martes, 3 de junio de 2008

EL ITINERARIO PASCUAL DEL DISCÍPULO SEGÚN EL CAMINO DE LOS PEREGRINOS DE EMAÚS - MONSEÑOR SANTIAGO SILVA R.

El itinerario pascual del discípulo según el camino de los de Emaús
- Lc 24,13-35 -

1- Encuentro con Jesucristo vivo e itinerario pascual del discípulo

El relato de los discípulos de Emaús es propio de Lucas (Lc 24,13-35).
Marcos sólo ofrece una corta noticia de este encuentro con el Resucitado (Mc 16,12).
El relato de Lucas se ocupa de lo medular de la fe cristiana, la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, explicando aquello que los ángeles comunicaron a las mujeres que fueron al sepulcro: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (24,5-6; cfr. 1 Cor 15,17). El mismo día en que encuentran el sepulcro vacío y reciben la noticia de la resurrección de Jesús sucede lo de Emaús (24,13).
El “camino” de Jerusalén a Emaús tiene un hondo significado. Dos discípulos de Jesús bajan de Jerusalén camino a Emaús situada a unos 12 kilómetros de la capital (Lc 24,13). Con tal alejamiento se distancian de Jesucristo muerto y resucitado en Jerusalén y de los hermanos que allí se reúnen a bendecir a Dios (24,52-53) y a esperar «la fuerza que viene de lo alto» (24,49; ver Hch 1,4). Alejarse de Jerusalén, por tanto, es abandonar al Señor y sustraerse a la donación del Espíritu y, por lo mismo, abortar la misión (cfr. Hch 1,8).
Jerusalén representa el ámbito teológico de encuentro con Jesucristo vivo, razón de la esperanza, fuente de inteligencia espiritual y fuerza para el testimonio. Emaús, en cambio, representa en el relato de Lucas lo cotidiano, lo de antes y lo de siempre, es decir, la muerte de la ilusión que Jesús había sembrado en ellos, el sin sentido, refugio a la desesperanza por la lejanía con el Resucitado y su comunidad pascual. Allí, en Emaús, sólo es posible la tristeza y el vacío por la falta de fe en la obra de Dios por su Mesías.
Hacer el camino de Jerusalén a Emaús (Lc 24,13) es deshacer el itinerario pascual, hundiéndose en la derrota al creer que Dios no pudo vencer el pecado y la muerte. En el camino a Emaús, Jesús invita a sus dos discípulos, que no lo reconocen, a rehacer el itinerario pascual gracias al cual comprenderán el plan salvador del Padre llevado a cabo por su Ungido. Volverán inmediatamente de Emaús a Jerusalén (24,33), porque nada tienen que hacer en la aldea que representa la derrota cuando en realidad el Mesías de Dios está vivo en medio de los suyos en Jerusalén.El itinerario pascual de los de Emaús está compuesto de sucesivos momentos en donde unos requieren y completan a los otros:

a- La interpelación de la realidad de incredulidad y desaliento por parte de Jesús Maestro y Pastor.
b- El discernimiento de la voluntad del Padre en virtud de la enseñanza de Jesús Profeta quien, anunciado en la Antigua Alianza, abre el sentido genuino de la Escritura.
c- El gesto sacramental de Jesús Sumo sacerdote que ilumina y sana a los dos de Emaús dotándolos de aquella luz interior que abre al conocimiento y a la adhesión vital del Mesías.
d- El testimonio de los de Emaús acerca de lo que han escuchado y vivido; la experiencia personal con Jesús la transforman de inmediato en anuncio del Señor resucitado para vida del mundo.
e- Todo el itinerario pascual tiene un fundamento: el acontecimiento liberador de Jesús de Nazaret, Mesías e Hijo de Dios.

Jesús Maestro, Profeta, Sacerdote y Señor sale al encuentro de dos de sus discípulos para caminar con ellos y hacerse cargo de su realidad, sanar su condición y enviarlos a extender su misión. Para esto, en el camino de la vida, Jesús invita a los de Emaús a celebrar la liturgia del peregrino en la fe, sediento del Mesías, y les ofrece el pan de su palabra y el pan de la eucaristía, alimentos mesiánicos que los transforman en testigos de la buena noticia de la salvación.
En el trasfondo de este itinerario pascual se halla la convicción cristiana de que la fe nace del anuncio del acontecimiento de Jesucristo muerto y resucitado, fuerza salvadora del Padre que, por la acción eficaz del Espíritu, la Iglesia sigue extendiendo por el mundo entero.
Comenzamos esta reflexión por este acontecimiento salvífico.

2- Jesucristo, el acontecimiento liberador
La pregunta de un desconocido a los de Emaús sobre lo que vienen conversando (Lc 24,17) tiene por respuesta la información de lo que ha pasado en Jerusalén en «estos días» (24,18). La respuesta no es una doctrina o teología sobre Jesús, sino la narración de un acontecimiento, cuyo protagonista es Jesús, y la manifestación de las esperanzas que había suscitado en ellos. Jesús de Nazaret, tenido por profeta de Dios y liberador de Israel, fue entregado por las autoridades a la muerte en cruz, y de esto hace ya tres días. Algunas mujeres dicen que su cuerpo no está donde lo sepultaron porque se enteraron por los ángeles «que está vivo» (24,19-24).
La respuesta contiene, sin que los de Emaús lo sepan, el kerigma o profesión de fe de la Iglesia apostólica (Lc 24,20-22), kerigma que Pablo resume así: «Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15,3-4; cfr. Hch 10,39-40). La fe en Jesucristo arranca del anuncio de un acontecimiento salvador: el Padre Dios, por su Hijo Jesús muerto y resucitado por nosotros, constituido Señor y Mesías (Hch 2,36; 5,31; 10,42), nos ofrece vivir en comunión con él (Jn 1,17; Rom 8,1-4).
El Espíritu Santo que abre al don de la fe y de la conversión introduce al creyente en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y comunidad de salvación, y es quien posibilita una vida en creciente sintonía con la condición de nueva criatura (Gál 5,16-26; Rom 8,14).

3- Jesucristo y la interpelación de la vida
Los de Emaús han perdido la fe en Jesús. Retornan desconcertados a su aldea. Aquel en quien habían puesto su esperanza se reveló inoperante: «Nosotros esperábamos que él fuera el que iba a liberar a Israel» (Lc 24,21). Ellos dos, como muchos de su tiempo, alentaban la idea de un mesías poderoso en obras y palabras, capaz de revertir la situación de opresión que vivía Israel bajo el yugo romano, haciendo de Jerusalén el centro sagrado desde el cual el Santo de Israel atraería hacia sí a todas las naciones (Zac 14; ver Mc 10,35-37). Confunden “Reino de Dios” con “reinado de Israel” sobre las naciones (Hch 1,6).
Este mesianismo nacionalista no fue capaz de dar sentido a la existencia de los dos de Emaús, que representan a muchos discípulos de Jesús. Vuelven a lo de siempre, tristes, desconcertados y con sus esperanzas deshechas. Mientras no sean capaces de abandonar sus planes y se dejen encontrar por Jesucristo vivo no cambiarán sus motivaciones ni su conducta.
El encuentro se inicia por iniciativa de Jesús quien interpela sus vidas. «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?», les pregunta (Lc 24,17). Ellos relatan lo que han vivido los últimos tres días en Jerusalén (24,19-24). Insisten en sus anhelos rotos: han confiado en Jesús como profeta de Dios y liberador de Israel, pero terminó muerto en cruz. Ya nada se puede hacer (24,21). La amargura no puede ser mayor. «Sus ojos estaban cegados» nos informa Lucas (24,16), es decir, no logran comprender por qué su líder acabó muerto, situación que afecta substancialmente su condición de vida actual y su futuro. Aquel profeta «poderoso en obras y palabras» en quien creyeron, ¡no era el liberador de Israel! (24,19.21).
Jesús le reprocha a los de Emaús su falsa comprensión de los planes de Dios. Mientras ellos piensan en un liberador nacionalista que conduzca a Israel a la cabeza de las naciones, Dios ofrece a su Ungido o Cristo que, como Siervo sufriente de Dios (Is 52,13-53,10), guía a la humanidad al encuentro con el Padre (Lc 24,26).
Sin Jesús, la senda recorrida de Jerusalén a Emaús se convierte en desencanto pascual. Dejarse encontrar por Jesucristo es rehacer el itinerario pascual, pasando de la ceguera de los ojos y de la desesperanza del corazón al sentido salvífico de los acontecimientos (Lc 24,31: “ojos que ven”) y a la adhesión vital a Jesucristo vivo (24,32: “corazón que arde”).
Este itinerario o camino pascual se inicia tomando conciencia de la propia realidad, de lo que soy y cómo estoy frente a Jesús, a mí mismo y a los hermanos. No hay camino pascual sin hacerme cargo de mi propia realidad de pecado para ofrecerla al Mesías, quien sólo así puede hacernos vivir el proceso de transformación en «nueva criatura» (2 Cor 5,17; Gál 6,15; Ef 2,15; 4,24).

4- Jesucristo y las Sagradas Escrituras
A partir de las nefastas huellas que han dejado los últimos acontecimientos en los de Emaús, Jesús los invita a escrutar la voluntad de Dios: “¿por qué son tan torpes y no comprenden lo que dicen las Escrituras acerca del Mesías de Dios?” (cfr. Lc 24,27). La pregunta equivale a “¿por qué tienen el corazón obstinado y los ojos cegados (24,16.31) para comprender los planes de Dios de liberar a Israel y a la humanidad oprimida?”.
Jesús, Palabra eterna del Padre (Jn 1,1-2), «empezando por Moisés y siguiendo por los todos los profetas» (Lc 24,27), les abre el sentido de la Escritura para que comprendan y acepten (cfr. 14,25) que lo prometido en ella por Dios se ha cumplido en Jesús de Nazaret. En este encuentro, la palabra es mediación de comunicación, pues, por un lado, expresa la desilusión humana (palabra del hombre) y -por otro- revela el misterio de la redención divina (palabra de Dios). Luego, los de Emaús reconocen la fuerza de la palabra de Jesús: su corazón arde cuando les habla y les abre el sentido de la SSEE (24,32; cfr. Hch 17,2-3). Interpretar la SSEE es penetrar con los “ojos” (comprensión) y aquilatar con el “corazón” (afectos) la buena noticia de Jesús (Mc 1,1) como voluntad del Padre Dios.
Cuando en el NT se habla de «las Escrituras» -como en Lucas 24,27.32 (ver 2,23-24)- es para hacer una explícita referencia a la voluntad de Dios expresada en los Libros Sagrados. Jesús, por tanto, remite todos los acontecimientos ocurridos en Jerusalén respecto a su persona a la voluntad salvífica de su Padre. Al conocimiento de esta voluntad divina se accede mediante una lectura complexiva, mesiánica y significativa de la SSEE:

a- Complexiva: «Empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas…» (Lc 24,27). Es la lectura que abarca toda la SSEE, sin cercenarla ni prefiriendo unos textos sobre otros.
b- Mesiánica: «Les explicó lo que decían de Él…» (Lc 24,27). Es la lectura que explica la SSEE en razón del Mesías y Siervo de Yahveh que ofrece su vida para la redención de la humanidad (24,26). El fin principal de la antigua alianza «era preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente (Lc 24,44; Jn 5,39; 1 Pe 1,10), presentarla con diversas imágenes (1 Cor 10,11)», (Dei Verbum, 15).
c- Significativa: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32). Es la lectura que interpela la vida concreta de los destinatarios de la Palabra, suscita aquella luz que abre sus ojos y aquel gusto por la Palabra que sacia el corazón. Se trata de una interpretación que toca los anhelos humanos más profundos, por eso se reconoce la autoridad de la palabra proclamada y genera la admiración por la obra maravillosa de Dios (2,33; 4,22; 9,43; 13,17; 24,12).

Esta forma de penetrar en la voluntad de Dios consignada en la SSEE es la que «discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Heb 4,12-13) y suscita nuestra adhesión vital a Jesucristo.

5- Jesucristo y gestos sacramentales
A la enseñanza que explica el sentido de la vida de Jesús sigue el gesto sacramental que alimenta la adhesión vital a él. Aún los ojos de los de Emaús están cegados y no reconocen en el peregrino al Mesías, al «profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo», al «libertador de Israel» (Lc 24,19.21).
La mesa preparada por el anuncio de la Palabra y el pan bendecido, partido y compartido (Lc 24,30) configuran el momento sacramental que lleva a plenitud el encuentro con Jesucristo vivo. Sólo «entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (24,31). Aquella cena de los de Emaús con Jesús, Lucas la llama «fracción del pan» (1 Cor 10,16; Hch 2,42.46) y la presenta con los mismos verbos que emplea para la institución de la Eucaristía: «Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, rezó la bendición, lo partió y se lo dio» (ver Lc 24,30 y 22,14.19).
Desde su origen la celebración cristiana une palabra y gesto sacramental. La Eucaristía, pues, es comunión por el diálogo y el sacrificio, por la Palabra y el Cuerpo del Señor, realidades que se exigen mutuamente, aunque cada una con su propia eficacia. Juan Pablo II nos dice que «en cada celebración eucarística el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida» (Dies Domini, 39; ver nº 40; cfr. Sacrosanctum Concilium, 7).
De inmediato después de “la fracción del pan” se les abrieron los ojos a los de Emaús y reconocieron al Resucitado, pero Jesús desapareció de su lado (Lc 24,31). Ellos, luego, darán testimonio de lo que les ocurrió «cuando iban de camino y cómo lo reconocieron al partir el pan» (24,35). El gesto sacramental de partir el pan es el alimento que lleva a su plenitud en los de Emaús aquella luz sobrenatural que les permite adherirse con fe intensa a Jesucristo vivo, liberador de Israel.
Mientras que por las palabras de Jesús, que les llegan “al corazón”, reconocen que lo sucedido al Nazareno es la voluntad de Dios consignada en la SSEE (Lc 24,32), por la participación en la fracción del pan abren “los ojos” y reconocen que el Nazareno, que murió en la cruz «hace tres días» (24,21), ha resucitado. Aquellos corazones obstinados y ojos incapacitados (24,16) para reconocer al Resucitado que camina con ellos son iluminados con el Pan de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, haciendo posible el conocimiento del misterio divino revelado (cfr. Heb 10,32).
Los dones de Cristo (Jn 6,31.49), Palabra y Cuerpo, son los dones escatológicos del nuevo pueblo de Dios (Sal 78,23-25; Ap 2,17) «que mantiene a los que creen» en él (Sab 16,26), y cuya inmediata consecuencia es el testimonio (Lc 24,33-34).

6- Jesucristo y el discípulo enviado como testigo
El camino a Emaús, ya lo hemos dicho, es retorno a lo cotidiano, a la vida que los discípulos tenían antes de conocer al Señor. Establecerse en Emaús es matar la ilusión de la liberación de Israel, el fin de la utopía humana (Lc 24,21). Refugiarse en Emaús es aceptar el fracaso del plan salvador de Dios, el fin de la utopía divina.
En el camino a Emaús ocurrió el encuentro con el Resucitado y el reencanto con su persona y con la misión que les confió. Por eso no se establecen en Emaús, sino que regresan a Jerusalén, la ciudad donde los espera el poder de lo alto y la comunidad apostólica que confiesa a su Señor. Aquí, en Jerusalén, aquilatarán con los apóstoles su experiencia del Resucitado. Desde aquí, de Jerusalén, saldrán esta vez a anunciar a todas las naciones «la conversión y el perdón de los pecados» (Lc 24,47; Hch 2,38). En Jerusalén, no en Emaús, se forjan los testigos de aquel «que vino a dar su vida en rescate por todos» (Mc 10,45), escuchando al Señor no abandonándolo se generan los heraldos de la Buena Nueva.
El camino de Galilea a Jerusalén (Lc 9,51) es la senda del discipulado, de quien sigue a Jesús (Hch 1,21; 4,13) para estar con él y aprender de él (Mc 3,14). El camino de Jerusalén a Emaús es la ruta interior del desencanto y del abandono del seguimiento. El regreso de Emaús a Jerusalén es la senda de la escucha de la Palabra y de la fracción del pan para reconocer al Resucitado y vivir en comunión con él. El camino de Jerusalén hasta los extremos de la tierra (Hch 1,8) es la senda del misionero, es decir, del Espíritu que suscita testigos del Señor resucitado (4,31; ver Mc 3,13-14).
Los “caminos” por donde transita el discípulo se convierten así en itinerarios o caminos pascuales que conducen de la falta de fe y de la desesperanza al reconocimiento de Jesucristo vivo y a su anuncio gozoso.

7- Pedagogía de Jesús e itinerario pascual del discípulo
7.1- La pedagogía de Jesús
El encuentro con los de Emaús revela la pedagogía de Jesús, «maestro bueno» (Mc 10,17), que conduce a desanimados discípulos a la proclamación del Resucitado y a la inserción en la comunidad pascual. La función de “maestro” de Jesús se completa con otras funciones, presentes en el relato de Emaús y en el NT, que sustentan su pedagogía.

7.2- Jesús-Maestro y la interpelación de la vida (Lc 24,15-24)
La figura del maestro o rabino es muy venerada en el NT. Los maestros son expertos en la interpretación de la Ley de Moisés y de sus tradiciones. Para Jesús, un “maestro sabio” es quien discierne la ley antigua desde la novedad del Reino (Mt 13,51-52), por tanto, desde la aceptación de Jesús como Mesías que cumple las promesas de la Escritura (1 Cor 15,3-5; ver Hch 13,32-33).
Para los de Emaús, la sabiduría de Jesús-maestro se expresa en preguntas sin importancia aparente: «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?... ¿Qué ha pasado?» (Lc 24,17.19). Gracias a estas preguntas, cuyas respuestas Jesús conoce, saca a la luz la íntima realidad de sus dos defraudados discípulos (24,19-24).
La pedagogía de Jesús-maestro parte por hacerse cargo de la realidad del otro acogiendo sus esperanzas y tragedias (Lc 24,19); luego lo anima a contarla para poder sanarla. Al discípulo le corresponde la adhesión a Jesús-verdad que da sentido a sus sufrimientos, y la comunión con Jesús-vida que lo hace partícipe de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Nada de esto es posible si no se pone la propia realidad bajo la fuerza revitalizadora del Maestro.

7.3- Jesús-Profeta y la revelación de la voluntad del Padre (Lc 24,25-28)
El profeta es el hombre elegido por Dios para escudriñar el corazón del hombre y la historia desde el conocimiento que tiene del plan salvífico de Yahveh. Jesús es el «gran Profeta» del Padre (Lc 7,16) en quien encuentra su cumplimiento toda la Ley y los Profetas (Mt 5,17-20; Heb 1,1-2) y por quien el Padre se ha dicho completa y verazmente (Jn 1,3.14).
La labor pedagógica con los de Emaús, la continúa Jesús-profeta mediante una catequesis bíblica que saca a la luz el sentido mesiánico de las Escrituras. Este sentido es explícita voluntad de Dios, es decir, es lo que los de Emaús deben creer acerca de Jesús, liberador de Israel (Lc 24,21; ver 24,45-47), porque Dios es fiel a sus promesas (Rm 15,8-9).
Quien busca escuchar a Jesús-profeta «como los discípulos» deja que su Señor le despierte el oído, sin resistirse ni echarse atrás (Is 50,4-5). La escucha atenta de la Palabra de Dios produce la obediencia filial a Dios como el mejor de sus frutos…, y al hijo no le importa tanto comprender las razones del Padre cuanto confiar y entregarse a sus designios de salvación, porque sabe que él es su Padre y no lo va a defraudar.

7.4- Jesús-Sumo Sacerdote y el cumplimiento de la voluntad del Padre (Lc 24,29-30)
La institución del sacrificio eucarístico (Lc 22,19 y 24,30) es función propia de Jesús en cuanto Sumo Sacerdote (el oferente; Heb 2,14-18; 7,20-28) y en cuanto Cordero del sacrificio (la ofrenda). Jesús, Sacerdote y Víctima, es el mediador perfecto de la nueva alianza (9,11-12).
Apenas Jesús celebra la fracción del pan se abren los ojos de los de Emaús (Lc 24,16) y lo reconocen de inmediato (24,30-31; ver 24,32).
La pedagogía de Jesús-Sumo sacerdote conduce a su plenitud en la fracción del pan la luz sobrenatural gracias a la cual los de Emaús reconocen que el mismo que había sido crucificado ha resucitado (Lc 24,21). La participación en la mesa de la Palabra y del Pan abren al discípulo al conocimiento íntegro del Resucitado y a su adhesión vital, y renuevan su capacidad de juicio y discernimiento para saber «cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,1-2; cfr. Didajé, IX 3).

7.5- Jesús-Señor y el envío de sus testigos (Lc 24,31-35)
Al final del encuentro con los de Emaús, Jesús se revela señor de los suyos y de la historia y los envía como testigos (Lc 24,31-35). El Mesías resucitado ha sido constituido por Dios Señor de la vida y de la muerte (Flp 2,9-11), «Alfa y Omega, principio y fin» (Ap 21,6), «amén» del Padre, «testigo fiel y verdadero» (3,14). En él y por él toda criatura alcanza la plenitud de su vocación (21,5; 1 Cor 15,25-27). La soberanía celestial del Señor junto a su Padre (Hch 3,21) garantiza que su fuerza salvadora -que la Iglesia debe proclamar siempre- se haga presente en todo tiempo y lugar.
La explicación del sentido de la entrega de Jesús según la Sagrada Escritura y la iluminación sobrenatural para acogerla transforman la desilusión y la desesperanza de los de Emaús en “ojos iluminados” y “corazones ardientes”.
La pedagogía de Jesús-Señor lleva a los de Emaús a testimoniar al Resucitado con quien se encontraron en el camino de sus vidas. El discípulo es por definición un testigo de «los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros» (Lc 1,1-2; ver 24,48). Los de Emaús deben volver a Jerusalén para ser revestidos con la fuerza de los testigos: el Espíritu Santo que suscita la obediencia de fe (Hch 1,8; ver 5,29-32). La experiencia del Resucitado y la misión deben ser validadas por la comunidad apostólica (Lc 24,33-35). Al discípulo le corresponde aprender del Testigo fiel e imitar su conducta para anunciarlo a sus hermanos.

8- Escuchar a Jesús
En el camino de la vida necesitamos luz y fortaleza si realmente queremos ser discípulos del Resucitado. Reconocer y escuchar al Maestro que camina con nosotros se convierte en una necesidad vital por cuanto de esto depende nuestra identidad de cristianos en el mundo y nuestra misión en la Iglesia y la sociedad.

Que, como los de Emaús, escuchemos a Jesús, Maestro y Profeta, que nos abre el sentido de las Escrituras y parte para nosotros el pan, dones mesiánicos que llenan de luz nuestros ojos y de ardor nuestro corazón. Que en este mes de la Biblia nos dejemos acompañar por el Peregrino de Emaús que nos explica el sentido de su existencia y nos implica en su misión.

+ Santiago Silva R.
Obispo Auxiliar de Valparaíso
Presidente Comisión Nacional de Pastoral Bíblica
FUENTE :
www.iglesia.cl/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

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