sábado, 22 de septiembre de 2007

LA PEREGRINACIÓN DEL HOMBRE DE FE - P. IGNACIO LARRAÑAGA

La peregrinación del hombre de fe
por P. Ignacio Larrañaga

LOS PEREGRINOS CAMINO A EMÁUS JUNTO A JESÚS RESUCITADO.

La vida del creyente es una peregrinación en la Tierra tras el rostro del Señor. Creer es entregarse. Entregarse es caminar incesantemente en pos del Señor. Abraham es un eterno caminante en dirección a una patria soberana que es el mismo Dios. Creer es siempre un nuevo partir. Peregrinos, no turistas. Un turista sabe dónde dormirá hoy, qué museos visitará mañana y qué ciudades recorrerá al día siguiente. Un peregrino, en cambio, no sabe nada, ni dónde dormirá hoy ni qué será el día de mañana. La fatiga, la incertidumbre y la inseguridad son el pan cotidiano del peregrino.
Sabemos que existe una meta, pero no se ve. Sabemos que, a la palabra Dios, corresponde una sustancia, no obstante, en este mundo, nunca tendremos la evidencia sensible de dominar intelectualmente la sustancia que corresponde a la palabra Dios, el contenido que corresponde a las fórmulas de fe.
Estamos en una situación semejante a la de los judíos en su marcha hacia la Tierra Prometida. Después de caminar durante cuarenta años, Moisés fue llamado por Dios a lo alto del monte Sisgá. El Señor le dijo: "Siervo mío, Moisés, todo aquello que se vislumbra a lo lejos, las montañas de Canaán, el río Jordán, el torrente Neguev, el altiplano de Jericó, en fin, todo aquello que se ve, desde el mar hasta el gran río, lo heredarán algún día los hijos de Israel, pero tú no pasarás".
Ese no pasarás es la esencia misma de la fe. No entrarás en la tierra de la promesa, no poseerás lo prometido. Los pies de Moisés, efectivamente, nunca pisaron las montañas de Canaán ni se mojaron en el río Jordán. Murió caminando, ciudadano de fe, saludando desde lejos la patria prometida, siempre en marcha, sin entrar en la quietud de la posesión.
El Señor dijo a Abraham: "Sal de tu tierra y ven a una tierra que yo te indicaré".
Abraham abandonó una instalación vital lograda a lo largo de una vida y, a sus setenta y cinco años, se puso en camino detrás de Dios, en dirección a un mundo incierto, sin saber a dónde iba.
De manera análoga, nosotros presentimos que alguien está a nuestro lado, pero no lo vemos, no lo sentimos. Lo presentimos, lo percibimos como los ciegos, esto es, tanteando, indirectamente, como entre sombras, como en unas huellas borrosas, desde los efectos hacia las causas, a través de las analogías y deducciones. Nunca cara a cara.
Si cierro los ojos, puedo sentir, por ciertas emanaciones, que tengo un objeto delante de mí. Abro los ojos y no veo nada. Entonces, empiezo a tantearlo con las manos, avanzando, por la vía indirecta de las exclusividades, hacia las deducciones, y digo: no es un libro, no es un reloj… Sigo palpando y, por las formas del objeto, llego a la conclusión de que es una mesa. Hemos llegado a la meta, pero por un camino oscuro y fatigoso. Son los llamados procesos mentales.
Decimos: si existe la sed, tiene que existir una fuente. ¿Has visto la fuente?, preguntan. No, sin embargo, tiene que existir. La sed sería absurda sin la fuente. Antes que la sed, ya existía la fuente. Si hay hambre del Eterno, el Eterno tiene que existir, de otra manera, el hambre no tendría sentido. Si palpita en mí el ansia de lo trascendente, el Trascendente tiene que existir, y mucho antes que mis ansias, aunque nadie haya visto su rostro. Así, vamos avanzando a oscuras, por la vía de las deducciones, pero nunca cara a cara.
Nos internamos en la espesura de un bosque entre densas sombras. De pronto, se filtra un rayo de luz. ¡Es el sol!, gritan unos. No –responden otros–, es un pequeño destello del sol. Ahora sabemos que, detrás de la espesura, brilla el sol, aunque nadie haya visto su disco de fuego. Poco a poco, divisamos el misterio de Dios en los vestigios de la Creación, aunque nadie haya visto cara a cara su rostro. Estamos acostumbrados a lo que se toca y se mide. Los ojos están hechos para abarcar el mundo de los colores, las formas y las figuras. Cuando lo obtienen, descansan satisfechos. Los oídos están estructurados para aprehender el mundo de las voces, los sonidos y las armonías. Cuando cumplen su cometido, quedan quietos, se sienten realizados.
El hombre es, pues, un amasijo coherente de diferentes potencias complementarias: intelectiva, intuitiva, visual, auditiva, sexual, afectiva, neurovegetativa, etc. Cada potencia tiene su objetivo y los mecanismos para alcanzarlo. Poseído el objetivo, las potencias se distienden.
Aquí está el misterio. Tú pones en marcha todos los mecanismos, y las potencias, una a una, llegan a su meta, se complacen; en cambio, tú sigues insatisfecho.
¿Qué significa esto? Que tú eres otra cosa y mucho más que la suma de las potencias. Que el elemento específicamente constitutivo del hombre es otra potencia, mejor dicho, una superpotencia, que subyace y sostiene a las demás.
Somos una fuerza profunda que, siempre inquieta, suspira y aspira por el Eterno. Somos un pozo infinito que infinitos finitos nunca llenarán; sólo un infinito lo conseguiría.
Cuarenta minutos de oración es esa superpotencia puesta en marcha que pretende poseer a Dios. El alma avanza en la unificación con Dios, tratando de asirse, adherirse, poseerlo… para, finalmente, ajustarse en él y descansar. En un momento dado, al llegar al umbral de Dios, cuando el creyente tiene la impresión de que el objetivo está al alcance de la mano, Dios se desvanece como un sueño y se torna en ausencia y silencio. Es como un rostro perpetuamente fugitivo e inaccesible que aparece, desaparece, se aproxima, se aleja, se concretiza, se esfuma… Y tú te quedas siempre con un regusto de frustración; la aventura se transforma, con frecuencia, en desventura, y la fe, en un drama.
Entonces, surge el fenómeno de la nostalgia, que convierte al creyente en un desterrado. Sí, igual que un expatriado que siempre suspira por la patria, el creyente es devorado por el anhelo del infinito. Siempre parte de nuevo en su busca. Nunca lo encuentra cara a cara. No lo puede poseer. Por eso, hablamos de la peregrinación de la fe. El que busca camina. El que siempre busca y nunca encuentra –encontrar en el sentido de poseer– es un eterno caminante. La fe, por lo tanto, es una peregrinación, un siempre salir, una odisea, un éxodo interminable. Moriremos en el camino sin llegar al descanso. La llegada será el descanso.
Si te pidieran que tomaras una estrella con la mano, ni subiendo a la montaña más alta del mundo la podrías tocar. Y toda la vida queriendo dar alcance a una estrella, sabiendo de antemano que nunca lo vamos a lograr…
El Concilio presenta la vivencia de la fe como un estado de suspenso, espera, nostalgia y aspiración. Dice que la Iglesia va peregrinando en la Tierra, lejos del Señor, desterrada, que piensa y suspira por la patria donde está el Amado. Descubre a Cristo entre penumbras hasta que lo posee en todo su esplendor. Siempre hay un hasta que, una tensión, un aspirar, un suspirar. Somos eso: un arco tenso, siempre dispuesto a disparar la saeta para emprender la caza.
Grito mil veces: ¿dónde está Aquél que busca mi alma? Y el mundo entero se transforma en una respuesta. El viento clama, los ríos cantan, las estrellas ríen, los árboles preguntan, la brisa responde… Pero mi Amado calla.
¿Dónde estás? ¿Por qué ese silencio? ¿Acaso no soy tu eco? ¿Por qué callas? ¿Acaso no soy la voz de tu voz? Soy una chispa de tu fuego, ¿por qué no brillas?, ¿por qué no me quemas?, ¿por qué no me ciegas? Me hiciste como aquella zarza antigua que siempre ardía y nunca se consumía. ¿Por qué tengo que ser siempre una inquieta llama? Calma mis fiebres. Eres agua inmortal, ¿por qué no apagas mi sed? Eres remanso y descanso, ¿por qué me mantienes eternamente en vilo? Tú eres el mar, yo soy el río, ¿cuándo descansaré en ti? Te aclamo y reclamo, te afirmo y confirmo, te exijo y necesito, te anhelo y conjuro, te añoro y ansío.
¿Dónde estás, peregrino? Caminando en la oscuridad, pero con certeza, siempre buscando y nunca encontrando, en un "siempre partir y nunca llegar". Odisea perpetua. Eso es la vida de fe.
(Del Libro Dios Adentro. Para aquellos que anhelan avanzar en el misterio insondable del Dios vivo y verdadero. Ignacio Larrañaga. Buenos Aires. SAN PABLO. Mayo de 2004)

FUENTE : www.san-pablo.com.ar
ENVIÓ : Patricio Gallardo V.

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