte de Dios y la aceptación y cumplimiento de los mandamientos por parte de los hombres. En la Nueva alianza, según San pablo, se constituye con la fe, ya que la característica común entre los grupos a los que se dirige es que tienen fe; de allí que no pocas veces inicie sus cartas con las siguientes palabras: “a la Iglesia de Dios”, “a los santos y fieles en Cristo”, “a todos los Santos en Cristo Jesús”.

Fe y amor
Los términos fe y amor están estrechamente ligados en los escritos de san Pablo: juntos forman la síntesis de sus intereses teológicos y éticos más importantes. Basta notar las secciones iniciales de sus cartas dedicadas al agradecimiento, donde resalta su referencia a la fe en Cristo profesada por los destinatarios y al amor recíproco profesado entre ellos. Y esto basta para indicar la relevancia que tienen estos dos conceptos dentro de su pensamiento. (Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4-5).
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Ahora bien, aquí hemos de ver la relación que hay entre el amor y esta idea de fe que hemos ido desarrollando, ya que la vida cristiana para Pablo consiste ante todo en la “fe que actúa por amor” (Gal 5,6) o en la fe que se expresa en el amor. Lo que nos da como consecuencia aquello que decíamos con respecto a la apertura de la fe, que no es solamente un asentimiento intelectual, la fe, para Pablo, no es el simple acto o hábito de la fe, como quizás nosotros estamos acostumbrados a considerarla, es más bien el Evangelio, la economía íntegra de la redención y de la salud humana en Cristo Jesús. Y detrás de esta Buena Noticia creída está la realidad del hombre pecador que lucha forzosamente, sin conseguir con sus propias fuerzas salir de tal condición. Pero ante este panorama oscuro Pablo destaca la figura luminosa de Cristo Crucificado, dispuesto a lavar con su Sangre los pecados del hombre, ansioso de comunicarle al hombre su justicia. De aquí que lo único que hace posible la unificación entre Cristo Redentor y el hombre pecador es la fe.30
De esta manera el hombre se siente incorporado en Cristo y en él se desvanece el pecado y renace la vida nueva. Ante los ojos del hombre que se siente salvado se levanta la figura del Redentor clavado en la Cruz, traspasado en su costado y con el Corazón abierto, es entonces cuando el hombre, junto a Pablo, se atreve a exclamar: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Este amor del Corazón de Cristo repercute en el corazón del hombre y enciende otro amor: al amor se le paga amando, “amor con amor se paga”
31 “La energía de la fe se ha transformado en la energía de la Caridad”.32 Entonces aquella apertura del individuo no es sólo a Dios y al Espíritu, sino también una actitud abierta y libre del cristiano hacia los demás hombres33. Aquellas palabras de Pablo: “me amó y se entregó por mí” pueden ser dichas por cualquier hombre. Todos ellos también se hallan incorporados en Cristo Jesús. Por eso el amor al Redentor repercute en el amor a todos los redimidos y los abraza a todos.
En este sentido convendría recordar aquel famoso himno presentado por san Pablo a los Corintios, donde les propone un estilo de vida más elevado que culmina con aquellas palabras: “ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor. Estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor” (1Cor 13, 13).
El amor representa la realización ética de la justificación concedida por la gracia a través de la fe, es la expresión exterior de la nueva fe en Cristo. Se presenta entonces una relación intrínseca entre la fe en Cristo y el amor al prójimo. “Así como la fe anuncia el fin de la ley en el sentido salvífico (Cfr. Rm 10,4), el amor representa, por su parte, el cumplimiento de la ley en sentido ético (Cfr. Rm 13,10)”.
34 De aquí que el verdadero sentido de la fe exige que el cristiano manifieste a través de su conducta el compromiso fundamental con Cristo a través de las obras por amor “en Cristo Jesús no vale ni circuncisión ni incircuncisión, sino la fe que actúa mediante el amor”. (Gal 5,6)
Por otra parte Pablo sabe que este servicio a los hermanos no se puede cumplir sin la acción de Dios en el hombre. El amor es posible porque la fe en Cristo conduce al creyente a una vida completamente nueva, dominada ya no por el pecado, sino por el Espíritu de Dios. El amor no es para Pablo una virtud normal que se puede alcanzar; es el resultado de una vida transformada, llena del Espíritu de Dios, que devuelve el Amor recibido de Dios al Corazón del hombre (Rm 5,5; Gal 4,6-7).
En definitiva, para Pablo el amor es aquella respuesta alegre a la gracia de Dios en Jesucristo, fundada sobre la propia unión con el Salvador. No se trata, entonces, de someterse, como forzado, a las enseñanzas de Jesús o de imitar su vida terrena, como una repetición de actos, sino, en cambio, la de responder con un corazón agradecido a la expresión más grande de amor que es Su muerte en la Cruz (Rm 12, 1-2) y la de obedecerle a Él como Señor. Amar a los otros es la única respuesta ética auténtica al amor Divino que se muestra en el Evangelio.
35 Para Pablo la total vida cristiana es una respuesta alegre a la gracia de Dios en el Evangelio: es una expresión de gratitud a Cristo, de tal manera, que amar a los otros es un modo de decir “gracias” por el amor divino.

El Bautismo.
En las referencias al bautismo presente en los escritos paulinos resulta evidente que él da por descontado que todos los creyentes en Cristo están bautizados (Rm 6,3; 1Cor 12,13) pero ¿en qué consiste este rito?, ¿qué efecto produce en quien lo recibe?, ¿qué lo causa?
En los puntos anteriores hemos venido reflexionando acerca de la fe; pues bien, para entender a plenitud la importancia que Pablo concede al papel de la fe en la participación del hombre en el acontecimiento Cristo es necesario no desvincularla de su doctrina sobre el bautismo.
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Este rito de iniciación lo heredó Pablo de la primitiva Iglesia, pero no de aquella costumbre vigente en la comunidad palestinense, sino de la que ofrecían las comunidades helenísticas.
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En la primera epístola a los Corintios Pablo menciona tres veces el bautismo. Veamos los que nos aportan dos de ellas para la comprensión de este sacramento:
Al suscitarse entre los Corintios ciertas divisiones o contiendas que el apóstol describe de la siguiente manera: “…cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, Yo de Apolo, Yo de Cefas, Yo de Cristo” (1,12) ante tal partidismo dice: ¿está dividido Cristo? Luego con singular delicadeza sin pretender manchar los nombres de tan honorables predicadores, se pone a sí mismo como ejemplo. “¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?
Dos particularidades resaltan en este texto: primero la relación estrecha entre crucifixión y bautismo. Con ello indica San Pablo lo que más adelante enseñará acerca del Bautismo y la Sangre de Cristo, de la cual recibe todo su valor. En segundo lugar, es también significativa la mención de ser bautizados en el nombre de Pablo contrapuesto al bautismo real que se realizaba en el nombre de Jesús. Al afirmar que no han sido bautizados en el nombre de Pablo, les está diciendo: no pueden decir, Yo soy de Pablo; no pertenecen a Pablo, sino que deben decir Yo soy de Cristo, no algunos solamente, sino todos los que en Cristo han sido bautizados. Y es así que por el bautismo en el nombre de Cristo quedamos hechos propiedad de Cristo, esclavos de Cristo; en una palabra: cristianos; de aquí que el cristianismo radica en el bautismo.
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El bautismo en el nombre de Jesús se diferencia de todas las otras oraciones religiosas por el motivo de su relación con Cristo. Los creyentes están unidos con Cristo en su acción redentora de muerte y resurrección y así son capaces de pasar de la vida vieja a la vida nueva. Esta expresión en el nombre de indica entonces, el constituirse a una relación de pertenencia, o mas bien, el ser constituido en una relación de pertenencia.
39 Con el acto del bautismo estamos comprometidos tanto con Dios como con los otros. En el bautismo el Señor se apropia para sí al bautizado y éste posee a Jesús como Señor y se somete a su Señorío.
En otro pasaje de la misma carta, Pablo después de recordarles los vicios vergonzosos a que algunos de los Corintios estaban sometidos antes del bautismo, les declara que ahora después de bautizados: “habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (6,11).
Con estas palabras nos ofrece tres efectos del bautismo y dos causas que intervienen en la producción de estos efectos, a saber: la limpieza o purificación, la santificación y la justificación. Las dos causas son: Jesucristo, Señor nuestro que interviene con su nombre o su autoridad y el Espíritu Santo que interviene con su acción física
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Bautismo e Iglesia
El Apóstol escribe a los Corintios en su primera carta:
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres y todos hemos bebido de un sólo Espíritu (12, 12-13).
Son muchas las cosas que resultan interesantes respecto a este pasaje, comenzando con la analogía hecha por San Pablo referente al cuerpo, como aquel conjunto de variedades que sin dejar de ser distintas llegan a formar una sola cosa. La existencia de la unidad, el hecho de la variedad y la armonía de la variedad con la unidad son los que interesan para su objeto a San pablo, quien tiene un propósito claro, pues afirma enseguida y de manera categórica: así también Cristo. Con esta expresión indica lo que nosotros solemos denominar Cuerpo Místico de Cristo, que para el Apóstol es simplificado en una sola palabra: Cristo
41. De aquí que toda la humanidad, incorporada a Cristo, ha recibido su Nombre, por haber recibido de su Cabeza el ser y la vida. Él y nosotros somos ya una sola cosa.
Entonces, con este Cuerpo de Cristo, ¿qué relación tiene el bautismo? Pudiéramos decir: el bautismo está ordenado a formar o constituir el Cuerpo Místico de Cristo. El mundo que circundaba a Pablo estaba marcado por profundas divisiones, imperaba la pluralidad, la disparidad, la hostilidad. Todos estos elementos adversos debían aunarse y hermanarse en la unidad de un solo cuerpo y esto debía realizarse mediante el bautismo. Es por eso que el apóstol llega a decir: Porque en un sólo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo. La unidad del bautismo creó la unidad del cuerpo.
¿Y qué hace posible esta unidad del Bautismo? Como ya hemos hablado anteriormente la conversión no es sólo el resultado de una decisión humana, sino que es posible por la efusión del Espíritu Santo, el cual, no es únicamente el fruto de la conversión-bautismo, sino que Él es “el que bautiza”. Es el que hace posible que el bautismo sea lo que debe ser: hacer ingresar a la vida en Cristo.
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Por tanto, es el Espíritu Santo el que da al bautismo su potencia justificadora y santificadora. En Tit 3, 5-6 afirma: “nos salvó por el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros abundantemente”.
El mismo Espíritu Santo es el que da unidad y vida a todo el Cuerpo Místico de Cristo.
Con lo dicho anteriormente, ser bautizado por Cristo significa ser bautizado para el Cuerpo de Cristo. Por lo que no se trata de una experiencia exclusivamente individual del cristiano, ya que por el bautismo se establece una vinculación especial entre todos los cristianos “En efecto todos los bautizados en Cristo os habéis revestidos de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros son uno en Cristo Jesús” (Rm 3, 27-28). “Por consiguiente el hombre alcanza la salvación por su identificación con una comunidad salvífica, por su incorporación al Cuerpo de Cristo”.
43 Pablo une estrechísimamente el bautismo con la Iglesia, en la que el Señor actúa en el presente y rompe todas las barreras existentes: ya no hay judío ni griego, hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús. Es verdad que en este mundo siguen existiendo divisiones entre los hombres, diferencias que no se pueden ocultar tan fácilmente, pero lo que si es alentador es que en Cristo se ha establecido ya la nueva unidad que une a todos como miembros en el Cuerpo de Cristo.

El bautismo, unión con Cristo en la muerte y en la Resurrección.
Habíamos dicho que San Pablo heredaría el rito del bautismo de las comunidades helenísticas, prueba de esto es el hecho de que recuerde a la comunidad la idea de que todos los bautizados en Cristo Jesús lo han sido en su muerte (Rm 6,3); el neófito con su bautismo participa de la Muerte y la Resurrección de su Señor. Al recoger la idea surgida en las comunidades helenísticas de que por el bautismo se participa en la Muerte y la Resurrección de Cristo, Pablo, a su vez, le otorga un sentido nuevo: “Hemos sido sepultados con Él por el bautismo que nos incorpora a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,4).
La unión con Cristo que el bautismo figura se extiende por Pablo en unión con Cristo en su acción redentora, porque el Cristo que salva es por siempre aquel que a su tiempo fue crucificado y ahora es el Redentor Resucitado.
La intención de Pablo en este pasaje no es la de explicar la naturaleza del bautismo, sino la de ilustrar su significado para la vida del creyente, insistiendo que “nosotros que hemos muerto al pecado” no podemos continuar viviendo en esta situación, porque “la muerte al pecado” es el significado de nuestro bautismo, cuando hemos sido “bautizados en Cristo Jesús”, hemos sido “bautizados en su muerte”. Esta es la consecuencia del hecho por la cual con el bautismo el cristiano se asemeja al Señor que murió y resucitó para vencer el pecado y la muerte.
44 Además, “por medio del bautismo hemos sido sepultados con él en la muerte” Es característico que Pablo no dice: hemos sido sepultados como él, sino con él, junto a él: hemos sido puestos con él en su sepulcro de Jerusalén e igualmente, la muerte de quien murió sobre la cruz fue nuestra propia muerte. De aquí que cuando leemos en el capítulo 5 de Romanos: “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”, nos podría inducir a pensar en Jesús como nuestro sustituto. En realidad aquí Pablo habla de Cristo como nuestro representante, y aquella muerte que fue aceptada, fue entonces aceptada como nuestra muerte, de modo que, cuando Él murió, nosotros morimos45, esta idea, que como hemos dicho fue tomada de la primera comunidad griega, habla de la muerte vicaria de Cristo. Habla originariamente de la muerte vicaria del Mesías por nuestros pecados, por nosotros (pro nobis), que desde estratos muy tradicionales y muy diversos se interpreta la muerte de Jesús como un acontecimiento salvífico- sustitutivo. Y con buenas razones. Puesto que Jesús había respaldado con su muerte, su mensaje de un Dios que previene al pecador y desea incondicionalmente su salvación, al punto de tomar, de estar, en su lugar. Y él mismo había interpretado en tal sentido su muerte inminente. En virtud de la Resurrección ese “estar en lugar del pecador”, es decir, morir por nosotros, no podía ser entendido más que como el perdón de de los pecadores como acto de Dios Misericordioso. “En el amor extremado de Jesús se había operado la suprema “autoinversión” del amor de Dios (a los enemigos) a favor de la humanidad que se había alejado de él, y en ese sentido se había dado una expiación escatológica por parte de Dios”.46 Ahora bien, esta concepción vicaria, nos representa pero nunca nos va a remplazar, estamos llamados a hacer también nosotros lo mismo.
¡Él fue un representante eficaz! Dando un paso más adelante, unidos con Él en su muerte por el pecado, renacemos en Él para vivir la vida de resurrección. A través de la fe expresada en el bautismo aquello que se cumple al externo de nosotros, se transforma en una fe dentro de nosotros. En Cristo somos los hijos reconciliados de Dios.
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El cristiano identificado de este modo con Cristo en su muerte muere a la ley y al pecado (Gal. 2,19; Rm 6,6.10). Identificado con Cristo en su resurrección, participa de una vida nueva y de la misma vitalidad de Cristo resucitado y de su Espíritu (1Cor 6,17; Col 2,12-13). El cristiano ha crecido juntamente con Cristo por la semejanza de su muerte, sepultura y resurrección. El cristiano muere en el bautismo, y nace un hombre nuevo (cfr. Ef 2,15), que es una creación nueva. Es el comienzo de una vida celestial nueva con Cristo.
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Todo lo dicho hasta ahora hace especial alusión al rito de inmersión y emersión utilizado para el bautismo desde antiguo. El doble momento del rito bautismal concreta y precisa el simbolismo, por un lado la inmersión nos sumerge en Cristo Crucificado, muerto y sepultado, nos asocia e incorpora a su crucifixión, muerte y sepultura. Por otro lado, la emersión viene a ser la imagen de la resurrección y vida nueva, nos asocia e incorpora a Cristo resucitado y eternamente viviente, y ya que en Cristo este tránsito de muerte a vida es de una vez para siempre, tal tránsito debe también ser en nosotros definitivo, de muerte al pecado y de vida en Dios. Este simbolismo, que como hemos dicho, es representativo respecto de Cristo, es a la vez operativo o eficaz, es decir, verdaderamente sacramental. En virtud de este simbolismo, el bautismo no es otro que el sacramento que constituye el Cuerpo Místico de Cristo.
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La Eucaristía
Pablo desarrolla su concepción de la Eucaristía valiéndose de una polémica con los Corintios. En 1Cor 10, 1-3 subraya el peligro que incurren aquellos que se creen seguros de su fe, y se exponen a una grave ocasión de tentación al participar en manifestaciones idolátricas. En la comunidad reinaba un “sacramentalismo entusiasta”
50 basado en la convicción de poseer ya tangiblemente la realidad de la salvación y de estar en posesión de una fuerza inamisible del Espíritu. (Cfr. 1Cor. 4,6.18s; 8,1). Esta actitud de engreimiento repercutía en la celebración de la “Cena del Señor”. El problema de base se presentaba en las tensiones entre ricos y pobres, ya que no existían edificios para los encuentros de la comunidad, la comida común se tenía en la casa de los miembros de la Iglesia. Los creyentes se reunían en grupos de acuerdo a la capacidad de la casa que los acogía. Ha estado demostrado en manera convincente que los grupos debieron reunirse en casa de ricos. En estos encuentros se consumían comidas completas con abundancia de alimento y bebidas, al menos para algunos miembros- es aquí donde está el problema- los ricos llevaban gran cantidad de alimento para ellos mismos, mientras que los miembros más pobres debían conformarse con lo poco que podían llevar. Esto demuestra un exceso de negligencia por parte de los ricos y generaba un sentimiento de envidia por parte de los pobres, quienes llegaban a sentirse inferiores. Para Pablo, todo esto no estaba de acuerdo con aquello que debía ser el carácter de la comida común.51 Les dice que las necesidades corporales han de saciarse comiendo en casa y que la cena del Señor se ha de celebrar como es debido (1Cor 11,33).
Otro abuso no menos reprensible es que algunos corintios, excesivamente despreocupados, participaban sin reparo en los banquetes paganos donde se comían las carnes inmoladas a los ídolos, a pesar de tener claro el origen impuro de aquellos manjares. Con lo que el apóstol les increpa:
Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (κοινωνια) con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (κοινωνια) con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan. Fijaos en Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿Que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.
No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1Cor 10,14—21).
El apóstol explica de manera bastante ilustrativa la situación de todos aquellos que participan de la inmolación a los ídolos, con lo cual explica el significado verdadero de la celebración de la Cena del Señor.
El comer de una víctima inmolada a los ídolos es entrar en comunión, (ser partícipe), con aquella divinidad verdadera o falsa a quien se le ha inmolado una víctima. Para explicar esta relación entre víctima inmolada y divinidad se vale de aquella tradición presente en el pueblo de Israel: “Fijaos en Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar?” y lo relaciona majestuosamente con la Eucaristía diciendo: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (κοινωνια) con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (κοινωνια) con el cuerpo de Cristo?” Con lo que presupone San Pablo que en la Eucaristía existe un verdadero sacrificio.

Comunión Sacrificial
Hemos visto lo que propone San Pablo a los corintios, que no es otra cosa que apartarlos de la inmolación a los ídolos y eso, porque esto constituye la incorporación a otras divinidades. Les decía: “no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios”. “Lo que inmolan a los gentiles, a los demonios inmolan” la inmolación, por tanto, el sacrificio es el vínculo de comunión entre el oferente y el ofrendado. De esta manera les exhorta: “El cáliz que bendecimos ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo?...” por tanto, la comunión eucarística con la sangre de Cristo y con el cuerpo del Señor es comunión con el altar y con la víctima y con el sacrificio eucarístico: es comunión sacrificial.
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En definitiva, la Eucaristía es para Pablo, ante todo, la “cena del Señor” (1Cor 11,20), la comida en el que el pueblo elegido come su “alimento espiritual” y bebe su “bebida espiritual” (1Cor 10, 3-4), por lo que es entonces justificable su actitud ante las desviaciones presentes en la comunidad de Corinto respecto a la celebración de la Eucaristía. En este acto la comunidad se presenta como el pueblo de la nueva alianza (11,25).
Esta comunión, como ya hemos dicho, supone la unión con Cristo, pero no solamente ésta, sino también con los demás. Dice el apóstol: “porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”; de la unidad del pan deduce la unidad del cuerpo. Y es tanta la unidad del pan, que contrarresta y supera la diversidad de los que forman el cuerpo, al punto de hacerlos uno. “el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” Con lo dicho podemos apreciar la fuerza que emana de la palabra comunión. Con semejante comunión cada uno de nosotros queda unido (incorporado) al cuerpo de Cristo, para formar con él una sola cosa. Ahora bien, todos, por muchos que sean, al entrar en comunión con el cuerpo de Cristo, entran en comunión entre sí. Si la comunión produce una incorporación a Cristo, entonces, todos los hombres identificados con Cristo, quedan por el mismo caso identificados entre sí al coincidir en comer de un solo pan, que es el cuerpo de Cristo.
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Concluyendo, afirma Fitzmyer que “quien lleva a cabo la unidad de los hombres, según la mente de Pablo, es Cristo Eucarístico”.
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22 Cfr. MORRIS, L: “Fede” en Dizionario di Paolo e delle sue lettere. Milano 1999. p. 605.
23 Cfr. FITZMYER, J. Teología de San Pablo. Madrid 1975. p. 170.
24 Ibid. p. 171.
25 Cfr. MORRIS L: “Fede” in Op. Cit. p.606.
26 Cfr. LOHSE, E. Teología del Nuevo Testamento. Madrid 1978. p. 158.
27 Cfr. MORRIS, L: “Fede” in Op. Cit. p.608.
28 Ibid p. 611
29 Cfr. MOHRLANG, R: “Amor” en Dizionario di Paolo e delle sue lettere. Milano 1999. p.50.
30 Cfr. BOVER, J: Teología de San Pablo. Madrid 1967 p. 778.
31 DE LA CRUZ, S. Juan: “Cántico Espiritual” en Obras Completas. Burgos 1998. Canción 9,7. p. 746.
32 BOVER, J. Op. Cit. p. 779.
33 Cfr. FITZMYER, J. Op. Cit. p.171.
34 MORLANG, R: “Amore” en Op. Cit. p.50.
35 también cuando Pablo habla de imitar a Cristo, no se refiere a su vida terrena, sino, a aquel aspecto de su amor sacrificial que se ha manifestado con su muerte.
36 Cfr. FITZMAYER, J. Op. Cit. p.172.
37 para profundizar acerca del bautismo en las comunidades helenísticas ver: LOHSE, E. Op.Cit. p.107.
38 Cfr. BOVER, J. Op.Cit. p. 574-575.
39 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Dizionario di Paolo e delle sue Lettere. Milano 1999. p.155.
40 Cfr. BOVER, J. Op. Cit. p.575.
41 Cfr. Ibid. p. 580
42 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p. 161.
43 FITZMYER, J. Op. Cit. p. 174.
44 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p.157
45 Cfr.Ibid. p. 159.
46 KESSLER, H. “Cristología” en Manual de Teología Dogmática. Barcelona 1996. p 356.
47 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p. 159
48 FITZMAYER, J. Op. Cit. p.173-174
49 Cfr. BOVER, J. Op. Cit. p. 593.
50 Cfr. LOHSE, E. Op. Cit. p. 173.
51 Cfr. MARSHALL, I. H: “Cena del Signore, Eucaristia” en Dizionario di Paolo e delle sue Letrera. Milano 1999. p198.
52 Cfr. . BOVER, J. Op. Cit. p. 598.
53 Ibid. p. 608
54 FITZMYER, J. Op.Cit. p. 185.

FUENTE : www.teologiabiblica.com.ve/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

ORACIÓN - MI CORAZÓN SE DERRITE EN MIS ENTRAÑAS.

MI CORAZÓN SE DERRITE EN MIS ENTRAÑAS (SALMO 22 )
Es verdad, Señor,
mi corazón es como la cera que se va derritiendo
en los entresijos de mi ser.
A veces, no sé explicarme mi propia turbación, todo me afecta,
todo me quiebra por dentro. ¿Dónde encontrar cobijo para mi corazón derretido?...
Tú, Amado, que eres el dueño de todos mis imposibles,
colma de felicidad este corazón que clama a Ti día y noche,
revélame tu rostro de Misericordia.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

viernes, 25 de julio de 2008

DICHOS - CONFUCIO.


Cuando veas un hombre bueno, piensa en emularlo;
cuando veas un hombre malo, examina tu corazón.
( Confucio ).

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

P. RANIERO CANTALAMESSA - JESÚS, EL TESORO ESCONDIDO Y LA PERLA PRECIOSA.

Predicador del Papa: Jesús, el tesoro escondido y la perla preciosa
Comentario al Evangelio del XVII Domingo del tiempo ordinario
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia de este Domingo.
1 Reyes 3,5.7-12; Romanos 8,28-30; Mateo 13, 44-52

El tesoro escondido y la perla preciosa
¿Qué quería decir Jesús con las dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa? Más o menos esto: ha sonado la hora d ecisiva de la historia. ¡Ha llegado a la tierra el Reino de Dios! En concreto, se trata de Él, de su venida a la tierra. El tesoro escondido, la perla preciosa no es otra cosa que el mismo Jesús. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación os ha llegado gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomad la decisión, aprovechad la oportunidad, no dejéis que se os escape. Es el tiempo de la decisión.
Me viene a la mente lo que sucedió el día en el que acabó la segunda guerra mundial. En la ciudad, los partisanos y los aliados abrieron los almacenes de provisiones que había dejado el ejército alemán al retirarse. En un instante, la noticia llegó a los pueblos del campo y todos corrieron a toda velocidad para llevarse todas esas maravillas: alguno regresó a casa lleno de mantas, otro con cestas de alimentos.
Creo qu e Jesús, con esas dos parábolas, quería crear un clima así. Quería decir: ¡Corred mientras estáis a tiempo! Hay un tesoro que os espera gratuitamente, una perla preciosa. No os perdáis la oportunidad. Sólo que, en el caso de Jesús, lo que está en juego es infinitamente más serio. Se juega el todo por el todo. El Reino es lo único que puede salvar del riesgo supremo de la vida, que es el de perder el motivo por el que estamos en este mundo.
Vivimos en una sociedad que vive de seguridades. La gente se asegura contra todo. En ciertas naciones, se ha convertido en una especie de manía. Se hacen seguros incluso contra el riesgo de mal tiempo durante vacaciones. Entre todos, el seguro más importante y frecuente es el de la vida. Pero, reflexionemos un momento, ¿de qué sirve este seguro y de qué nos asegura? ¿Contra la muerte? ¡C laro que no! Asegura que, en caso de muerte, alguien reciba una indemnización. El reino de los cielos es también un seguro de vida y contra la muerte, pero una seguro real, que beneficia no sólo al que se queda, sino también a quien se va, al que muere. "Quien cree en mí, aunque muera, vivirá", dice Jesús. De este modo se entiende también la exigencia radical que plantea un "negocio" como éste: vender todo, dejarlo todo. En otras palabras, estar dispuesto, si es necesario, a cualquier sacrificio. Pero no para pagar el precio del tesoro y de la perla, que por definición no tienen "precio", sino para ser dignos de ellos.
En cada una de las dos parábolas hay en realidad dos actores: uno evidente, que va, vende, compra, y otro escondido, dado por supuesto. El autor que es dado por supuesto es el viejo propietario que no se da cuenta de que en su campo hay un t esoro y lo malvende al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, no se da cuenta de su valor y la cede al primer mercante que pasa, quizá por una colección de perlas falsas. ¿Cómo no ver en esto una advertencia que se nos dirige a quienes malvendemos nuestra fe y nuestra herencia cristiana?
Ahora bien, en la parábola no se dice que "un hombre vendió todo lo que tenía y se puso a buscar un tesoro escondido". Sabemos cómo terminan las historias que comienzan así: uno pierde lo que tenía y no encuentra ningún tesoro. Historias de soñadores, visionarios. No, un hombre encontró un tesoro y por esto vendió todo lo que tenía para comprarlo. Es necesario, en pocas palabras, haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría de venderlo todo.
Dejando a un lado la parábola: hay que encontrar antes a Jesús, encontrarlo de una manera personal, nueva, convencida. Descubrirle como su amigo y salvador. Después será un juego de niños venderlo todo. Es algo que se hará "llenos de alegría", como el campesino del que habla el Evangelio.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

EL ABECEDARIO DEL CRISTIANO.

El Abecedario Del Cristiano
Fuente: 1000 postalescristianas.com

Alaba a Dios en cada circunstancia de la vida.
Busca la excelencia, no la perfección.
Cuenta tus bendiciones en vez de sumar tus penas.
Devuelve todo lo que tomes prestado.
Encomienda a tres personas cada día.
Fíate de Dios de todo corazón y no confíes en tu propia inteligencia.
Gózate con los que se gozan y llora con los que lloran.
Haz nuevos amigos pero aprecia a los que ya tienes.
Invita a Cristo a ser tu Señor y Salvador.
Jamas pierdas una oportunidad de expresar amor.
Lee tu Biblia y ora cada día.
Mantente alerta a las necesidades de tu prójimo.
No culpes a los demás por tus infortunios.
Olvida las ofensas y perdona así como Dios te perdona.
Promete todo lo que quieras; pero cumple todo lo que prometes.
Que se te conozca como una persona en quien se puede confiar.
Reconoce que no eres infalible y discúlpate por tus errores.
Sé la persona más amable y entusiasta que conoces.
Trata a todos como quisieras que te traten.
Únete al ejército de los agradecidos.
Vístete de misericordia, humildad y paciencia.
Y no te olvides de soportar a los demás como quisieras que a ti te soporten.
Záfate de las garras seductoras de Satanás.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

miércoles, 23 de julio de 2008

REFLEXIÓN - P. IGNACIO LARRAÑAGA.


¿Quieres ayudar? Ayúdate primero.
Sólo los amados aman.
Sólo los libres libertan.
Sólo son fuente de paz quienes están en paz consigo mismo.
Los que sufren hacen sufrir.
Los fracasados necesitan ver fracasar a otros.
Los resentidos siembran violencia.
Los que tienen conflictos provocan conflictos a su alrededor.
Los que no aceptan no pueden aceptar a los demás.
Es tiempo perdido y utopía pura pretender dar a tus semejantes lo que tú no tienes.
Debes empezar por ti mismo.
Amarás realmente al prójimo en la medida en que aceptes y ames serenamente tu persona y tu pasado.
"Amarás al prójimo como a ti mismo", pero no perderás de vista que la medida eres "tú mismo".
Sé feliz tú, y tus hermanos se llenarán de alegría.
( Ignacio Larrañaga ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

lunes, 21 de julio de 2008

JESÚS CONGREGA SU REBAÑO.

Jesús congrega su Rebaño

JESÚS CONGREGA SU REBAÑO
La palabra grey significa rebaño y se aplica a la Iglesia pastoreada por Jesús. Los feligreses son los fieles que configuran la grey eclesial.
De la palabra grey se derivan también las voces “congregar” que significa reunir en un grupo o congregación; “agregar”, que quiere decir añadir a un rebaño; y los verbos opuestos “disgregar” y “segregar”, que expresan separación.
Igualmente, la voz “gregario”, que se aplica, a veces en sentido peyorativo, a los integrantes de los grupos, y el adjetivo “egregio”, que se refiere a quien emerge del común y sobresale entre sus semejantes.

I- JESUS CONGREGA A SU REBAÑO
Entres sus faenas más importantes, un pastor debe reunir a las ovejas y congregarlas en la grey. Esa función se le atribuye a Jesús y la realizan también quienes, en nombre del Supremo Pastor, guías a sus hermanos en la comunidad.
En el A.T. se oyen quejas contra los pastores que permiten a las ovejas dispersarse. Así lo escuchamos en Jeremías: “¡Ay de los pastores que dejan que mis ovejas se pierdan y dispersen!” Jer 23, 1.

Felizmente, Dios interviene a favor de su pueblo: “Yo mismo traeré el resto de mis ovejas de los países adonde las hice huir, las reuniré y las haré volver a sus pastos, para que tengan muchas crías. Les pondré pastores que las cuiden, para que no tengan nada que temer ni falte ninguna de ellas” Jer 23, 3-4.
Parecido es el vaticinio del Profeta Miqueas: “Voy a reunir a todo el pueblo de Jacob; voy a recorrer el pequeño resto de Israel. Los juntare como ovejas en el redil, como rebaño en el pastizal, y harán el ruido de una multitud. Miq 2, 12.
Cuando Dios interviene, el pueblo agradecido reconoce a su único pastor: Sal 79, 13; 95, 7; 100, 3; Is 40, 11.

II. JESUS, BUEN PASTOR
Lo que en el A.T se vaticinaba, se realizo plenamente en tiempos de Jesús. De El se nos dice que sentía compasión por las gentes que andaban como ovejas sin pastor, dispersas y abatidas. Mc 6, 34; Mt 9, 36. Para atender a esas ovejas perdidas o enfermas, Jesús se compara con un pastor que busca a las extraviadas y se empeña en reunirlas. Sabe que hay ovejas que no están en su redil; a esas las quiere guiar de modo que no haya sino un solo rebaño y un solo pastor. Jn 10, 16.

Para lograr su empeño, Jesús se enfrenta a la muerte. El anuncia que cuando la aprisionen, sucederá como cuando hieren al pastor. Entonces se dispersan las ovejas. Así lo afirma el Señor Jesús en Marcos y Mateo (Mc 14, 27; Mt 26, 31). Esos textos son citados por el Profeta Zacarías (Za 13, 7).
El evangelista Juan presenta como objetivo de la muerte de Jesucristo el congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que andaban dispersos. Jn 11, 52. Esa es la explicación del discípulo ante la profecía de Caifas: “Es necesario que muera un hombre para conseguir la salvación del pueblo”
Al morir, Jesús cumple su oficio de unificar, de congregar a su rebaño.

III. UN REBAÑO UNIDO
A imitación de Jesús, los pastores de la comunidad deben ser factores de unidad, procurando el dialogo, la comprensión y el entendimiento entre los feligreses.
Lograr la unidad del rebaño debe ser uno de sus propósitos básicos. La unión es un signo privilegiado de los discípulos de Jesús. Cuando a la palabra Iglesia, que significa “la congregada, la reunida”, le añadimos el adjetivo de “católica”, estamos diciendo que ella es universal, abierta a todos, sin importar razas, idiomas o culturas.

Para lograr esa unidad espiritual, no solo a nivel de todo el mundo, sino en nuestra diócesis, en cada zona, en cada comunidad de amor y en cada familia, hay que controlar los elementos disociadores, las divisiones y el egoísmo que debilitan la grey y son antitestimonio ante los no creyentes.

Por eso se pide a los pastores que no tomen posiciones que favorecen a unos partidos en desmedro de los otros, salvo cuando se vulneran aspectos de la fe o del amor. Entonces si, su deber de pastor los obliga a empuñar el cayado y evitar que se perjudique al rebaño.
El pastor debe ser el hombre de la unión y de la paz. El que escucha a todos, atiende a todos, ayuda a todos. Su principal carisma debe caracterizarlo como un artesano de la unidad.

CONCLUSION
Jesús da la vida para congregar a los hombres en la unidad.
La Comunidad es el rebaño de Jesús, congregada por El.
Jesús sentía compasión por su pueblo, que comparaba a un rebaño sin pastor.
Un trabajo importantísimo de los pastores de la comunidad es procurar la unidad, la comprensión y el entendimiento entre todas las ovejas de Cristo.
Todo pastor en la Comunidad debe ser factor de unión y de paz.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.