P. Víctor Manuel Ramírez, ssp.
Rembrandt - " La resurrección de Lázaro"
¿Qué será de los hombres después de su muerte? es algo que ha preocupado a todas las culturas, a todos los pueblos, hasta nuestros días.
El Evangelio está escrito por personas que heredaron una serie de ideas algunas más antiguas y otras más recientes sobre estos temas. Y con relación al hecho histórico de la resurrección de Jesús viene a cambiar completamente las ideas en este punto para los que se llamaron cristianos partiendo del judaísmo. Jesús habló del fuego o del "crujir de dientes" porque era hijo de su tiempo. Pero no "dogmatizó" sobre estos temas. Habló así porque así se hablada en su época. Lo hizo inspirándose en el basurero de la Gehenna (que era el lugar donde se depositaban los muertos). Sí hay una cosa bien clara en el pensamiento de Jesús sobre la muerte de los que son hijos del Reino, son justos, luchan por la justicia y aman a sus hermanos: tanto su vida como su muerte están en manos de Dios, como está la vida y la muerte de los gorriones (Mt 10,29). No tienen por qué temer. La fe en Dios, el Padre de Jesús, encierra la certeza de que venceremos la muerte. En resumen, el Evangelio hace del "después" de la muerte objeto de la esperanza.Jesús habló del cumplimiento "pleno" del Reino de Dios, no llamándolo cielo. Pero, por experiencia sabemos que esa plenitud no se da en esta vida, pues la muerte siempre acecha al hombre. Tres cosas caracterizan sus palabras sobre este futuro que aguarda al hombre:Jesús utiliza muchos símbolos para hablar del "mundo nuevo": Los hombres verán a Dios con sus ojos, se repartirá la herencia, se oirán risas de fiesta, la familia de Dios se sentará a la mesa del Padre, se partirá el pan de la vida, etc. Y todo cambiará: Los últimos serán los primeros, los pobres serán ricos, los hambrientos estarán saciados... Evidentemente esto ha de comenzar aquí en la tierra, y sólo así tendremos un atisbo de lo que será después, la plenitud.También promete la plenitud del Reino de Dios, la salvación a la comunidad. En esta perspectiva, la imagen del banquete de fiesta con la casa a rebosar (Mt 22,1-14) es como un resumen de estas tres características del lenguaje de Jesús sobre el futuro. El "cielo" será una fiesta de pobres que no tendrá fin.Así acontece, tal como hemos dicho, con las realidades más importantes de nuestra vida humana; y así sucede, por tanto, con nuestro conocimiento sobre lo que encontraremos en el momento de la muerte. También en esto tenemos que creer y confiar. Tenemos que creer que en nuestra muerte están escondidos la meta y el misterio de nuestra vida; sí, tenemos que creer que en la muerte se abrirá ante nosotros un horizonte infinito, porque nosotros no morimos para sumergirnos en la nada, sino en Dios: entonces es cuando encontraremos definitivamente y para siempre a Dios. Pero con esto no hemos conseguido todavía adentrarnos en el contenido nuclear del tema, que es el siguiente: ¿Qué viene después de la muerte? ¿Pero en la muerte encontraremos definitivamente y para siempre a Dios? Porque, ya en nuestra vida terrena, encontramos a Dios de muchas maneras. Le encontramos en los momentos de felicidad y cuando rezamos para pedir algo que necesitamos. Le encontramos en nuestros actos litúrgicos, cuando levantamos hacia El nuestra mirada y le damos gracias por algo. Le encontramos también en cada servicio que prestamos a otros y en cualquier intercambio positivo que mantenemos con nuestros semejantes. Pero en todos estos encuentros Dios permanece oculto para nosotros. Parece callar. Sí; parece como que se nos escapara constantemente de nuestra vista. No le podemos retener nunca ni podemos decir jamás: ahora le he conocido. Constantemente nos encontramos de camino en su búsqueda y constantemente tenemos que comenzar a buscarle. Encontramos a Dios de muchas maneras, pero nunca llegamos a conseguir el fin apetecido del encuentro pleno.Sin embargo, en la muerte encontraremos definitivamente a Dios; al Dios de nuestras oraciones; al Dios de nuestras aspiraciones, de nuestra esperanza y de nuestra fe. Cuando hablamos del cielo, no nos referimos a una cierta clase de cosas que allí nos esperan. Sólo hay cosas en este mundo terreno. Cielo significa exclusivamente encuentro con Dios mismo. Dios mismo resplandecerá entonces ante nosotros y no existe hombre alguno que pueda describir cómo será eso. Lo más que podemos hacer es pensar en momentos de nuestra vida en los que parecen desprenderse repentinamente las escamas de nuestros ojos y en los que súbitamente, como sacudidos por un profundo estremecimiento, descubrimos relaciones y conexiones que antes no habíamos soñado ni imaginado nunca. Pero tales comparaciones no son, en el fondo, más que pálidos reflejos que tienen que difuminarse ante el estremecimiento gozoso y pleno del encuentro real con Dios. En nuestra muerte encontraremos a Dios definitivamente. Y entonces comprenderemos que siempre ha estado enormemente próximo a nosotros, de un modo misterioso; incluso en los momentos que pensábamos que El estaba lejos. Entonces conoceremos lo grande y lo santo que es Dios; infinitamente más grande y más santo que la imagen que de El nos habíamos formado. Dios aparecerá tan grandioso y santo ante nosotros que sólo con eso colmará todo nuestro pensamiento y todo nuestro ser. definitivamente y para siempre. Desde esta perspectiva, ¬´el descanso-eterno¬ª, expresión con que los cristianos acostumbramos a designar la vida junto a Dios, no me parece a mí una expresión acertada y feliz. El encuentro con Dios no es un descanso eterno, sino una vida increíble y vertiginosa; un huracán de dicha que nos arrastra, pero no en un sentido indeterminado cualquiera, sino cada vez más profundamente hacia el amor y la bienaventuranza de Dios. En nuestra muerte encontraremos definitivamente y para siempre a Dios. La muerte sorprende como ladrón, según la comparación puesta por el mismo Cristo hablando de la muerte. No es que nos pongamos pesimistas. Él quería que estuviéramos siempre preparados. Sus palabras exactas son: ‚Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora; a la hora que menos penséis, vendrá el Hijo del Hombre‚ . El ladrón no pasa normalmente tarjeta de visita; llega cuando menos se piensa. Nadie de nosotros tenemos escrito en nuestra agenda: ‚Tal día es la fecha de mi muerte y la semana anterior debo arreglar todos mis asuntos, despedirme de mis familiares, para morir cristianamente‚ .Si somos jóvenes, estamos convencidos de que no moriremos en la juventud; nos sentimos con un gran optimismo vital: No podemos negar que vamos a morir algún día, pero ese día está muy lejano o cercano no lo sabemos.Cada día mueren en el mundo alrededor de 200 mil personas. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y muchos niños. Ningún momento más inoportuno para la cita con la muerte que un viaje de bodas; y, sin embargo, varios han muerto así. Con 20 años en el corazón parece imposible morir, y sin embargo, se muere también a los 20 años. Recuerdo una persona que sacó su boleto de México a Monterrey y sólo caminó 15 kms.Puesto que hemos de morir sin remedio, no luchemos contra la muerte sino a favor de la vida. Si hemos de morir, que sea de amor y no de hastío.En la mentalidad popular judía se pensaba que la muerte era del todo definitiva a partir del tercer día, cuando la descomposición empezaba a borrar los rasgos personales del difunto. Cuando Jesús llega a Betania, con Lázaro (Juan 11, 1-44) lleva muerto "cuatro días". Es decir, está definitivamente muerto, no hay duda sobre ello. Con estos detalles, Juan quiere explicar que la fe en Jesús no prolonga indefinidamente la vida física del ser humano. Jesús no es ni un médico ni un mago que pueda impedir la muerte. Pero la fe en él le da al hombre una vida definitiva, que se prolongará más allá de la muerte física. Para el justo, la muerte no es más que "paso", como dirá Jesús. Como el paso del Mar Rojo que llevó a los israelitas de una tierra de esclavitud a la tierra de la libertad. Jesús con su vida y sus palabras ha venido a revelar al hombre cuál es el proyecto de Dios: No hizo al ser humano para que muriera definitivamente, su destino no es la muerte sino una vida plena y definitiva. De ahí la solemnidad de este relato del evangelio de Juan. Pocos días antes de su propia muerte, Jesús revela en Lázaro la totalidad del Evangelio: Dios nos liberará también de la muerte.Jesús no ha dado detalles sobre la vida del más allá, del cielo, los ángeles o del demonio como era habitual en el lenguaje apocalíptico de su época. Tampoco hizo cálculos sobre el fin del mundo y evitó hacer una descripción de las diferentes etapas del drama apocalíptico.Cuando en el evangelio se hace referencia a estos aspectos podemos pensar sin temor a equivocarnos que éstos han sido los pensamientos de las primitivas comunidades de la Iglesia.Si Jesús es mensajero de la buena noticia de Dios y busca la vida, también estos textos del Evangelio han de ser leídos desde esta perspectiva. Jesús no habla de fin sino de comienzo, de destrucción sino de nacimiento, de muerte sino de vida.La muerte es a la vez consumación y advenimiento. En la visión cristiana el hombre no es un ser para la muerte, sino para la vida; esto significa afirmar y al mismo tiempo superarla muerte. La vida tiene sentido porque la muerte tiene sentido; es una ‚pascua‚ , un paso que desemboca en la vida eterna.Para los que viven su vida como un misterio de muerte y de vida con Cristo, la muerte se convierte en el punto culminante de la apropiación de la salvación, la inaugurada por la fe y los sacramentos. No es tanto límite como cumplimiento, maduración y fructificación. Es pérdida de sí, pero encuentro con Dios y vida en Dios.Desde que murió Cristo no hay ya en el universo un acontecimiento más importante que la muerte. Si morimos con él, el hecho banal de morirse ve arrastrado al misterio de Dios. El verdadero sentido de la vida es prepararse a morir, es decir, a madurar para la vida eterna. Morir es nacer para siempre; después del nacimiento a la vida temporal, después del nacimiento del bautismo, que es el renacimiento en el agua y del Espíritu, está el nacimiento a la vida eterna. El cristiano es aquel que tiene fe en la buena nueva de la muerte que desemboca en una vida en la que ya no se conoce ninguna muerte. Podemos sentir la impaciencia de no ver, pero sabemos que llegará el día que no acabará nunca. ‚Deseo partir y estar con Cristo‚ (Flp 1, 23)
FUENTE :www.sanpablo.org.mx
ENVIÓ : Patricio Gallardo V.
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