sábado, 26 de julio de 2008

TEMAS ESCOGIDOS EN SAN PABLO.

TEMAS ESCOGIDOS EN SAN PABLO - Francisco Javier Sánchez

La fe.
Para Pablo la experiencia por la que el hombre hace suyos los efectos del acontecimiento de Cristo es la fe (pistis). Es difícil poder negar el énfasis que Pablo pone en la fe, la palabra es usada 142 veces, mientras que en el resto del NT aparece 101 veces. Usa también el verbo (pisteuo) “Creer” 54 veces y el adjetivo pistos (fiel, digno de confianza) 33 veces. Lo que indica indudablemente que las palabras relativas a la fe ocupan una parte importante en el vocabulario paulino.
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La experiencia cristiana, que como decíamos, comienza por la fe, no se hace posible sino es mediante la Escucha de la Palabra , es decir, mediante el anuncio que nos habla de Cristo y termina en un compromiso personal de todo hombre con su persona y con su revelación. De aquí que se trate de un doble movimiento: por una parte el anuncio que en San Pablo corresponde al Kerigma, por otra y sin estar desligado del primero está la apertura de la fe, ya que, cuando se anuncia el Evangelio, el que escucha debe tomar una decisión; es imposible adoptar una actitud indiferente ante él, sólo hay dos posibles respuestas: sí o no, la Palabra no admite puntos intermedios.
El hombre debe abrirse a la Palabra escuchada, concluyendo con la obediencia, sumisión (Cfr. Rom 10,7; 1,5; 16,26). La respuesta que dé atañe a toda su existencia, de aquí que toda su vida, una vez aceptada la fe, gira en torno a esa aceptación “si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10,9). La fe que Dios pide al hombre no consiste en el mero asentimiento intelectual de un conjunto de verdades ajenas a la existencia misma del hombre que las cree, sino que exige una entrega vital y personal que lo compromete con Cristo, en sus relaciones con Dios, con los demás hombres y con el mundo.
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Para Pablo la verdad más profunda es que Dios ha obrado en Cristo para alcanzar la salvación a los pecadores. La salvación no puede ser producto de un mérito o de una ganancia, sino que debe ser recibida como un Don de Gracia. Los pecadores no pueden atribuirse los méritos de la salvación, sino solo creer en Dios o en Cristo “Por su gracia (de Cristo) estáis salvados mediante la fe, y ello no por vosotros, sino que es don de Dios” (Ef 2,8).
El hombre que no responde es desobediente y permanece bajo el poder “del Dios de este mundo” (2Cor 4,4; Cfr. Flp 1,27; 1Cor 9,26-27; Ef 2,2) al afirmar esto, Pablo da por supuesto que la incredulidad es en sí misma un pecado.
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Ahora bien, la fe está compuesta de muchos aspectos. Implica nuestro reconocimiento de ser pecadores y, por tanto, incapaces con nuestras propias fuerzas de evitar el mal y alcanzar el bien. Sócrates apoyaba la idea de que el conocimiento y la virtud eran la misma cosa, de manera que, conocer aquello que es justo conlleva a la persona a hacer lo que es justo, pero Pablo no está de acuerdo con esta concepción, ya que para él la fe implica no sólo el reconocimiento de que somos pecadores, sino también el reconocimiento de que Dios nos ha otorgado el perdón a través de lo que la muerte de Cristo ha operado por nosotros. Fe significa unir el reconocimiento de la imposibilidad de conseguir por nosotros mismos la salvación con la aceptación de la verdad de que Dios ha hecho todo lo necesario.
25 La nueva vida llega a su plenitud en la conducta de los creyentes. Pablo llega a decir que está crucificado con Cristo, con lo que puede afirmar “ya no vivo yo, sino Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20); esta frase tiene un sabor místico. Sin embargo, la afirmación que le sigue muestra que no debe entenderse en sentido místico “Y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. La fe renuncia a hacer valer sus propias realizaciones y acepta lo que Cristo ha hecho por nosotros.26
El Apóstol de los gentiles considera central aquello que Dios ha hecho en Cristo y une la fe a la gracia (Rom 4,16). Escribe, en efecto, a los efesios: “habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios” (Ef 2,8). De aquí que la gracia sea importante para la comprensión de la fe, porque subraya que la salvación es un don libre, no una recompensa por alguna conquista humana, ni mucho menos una recompensa por una fe excepcional. De la misma manera, es la fe la que da acceso a la gracia en la cual se encuentran los creyentes y los conduce a la alegría (Rom 5,2).
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Fe y Espíritu Santo
Pablo ve la fe como el prerrequisito necesario para la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente. Él reprende a los Gálatas el haber abandonado la fe que había signado su experiencia inicial y había traído hasta ellos el don del Espíritu Santo (Gal 3,2.5). Con este pasaje pretende hacer entender a la comunidad que si obra milagros y ha llegado a tener experiencias sobrenaturales esto no se debe a la obediencia de la Ley, sino que es el resultado de la venida del Espíritu en respuesta a la fe. Aquellos que creen han sido “Sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef 1,13). Finalmente es necesario acotar que la fe es uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,5) y que Dios con su Espíritu concede el don de la fe
28. Dado que este don viene concedido “por Otro” el Apóstol no piensa en la fe salvífica como un bien común de todos los cristianos, sino como un don especial (Carisma).
Fe e Iglesia.
Para san Pablo es vital subrayar la importancia de ser miembro de la familia celeste “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestidos de Cristo” (Gal 2,26-27). Por medio de la fe los creyentes son admitidos entre los miembros de la familia de Dios. Pablo presume que sus fieles están unidos en comunidad de fe. Habla de toda la Iglesia como de la “casa de la fe” (Gal 6,10). Aquella Qahal de la que se hablaba en el AT como “asamblea de convocados” de llamados, elegidos y que se constituía mediante el cumplimiento de la promesa por parte de Dios y la aceptación y cumplimiento de los mandamientos por parte de los hombres. En la Nueva alianza, según San pablo, se constituye con la fe, ya que la característica común entre los grupos a los que se dirige es que tienen fe; de allí que no pocas veces inicie sus cartas con las siguientes palabras: “a la Iglesia de Dios”, “a los santos y fieles en Cristo”, “a todos los Santos en Cristo Jesús”.

Fe y amor
Los términos fe y amor están estrechamente ligados en los escritos de san Pablo: juntos forman la síntesis de sus intereses teológicos y éticos más importantes. Basta notar las secciones iniciales de sus cartas dedicadas al agradecimiento, donde resalta su referencia a la fe en Cristo profesada por los destinatarios y al amor recíproco profesado entre ellos. Y esto basta para indicar la relevancia que tienen estos dos conceptos dentro de su pensamiento. (Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4-5).
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Ahora bien, aquí hemos de ver la relación que hay entre el amor y esta idea de fe que hemos ido desarrollando, ya que la vida cristiana para Pablo consiste ante todo en la “fe que actúa por amor” (Gal 5,6) o en la fe que se expresa en el amor. Lo que nos da como consecuencia aquello que decíamos con respecto a la apertura de la fe, que no es solamente un asentimiento intelectual, la fe, para Pablo, no es el simple acto o hábito de la fe, como quizás nosotros estamos acostumbrados a considerarla, es más bien el Evangelio, la economía íntegra de la redención y de la salud humana en Cristo Jesús. Y detrás de esta Buena Noticia creída está la realidad del hombre pecador que lucha forzosamente, sin conseguir con sus propias fuerzas salir de tal condición. Pero ante este panorama oscuro Pablo destaca la figura luminosa de Cristo Crucificado, dispuesto a lavar con su Sangre los pecados del hombre, ansioso de comunicarle al hombre su justicia. De aquí que lo único que hace posible la unificación entre Cristo Redentor y el hombre pecador es la fe.30
De esta manera el hombre se siente incorporado en Cristo y en él se desvanece el pecado y renace la vida nueva. Ante los ojos del hombre que se siente salvado se levanta la figura del Redentor clavado en la Cruz, traspasado en su costado y con el Corazón abierto, es entonces cuando el hombre, junto a Pablo, se atreve a exclamar: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Este amor del Corazón de Cristo repercute en el corazón del hombre y enciende otro amor: al amor se le paga amando, “amor con amor se paga”
31 “La energía de la fe se ha transformado en la energía de la Caridad”.32 Entonces aquella apertura del individuo no es sólo a Dios y al Espíritu, sino también una actitud abierta y libre del cristiano hacia los demás hombres33. Aquellas palabras de Pablo: “me amó y se entregó por mí” pueden ser dichas por cualquier hombre. Todos ellos también se hallan incorporados en Cristo Jesús. Por eso el amor al Redentor repercute en el amor a todos los redimidos y los abraza a todos.
En este sentido convendría recordar aquel famoso himno presentado por san Pablo a los Corintios, donde les propone un estilo de vida más elevado que culmina con aquellas palabras: “ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor. Estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor” (1Cor 13, 13).
El amor representa la realización ética de la justificación concedida por la gracia a través de la fe, es la expresión exterior de la nueva fe en Cristo. Se presenta entonces una relación intrínseca entre la fe en Cristo y el amor al prójimo. “Así como la fe anuncia el fin de la ley en el sentido salvífico (Cfr. Rm 10,4), el amor representa, por su parte, el cumplimiento de la ley en sentido ético (Cfr. Rm 13,10)”.
34 De aquí que el verdadero sentido de la fe exige que el cristiano manifieste a través de su conducta el compromiso fundamental con Cristo a través de las obras por amor “en Cristo Jesús no vale ni circuncisión ni incircuncisión, sino la fe que actúa mediante el amor”. (Gal 5,6)
Por otra parte Pablo sabe que este servicio a los hermanos no se puede cumplir sin la acción de Dios en el hombre. El amor es posible porque la fe en Cristo conduce al creyente a una vida completamente nueva, dominada ya no por el pecado, sino por el Espíritu de Dios. El amor no es para Pablo una virtud normal que se puede alcanzar; es el resultado de una vida transformada, llena del Espíritu de Dios, que devuelve el Amor recibido de Dios al Corazón del hombre (Rm 5,5; Gal 4,6-7).
En definitiva, para Pablo el amor es aquella respuesta alegre a la gracia de Dios en Jesucristo, fundada sobre la propia unión con el Salvador. No se trata, entonces, de someterse, como forzado, a las enseñanzas de Jesús o de imitar su vida terrena, como una repetición de actos, sino, en cambio, la de responder con un corazón agradecido a la expresión más grande de amor que es Su muerte en la Cruz (Rm 12, 1-2) y la de obedecerle a Él como Señor. Amar a los otros es la única respuesta ética auténtica al amor Divino que se muestra en el Evangelio.
35 Para Pablo la total vida cristiana es una respuesta alegre a la gracia de Dios en el Evangelio: es una expresión de gratitud a Cristo, de tal manera, que amar a los otros es un modo de decir “gracias” por el amor divino.

El Bautismo.
En las referencias al bautismo presente en los escritos paulinos resulta evidente que él da por descontado que todos los creyentes en Cristo están bautizados (Rm 6,3; 1Cor 12,13) pero ¿en qué consiste este rito?, ¿qué efecto produce en quien lo recibe?, ¿qué lo causa?
En los puntos anteriores hemos venido reflexionando acerca de la fe; pues bien, para entender a plenitud la importancia que Pablo concede al papel de la fe en la participación del hombre en el acontecimiento Cristo es necesario no desvincularla de su doctrina sobre el bautismo.
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Este rito de iniciación lo heredó Pablo de la primitiva Iglesia, pero no de aquella costumbre vigente en la comunidad palestinense, sino de la que ofrecían las comunidades helenísticas.
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En la primera epístola a los Corintios Pablo menciona tres veces el bautismo. Veamos los que nos aportan dos de ellas para la comprensión de este sacramento:
Al suscitarse entre los Corintios ciertas divisiones o contiendas que el apóstol describe de la siguiente manera: “…cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, Yo de Apolo, Yo de Cefas, Yo de Cristo” (1,12) ante tal partidismo dice: ¿está dividido Cristo? Luego con singular delicadeza sin pretender manchar los nombres de tan honorables predicadores, se pone a sí mismo como ejemplo. “¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?
Dos particularidades resaltan en este texto: primero la relación estrecha entre crucifixión y bautismo. Con ello indica San Pablo lo que más adelante enseñará acerca del Bautismo y la Sangre de Cristo, de la cual recibe todo su valor. En segundo lugar, es también significativa la mención de ser bautizados en el nombre de Pablo contrapuesto al bautismo real que se realizaba en el nombre de Jesús. Al afirmar que no han sido bautizados en el nombre de Pablo, les está diciendo: no pueden decir, Yo soy de Pablo; no pertenecen a Pablo, sino que deben decir Yo soy de Cristo, no algunos solamente, sino todos los que en Cristo han sido bautizados. Y es así que por el bautismo en el nombre de Cristo quedamos hechos propiedad de Cristo, esclavos de Cristo; en una palabra: cristianos; de aquí que el cristianismo radica en el bautismo.
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El bautismo en el nombre de Jesús se diferencia de todas las otras oraciones religiosas por el motivo de su relación con Cristo. Los creyentes están unidos con Cristo en su acción redentora de muerte y resurrección y así son capaces de pasar de la vida vieja a la vida nueva. Esta expresión en el nombre de indica entonces, el constituirse a una relación de pertenencia, o mas bien, el ser constituido en una relación de pertenencia.
39 Con el acto del bautismo estamos comprometidos tanto con Dios como con los otros. En el bautismo el Señor se apropia para sí al bautizado y éste posee a Jesús como Señor y se somete a su Señorío.
En otro pasaje de la misma carta, Pablo después de recordarles los vicios vergonzosos a que algunos de los Corintios estaban sometidos antes del bautismo, les declara que ahora después de bautizados: “habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (6,11).
Con estas palabras nos ofrece tres efectos del bautismo y dos causas que intervienen en la producción de estos efectos, a saber: la limpieza o purificación, la santificación y la justificación. Las dos causas son: Jesucristo, Señor nuestro que interviene con su nombre o su autoridad y el Espíritu Santo que interviene con su acción física
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Bautismo e Iglesia
El Apóstol escribe a los Corintios en su primera carta:
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres y todos hemos bebido de un sólo Espíritu (12, 12-13).
Son muchas las cosas que resultan interesantes respecto a este pasaje, comenzando con la analogía hecha por San Pablo referente al cuerpo, como aquel conjunto de variedades que sin dejar de ser distintas llegan a formar una sola cosa. La existencia de la unidad, el hecho de la variedad y la armonía de la variedad con la unidad son los que interesan para su objeto a San pablo, quien tiene un propósito claro, pues afirma enseguida y de manera categórica: así también Cristo. Con esta expresión indica lo que nosotros solemos denominar Cuerpo Místico de Cristo, que para el Apóstol es simplificado en una sola palabra: Cristo
41. De aquí que toda la humanidad, incorporada a Cristo, ha recibido su Nombre, por haber recibido de su Cabeza el ser y la vida. Él y nosotros somos ya una sola cosa.
Entonces, con este Cuerpo de Cristo, ¿qué relación tiene el bautismo? Pudiéramos decir: el bautismo está ordenado a formar o constituir el Cuerpo Místico de Cristo. El mundo que circundaba a Pablo estaba marcado por profundas divisiones, imperaba la pluralidad, la disparidad, la hostilidad. Todos estos elementos adversos debían aunarse y hermanarse en la unidad de un solo cuerpo y esto debía realizarse mediante el bautismo. Es por eso que el apóstol llega a decir: Porque en un sólo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo. La unidad del bautismo creó la unidad del cuerpo.
¿Y qué hace posible esta unidad del Bautismo? Como ya hemos hablado anteriormente la conversión no es sólo el resultado de una decisión humana, sino que es posible por la efusión del Espíritu Santo, el cual, no es únicamente el fruto de la conversión-bautismo, sino que Él es “el que bautiza”. Es el que hace posible que el bautismo sea lo que debe ser: hacer ingresar a la vida en Cristo.
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Por tanto, es el Espíritu Santo el que da al bautismo su potencia justificadora y santificadora. En Tit 3, 5-6 afirma: “nos salvó por el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros abundantemente”.
El mismo Espíritu Santo es el que da unidad y vida a todo el Cuerpo Místico de Cristo.
Con lo dicho anteriormente, ser bautizado por Cristo significa ser bautizado para el Cuerpo de Cristo. Por lo que no se trata de una experiencia exclusivamente individual del cristiano, ya que por el bautismo se establece una vinculación especial entre todos los cristianos “En efecto todos los bautizados en Cristo os habéis revestidos de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros son uno en Cristo Jesús” (Rm 3, 27-28). “Por consiguiente el hombre alcanza la salvación por su identificación con una comunidad salvífica, por su incorporación al Cuerpo de Cristo”.
43 Pablo une estrechísimamente el bautismo con la Iglesia, en la que el Señor actúa en el presente y rompe todas las barreras existentes: ya no hay judío ni griego, hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús. Es verdad que en este mundo siguen existiendo divisiones entre los hombres, diferencias que no se pueden ocultar tan fácilmente, pero lo que si es alentador es que en Cristo se ha establecido ya la nueva unidad que une a todos como miembros en el Cuerpo de Cristo.

El bautismo, unión con Cristo en la muerte y en la Resurrección.
Habíamos dicho que San Pablo heredaría el rito del bautismo de las comunidades helenísticas, prueba de esto es el hecho de que recuerde a la comunidad la idea de que todos los bautizados en Cristo Jesús lo han sido en su muerte (Rm 6,3); el neófito con su bautismo participa de la Muerte y la Resurrección de su Señor. Al recoger la idea surgida en las comunidades helenísticas de que por el bautismo se participa en la Muerte y la Resurrección de Cristo, Pablo, a su vez, le otorga un sentido nuevo: “Hemos sido sepultados con Él por el bautismo que nos incorpora a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,4).
La unión con Cristo que el bautismo figura se extiende por Pablo en unión con Cristo en su acción redentora, porque el Cristo que salva es por siempre aquel que a su tiempo fue crucificado y ahora es el Redentor Resucitado.
La intención de Pablo en este pasaje no es la de explicar la naturaleza del bautismo, sino la de ilustrar su significado para la vida del creyente, insistiendo que “nosotros que hemos muerto al pecado” no podemos continuar viviendo en esta situación, porque “la muerte al pecado” es el significado de nuestro bautismo, cuando hemos sido “bautizados en Cristo Jesús”, hemos sido “bautizados en su muerte”. Esta es la consecuencia del hecho por la cual con el bautismo el cristiano se asemeja al Señor que murió y resucitó para vencer el pecado y la muerte.
44 Además, “por medio del bautismo hemos sido sepultados con él en la muerte” Es característico que Pablo no dice: hemos sido sepultados como él, sino con él, junto a él: hemos sido puestos con él en su sepulcro de Jerusalén e igualmente, la muerte de quien murió sobre la cruz fue nuestra propia muerte. De aquí que cuando leemos en el capítulo 5 de Romanos: “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”, nos podría inducir a pensar en Jesús como nuestro sustituto. En realidad aquí Pablo habla de Cristo como nuestro representante, y aquella muerte que fue aceptada, fue entonces aceptada como nuestra muerte, de modo que, cuando Él murió, nosotros morimos45, esta idea, que como hemos dicho fue tomada de la primera comunidad griega, habla de la muerte vicaria de Cristo. Habla originariamente de la muerte vicaria del Mesías por nuestros pecados, por nosotros (pro nobis), que desde estratos muy tradicionales y muy diversos se interpreta la muerte de Jesús como un acontecimiento salvífico- sustitutivo. Y con buenas razones. Puesto que Jesús había respaldado con su muerte, su mensaje de un Dios que previene al pecador y desea incondicionalmente su salvación, al punto de tomar, de estar, en su lugar. Y él mismo había interpretado en tal sentido su muerte inminente. En virtud de la Resurrección ese “estar en lugar del pecador”, es decir, morir por nosotros, no podía ser entendido más que como el perdón de de los pecadores como acto de Dios Misericordioso. “En el amor extremado de Jesús se había operado la suprema “autoinversión” del amor de Dios (a los enemigos) a favor de la humanidad que se había alejado de él, y en ese sentido se había dado una expiación escatológica por parte de Dios”.46 Ahora bien, esta concepción vicaria, nos representa pero nunca nos va a remplazar, estamos llamados a hacer también nosotros lo mismo.
¡Él fue un representante eficaz! Dando un paso más adelante, unidos con Él en su muerte por el pecado, renacemos en Él para vivir la vida de resurrección. A través de la fe expresada en el bautismo aquello que se cumple al externo de nosotros, se transforma en una fe dentro de nosotros. En Cristo somos los hijos reconciliados de Dios.
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El cristiano identificado de este modo con Cristo en su muerte muere a la ley y al pecado (Gal. 2,19; Rm 6,6.10). Identificado con Cristo en su resurrección, participa de una vida nueva y de la misma vitalidad de Cristo resucitado y de su Espíritu (1Cor 6,17; Col 2,12-13). El cristiano ha crecido juntamente con Cristo por la semejanza de su muerte, sepultura y resurrección. El cristiano muere en el bautismo, y nace un hombre nuevo (cfr. Ef 2,15), que es una creación nueva. Es el comienzo de una vida celestial nueva con Cristo.
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Todo lo dicho hasta ahora hace especial alusión al rito de inmersión y emersión utilizado para el bautismo desde antiguo. El doble momento del rito bautismal concreta y precisa el simbolismo, por un lado la inmersión nos sumerge en Cristo Crucificado, muerto y sepultado, nos asocia e incorpora a su crucifixión, muerte y sepultura. Por otro lado, la emersión viene a ser la imagen de la resurrección y vida nueva, nos asocia e incorpora a Cristo resucitado y eternamente viviente, y ya que en Cristo este tránsito de muerte a vida es de una vez para siempre, tal tránsito debe también ser en nosotros definitivo, de muerte al pecado y de vida en Dios. Este simbolismo, que como hemos dicho, es representativo respecto de Cristo, es a la vez operativo o eficaz, es decir, verdaderamente sacramental. En virtud de este simbolismo, el bautismo no es otro que el sacramento que constituye el Cuerpo Místico de Cristo.
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La Eucaristía
Pablo desarrolla su concepción de la Eucaristía valiéndose de una polémica con los Corintios. En 1Cor 10, 1-3 subraya el peligro que incurren aquellos que se creen seguros de su fe, y se exponen a una grave ocasión de tentación al participar en manifestaciones idolátricas. En la comunidad reinaba un “sacramentalismo entusiasta”
50 basado en la convicción de poseer ya tangiblemente la realidad de la salvación y de estar en posesión de una fuerza inamisible del Espíritu. (Cfr. 1Cor. 4,6.18s; 8,1). Esta actitud de engreimiento repercutía en la celebración de la “Cena del Señor”. El problema de base se presentaba en las tensiones entre ricos y pobres, ya que no existían edificios para los encuentros de la comunidad, la comida común se tenía en la casa de los miembros de la Iglesia. Los creyentes se reunían en grupos de acuerdo a la capacidad de la casa que los acogía. Ha estado demostrado en manera convincente que los grupos debieron reunirse en casa de ricos. En estos encuentros se consumían comidas completas con abundancia de alimento y bebidas, al menos para algunos miembros- es aquí donde está el problema- los ricos llevaban gran cantidad de alimento para ellos mismos, mientras que los miembros más pobres debían conformarse con lo poco que podían llevar. Esto demuestra un exceso de negligencia por parte de los ricos y generaba un sentimiento de envidia por parte de los pobres, quienes llegaban a sentirse inferiores. Para Pablo, todo esto no estaba de acuerdo con aquello que debía ser el carácter de la comida común.51 Les dice que las necesidades corporales han de saciarse comiendo en casa y que la cena del Señor se ha de celebrar como es debido (1Cor 11,33).
Otro abuso no menos reprensible es que algunos corintios, excesivamente despreocupados, participaban sin reparo en los banquetes paganos donde se comían las carnes inmoladas a los ídolos, a pesar de tener claro el origen impuro de aquellos manjares. Con lo que el apóstol les increpa:
Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (κοινωνια) con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (κοινωνια) con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan. Fijaos en Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿Que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.
No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1Cor 10,14—21).
El apóstol explica de manera bastante ilustrativa la situación de todos aquellos que participan de la inmolación a los ídolos, con lo cual explica el significado verdadero de la celebración de la Cena del Señor.
El comer de una víctima inmolada a los ídolos es entrar en comunión, (ser partícipe), con aquella divinidad verdadera o falsa a quien se le ha inmolado una víctima. Para explicar esta relación entre víctima inmolada y divinidad se vale de aquella tradición presente en el pueblo de Israel: “Fijaos en Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar?” y lo relaciona majestuosamente con la Eucaristía diciendo: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (κοινωνια) con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (κοινωνια) con el cuerpo de Cristo?” Con lo que presupone San Pablo que en la Eucaristía existe un verdadero sacrificio.

Comunión Sacrificial
Hemos visto lo que propone San Pablo a los corintios, que no es otra cosa que apartarlos de la inmolación a los ídolos y eso, porque esto constituye la incorporación a otras divinidades. Les decía: “no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios”. “Lo que inmolan a los gentiles, a los demonios inmolan” la inmolación, por tanto, el sacrificio es el vínculo de comunión entre el oferente y el ofrendado. De esta manera les exhorta: “El cáliz que bendecimos ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo?...” por tanto, la comunión eucarística con la sangre de Cristo y con el cuerpo del Señor es comunión con el altar y con la víctima y con el sacrificio eucarístico: es comunión sacrificial.
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En definitiva, la Eucaristía es para Pablo, ante todo, la “cena del Señor” (1Cor 11,20), la comida en el que el pueblo elegido come su “alimento espiritual” y bebe su “bebida espiritual” (1Cor 10, 3-4), por lo que es entonces justificable su actitud ante las desviaciones presentes en la comunidad de Corinto respecto a la celebración de la Eucaristía. En este acto la comunidad se presenta como el pueblo de la nueva alianza (11,25).
Esta comunión, como ya hemos dicho, supone la unión con Cristo, pero no solamente ésta, sino también con los demás. Dice el apóstol: “porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”; de la unidad del pan deduce la unidad del cuerpo. Y es tanta la unidad del pan, que contrarresta y supera la diversidad de los que forman el cuerpo, al punto de hacerlos uno. “el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” Con lo dicho podemos apreciar la fuerza que emana de la palabra comunión. Con semejante comunión cada uno de nosotros queda unido (incorporado) al cuerpo de Cristo, para formar con él una sola cosa. Ahora bien, todos, por muchos que sean, al entrar en comunión con el cuerpo de Cristo, entran en comunión entre sí. Si la comunión produce una incorporación a Cristo, entonces, todos los hombres identificados con Cristo, quedan por el mismo caso identificados entre sí al coincidir en comer de un solo pan, que es el cuerpo de Cristo.
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Concluyendo, afirma Fitzmyer que “quien lleva a cabo la unidad de los hombres, según la mente de Pablo, es Cristo Eucarístico”.
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22 Cfr. MORRIS, L: “Fede” en Dizionario di Paolo e delle sue lettere. Milano 1999. p. 605.
23 Cfr. FITZMYER, J. Teología de San Pablo. Madrid 1975. p. 170.
24 Ibid. p. 171.
25 Cfr. MORRIS L: “Fede” in Op. Cit. p.606.
26 Cfr. LOHSE, E. Teología del Nuevo Testamento. Madrid 1978. p. 158.
27 Cfr. MORRIS, L: “Fede” in Op. Cit. p.608.
28 Ibid p. 611
29 Cfr. MOHRLANG, R: “Amor” en Dizionario di Paolo e delle sue lettere. Milano 1999. p.50.
30 Cfr. BOVER, J: Teología de San Pablo. Madrid 1967 p. 778.
31 DE LA CRUZ, S. Juan: “Cántico Espiritual” en Obras Completas. Burgos 1998. Canción 9,7. p. 746.
32 BOVER, J. Op. Cit. p. 779.
33 Cfr. FITZMYER, J. Op. Cit. p.171.
34 MORLANG, R: “Amore” en Op. Cit. p.50.
35 también cuando Pablo habla de imitar a Cristo, no se refiere a su vida terrena, sino, a aquel aspecto de su amor sacrificial que se ha manifestado con su muerte.
36 Cfr. FITZMAYER, J. Op. Cit. p.172.
37 para profundizar acerca del bautismo en las comunidades helenísticas ver: LOHSE, E. Op.Cit. p.107.
38 Cfr. BOVER, J. Op.Cit. p. 574-575.
39 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Dizionario di Paolo e delle sue Lettere. Milano 1999. p.155.
40 Cfr. BOVER, J. Op. Cit. p.575.
41 Cfr. Ibid. p. 580
42 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p. 161.
43 FITZMYER, J. Op. Cit. p. 174.
44 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p.157
45 Cfr.Ibid. p. 159.
46 KESSLER, H. “Cristología” en Manual de Teología Dogmática. Barcelona 1996. p 356.
47 Cfr. BEASLEY – MURRAY, G. R: “Battesimo” en Op. Cit. p. 159
48 FITZMAYER, J. Op. Cit. p.173-174
49 Cfr. BOVER, J. Op. Cit. p. 593.
50 Cfr. LOHSE, E. Op. Cit. p. 173.
51 Cfr. MARSHALL, I. H: “Cena del Signore, Eucaristia” en Dizionario di Paolo e delle sue Letrera. Milano 1999. p198.
52 Cfr. . BOVER, J. Op. Cit. p. 598.
53 Ibid. p. 608
54 FITZMYER, J. Op.Cit. p. 185.

FUENTE : www.teologiabiblica.com.ve/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

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