jueves, 3 de julio de 2008

SAN PABLO, TESTIGO Y APÓSTOL EN LOS CAMBIOS DE ÉPOCA

El nuevo lugar de la mujer.
“Pablo, testigo y apóstol en los cambios de época”
María Gloria Ladislao.

En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo,ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni varón ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

(Gál 3,27-28)

Estas palabras de San Pablo son categóricas. El bautismo en Cristo ha superado las más hondas diferencias: las de raza, las de situa­ción social y las de género. Todas y todos, sea cual fuera nuestra condición, somos re­dimidas/os no por nuestra categoría o méritos, sino por Cristo; en él hemos quedado todas y todos solidarizados en la salvación.

¿Cómo se hacía efectiva esta nueva condición sin desigualdades en la comunidad cris­tiana? Algunos elementos podemos rescatar en los textos bíblicos y extrabíblicos. Uno sumamente importante es que las asambleas cristianas se celebraban en un lugar común, sin separación para varones y mujeres. Aunque una pudiera pensar hoy a la distancia que eso es "poca cosa" significó una grandísima novedad en el plano religioso. Ese compartir el mismo lugar era también compartir la oración y los roles. Existen testimo­nios sobre la existencia de mujeres profetisas (Hech 21,9; 1 Cor 11,5 ), presi­dentes de comunidad como Priscilla y su esposo Aquila (Rom 16,3-5), y diaconisas (Rom 16,1-2; 1 Tim 3, 11).

Las mujeres profetisas
Ahora bien, según Pablo, para profetizar en la asamblea la mujer debe llevar el velo puesto:
Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza, es como si estuviera rapada. (1 Cor 11,4-5).

No llevar velo era una señal de prostitución, ya que toda mujer casada reservaba el cabello, como un elemento sensual, exclusivamente para el marido. Para justificar esta norma, Pablo desarrolla todo un argumento sobre la cabeza del varón y la cabeza de la mujer, donde entonces dice que la cabeza de la mujer es el varón, jerarquizando, en directa contradicción con lo afirmado en Gál 3,28.

El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre. En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el hom­bre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción, por razón de los ángeles. (1 Cor 11,7-10)

Todo ese argumento ¡para sostener la convención social sobre el velo de las mujeres! Yo estimo que el mismo Pablo habrá sospechado mientras escribía que estaba yendo demasiado lejos, porque luego de argumentar que la mujer procede del hombre, y por lo tanto debe estar sujeta, etc.etc. reacciona y vuelve al principio cristiano:
Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. (1 Cor 11,11) .
Además de este conflicto entre normas culturales y novedad del evangelio en aquel momento de los inicios, hay que considerar qué ocurrió después cuando estos textos, a lo largo de los siglos, se siguieron leyendo en la comunidad cristiana. La cuestión de fondo aquí es que - los varones con el pelo suelto y las mujeres con velo- comparten el mismo espacio y los mismos roles. Con respecto específicamente al rol de la profecía el mismo Pablo dice en otra oportunidad:

El que profetiza, habla a los hombres para edificarlos, exhortarlos y reconfortarlos. (1 Cor 14,3).
O sea que, si eran profetas o profetisas, tanto varones como mujeres hablaban en la asamblea cristiana. Piense cada uno en sus iglesias hasta cuándo fue obligatorio que las mujeres llevaran mantilla para tener la cabeza cubierta como mandaba Pablo. Y piense también cuándo las mujeres pudieron empezar a hablar en la asamblea litúrgica.

Existe otro texto donde se manda que las mujeres callen en la asamblea. Como en todas las Iglesias de los santos, las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido hablar, antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea. (1 Cor 14,33b-35)
La crítica literaria ya ha probado que el texto no es auténtico de Pablo, y reflejaría una problemática particular, posterior a los tiempos del apóstol. Todo lo cual no le quita su canonicidad. La cuestión que nos planteamos es que una comunidad que sigue siendo patriarcal conserva muy bien la memoria de esta prohibición particular hasta el punto de haber hecho desaparecer el poder hablar que las mujeres tenían en los inicios en las asambleas cristianas.

Mujeres presidiendo comunidades
Al considerar el nuevo lugar de la mujer en el cristianismo, un hecho que no se puede pasar por alto es el lugar físico en el cual se realizaba el culto cristiano: las casas. La celebración litúrgica cristiana, llamada Cena del Señor o Fracción del Pan, consistía en una comida en común realizada en la noche del domingo (1 Cor 11,17-22).
Tanto en el libro de los Hechos como en las cartas de Pablo, se destaca la importancia de esas casas como lugar de reunión. En algún caso, el lugar de identifica directamente por la mujer dueña de casa:
Y marchó a casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos reunidos en oración. (Hech 12,12)
[Pablo y Silas] Al salir de la cárcel se fueron a casa de Lidia, volvieron a ver a los hermanos, los animaron y se marcharon. (Hech 16,40)
En otros casos, es el matrimonio anfitrión quien aparece presidiendo la comunidad:
Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa. (Rom 16,3-5)
Los saludan en el Señor Prisca y Aquila, junto con los hermanos que se congregan en su casa. (1 Cor 16,19)
A partir de estos datos comienzan nuestras conjeturas. ¿Por qué la comunidad es nombrada por la mujer dueña de casa o por el matrimonio? Tal vez la respuesta más sencilla sea porque esa es la forma de individualizar una casa: “voy a casa de Fulanita”, “voy a cenar a lo de los López”, decimos también hoy. ¿Qué rol cumplían estas personas en la celebración? La Cena del Señor era realmente una cena donde se comía y se bebía. No es difícil suponer el destacado papel de la mujeres en este servicio (diaconía) de recibir, poner la mesa y repartir los alimentos. Mujeres como Lidia, María, y tantas otras que permanecen anónimas, como anfitrionas podrían presidir las reuniones que se celebraban en sus casas. Es hermoso pensar que la novedad del Evangelio llegó también a transformar el tradicional rol del ama de casa, ampliando su círculo de acción también a otras personas que no eran de su familia y dándoles un ministerio a realizar para el bien de toda la comunidad.

Mujeres evangelizadoras
Es innegable hoy en día el rol de las mujeres en la evangelización. Evangelizadoras transmisoras de la fe en su familia, evangelizadoras cuando van a rezar a casa de esa vecina que está en problemas, evangelizadoras como catequistas, voluntarias, ministras del alivio y tantos otros roles.
¿Por qué no suponer que en los comienzos de la Iglesia también fue así? Los cristianos de los primeros años no tenían todavía un marco institucional tan definido como tiene la Iglesia actualmente. Los textos bíblicos atestiguan la tarea de las mujeres como profetisas y líderes dentro de la comunidad. Y también como evangelizadoras y catequistas.
El matrimonio de Priscilla y Aquila es el primer matrimonio catequista que aparece en el Nuevo Testamento. Ellos instruían a quienes aún no habían completado su formación en la fe cristiana. Tal es el caso cuando se encuentran con un elocuente predicador, Apolo. Después de oírlo, Priscilla y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino (Hech 18,26).
Pablo llama a Andrónico y Junia ilustres entre los apóstoles, es decir, los reconoce como enviados por la comunidad para evangelizar (cf. Rom 16, 7).

Mujeres muy queridas
En el capítulo 16 de la carta a los Romanos, Pablo nombra a varios hombres y mujeres que han trabajado por el Evangelio y hacia quienes él guarda un profundo afecto. Estos saludos ponen de manifiesto la estrecha relación del apóstol con estos hombres y mujeres y son el mejor testimonio de que, en medio de las contradicciones culturales y las disputas eclesiales por el poder, las mujeres estuvieron desde el primer momento haciendo la Iglesia y viviendo la novedad de la Buena Noticia:

1 Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas, 2 para que la reciban en el Señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes: ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí.
3 Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. 4 Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. 5 Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa.
5 No se olviden de saludar a mi amigo Epéneto, el primero que se convirtió a Cristo en Asia Menor. 6 Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes; 7 a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de cárcel, que son apóstoles ilustres y creyeron en Cristo antes que yo. 8 Saluden a Ampliato, mi amigo querido en el Señor; 9 a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y también a Estaquis, mi querido amigo. 10 Saluden a Apeles, que ha dado pruebas de fidelidad a Cristo, y también a los de la familia de Aristóbulo. 11 Saluden a mi pariente Herodión, y a los de la familia de Narciso que creen en Cristo.
12 Saluden a Trifena y a Trifosa, que tanto se esfuerzan por el Señor; a la querida Persis, que también ha trabajado mucho por el Señor. 13 Saluden a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía; 14 a Asíncrito, a Flegonte, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. 15 Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, así como también a Olimpia, y a todos los santos que viven con ellos.
16 Salúdense mutuamente con el beso de paz. Todas las Iglesias de Cristo les envían saludos.

Bibliografía
Biblia de Jerusalén, Ed. DDB, Bilbao,1976

Irene Foulkes, Invisibles y desaparecidas: rescatar la historia de las anónimas, en “¡Pero nosotras decimos!”, Revista de Interpretación Bíblica Lationamericana, Ribla 25, Quito, 1997.

María Gloria Ladislao, Una palabra propia, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Ed. Verbo Divino, Navarra, 2003.

Horacio Lona, El rol de la mujer en la tradición paulina en Evangelio y Existencia Cristiana, Centro Salesiano de Estudios San Juan Bosco, Bs.As., 1995.

Maribel Pertuz, Hermeneútica feminista, Rebilac, Bogotá, 1997.

Elsa Tamez, Pautas hermenéuticas para comprender Gálatas 3,28 y 1 Corintios 14,34 en “Por manos de mujer”, Ribla nro.15, San José de Costa Rica, 1992.
FUENTE :
www.san-pablo.com.ar/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

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