miércoles, 30 de julio de 2008

DISCÍPULOS DE JESUCRISTO.

Discípulos de Jesucristo[1] - Katiuska Cáceres Valdés

Las presentes páginas se ocupan de los rasgos principales del itinerario del discípulo de Jesús bajo cuatro categorías evangélicas que procuran aprehender el misterio de la elección divina y su encargo: vocación y opción personal, formación y misión.
Los rasgos presentados bajos dichas categorías tienen el carácter de reflexión bíblico-teológica acerca de la vocación y del encargo misionero llevado a cabo en el siglo XXI, por lo que no sólo se deducen de lo que se ha ido exponiendo, sino también de una mirada global a los evangelios sinópticos y a las culturas en las que vivimos inmersos y de las cuales también somos protagonistas.

1- «Vayan y hagan discípulos…»
La finalidad de la Iglesia es la evangelización. Es decir, la Iglesia existe para dar cumplimiento al mandato del Señor: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). La pastoral orgánica de la Iglesia, un camino y estilo de evangelización, tiene una sola meta: llevar a todos y a cada uno al encuentro con Jesucristo vivo.
La tarea que Jesús encomienda a la Iglesia es educar a los suyos en la misma escuela que el Maestro fundó y empeñó su vida: una pedagogía pastoral que realmente suscite, anime y acompañe la vocación, formación y misión de los discípulos de Jesús en una y para una comunidad viva de fe y solidaridad. Los trabajos pastorales se realizan, por tanto, para hacer posible el seguimiento del Señor y la santidad de vida en la Iglesia para servicio del mundo, signo diáfano de un seguimiento entusiasta.

2- Vocación e identidad del discípulo de Jesús
El discípulo se hace por iniciativa del Señor. Él es quien elige al discípulo, lo separa o consagra para sí (Lc 9,57-62). Lo separa, según san Juan, “del mundo”, es decir y en este caso, del entramado de pecado y rebeldía, de soberbia y ansia de poder que caracteriza al “mundo” cerrado en sí mismo a Dios. Seguir a Jesús es -como él- dejar de pertenecer al mundo, y como el mundo persiguió al Señor así perseguirá a sus siervos (Jn 17,16; ver 15,18-20)
[2].
El discipulado es un estilo de vida del todo marcado por el encuentro con Jesús vivo quien “hace discípulos”, provocando rupturas y donando vida nueva en virtud de la participación de su misterio pascual. El discípulo, arrebatado del dominio de Satanás y del pecado, es insertado en el Cuerpo de Cristo, como una rama a un árbol fecundo, por lo que crece y vive siempre gracias a la savia de ese árbol (Rm 11,17-18). No hay otro cuerpo legal o institucional que le de vida, sino sólo el Cuerpo de Cristo en quien obra el Espíritu de Dios (Ef 1,13), garantía de salvación (2 Cor 1,22).

El encuentro con Jesucristo vivo es el único modo de hacerse su discípulo
[3]. Este encuentro tiene “lugares” indispensables: la Palabra, la Eucaristía y los sacramentos, la comunidad, los pobres, la historia y los acontecimientos de la vida.
Las palabras inspirada de Jesús y acerca de Jesús nos llegan por los escritos del Nuevo Testamento, palabras que nos dan a conocer el proyecto divino de hacer «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1) y nos señalan cómo vivir en comunión con Dios y con los hermanos. Los sacramentos y la participación en la Eucaristía alimentan nuestra identidad y misión de discípulos; el encuentro sacramental con el Cordero de Dios en la Eucaristía hace de nuestras intenciones, palabras y obras una ofrenda viva al Padre para construir un mundo redimido de opresiones (Rm 12,1-2). La comunidad eclesial es uno de los lugares privilegiados de encuentro con el Señor, sobre todo cuando se reúne a celebrar la fe y discierne los caminos del Maestro para edificar su Reino (Lc 12,54-57).
La mirada de fe al otro como hermano, sobre todo a los más pobres y sufridos, hace presente a Jesús sufriente en ellos quien nos habla interpelándonos, y nos evangeliza para edificar su reinado en justicia y equidad, paz y verdad. El Espíritu Santo nos ayuda a leer la historia y los acontecimientos de la vida como lugares de manifestación de Dios por los que actúa paternalmente, redimiendo y consolando, y -porque nos ama (Ap 3,19)- también reprendiendo y castigando, como un padre lo hace con su hijo, para «que no seamos condenados junto con el mundo» (1 Cor 11,32).

3- Opción del discípulo de Jesús
No podemos vivir con radicalidad el seguimiento de Jesús si no somos capaces de optar por Jesucristo y por la participación en su Iglesia.
Muchas veces vivimos un cristianismo “tradicional”, casi “por inercia”, y en el camino de la fe somos “lo que otros han hecho de nosotros”: me bautizaron, me llevaron a la primera comunión, me confirmaron, me casaron por la Iglesia...
[4]. Esta intervención de la familia, del colegio, del sacerdote… se vuelve opción personal cuando se descubre gracias a la fe que por esas intervenciones Jesús me llamaba a seguirlo, y que la respuesta que me pide son aquellas disposiciones que hacen que sea él quien me haga discípulo. Estas disposiciones, dones del Señor, son las propias de un seguidor atento y fiel: escuchar y practicar la palabra de Jesús, celebrar la Eucaristía como «fuente y epifanía de comunión» y «principio y proyecto de misión»[5], vivir la fe en comunidad, contemplar a Jesús en los pobres y ser solidarios con ellos, descubrir la presencia de Dios en la historia y en los acontecimientos de la vida, gestionar todo para que todo sea apto para el señorío de Jesús, «principio y fin» de la historia (Ap 21,6).
Cuando se asume que es Jesús quien -a través de mediaciones- me hace discípulo se vive su seguimiento como diálogo con quien me ha amado primero. Se vive como proceso de conversión y tiempos de rupturas e inserciones. Hablamos de la conversión personal y eclesial, la que cambia la conciencia de la persona y el corazón de la Iglesia, abriéndolas a la comunión, a la solidaridad y a la nueva evangelización inculturada
[6].
No hay conversión sin rupturas, y algunas son imprescindibles y dolorosas como, por ejemplo, la ruptura con la familia que -como vimos- vivían la mayoría de los discípulos del siglo I dC., la que -en el orden espiritual- deben vivir muchos discípulos de hoy si anhelan de verdad seguir a Jesús con generosidad. La ruptura es posible por la inserción o integración del discípulo en la nueva familia de Dios, la Iglesia (Mc 3,31-35), que tiene por Cabeza a Jesucristo, por miembros a hermanos en la fe, y por ley de vida el amor.
El discipulado no termina en la elección gratuita por parte de Jesús y en la respuesta personal del elegido (la opción como toma de conciencia), puesto que ambas miran a la misión y ésta, a su vez, requiere de formación.
Elección y opción, formación y misión son los pilares en los que se sustenta el seguimiento del Señor.

4- Formación del discípulo de Jesús
Jesús llama a los suyos para estar con Él, no los envía inmediatamente
al trabajo apostólico; primero hay que estar con Él.

El discípulo es aquel que está con Jesús, es aquel que sigue a Jesús. En esto consiste la formación.
La formación consiste en estar con Jesús para que lo de Él comience a ser mío.
Pedro, cuando Jesús comienza a subir a Jerusalén, se le pone por delante al Maestro, lo enfrenta queriéndole decir: “No vayas a Jerusalén… si tu sabes que en Jerusalén te van a matar no vayas a Jerusalén”. Y Jesús le responde al discípulo: “¡Quítate de mi vista, Satanás!”.
Algunas Biblias traducen “¡Quítate de mi vista, Satanás!”, pero es una traducción que no es la más adecuada. El texto griego dice “¡Colócate detrás de mí Satanás!”. Es como si dijera: “No me enfrentes, tú no eres Maestro, tú eres discípulo y si eres discípulo lo que te corresponde es ponerte detrás de mi; y si yo voy a Jerusalén, a ti como discípulo también te corresponde ir a Jerusalén, entiendas o no entiendas, te guste o no te guste”. El término “Satanás” significa adversario. Entonces es como si le dijera: “Pedro, eres piedra con la cual estoy tropezando, con la cual estoy chocando; pero yo no quiero este tipo de piedras; te quiero piedra fundamento, te quiero piedra testimonio, te quiero piedra integral. ¡Colócate detrás de mí, no me enfrentes!”. Así es como “discípulo” es aquel que va detrás del Señor para formarse.
La formación, más que cursos y jornadas donde se “aprende” acerca de Jesús, es un proceso de educación permanente con la finalidad de configurar una conciencia realmente evangelizada.
Esta formación continua es obra de integración de todo aquello que el pecado disgregó:

a- En la vida personal: integración de instintos, voluntad, inteligencia y afectos a un “yo individual” del todo permeado por la gracia divina al punto de decir como Pablo:
«Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
b- En la vida eclesial y sacramental: integración del ser en la vida trinitaria y en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, para participar de la vitalidad de la Cabeza
(Palabra y Sacramentos).
d- En la vida comunitaria: sentido de pertenencia a la comunidad de Jesús, regida por pastores por él escogidos, y testimonio de su proyecto de nueva humanidad (el Reino), y
e- En la vida espiritual y de servicio: integración y vivencia de los carismas que el Espíritu regala a la Iglesia, gracias a los cuales el Señor responde a las necesidades de conducción de la Iglesia, a la evangelización de hombres y mujeres de hoy y al servicio de la sociedad.

La formación es imprescindible para el discípulo que toma conciencia de su vocación original: alcanzar la plenitud de la comunión a la que Jesús, Cabeza del Cuerpo, invita a su Iglesia para vida del mundo
[7].
En razón de los cambios socio-culturales que sufrimos y de los que también somos gestores, hoy más que nunca se requiere la formación de una conciencia realmente evangelizada. Muchos signos nos permiten concluir que nuestra manera de ser cristianos, es decir, de seguir a Jesús, está en crisis, no porque esté desapareciendo el cristianismo, sino porque hoy se desmorona la «forma histórica de ser cristianos»
[8]. No es que haya que cambiar el Evangelio y sus exigencias. Lo que ha cambiado radicalmente es el mundo en el que tenemos que seguir a Jesús, y estos cambios nos exigen una nueva manera histórica de vivir y anunciar el Evangelio. Esta nueva manera nos está pidiendo, por lo menos, discernimiento, conocimiento y convencimiento.
Si nunca ha sido posible, hoy es menos posible ser cristiano sin discernir desde el Evangelio las diversas y complejas realidades que vivimos para descubrir la forma histórica de hacer significativa nuestra fe. Una profunda actitud de escucha del entorno y docilidad a las mociones del Espíritu nos harán “co-laboradores” y “co-responsables” de la misión de la Iglesia en este nuevo milenio
[9].
El conocimiento cordial del misterio de Jesucristo y, a su luz, de nuestro propio misterio es el camino para dar razón de nuestra esperanza y testimoniar nuestra fe frente a los desafíos de las culturas, la economía, la ciencia y la técnica. Sin embargo, ni el discernimiento ni el conocimiento, por más agudo que sea el primero y profundo el segundo, podrán convertirnos en discípulos si la experiencia de Jesús no imprime en la conciencia (discípulo convencido) los mismos sentimientos de Jesús (Fil 2,5), su estilo de vida, su pasión por todo hombre y marginado, todo sustentado en la pasión por su Padre y su Reino. Esta inclusión de conciencias y de vidas entre Jesús y el discípulo es lo que recrea en éste su vida “de cristiano”, término que corresponde a “llevar el nombre de Cristo” (*), y lo llena de fortaleza para compartir sin miedos el destino del Mesías vilipendiado y perseguido por causa del Reino (discípulo convincente).

5- Misión del discípulo de Jesús
El último pilar del seguimiento de Jesús es la misión. Al llamarnos a constituir su nueva familia, la Iglesia, Jesús nos hace partícipe de su salvación y así también nos asocia a la tarea que recibió de su Padre.
Hemos visto como Jesús presenta la misión del “apóstol” o “enviado” a anunciar el Reino, acudiendo a comparaciones tomadas de oficios propios de su tiempo como los de “pescador de hombres”, “pastor” y “obrero” o “jornalero”.
El “apóstol” o enviado por Jesús es instituido:

a- “Pescador de hombres” para sacar a éstos del dominio del pecado y hacerlos partícipes del Reino de Dios (Mc 1,17).
b- “Jornalero” de una cosecha abundante que, por ser de Dios y fecunda, urge cuidarla y desmalezarla, preparándola para el juicio final (Mt 9,38), y
c- “Pastor” de un rebaño desorientado y cansado para ofrecerla la sabiduría y la vida que es Jesucristo (Mt 9,36).


Quien es discípulo -por la misma razón- es apóstol o misionero, puesto que lo propio del encuentro con Jesucristo vivo es que la experiencia de su amor se transforme en testimonio gozoso de él. «Ser cristiano y ser misionero son dos términos que se reclaman mutuamente»[10].
A la luz de lo dicho, el “pescador”, “pastor” o “jornalero” al servicio del discipulado de sus hermanos debe plantearse y evaluar su misión por su capacidad de llevar al encuentro con Jesús y de acompañar el proceso íntegro de discipulado en la Iglesia entendida como comunidad de los discípulos. Del encuentro con Jesús brota la misión de la Iglesia que, sin ser del mundo, debe proclamar en el mundo y para el mundo a Jesucristo, «rostro humano de Dios y rostro divino del hombre»
[11].

[1] Aportación realizada por la Srta. Katiuska Cáceres a la Comisión Arquidiocesana de Formación en Abril del 2006.
[2] Cfr. Rivas, El evangelio de Juan, 418-423 y 444-450; F. Fernández Ramos (dir.), Diccionario del mundo joánico,
Burgos 2004, 636-637 y 712-713.
[3] Para las diversas fases de crecimiento y dimensiones personales que involucra el encuentro con Jesús vivo, cfr. A. Cencini, Amarás al Señor tu Dios. Psicología del encuentro con Dios, Madrid 1994.
[4] Cfr. M. Martínez, La idea de Dios en tiempos de increencia. Fe y ateísmo en nuestros días, Madrid 1986, 9-35; J. Garrido, El conflicto con Dios hoy. Reflexiones pastorales, Santander 2000, 253-277; J.M. Velasco, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Santander 2002, 37-80.
[5] Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, nsº 19-28.
[6] Cfr. Secretaría General del CELAM, Globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe. Reflexiones del CELAM 1999-2003, Bogotá 2003, 153-221; Obispo de Pamplona y Tudela, y Otros, Renovar nuestras comunidades cristianas. Carta pastoral cuaresma - pascua 2005, *, nsº 50-82.
[7] Para la formación permanente en la vida del consagrado, cfr. A. Cencini, La formación permanente, Madrid 2002.
[8] J.M. Tillard citado por Obispo de Pamplona y Tudela, y Otros, Renovar nuestras comunidades cristianas, nº 37.
[9] Cfr. United States Conference of Catholic Bischops, La corresponsabilidad, respuesta de los discípulos. Carta pastoral, (Bilingual Edition) Washington, D.C. 2001, 25-40.
[10] Conferencia Episcopal de Chile, «Si conocieras el don de Dios…», nsº 183-184.
[11] Juan Pablo II, Ecclesia in America, nº 67.

FUENTE :www.courses.institutopastoral.cl/documents/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

No hay comentarios: