
- Observé mucho al mayor orfebre de todos y, con él, aprendí mucho. Puedo garantizarle que sabré reparar el diamante sin reducir su valor.
Su confianza era tanta que, convencido, el rey entregó el diamante al hombre.
Después de algunos días, el orfebre volvió con el diamante y se lo mostró al Rey. Éste quedó gratamente sorprendido al descubrir que el arañazo tan feo había desaparecido y en su lugar, había sido tallada una bella rosa.
El arañazo anterior se había vuelto el tallo de una bella flor!
El rey, entusiasmado, dijo al orfebre:- ¡Qué bello trabajo, qué óptima idea! Dígame, ¿quién es ese gran orfebre que es su maestro?
Y el orfebre respondió:- Dios, el orfebre de la vida.
Dios está siempre con nosotros, si se lo permitimos, transformando nuestros arañazos en algo bello.
FUENTE : www.webcatolicodejavier.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.
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