En el siglo I de nuestra era, los caminos del imperio romano eran recorridos por numerosos propagandistas de doctrinas religiosas y filosóficas. Muchos de ellos se presentaban con las características de ayuda al prójimo, benevolencia, pureza de intención, franqueza de palabra, desinterés y con una conciencia de ser enviados por los dioses. Si bien estas características pueden estar exageradas, muchos de ellos debían gozar de muy buena fama.
Por su parte, también entre los judíos había un importante espíritu misionero, donde los fariseos se encontraban en primera fila (cf. Mt 23,15). Ellos proclamaban la superioridad del monoteísmo hebreo (= un solo Dios invisible), la nobleza de los valores morales encerrados en la Biblia (especialmente en la ley de Moisés) y la glorificación de Abraham como figura religiosa de valor universal. Los judíos se jactaban inclusive de una tradición de sabiduría humanística no inferior a la griega.
Pablo no fue ni el único ni el primer misionero del cristianismo en los orígenes. Particularmente activos se mostraron los cristianos "helenistas". Es sobre todo al espíritu de estos misioneros/as -la mayoría anónimos- al que se deben los verdaderos comienzos de la apertura al mundo no-judío. Esta ala emprendedora del primer cristianismo preparó el terreno para la actividad misionera de Pablo. No son pocas las informaciones particulares y detalladas que el libro de los Hechos nos ofrece de su actividad:
a) Los centros urbanos que tocó fueron, en primer lugar, Damasco, Tarso y Antioquía en la provincia romana de Siria; luego Chipre y el sur del Asia Menor. Más tarde las ciudades de Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto en Europa. Finalmente, Éfeso, capital de la provincia romana de Asia. Se detalla particularmente la lista de localidades que tocó Pablo en su camino hacia la ciudad santa al final de la misión europea y asiática (He 20,3-21,16).
b) No faltan tampoco datos concretos sobre la duración de su presencia: un año en Antioquía; un año y seis meses en Corinto; dos años y tres meses requirió la evangelización de Éfeso, aunque la estancia completa duró tres años; tres meses en Grecia al final del último viaje misionero. Si bien el libro de los Hechos de los Apóstoles tiende a organizar la información según el esquema de una serie de viajes, no se puede decir que Pablo pasó de ciudad en ciudad en una marcha frenética.
c) También se destacan los nombres de sus numerosos colaboradores: Bernabé, Juan Marcos, Silas, Timoteo, Aquila y Priscila, Apolo, Crispo, Sóstenes. A su vez, los compañeros de su último viaje a Jerusalén fueron Sópatros, Aristarco, Segundo, Gayo, Timoteo, Tíquico y Trófimo (20,4-5).
d) Finalmente, son dignas de fe las valoraciones sobre el éxito o el fracaso conseguido por la predicación del apóstol. Éste creó florecientes comunidades en Filipos, Tesalónica, Corinto y Éfeso, mientras que fracasó en Atenas. La adhesión de los no-judíos, muy prometedora, sirvió de contraste al rechazo de muchos judíos que eran hostiles a su persona.
2. PABLO MISIONERO SEGÚN SUS CARTAS
La misión de Pablo se presenta bajo una luz distinta en las cartas.
a) Puede decirse que los primeros pasos de Pablo como misionero fueron de escasa eficacia.
Después de todo, dado su pasado, no le resultaría fácil integrarse en el movimiento de Jesús. De hecho, la Carta a los Gálatas coincide con los Hechos de los Apóstolos en destacar las dificultades que encontró para que lo aceptasen en la Iglesia de Jerusalén y en las comunidades cristianas de Judea (Gál 1,2 y He 9,26-30).
b) La situación cambió cuando Bernabé lo introdujo en la comunidad de Antioquía, que lo elegiría como representante suyo y lo mandaría como misionero bajo la dirección del mismo Bernabé. Pablo se afirma como misionero comprometido en el anuncio del Evangelio al mundo no-judío y se convierte en figura de relieve a comienzos de los años 40 d.C..
c) Los viajes son solamente traslados desde un centro urbano a otro, en donde el apóstol se detiene largamente para anunciar el Evangelio y echar bases sólidas a comunidades que están creciendo. Más que los viajes, la misión paulina está caracterizada por la permanencia en algunas grandes ciudades, como Filipos, Tesalónica y sobre todo Corinto y Éfeso, verdaderas estaciones misioneras y puntos de irradiación de la Buena Noticia en las regiones respectivas.
MAPA DEL SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE SAN PABLO.
6. ELEMENTOS CLAVES EN LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA
Nos interesa ahora captar los rasgos sobresalientes de la espiritualidad que sustentaba este proyecto misionero:
a) "Cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría" (1Cor 2,1). Esta confesión hecha a los corintios revela en Pablo una percepción del lugar que él ocupa: sabe que no es más que un instrumento. Frente a los mismos corintios reivindica enérgicamente esta verdad, cuando se entera que se han dividido en varios partidos tomando como punto de referencia las grandes figuras de los misioneros/as: ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo? (...) ¡Servidores por medio de los cuales han creído! Y cada uno según lo que el Señor les dio. Yo planté, Apolo regó: mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos compañeros de trabajo de Dios y ustedes, campo de Dios, edificación de Dios" (1Cor 3,5-9). Dios lo es todo; Él posee una primacía absoluta en este emprendimiento. Es Él el que concede la fe, la gracia y quien promueve el crecimiento. Es Dios quien tiene su plan -como se decía más arriba- y quien lo lleva adelante. El evangelizador/a ha recibido una misión particular, una gracia (1Cor 15,11) a la que debe ser fiel (cf. 1Cor 3,11-15).
b) Otra clave importante proviene de la fe en Jesús. Pablo la refleja en la expresión "vivir en Cristo". Todos los trabajos y los esfuerzos se van realizando "en Cristo" (Rom 16,12; 1Cor 15,58). El misionero/a, cimentado "en Cristo" permanece firme en todas las vicisitudes de la vida (FiI 4,1), porque en Él todo lo puede (cf. FiI 4,13). Entonces Cristo se convierte, en cierto sentido, en sujeto de sus acciones; tanto que puede afirmar: "Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí: la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20).
c) Pablo descubre en su vida y en la vida de las comunidades la presencia del Espíritu. Esta presencia en los cristianos hace que Él sea el principio de una nueva vida, actuando como la nueva ley escrita en el corazón (Rom 8,2). Así, el Espíritu transforma a los que lo acogen, en personas "espirituales", es decir, movidos por Él (Gál 6,1). La comunión que se vive en las comunidades no sólo es obra de los creyentes sino, sobre todo, del Espíritu (2Cor 13,13; FiI 2,1). El libro de los Hechos de los Apóstoles refleja una honda convicción: el Espíritu va conduciendo permanentemente la vida y la misión de la Iglesia naciente (6,5.10; 8,17.39; 10,45; 11,12.15; 13,2).
d) La vida "en Cristo y en el Espíritu" hacen brotar la oración como un trato familiar y una comunicación constante con Dios. En el caso de Pablo, la oración se manifiesta casi en cada página de sus cartas: oraciones largas o breves, que concluyen o inician sus reflexiones (cf Rom 1,10; 15,20-32; 2Cor 12,8-9; Gál 1,5; Ef 3,14-21). Las plegarias paulinas están profundamente enraizadas en su vida misionera. Invariablemente el tema de sus peticiones, acciones de gracias, alabanzas, súplicas a Dios por él o por los demás es la extensión del Reino de Dios. Así, a modo de ejemplo, en la carta a los tesalonicenses da gracias a Dios porque "han acogido la Palabra de Dios (...) que permanece operante" en ellos (1Tes 1,2-3) y porque crecen en la fe, el amor y la esperanza (1Tes 1,2-3). Pide al Señor que le conceda volver a verlos para completar lo que falta a su fe (1Tes 3,9-10). Es la problemática cotidiana del trabajo misionero, junto con los triunfos y éxitos logrados, lo que alimenta y sostiene su actitud orante. Suplicará que oren por él para que Dios lo libre de una tribulación (2Cor 1,11), para que se apruebe la colecta en favor de los hermanos de Jerusalén (Rom 15,30-31) o para que obtenga la libertad (File 22).
e) Impresiona también cómo en plena expansión misionera de la fe, los creyentes tuvieron que realizar grandes esfuerzos de reflexión y discernimiento. A medida que las cuestiones se iban presentando, las comunidades abordaban dichos planteamientos en diversas instancias. En este punto, sobresale con claridad el conflicto surgido a raíz de la acogida de la fe cristiana por parte de los no-judíos (cf. He 15; Gál 2,1-15). Si bien Pablo tenía su posición tomada, se "expuso" a confrontarla con "los que eran tenidos por notables... para saber si había corrido en vano" (Gál 2,2). La conciencia de que el Espíritu los asistía no les ahorró esfuerzo y tensiones para clarificar los senderos por dónde había que transitar.
7. LAS ACTITUDES DEL MISIONERO/A
Resaltamos las principales actitudes que caracterizaron a quienes llevaron adelante este impulso misionero:
1) Partir de la realidad. "Mientras Pablo los esperaba (a Timoteo y a Silas) en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos" (He 17,16). "Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos" (17,18). "Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar sus monumentos sagrados..." (17,22-23). Todas estas referencias son del relato que el libro de los Hechos de los Apóstoles hace del intento de evangelización en la capital de Grecia: Atenas. "Ver", "pasar", "conversar" y "contemplar" son verbos que manifiestan una disposición grande a conocer y descubrir "al otro" allí donde está. El punto de partida en la evangelización no es lo que el misionero/a trae sino los valores que las personas manifiestan.
2) Proponer; no imponer. La misión de Pablo nunca pretendió ser impositiva ni dominadora. A los corintios, en momentos difíciles de la relación, les decía: "No pretendo hacerme dueño de ustedes ni de su fe, sino contribuir a su gozo: en cuanto a la fe, ya están firmes" (2Cor 1,24). Aunque, como padre en la fe (1Cor 4,15), se ve obligado en ocasiones a ejercer su autoridad, intenta siempre dar la suficiente confianza para que la comunidad decida por sí misma y aclare sus problemas. Los llama a la responsabilidad en el contexto de la fe (1Cor 5,5) y bajo la única autoridad del Señor (Ef 4,5). Es interesante ver cómo Pablo distingue su propio parecer de las normas irrenunciables de la tradición apostólica (1Cor 7,12.15) o cómo aprovecha cualquier interrogante para dar orientaciones en la fe (1 Cor 8-10).
3) La "cordialidad". "Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con ustedes, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta forma, amándolos a ustedes, queríamos darles no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habían llegado a sernos muy queridos. Pues recuerdan hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de ustedes, les proclamamos el Evangelio de Dios. Ustedes son testigos, y Dios también, de qué santa, justa e irreprochablemente nos comportamos con ustedes los creyentes. Como un padre a sus hijos, lo saben bien, a cada uno de ustedes los exhortábamos y alentábamos, conjurándolos a que viviesen de una manera digna de Dios, que los ha llamado a su Reino y gloria" (1Tes 2,7-12). "Los llevo en mi corazón, partícipes como son todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús" (Fil 1,7-8). Con mucha claridad puede verse en estos textos en qué términos se da la relación entre los misioneros/as y las comunidades. Los sentimientos de afecto y cariño no pueden faltar, ya que la misión no es una tarea profesional sino un vínculo profundo entre las personas. La evangelización es como una gestación (1Cor 4,15; Gál 4,19-20) en donde fermentan relaciones de intimidad y de gran cordialidad. En Éfeso algunos jefes no judíos son amigos de Pablo, y son ellos quienes lo salvan de la revuelta de los orfebres (cf. He 19,23-40). En Galacia, los que se preparaban para el bautismo se habrían "sacado los ojos" por él durante el tiempo de su enfermedad (Gál 4,12-15). Pablo sentía nostalgia por sus hermanos lejanos, como ocurrió con los tesalonicenses después de su partida (cf. 1Tes 2,17-18). Está angustiado hasta el extremo y prefiere quedarse sin colaborador con tal de mandar y recibir noticias (1Tes 1,3-5). Le dice a la comunidad de Corinto que de buena gana se gastará y desgastará hasta agotarse por ellos (cf. 2Cor 12,15). La carta a Filemón también es testigo privilegiado del corazón de Pablo: "Te ruego por el hijo al que he engendrado entre cadenas. Lo devuelvo, a éste, mi propio corazón (...) Recíbelo como a mí mismo" (File 10.17).
5) Ir más allá. En el transcurso de su actividad misionera, Pablo escribe su carta a la comunidad de Roma. Se dirige a una comunidad que está formada desde hace tiempo y que él no fundó ni visitó. Al final, Pablo realiza una constatación y expresa un deseo. Afirma que "desde Jerusalén y en todas las direcciones hasta la Iliria he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo, teniendo así como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos puestos por otros" (Rom 15,19-20). Considerada literalmente esta afirmación suena desmesurada. Sin embargo, hay que comprenderla desde la certeza que tiene de que el Evangelio se abre camino por sí mismo y que, partiendo de unas comunidades determinadas, logra esparcirse más allá de sus límites. En este sentido, Pablo entiende que el Evangelio llegó al Asia Menor y a Grecia. Por eso, hay que proclamarlo allí donde todavía no se ha hecho: "Mas ahora, no teniendo ya campo de acción en estas regiones, y deseando vivamente desde hace muchos años ir a ustedes cuando me dirija a España (...) espero verlos al pasar y ser encaminado por ustedes hacia allá" (Rom 15,23-24). Interesa rescatar esta actitud de los misioneros/as. Con un cierto inconformismo, ellas y ellos estaban pendientes de que la Buena Noticia se anunciará "más allá" de los límites del momento. En el caso de Pablo, los límites eran fundamentalmente geográficos. Pero sabemos que hay muchas "fronteras" en las sociedades, que dividen, separan y excluyen.
Por su parte, también entre los judíos había un importante espíritu misionero, donde los fariseos se encontraban en primera fila (cf. Mt 23,15). Ellos proclamaban la superioridad del monoteísmo hebreo (= un solo Dios invisible), la nobleza de los valores morales encerrados en la Biblia (especialmente en la ley de Moisés) y la glorificación de Abraham como figura religiosa de valor universal. Los judíos se jactaban inclusive de una tradición de sabiduría humanística no inferior a la griega.
1. PABLO MISIONERO EN EL LIBRO DE LOS HECHOS
Pablo no fue ni el único ni el primer misionero del cristianismo en los orígenes. Particularmente activos se mostraron los cristianos "helenistas". Es sobre todo al espíritu de estos misioneros/as -la mayoría anónimos- al que se deben los verdaderos comienzos de la apertura al mundo no-judío. Esta ala emprendedora del primer cristianismo preparó el terreno para la actividad misionera de Pablo. No son pocas las informaciones particulares y detalladas que el libro de los Hechos nos ofrece de su actividad:
a) Los centros urbanos que tocó fueron, en primer lugar, Damasco, Tarso y Antioquía en la provincia romana de Siria; luego Chipre y el sur del Asia Menor. Más tarde las ciudades de Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto en Europa. Finalmente, Éfeso, capital de la provincia romana de Asia. Se detalla particularmente la lista de localidades que tocó Pablo en su camino hacia la ciudad santa al final de la misión europea y asiática (He 20,3-21,16).
b) No faltan tampoco datos concretos sobre la duración de su presencia: un año en Antioquía; un año y seis meses en Corinto; dos años y tres meses requirió la evangelización de Éfeso, aunque la estancia completa duró tres años; tres meses en Grecia al final del último viaje misionero. Si bien el libro de los Hechos de los Apóstoles tiende a organizar la información según el esquema de una serie de viajes, no se puede decir que Pablo pasó de ciudad en ciudad en una marcha frenética.
c) También se destacan los nombres de sus numerosos colaboradores: Bernabé, Juan Marcos, Silas, Timoteo, Aquila y Priscila, Apolo, Crispo, Sóstenes. A su vez, los compañeros de su último viaje a Jerusalén fueron Sópatros, Aristarco, Segundo, Gayo, Timoteo, Tíquico y Trófimo (20,4-5).
d) Finalmente, son dignas de fe las valoraciones sobre el éxito o el fracaso conseguido por la predicación del apóstol. Éste creó florecientes comunidades en Filipos, Tesalónica, Corinto y Éfeso, mientras que fracasó en Atenas. La adhesión de los no-judíos, muy prometedora, sirvió de contraste al rechazo de muchos judíos que eran hostiles a su persona.
2. PABLO MISIONERO SEGÚN SUS CARTAS
La misión de Pablo se presenta bajo una luz distinta en las cartas.
a) Puede decirse que los primeros pasos de Pablo como misionero fueron de escasa eficacia.
Después de todo, dado su pasado, no le resultaría fácil integrarse en el movimiento de Jesús. De hecho, la Carta a los Gálatas coincide con los Hechos de los Apóstolos en destacar las dificultades que encontró para que lo aceptasen en la Iglesia de Jerusalén y en las comunidades cristianas de Judea (Gál 1,2 y He 9,26-30).
b) La situación cambió cuando Bernabé lo introdujo en la comunidad de Antioquía, que lo elegiría como representante suyo y lo mandaría como misionero bajo la dirección del mismo Bernabé. Pablo se afirma como misionero comprometido en el anuncio del Evangelio al mundo no-judío y se convierte en figura de relieve a comienzos de los años 40 d.C..
c) Los viajes son solamente traslados desde un centro urbano a otro, en donde el apóstol se detiene largamente para anunciar el Evangelio y echar bases sólidas a comunidades que están creciendo. Más que los viajes, la misión paulina está caracterizada por la permanencia en algunas grandes ciudades, como Filipos, Tesalónica y sobre todo Corinto y Éfeso, verdaderas estaciones misioneras y puntos de irradiación de la Buena Noticia en las regiones respectivas.
MAPA DEL SEGUNDO VIAJE MISIONERO DE SAN PABLO.
3. LA ESTRATEGIA MISIONERA
Los datos coincidentes de las cartas de Pablo y de los Hechos de los Apóstoles nos permiten trazar, al menos a grandes rasgos, cómo llevaron a cabo los misioneros/as su actividad.
a) Hay que destacar que se trató de una misión fundamentalmente urbana. Sólo las ciudades eran alcanzables por tierra, a lo largo de los grandes caminos romanos o por mar. Por otra parte, los misioneros/as podían hacerse comprender en lengua griega tan solo en los centros ciudadanos. De hecho, vieron su actividad las ciudades de Damasco, Tarso, Antioquía de Siria, los centros urbanos del sureste de Asia Menor y los de Galacia; en Europa: Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto, y finalmente Éfeso. Y no sólo esto, sino que se escogía como centro misionero una gran ciudad desde donde irradiar el anuncio cristiano. Así sucedió en Corinto y en Éfeso, en torno a las cuales nacieron comunidades periféricas, como la Iglesia de Céncreas, puerto oriental de la capital de la provincia romana de Acaya (Rom 16,1-2) y las comunidades de Colosas y de Laodicea (Col 1,7 y 4,16).
b) Su opción recaía en las localidades donde aún no había llegado el Evangelio. En especial, Pablo es partidario de actuar en campos donde no trabajaron otros misioneros/as (cf. Rom 15,20; 2Cor 10,12-18). En efecto, se sentía llamado a llevar el primer anuncio evangélico y a fundar nuevas comunidades, desplazando las fronteras cristianas cada vez más lejos.
c) El proyecto misionero se iba ajustando con el tiempo y la práctica. El éxito alcanzado por Pablo y sus compañeros en Asia Menor y en Grecia les debió abrir metas cada vez más amplias y comprometedoras.
d) Da la impresión que la misión encarada por estos misioneros/as no se conformaba con conversiones individuales; más bien parece que tenían como objetivo último construir en los grandes centros urbanos comunidades cristianas como signos vivientes de la presencia de la nueva fe que no conocía límites.
La adhesión al mensaje cristiano tenía necesariamente una consecuencia social concreta. Esto adquiere mayor relieve cuando se sabe que las ciudades romanas del siglo I d. C. aglutinaban a grandes cantidades de personas emigrantes de los pueblos y del campo que dejaban el círculo íntimo de la familia urgidos por necesidades de subsistencia. El cristianismo comunitario ofrecía un sentido de pertenencia y reconocimiento de la propia dignidad personal que constituía una verdadera alternativa.
e) La mirada de los misioneros/as tenía como horizonte a los pueblos y comunidades humanas, y ninguno debía quedar excluido del encuentro con el mensaje cristiano. La postura del grupo paulino en la asamblea de Jerusalén no deja lugar a dudas: no existe impedimento alguno para que "otros" reciban el Evangelio. Es más; los misioneros/as consideraban que el Evangelio de Cristo constituye un factor decisivo de encuentro entre los seres humanos, en donde las diferencias socioculturales dejen de ser motivo de enfrentamiento o de discriminación.
4. LA ORGANIZACIÓN
En cuanto a la organización de la misión, tampoco tenemos abundante información. Sólo algunas referencias, particularmente referidas en la vida de Pablo:
a) Pablo recorrió varios miles de kilómetros. Solamente en el viaje que lo vio partir de Oriente y llegar a Corinto a través de Antioquía de Siria, de Cilicia, de Galacia, de Tróade, de Filipos, de Tesalónica y de Atenas, la distancia que tuvo que recorrer fue de tres mil quinientos kilómetros, incluidos los setecientos o más que hay por mar. Los grandes caminos romanos que unían los centros urbanos tuvieron que facilitarle sin duda esta tarea. Los puestos militares escalonados a lo largo del trayecto garantizaban una relativa seguridad. Y en las paradas se podían obtener posadas más o menos cómodas. La vía marítima más importante del Mar Mediterráneo ponía en comunicación el Asia Menor con Grecia y con Italia. Las naves salían de cualquier puerto de la costa de la actual Turquía y llegaban hasta los puertos griegos. Corinto servía de estación de paso de los barcos menores: pero los barcos mayores eran capaces de dirigirse directamente a Sicilia o a la península italiana. Por el contrario, desde Siria y Palestina se navegaba rumbo a Sicilia pasando por el sur de la isla de Creta. Finalmente, Alejandría de Egipto, el mayor puerto del Mediterráneo era el punto de partida de las naves que se dirigían a Sicilia y a Italia siguiendo la costa de África. En invierno el mar era innavegable; los fuertes vientos de la estación hacían prohibitiva la navegación (cf. 2Cor 11,25-26), que se volvía a abrir en primavera.
b) Una vez llegados a su destino, se imponía la exigencia de encontrar alojamiento. De hecho, parece que rápidamente algunas famillas les daban hospedaje (He 16,14-15.40; 17,5-7). No cabe duda que recurrieron a la hospitalidad de personas con las que se encontraron por primera vez o de amigos que ya conocían desde antiguo. Pero en casos de emergencia cabe pensar que utilizaron también las posadas que existían al lado de las sinagogas.
c) Un lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio fueron las sinagogas que visitaban, aunque también utilizaron para ello las casas de familias simpatizantes, las cuales las ponían a disposición de las comunidades cristianas que nacían. Los encuentros interpersonales, en el mismo lugar donde trabajaban o en los viajes, eran también ocasión para la predicación (1Tes 2,9.11). Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que en Éfeso, Pablo pudo disponer de un salón público que tomaba su nombre de un tal Tirano (19,9); pero debió tratarse de un caso excepcional. Él no fue, en realidad, un orador que hablase en público a muchedumbres o en las plazas de las ciudades que visitaba. Su palabra resonaba más bien en lugares más restringidos.
d) Con respecto a los medios económicos, la tendencia entre los misioneros/as cristianos era trabajar para ganarse la vida y no tener que ser gravosos a nadie. Pero aceptaban de sus comunidades ayudas financieras para continuar en otros lugares la obra de la evangelización (2Cor 11,8-9; Fil 4,15-16). Las Iglesias colaboraban especialmente con todo lo necesario para los viajes: escolta, provisión de víveres, equipaje, indicaciones (Rom 15,24; 1Cor 16,6.11; 2Cor 2,16).
e) Es bueno destacar aquí lo que hoy llamaríamos "el trabajo en equipo". Hablando de Pablo, sus cartas y los Hechos de los Apóstoles mencionan unas cien personas que, en diversos grados, colaboraron en la misión cristiana. Algunos de ellos como Bernabé, Apolo y Silas (o Silvano) encabezaron otros equipos de misión. También las comunidades fundadas ponían a disposición personas que deseaban participar activamente en la misión cristiana (1Cor 16,15-18; FiI 4,2-3; Col 1,7-8). En efecto, Pablo supo movilizar alrededor del proyecto misionero a muchas personas y programar un trabajo articulado y eficaz de predicación. Estos equipos eran suficientemente elásticos, en donde se juntaban colaboradores estrechos y permanentes, ayudantes ocasionales, personalidades fuertes y humildes, compañeros de viaje, representantes de las comunidades. Es necesario reconocer lo valioso de esta modalidad misionera. Sólo así se explica históricamente que la actividad misionera de Pablo -reducida a menos de veinte años- se haya podido extender tanto y la siembra haya sido tan fecunda.
Los datos coincidentes de las cartas de Pablo y de los Hechos de los Apóstoles nos permiten trazar, al menos a grandes rasgos, cómo llevaron a cabo los misioneros/as su actividad.
a) Hay que destacar que se trató de una misión fundamentalmente urbana. Sólo las ciudades eran alcanzables por tierra, a lo largo de los grandes caminos romanos o por mar. Por otra parte, los misioneros/as podían hacerse comprender en lengua griega tan solo en los centros ciudadanos. De hecho, vieron su actividad las ciudades de Damasco, Tarso, Antioquía de Siria, los centros urbanos del sureste de Asia Menor y los de Galacia; en Europa: Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto, y finalmente Éfeso. Y no sólo esto, sino que se escogía como centro misionero una gran ciudad desde donde irradiar el anuncio cristiano. Así sucedió en Corinto y en Éfeso, en torno a las cuales nacieron comunidades periféricas, como la Iglesia de Céncreas, puerto oriental de la capital de la provincia romana de Acaya (Rom 16,1-2) y las comunidades de Colosas y de Laodicea (Col 1,7 y 4,16).
b) Su opción recaía en las localidades donde aún no había llegado el Evangelio. En especial, Pablo es partidario de actuar en campos donde no trabajaron otros misioneros/as (cf. Rom 15,20; 2Cor 10,12-18). En efecto, se sentía llamado a llevar el primer anuncio evangélico y a fundar nuevas comunidades, desplazando las fronteras cristianas cada vez más lejos.
c) El proyecto misionero se iba ajustando con el tiempo y la práctica. El éxito alcanzado por Pablo y sus compañeros en Asia Menor y en Grecia les debió abrir metas cada vez más amplias y comprometedoras.
d) Da la impresión que la misión encarada por estos misioneros/as no se conformaba con conversiones individuales; más bien parece que tenían como objetivo último construir en los grandes centros urbanos comunidades cristianas como signos vivientes de la presencia de la nueva fe que no conocía límites.
La adhesión al mensaje cristiano tenía necesariamente una consecuencia social concreta. Esto adquiere mayor relieve cuando se sabe que las ciudades romanas del siglo I d. C. aglutinaban a grandes cantidades de personas emigrantes de los pueblos y del campo que dejaban el círculo íntimo de la familia urgidos por necesidades de subsistencia. El cristianismo comunitario ofrecía un sentido de pertenencia y reconocimiento de la propia dignidad personal que constituía una verdadera alternativa.
e) La mirada de los misioneros/as tenía como horizonte a los pueblos y comunidades humanas, y ninguno debía quedar excluido del encuentro con el mensaje cristiano. La postura del grupo paulino en la asamblea de Jerusalén no deja lugar a dudas: no existe impedimento alguno para que "otros" reciban el Evangelio. Es más; los misioneros/as consideraban que el Evangelio de Cristo constituye un factor decisivo de encuentro entre los seres humanos, en donde las diferencias socioculturales dejen de ser motivo de enfrentamiento o de discriminación.
4. LA ORGANIZACIÓN
En cuanto a la organización de la misión, tampoco tenemos abundante información. Sólo algunas referencias, particularmente referidas en la vida de Pablo:
a) Pablo recorrió varios miles de kilómetros. Solamente en el viaje que lo vio partir de Oriente y llegar a Corinto a través de Antioquía de Siria, de Cilicia, de Galacia, de Tróade, de Filipos, de Tesalónica y de Atenas, la distancia que tuvo que recorrer fue de tres mil quinientos kilómetros, incluidos los setecientos o más que hay por mar. Los grandes caminos romanos que unían los centros urbanos tuvieron que facilitarle sin duda esta tarea. Los puestos militares escalonados a lo largo del trayecto garantizaban una relativa seguridad. Y en las paradas se podían obtener posadas más o menos cómodas. La vía marítima más importante del Mar Mediterráneo ponía en comunicación el Asia Menor con Grecia y con Italia. Las naves salían de cualquier puerto de la costa de la actual Turquía y llegaban hasta los puertos griegos. Corinto servía de estación de paso de los barcos menores: pero los barcos mayores eran capaces de dirigirse directamente a Sicilia o a la península italiana. Por el contrario, desde Siria y Palestina se navegaba rumbo a Sicilia pasando por el sur de la isla de Creta. Finalmente, Alejandría de Egipto, el mayor puerto del Mediterráneo era el punto de partida de las naves que se dirigían a Sicilia y a Italia siguiendo la costa de África. En invierno el mar era innavegable; los fuertes vientos de la estación hacían prohibitiva la navegación (cf. 2Cor 11,25-26), que se volvía a abrir en primavera.
b) Una vez llegados a su destino, se imponía la exigencia de encontrar alojamiento. De hecho, parece que rápidamente algunas famillas les daban hospedaje (He 16,14-15.40; 17,5-7). No cabe duda que recurrieron a la hospitalidad de personas con las que se encontraron por primera vez o de amigos que ya conocían desde antiguo. Pero en casos de emergencia cabe pensar que utilizaron también las posadas que existían al lado de las sinagogas.
c) Un lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio fueron las sinagogas que visitaban, aunque también utilizaron para ello las casas de familias simpatizantes, las cuales las ponían a disposición de las comunidades cristianas que nacían. Los encuentros interpersonales, en el mismo lugar donde trabajaban o en los viajes, eran también ocasión para la predicación (1Tes 2,9.11). Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que en Éfeso, Pablo pudo disponer de un salón público que tomaba su nombre de un tal Tirano (19,9); pero debió tratarse de un caso excepcional. Él no fue, en realidad, un orador que hablase en público a muchedumbres o en las plazas de las ciudades que visitaba. Su palabra resonaba más bien en lugares más restringidos.
d) Con respecto a los medios económicos, la tendencia entre los misioneros/as cristianos era trabajar para ganarse la vida y no tener que ser gravosos a nadie. Pero aceptaban de sus comunidades ayudas financieras para continuar en otros lugares la obra de la evangelización (2Cor 11,8-9; Fil 4,15-16). Las Iglesias colaboraban especialmente con todo lo necesario para los viajes: escolta, provisión de víveres, equipaje, indicaciones (Rom 15,24; 1Cor 16,6.11; 2Cor 2,16).
e) Es bueno destacar aquí lo que hoy llamaríamos "el trabajo en equipo". Hablando de Pablo, sus cartas y los Hechos de los Apóstoles mencionan unas cien personas que, en diversos grados, colaboraron en la misión cristiana. Algunos de ellos como Bernabé, Apolo y Silas (o Silvano) encabezaron otros equipos de misión. También las comunidades fundadas ponían a disposición personas que deseaban participar activamente en la misión cristiana (1Cor 16,15-18; FiI 4,2-3; Col 1,7-8). En efecto, Pablo supo movilizar alrededor del proyecto misionero a muchas personas y programar un trabajo articulado y eficaz de predicación. Estos equipos eran suficientemente elásticos, en donde se juntaban colaboradores estrechos y permanentes, ayudantes ocasionales, personalidades fuertes y humildes, compañeros de viaje, representantes de las comunidades. Es necesario reconocer lo valioso de esta modalidad misionera. Sólo así se explica históricamente que la actividad misionera de Pablo -reducida a menos de veinte años- se haya podido extender tanto y la siembra haya sido tan fecunda.
5. EL FUNDAMENTO DE LA MISIÓN
La Iglesia primitiva tiene una clara y lúcida conciencia de que el Evangelio debe llegar "hasta los confines de la tierra" (He 1,8). Los Hechos de los Apóstoles aluden en tres ocasiones a la imagen de la comunidad primitiva, narrando la comunión y el crecimiento, como características esenciales de la nueva realidad que nacía (He 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). Presentamos, a continuación, algunos fundamentos que sostuvieron este irrefrenable impulso misionero:
a) El motivo primordial que sostiene la misión es la memoria del mandato de Jesús que la Iglesia primitiva conservó vivamente y que transmitió en sus escritos fundamentales: los Evangelios. Sin embargo, este mandato no aparece al final de los Evangelios como una novedad. Ya durante su actividad en Galilea y Judea, Jesús había designado unos colaboradores que compartieran su misión (Mc 6,7-11; Lc 9,1-5; 10,1-12 y Mt 10,5-42).
b) La reflexión hecha por Pablo en medio de la actividad misionera y producto de ella, le permitió descubrir que -junto a ese mandato de Jesús- había un plan de Dios concebido desde siempre, para que todos los seres humanos se salven (1Tes 5,9). Ese plan nos lo reveló Cristo Jesús (Rom 9,11; Gál 4,4). Por ser Dios Único, por ser Él la razón única soberana por encima de todas las cosas, su designio es universal. Si Dios tiene un plan, éste será su imagen: uno y universal.
c) Pablo descubre la universalidad del Evangelio precisamente cuando el Evangelio es anunciado fuera del mundo judío. Que los no-judíos acepten el Evangelio en sus propias culturas prueba que el plan de Dios es para todos sin distinción (cf. Ef 3,1-13), "es para todo hombre que cree" (Rom 1,16). De la pequeña comunidad de Tesalónica "la palabra del Señor resuena en toda Macedonia y Acaya, y la fama de la fe se difunde por todas partes" (1Tes 1,8). Y escribe a los romanos que da "gracias a Dios mediante Jesucristo por todos ustedes, porque su fe es celebrada en todo el mundo" (Rom 1,8).
d) Este Dios único extiende su reinado a todo el universo mediante la proclamación del Evangelio. La obra de los misioneros/as no consiste en implantar el reinado de Dios. Éste ya fue implantado con la muerte y resurrección de Cristo. A ellos les corresponde la tarea de proclamar, de extender y de llevar a cumplimiento lo que Dios ha realizado. Puede entenderse entonces que Pablo diga: "Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta la Iliria, he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo" (Rom 15,19).
e) Esta comprensión del plan de Dios conduce a Pablo a descubrir la actividad misionera como una celebración litúrgica. Hace notar que se siente llamado a ejercer el "sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Rom 15,16). Es Dios mismo quien desea para sí a los no-judíos. Los misioneros/as realizan, a través de la misión, un culto agradable a Dios.
La Iglesia primitiva tiene una clara y lúcida conciencia de que el Evangelio debe llegar "hasta los confines de la tierra" (He 1,8). Los Hechos de los Apóstoles aluden en tres ocasiones a la imagen de la comunidad primitiva, narrando la comunión y el crecimiento, como características esenciales de la nueva realidad que nacía (He 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). Presentamos, a continuación, algunos fundamentos que sostuvieron este irrefrenable impulso misionero:
a) El motivo primordial que sostiene la misión es la memoria del mandato de Jesús que la Iglesia primitiva conservó vivamente y que transmitió en sus escritos fundamentales: los Evangelios. Sin embargo, este mandato no aparece al final de los Evangelios como una novedad. Ya durante su actividad en Galilea y Judea, Jesús había designado unos colaboradores que compartieran su misión (Mc 6,7-11; Lc 9,1-5; 10,1-12 y Mt 10,5-42).
b) La reflexión hecha por Pablo en medio de la actividad misionera y producto de ella, le permitió descubrir que -junto a ese mandato de Jesús- había un plan de Dios concebido desde siempre, para que todos los seres humanos se salven (1Tes 5,9). Ese plan nos lo reveló Cristo Jesús (Rom 9,11; Gál 4,4). Por ser Dios Único, por ser Él la razón única soberana por encima de todas las cosas, su designio es universal. Si Dios tiene un plan, éste será su imagen: uno y universal.
c) Pablo descubre la universalidad del Evangelio precisamente cuando el Evangelio es anunciado fuera del mundo judío. Que los no-judíos acepten el Evangelio en sus propias culturas prueba que el plan de Dios es para todos sin distinción (cf. Ef 3,1-13), "es para todo hombre que cree" (Rom 1,16). De la pequeña comunidad de Tesalónica "la palabra del Señor resuena en toda Macedonia y Acaya, y la fama de la fe se difunde por todas partes" (1Tes 1,8). Y escribe a los romanos que da "gracias a Dios mediante Jesucristo por todos ustedes, porque su fe es celebrada en todo el mundo" (Rom 1,8).
d) Este Dios único extiende su reinado a todo el universo mediante la proclamación del Evangelio. La obra de los misioneros/as no consiste en implantar el reinado de Dios. Éste ya fue implantado con la muerte y resurrección de Cristo. A ellos les corresponde la tarea de proclamar, de extender y de llevar a cumplimiento lo que Dios ha realizado. Puede entenderse entonces que Pablo diga: "Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta la Iliria, he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo" (Rom 15,19).
e) Esta comprensión del plan de Dios conduce a Pablo a descubrir la actividad misionera como una celebración litúrgica. Hace notar que se siente llamado a ejercer el "sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Rom 15,16). Es Dios mismo quien desea para sí a los no-judíos. Los misioneros/as realizan, a través de la misión, un culto agradable a Dios.
6. ELEMENTOS CLAVES EN LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA
Nos interesa ahora captar los rasgos sobresalientes de la espiritualidad que sustentaba este proyecto misionero:
a) "Cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría" (1Cor 2,1). Esta confesión hecha a los corintios revela en Pablo una percepción del lugar que él ocupa: sabe que no es más que un instrumento. Frente a los mismos corintios reivindica enérgicamente esta verdad, cuando se entera que se han dividido en varios partidos tomando como punto de referencia las grandes figuras de los misioneros/as: ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo? (...) ¡Servidores por medio de los cuales han creído! Y cada uno según lo que el Señor les dio. Yo planté, Apolo regó: mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos compañeros de trabajo de Dios y ustedes, campo de Dios, edificación de Dios" (1Cor 3,5-9). Dios lo es todo; Él posee una primacía absoluta en este emprendimiento. Es Él el que concede la fe, la gracia y quien promueve el crecimiento. Es Dios quien tiene su plan -como se decía más arriba- y quien lo lleva adelante. El evangelizador/a ha recibido una misión particular, una gracia (1Cor 15,11) a la que debe ser fiel (cf. 1Cor 3,11-15).
b) Otra clave importante proviene de la fe en Jesús. Pablo la refleja en la expresión "vivir en Cristo". Todos los trabajos y los esfuerzos se van realizando "en Cristo" (Rom 16,12; 1Cor 15,58). El misionero/a, cimentado "en Cristo" permanece firme en todas las vicisitudes de la vida (FiI 4,1), porque en Él todo lo puede (cf. FiI 4,13). Entonces Cristo se convierte, en cierto sentido, en sujeto de sus acciones; tanto que puede afirmar: "Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí: la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20).
c) Pablo descubre en su vida y en la vida de las comunidades la presencia del Espíritu. Esta presencia en los cristianos hace que Él sea el principio de una nueva vida, actuando como la nueva ley escrita en el corazón (Rom 8,2). Así, el Espíritu transforma a los que lo acogen, en personas "espirituales", es decir, movidos por Él (Gál 6,1). La comunión que se vive en las comunidades no sólo es obra de los creyentes sino, sobre todo, del Espíritu (2Cor 13,13; FiI 2,1). El libro de los Hechos de los Apóstoles refleja una honda convicción: el Espíritu va conduciendo permanentemente la vida y la misión de la Iglesia naciente (6,5.10; 8,17.39; 10,45; 11,12.15; 13,2).
d) La vida "en Cristo y en el Espíritu" hacen brotar la oración como un trato familiar y una comunicación constante con Dios. En el caso de Pablo, la oración se manifiesta casi en cada página de sus cartas: oraciones largas o breves, que concluyen o inician sus reflexiones (cf Rom 1,10; 15,20-32; 2Cor 12,8-9; Gál 1,5; Ef 3,14-21). Las plegarias paulinas están profundamente enraizadas en su vida misionera. Invariablemente el tema de sus peticiones, acciones de gracias, alabanzas, súplicas a Dios por él o por los demás es la extensión del Reino de Dios. Así, a modo de ejemplo, en la carta a los tesalonicenses da gracias a Dios porque "han acogido la Palabra de Dios (...) que permanece operante" en ellos (1Tes 1,2-3) y porque crecen en la fe, el amor y la esperanza (1Tes 1,2-3). Pide al Señor que le conceda volver a verlos para completar lo que falta a su fe (1Tes 3,9-10). Es la problemática cotidiana del trabajo misionero, junto con los triunfos y éxitos logrados, lo que alimenta y sostiene su actitud orante. Suplicará que oren por él para que Dios lo libre de una tribulación (2Cor 1,11), para que se apruebe la colecta en favor de los hermanos de Jerusalén (Rom 15,30-31) o para que obtenga la libertad (File 22).
e) Impresiona también cómo en plena expansión misionera de la fe, los creyentes tuvieron que realizar grandes esfuerzos de reflexión y discernimiento. A medida que las cuestiones se iban presentando, las comunidades abordaban dichos planteamientos en diversas instancias. En este punto, sobresale con claridad el conflicto surgido a raíz de la acogida de la fe cristiana por parte de los no-judíos (cf. He 15; Gál 2,1-15). Si bien Pablo tenía su posición tomada, se "expuso" a confrontarla con "los que eran tenidos por notables... para saber si había corrido en vano" (Gál 2,2). La conciencia de que el Espíritu los asistía no les ahorró esfuerzo y tensiones para clarificar los senderos por dónde había que transitar.
7. LAS ACTITUDES DEL MISIONERO/A
Resaltamos las principales actitudes que caracterizaron a quienes llevaron adelante este impulso misionero:
1) Partir de la realidad. "Mientras Pablo los esperaba (a Timoteo y a Silas) en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos" (He 17,16). "Trababan también conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos" (17,18). "Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar sus monumentos sagrados..." (17,22-23). Todas estas referencias son del relato que el libro de los Hechos de los Apóstoles hace del intento de evangelización en la capital de Grecia: Atenas. "Ver", "pasar", "conversar" y "contemplar" son verbos que manifiestan una disposición grande a conocer y descubrir "al otro" allí donde está. El punto de partida en la evangelización no es lo que el misionero/a trae sino los valores que las personas manifiestan.
2) Proponer; no imponer. La misión de Pablo nunca pretendió ser impositiva ni dominadora. A los corintios, en momentos difíciles de la relación, les decía: "No pretendo hacerme dueño de ustedes ni de su fe, sino contribuir a su gozo: en cuanto a la fe, ya están firmes" (2Cor 1,24). Aunque, como padre en la fe (1Cor 4,15), se ve obligado en ocasiones a ejercer su autoridad, intenta siempre dar la suficiente confianza para que la comunidad decida por sí misma y aclare sus problemas. Los llama a la responsabilidad en el contexto de la fe (1Cor 5,5) y bajo la única autoridad del Señor (Ef 4,5). Es interesante ver cómo Pablo distingue su propio parecer de las normas irrenunciables de la tradición apostólica (1Cor 7,12.15) o cómo aprovecha cualquier interrogante para dar orientaciones en la fe (1 Cor 8-10).
3) La "cordialidad". "Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con ustedes, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta forma, amándolos a ustedes, queríamos darles no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habían llegado a sernos muy queridos. Pues recuerdan hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de ustedes, les proclamamos el Evangelio de Dios. Ustedes son testigos, y Dios también, de qué santa, justa e irreprochablemente nos comportamos con ustedes los creyentes. Como un padre a sus hijos, lo saben bien, a cada uno de ustedes los exhortábamos y alentábamos, conjurándolos a que viviesen de una manera digna de Dios, que los ha llamado a su Reino y gloria" (1Tes 2,7-12). "Los llevo en mi corazón, partícipes como son todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús" (Fil 1,7-8). Con mucha claridad puede verse en estos textos en qué términos se da la relación entre los misioneros/as y las comunidades. Los sentimientos de afecto y cariño no pueden faltar, ya que la misión no es una tarea profesional sino un vínculo profundo entre las personas. La evangelización es como una gestación (1Cor 4,15; Gál 4,19-20) en donde fermentan relaciones de intimidad y de gran cordialidad. En Éfeso algunos jefes no judíos son amigos de Pablo, y son ellos quienes lo salvan de la revuelta de los orfebres (cf. He 19,23-40). En Galacia, los que se preparaban para el bautismo se habrían "sacado los ojos" por él durante el tiempo de su enfermedad (Gál 4,12-15). Pablo sentía nostalgia por sus hermanos lejanos, como ocurrió con los tesalonicenses después de su partida (cf. 1Tes 2,17-18). Está angustiado hasta el extremo y prefiere quedarse sin colaborador con tal de mandar y recibir noticias (1Tes 1,3-5). Le dice a la comunidad de Corinto que de buena gana se gastará y desgastará hasta agotarse por ellos (cf. 2Cor 12,15). La carta a Filemón también es testigo privilegiado del corazón de Pablo: "Te ruego por el hijo al que he engendrado entre cadenas. Lo devuelvo, a éste, mi propio corazón (...) Recíbelo como a mí mismo" (File 10.17).
5) Ir más allá. En el transcurso de su actividad misionera, Pablo escribe su carta a la comunidad de Roma. Se dirige a una comunidad que está formada desde hace tiempo y que él no fundó ni visitó. Al final, Pablo realiza una constatación y expresa un deseo. Afirma que "desde Jerusalén y en todas las direcciones hasta la Iliria he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo, teniendo así como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos puestos por otros" (Rom 15,19-20). Considerada literalmente esta afirmación suena desmesurada. Sin embargo, hay que comprenderla desde la certeza que tiene de que el Evangelio se abre camino por sí mismo y que, partiendo de unas comunidades determinadas, logra esparcirse más allá de sus límites. En este sentido, Pablo entiende que el Evangelio llegó al Asia Menor y a Grecia. Por eso, hay que proclamarlo allí donde todavía no se ha hecho: "Mas ahora, no teniendo ya campo de acción en estas regiones, y deseando vivamente desde hace muchos años ir a ustedes cuando me dirija a España (...) espero verlos al pasar y ser encaminado por ustedes hacia allá" (Rom 15,23-24). Interesa rescatar esta actitud de los misioneros/as. Con un cierto inconformismo, ellas y ellos estaban pendientes de que la Buena Noticia se anunciará "más allá" de los límites del momento. En el caso de Pablo, los límites eran fundamentalmente geográficos. Pero sabemos que hay muchas "fronteras" en las sociedades, que dividen, separan y excluyen.
SAN PEDRO Y SAN PABLO- GRABADO DE UNA TUMBA CRISTIANA
Gabriel M. Nápole, op.(Para UMBRALES).
FUENTE : www.chasque.net/umbrales/
ENVIÓ : Patricio Gallardo V.
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