viernes, 26 de octubre de 2007

LA CRUZ Y EL MUCHACHO.

LA CRUZ Y EL MUCHACHO.

“ SAN FRANCISCO DE ASÍS ABRAZANDO A CRISTO “ – BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

Una vez una persona andaba buscando al Señor. Le habían comentado de una invitación que hacía a todos para llegar hasta su Reino, donde decían que tenía reservada una morada para cada uno de sus amigos.
Y él también tenía ganas de ser amigo del Señor. ¿Porqué no ? Si otros lo habían logrado ¿Quién le impedía a él llegar a ser uno de ellos?
Averiguando acerca del paradero, se enteró de que el Señor se había ido monte adentro con una hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos, lo que necesitarían para el viaje. Y se fue a buscarlo. Los golpes del hacha lo fueron guiando hasta un claro. Atravesó los arbustos tratando de acercarse al lugar de donde provenían los golpes. Las pegajosas hojas de la jara se prendía a la ropa, pero no lograron detenerlo, porque era hombre decidido.
Al fin llegó. Y se encontró con el mismísimo Nuestro Señor, que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos antes de partir hacia su casas a fin de disponer un lugar para cada uno.
- ¿Qué estás haciendo? -le preguntó el joven al Señor.
- Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz con la que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en mi Reino.
- ¿Puedo ser yo también uno de tus amigos? -volvió a preguntar el muchacho.
- ¡Claro que sí! -le dijo Jesús-. Es lo que estaba esperando que me pidieras. Si quieres serlo de verdad, tendrás que llevar también tu cruz y Porque yo tengo que adelantarme para ir preparando un lugar .
-¿Cuál es mi cruz, Señor?
- Esta que acabo de hacer.Sabiendo que venias y viendo que los obstáculos no te detenían, me puse a preparártela especialmente y con cariño para ti.

La verdad que muy, muy preparada no estaba. Se trataba prácticamente de dos
troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación ni arreglos. Las ramas de los troncos habían sido cortadas de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada, y sobre todo muy mal terminada. El joven al verla pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en preparársela. Pero como quería realmente entrar en el Reino, se decidió a cargarla sobre Sus hombros, comenzando el largo camino, con la mirada en las huellas del Maestro,

No bien cargó la incómoda cruz, hizo también su aparición Mbas Pochy -el diablo-, Es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones .Y en aquella circunstancia no fue diferente Porque donde anda Dios, asimismo anda el diablo. Sobre todo en los montes. Desde atrás gritó al joven que ya se había puesto en camino:

- ¡Te olvidaste de algo!
Extrañado por aquella llamada, miró para atrás y vio a Mandinga muy comedido, que se acercaba sonriendo con el hacha en la mano para entregársela.

- ¿Pero cómo? ¿También tengo que llevarme el hacha? - preguntó molesto el muchacho,
- No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente-. Pero pienso que es conveniente que te la lleves por lo que puedas necesitar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada una hachita tan linda,
La propuesta le pareció tan razonable que sin pensar demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino.
Duro camino. Por varias cosas. Primero, y sobre todo, por la soledad. El creía que lo haría con la visible compañía del Maestro. Pero resulta que se había ido, dejando sólo sus huellas. Soledad, y a veces la ausencia que más duele en este camino es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como sí nos hubiera abandonado. El camino también era duro por otros motivos. En realidad no había camino. Simplemente eran huellas por el monte y las estepas. Hacía frío en aquel Invierno y la cruz era pesada. Sobre todo era molesta por su falta de terminación. Parecía como si sus salientes se empeñaran en engancharse por todas partes a fin de retenerlo. Y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el camino.

Una noche particularmente fría y llena de soledad, se detuvo a descansar al descampado.
Depositó la cruz en el suelo, a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Quizá el Maligno -que lo seguía a escondidas- ayudó un poco arrimándole la idea mediante el brillo del hierro del instrumento. Lo cierto es que se puso a arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue sacando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortadas, que tantos disgustos le estaban proporcionando en el camino. Y consiguió dos cosas.
Primero mejorar el madero Y, segundo, se agenció un montoncito de leña que le vino al pelo para prepararse un fuego con el que calentar sus manos ateridas.

Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche a noche su cruz fue siendo mejorada, pulida por el trabajo que en ella iba realizando. Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera necesaria para el fuego amigo de cada noche. Casi, casi se sintió agradecido hacia Mandinga que le había hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía el trabajo sobre la cruz.

Estaba satisfecho con la tarea, y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte. La cruz tenia ahora un tamaño razonable y un peso mucho mejor. Y además se trataba de algo esmerado. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros. Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano a manera de estandarte, para así identificarse ante los demás como seguidor del crucificado, y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta el punto que llegaría al Reino con la cruz colgando de una cadenita al cuello como un adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.

Y consiguió su meta. Es decir: sus metas. Porque para cuando llegó a las murallas del Reino se dio cuenta de que gracias a su trabajo, estaba descansado y además podía presentar una
cruz muy bonita, que ciertamente quedaría como recuerdo en la casa del Padre. Pero no todo fue tan sencillo . Resulta que la puerta de entrada al reino estaba colocada en lo alto de la muralla. Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como una ventana a una altura imposible de alcanzar.
Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándole a entrar.

- Pero, ¿cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.
- Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella utilizándola como escalera- le respondió Jesús - Yo le dejé a propósito los nudos para que te sirviera. Además tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta la entrada.

En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el Señor la había preparado bien. Sin Embargo ya era tarde, su pequeña cruz, pulida, y recortada, le parecía ahora un juguete, inútil. Era muy bonita pero no le servía para entrar. Mandinga había resultado mal consejero y peor amigo.

Pero el Señor es bondadoso y compasivo. No podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo , y otra oportunidad :

-Vuelve sobre tus pasos.Seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no da más, y ha quedado aplastado bajo su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera conseguirás que haga su camino y llegue. Y él te ayudará a vos a que puedas entrar.
FUENTE : www.pazybien.org/materiales/Textos/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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